calle. Es decir, yo crei que era la calle, pero la oscuridad circundante se aclaraba cada vez mas como en un repentino amanecer. En la lejania se veian pasar siluetas largas y aplanadas, como coches. Pero yo ya sabia que no habia coches. Tenia que ser otra cosa. De haber estado solo, habria podido seguir esta calle hasta una avenida mas ancha; a lo lejos brillaban las letras AL CENTRO. Sin embargo, esto no significaba probablemente el centro de la ciudad. Me deje llevar. Fuera cual fuese el fin de esta aventura, por fin habia encontrado una guia, y pense en el pobre diablo que, tres horas despues de mi llegada, seguia buscandome por esta ciudad-estacion, preguntando en todos los infors.

Pasamos por delante de locales ya casi vacios y de escaparates donde grupos de maniquies representaban siempre la misma escena. Me habria gustado detenerme para ver que hacian, pero la muchacha caminaba de prisa, taconeando, hasta que vio un rostro de neon, de mejillas rojas y palpitantes, que se lamia los labios con una lengua comicamente larga; entonces exclamo:

— ?Oh, bones! ?Quieres un bon?

— ?Y tu? — pregunte.

— Claro que si.

Entramos en una sala pequena y luminosa. En lugar de techo tenia largas hileras de llamas, que parecian de gas: desde arriba nos alcanzo de repente una oleada de calor; seguramente era gas. En las paredes habia pequenas concavidades con pupitres; cuando nos acercamos a una de ellas, surgieron de ambos lados unos asientos. Parecian salir de la pared, al principio incompletos, como capullos, que despues se abrian en el aire, tomaban forma y se inmovilizaban. Nos sentamos el uno frente al otro; la muchacha golpeo con dos dedos la superficie de metal de la mesa y de la pared salto una pequena mano metalica; solto ante cada uno de nosotros un plato de postre y, en dos rapidisimos movimientos, los lleno de una masa blanca, que a su vez fue cubierta por una espuma marron; entonces los platos tambien se oscurecieron. La muchacha enrollo el plato, que en realidad no lo era, y empezo a comer como si se tratara de un pastel.

— Ah — dijo con la boca llena —, no sabia que estaba tan hambrienta.

Hice lo mismo que ella. El sabor del bon no me recordaba nada de lo que habia comido en mi vida. Al morder, era crujiente como una galleta, pero en seguida se deshacia y derretia en la lengua; la masa marron de que estaba relleno era muy picante. Pense que no me costaria acostumbrarme a los bones.

— ?Quieres mas? — pregunte cuando hubo terminado. Ella sonrio y nego con la cabeza. Al salir, metio un momento las manos en un pequeno nicho embaldosado que despedia vapor.

La imite. Un viento cosquilleante me rodeo los dedos; cuando retire las manos, estaban secas y limpias.

Entonces subimos por una escalera automatica. Yo ignoraba si aun continuabamos en la estacion, pero me avergonzaba preguntarlo. Me condujo hasta una pequena cabina practicada en la pared; no estaba muy iluminada y tuve la impresion de que encima pasaban trenes, ya que el suelo temblaba. Durante una decima de segundo reino la oscuridad, algo respiro profundamente bajo nuestros pies, como si un monstruo metalico vaciara sus pulmones, y entonces volvio a haber luz y la muchacha empujo la puerta.

Era realmente una calle. Estabamos completamente solos. Al borde de ambas aceras crecian pequenos arbustos podados; un poco mas lejos habia una apretada hilera de vehiculos negros y aplanados. Un hombre salio de la sombra y se metio en uno de ellos; no le vi abrir ninguna puerta, desaparecio simplemente y, sin embargo, el vehiculo partio a tal velocidad, que el hombre debia ir casi echado en el asiento. No vi ninguna casa, solo una carretera lisa, cubierta de franjas de metal mate; en los cruces temblaban luces rojas y anaranjadas, que pendian sobre el empedrado y recordaban un poco los modelos de reflectores del tiempo de la guerra.

— ?Adonde vamos? — inquirio la muchacha, que seguia apoyandose en mi brazo. Aminoro el paso. Un rayo de luz roja le cruzo la cara.

— A donde tu quieras.

— Entonces iremos a mi casa. No vale la pena tomar un glider; estamos muy cerca.

Seguimos andando. Tampoco alli se veia ninguna casa, y el viento, que venia de la oscuridad reinante detras de los arbustos, soplaba como si nos hallaramos en un espacio libre.

