Tess Gerritsen

El cirujano

Jane Rizzoli, 1

Titulo original: The Surgeon

Traduccion de: Mariano Garcia

Prologo

Hoy encontraran su cuerpo.

Se como sucedera. Puedo visualizar con bastante nitidez la secuencia de hechos que conducira al descubrimiento. Para las nueve, esas mujeres frivolas de la agencia de viajes Kendall y Lord estaran sentadas frente a sus escritorios, las unas finamente cuidadas golpeteando los teclados de las computadoras, reservando un crucero por el Mediterraneo para la senora Smith, unas vacaciones de esqui en Klosters para el senor Jones. Y para el senor y la senora Brown algo distinto este ano, algo exotico, tal vez Chiang Mai o Madagascar, pero nada demasiado accidentado; oh, no, la aventura debe ser, sobre todo, confortable. Esa es la premisa en Kendall y Lord: 'Aventuras confortables'. Es una agencia llena de trabajo, y el telefono suena a cada instante.

No les llevara demasiado tiempo a las damas advertir que Diana no esta en su escritorio.

Una de ellas llamara a la casa de Diana en Back Bay, pero el telefono sonara sin que contesten. Quiza Diana esta en la ducha y no lo puede oir. O tal vez ya salio para el trabajo y esta demorada. Una docena de posibilidades perfectamente razonables se cruzaran por la mente de su companera de trabajo. Pero a medida que el dia avance, y las insistentes llamadas sigan sin contestacion, otras posibilidades mas perturbadoras acudiran a su mente.

Supongo que sera el encargado del edificio el que dejara pasar a la companera de Diana a su apartamento. Lo veo entrechocando nervioso sus llaves mientras dice: «?Usted es su amiga, verdad? ?Esta segura de que no le molestara? Porque voy a tener que decirle que la deje entrar». Pasan al departamento, y la companera la llama. «?Diana? ?Estas en casa?» Dejan atras la recepcion, con sus posters de viaje elegantemente enmarcados, el encargado tras ella, controlando que no robe nada.

Entonces se asoma por la puerta del dormitorio. Ve a Diana Sterling, y ya no le preocupa algo tan irrelevante como el robo. Solo quiere salir del apartamento antes de vomitar.

Me gustaria estar ahi cuando llegue la policia, pero no soy idiota. Se que estudiaran cada auto que pase a baja velocidad por la zona, cada rostro que mire fijamente entre los curiosos reunidos en la calle. Saben que mi deseo de volver es fuerte. Incluso ahora, sentado aqui en Starbuck's, mirando como el dia se aclara tras la ventana, siento ese cuarto llamandome. Pero soy como Ulises, fuertemente atado al mastil de mi nave, atraido por el canto de las sirenas. No me estrellare contra las rocas. No cometere ese error.

En cambio, estoy aqui sentado y tomo mi cafe mientras afuera la ciudad de Boston despierta. Revuelvo tres cucharadas de azucar en mi taza; me gusta el cafe dulce. Me gusta que todo sea asi. Que sea perfecto.

Una sirena aulla en la distancia, llamandome. Me siento como Ulises forcejeando con las cuerdas, pero ellas son mas fuertes.

Hoy encontraran su cuerpo.

Hoy sabran que estamos de regreso.

Uno

Un ano despues

Al detective Thomas Moore le desagradaba el olor del latex, y mientras se colocaba los guantes con un chasquido, liberando una nubecita de talco, sintio la consabida punzada de una nausea en camino. El olor estaba relacionado con los aspectos mas desagradables de su trabajo, y al igual que el perro de Pavlov, entrenado para salivar ante un estimulo, habia llegado a asociar ese aroma gomoso con el inevitable complemento de sangre y fluidos corporales. Una advertencia olfativa para ponerse en guardia.

Y eso hizo, mientras esperaba fuera de la sala de autopsias. Venia directo del calor, y la transpiracion ya le hacia picar la piel. Era una humeda y brumosa tarde la de ese viernes 12 de julio. A lo largo de la ciudad de Boston los equipos de aire acondicionado rechinaban y goteaban, y la temperatura no hacia mas que subir. Los autos sobre el puente Tobin ya estarian retrocediendo en su huida al norte, hacia los frescos bosques de Maine. Pero Moore no estaba entre ellos. Habia sido llamado de nuevo al trabajo en sus vacaciones para ver un horror que no tenia deseos de confrontar.

Ya estaba vestido con el guardapolvos quirurgico que habia tomado del carro de ropa blanca de la morgue. Luego se coloco una gorra descartable para contener los pelos rebeldes, y deslizo sus zapatos en unos escarpines de papel. Sabia que era lo que a veces se derramaba de la mesa hacia el suelo. La sangre, los pedazos de tejido. No era de ningun modo un hombre prolijo, pero no tenia interes en llevar a su casa, encima de los zapatos, algun resto de la sala de autopsias. Se detuvo por unos pocos segundos frente a la puerta y respiro profundo. Entonces, resignandose al duro trance, se abrio paso hacia la sala.

El cadaver cubierto -una mujer, a juzgar por su figura- yacia sobre la mesa. Moore evito mirar demasiado a la victima y prefirio concentrarse en la gente viva que estaba en la sala. El doctor Ashford Tierney, medico forense, y un asistente de la morgue disponian los instrumentos sobre una bandeja. Del otro lado de la mesa Moore tenia frente a el a Jane Rizzoli, tambien de la Unidad de Homicidios de Boston. Rizzoli, de treinta y tres anos, era una mujer pequena de mandibulas cuadradas. Sus indomables rizos estaban ocultos bajo la gorra quirurgica, y sin el pelo negro para suavizar sus rasgos, la cara parecia toda angulos asperos; sus ojos oscuros, desafiantes e intensos. Habia sido transferida de Vicios y Narcoticos a Homicidios seis meses atras. Era la unica mujer en la Unidad de Homicidios, y ya se habian producido problemas entre ella y otro detective, acusaciones de acoso sexual y contraataques de implacable ferocidad. Moore no estaba seguro de que le gustara Rizzoli, o de que Rizzoli gustara de el. Hasta el momento habian mantenido sus interacciones dentro de lo estrictamente profesional, y el consideraba que ella lo preferia de ese modo.

De pie junto a Rizzoli estaba su companero Barry Frost, un policia de inclaudicable placidez cuya cara anodina y lampina lo hacia parecer mucho mas joven que sus treinta anos. Frost, que trabajaba con Rizzoli desde hacia dos meses sin una sola queja, parecia el unico hombre lo suficientemente apacible como para soportar sus rudos modales.

Mientras Moore se acercaba a la mesa, Rizzoli dijo:

– Nos preguntabamos cuando aparecerias.

– Estaba en la autopista de Maine cuando me llamaste.

– Estamos esperando aqui desde las cinco.

– Y yo recien comienzo el examen interno -dijo el doctor Tierney-. De modo que el detective Moore llego justo a tiempo.

Un hombre en defensa de otro hombre. Cerro la tapa del botiquin con vehemencia, dejando en el aire un

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