?Alrededor de la estacion, directamente al centro? Se me antojo algo singular. El viento llevaba consigo un ligero aroma de flores, que aspire con avidez. ?Lilas? No, no era de lilas.

Entonces encontramos una acera deslizante y nos colocamos en ella; una pareja comica.

Las luces se quedaban atras, muchas veces nos pasaba algun vehiculo como metal negro fundido: no tenian ventanillas ni ruedas, ni siquiera faros, y, sin embargo, iban a una velocidad extraordinaria, como ciegos. Las luces movibles salian de hendiduras estrechas y verticales, practicadas en el suelo. No pude averiguar si tenian algo que ver con el trafico y su regulacion.

Por el cielo invisible sonaba de vez en cuando un pitido lastimero. De pronto la muchacha bajo de la acera rodante, para subir en seguida a otra que ascendia abruptamente. De improviso me encontre muy arriba; el recorrido duro tal vez medio minuto y termino en una galeria llena de flores perfumadas, como si hubieramos llegado a la terraza o al balcon de una casa oscura. La muchacha entro en esta galeria. Yo, acostumbrado ya a la oscuridad, vislumbre con los ojos de un ave nocturna las grandes siluetas de las casas contiguas; no tenian ventanas, estaban muertas. No habia luces pequenas, ni llegaba hasta mi el menor ruido, aparte del rumor causado por el paso de los vehiculos negros que circulaban por la calle. Me asombraba esta oscuridad intencionada, como tambien la falta de anuncios tras la orgia de neones de la estacion.

Pero no tuve tiempo para reflexionar.

— Ven, ?donde estas? — le oi decir en un murmullo. Solo veia la mancha blanca de su rostro.

Rozo la puerta con la mano, y la puerta se abrio, pero no conducia a la vivienda, y el suelo acompano nuestros pasos.

«Aqui no hay modo de caminar — pense —. Resulta comico que aun tengan piernas.» Pero se trataba de una ironia inutil, debida a mi desconcierto constante y a la sensacion de irrealidad que no me abandonaba desde hacia muchas horas.

Nos hallabamos en un gran pasillo o corredor, ancho y casi oscuro — solo brillaban los angulos de la pared, con rayas de color luminoso —. En el punto mas oscuro, la muchacha volvio a posar la mano extendida sobre la pequena placa de metal de la puerta, y entro delante de mi.

Pestanee: el recibidor, fuertemente iluminado, estaba casi vacio. Ella fue hacia la puerta siguiente; cuando yo me acerque a la pared, esta se abrio de repente y mostro una concavidad, llena de botellas metalicas. Fue tan inesperado que retrocedi involuntariamente.

— No asustes a mi armario — dijo ella, ya desde otra habitacion.

La segui.

Los muebles parecian hechos de una sustancia vidriosa: sillas pequenas, un sofa bajo, mesitas; por el material medio trasparente se movian con lentitud verdaderos enjambres de luciernagas; muchas veces se perseguian, otras se fundian de nuevo en un pequeno arroyo, y en el interior de los muebles parecia circular una sangre luminosa, verde palido, con reflejos rosados.

— ?Por que no te sientas?

Ella estaba de pie en un nivel mas bajo. El asiento se abrio para albergarme. Esto no me gustaba nada. El vidrio no era tal vidrio; tenia la impresion de estar sentado sobre almohadones rellenos de aire. Y cuando mire hacia atras, pude ver el suelo a traves del respaldo curvado de mi asiento.

Al entrar, la pared que estaba frente a la puerta se me antojo de cristal, y me parecio ver una segunda habitacion y varias personas en ella, como si se celebrase una fiesta, solo que estas personas eran de tamano mayor del normal. De improviso comprendi que se trataba de una pantalla de television que abarcaba toda la pared. El sonido estaba desconectado; ahora, desde mi asiento, vi un enorme rostro femenino, exactamente como si esta mujer gigante de cutis oscuro nos mirase por la ventana de la habitacion; sus labios se movian, hablaba, y las joyas — grandes como los escudos de antiguos guerreros — que cubrian los lobulos de sus orejas refulgian de brillantes.

Me incorpore algo en el sillon. La muchacha, con una mano en la cadera — su vientre era efectivamente como una escultura de metal azulado —, me contemplaba con atencion. Ya no daba la impresion de estar bebida; quiza solo me lo habia parecido.

— ?Como te llamas? — quiso saber.

— Bregg. Hal Bregg. ?Y tu?

— Nais. ?Que edad tienes?

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