— No lo se, Eri, alli la perspectiva era muy distinta. Mirabamos desde arriba, pero no era una montana. Espera. ?Has visto el gran Canon del Colorado?

— Si.

— Pues imaginatelo ampliado a mil veces su tamano real. O a un millon de veces. Rojo y oro rosado, casi completamente transparente, todos los estratos, depresiones y capas geologicas de su formacion, y todo ello sin gravedad, fluido, y casi son-riendote, pese a carecer de rostro.

No, no es esto. Amor mio, tanto Arder como yo realizamos improbos esfuerzos para contarselo a los demas, pero no pudimos. Esta piedrecita procede de alli… Arder se la llevo como amuleto, y siempre la llevaba encima. Tambien la tenia en Kerenea. Dentro de una cajita para vitaminas. Cuando empezo a desmoronarse, la envolvio;En algodon. Despues…, cuando regrese solo, la encontre: estaba bajo la litera de su camarote. Seguramente se le habia caido.

Olaf, segun creo, pensaba que todo habia ocurrido por esta causa, pero se guardaba de manifestarlo en voz alta, porque hubiera sonado a pura estupidez… ?Que relacion podia haber entre una piedrecita tan pequena y el hilo que causo la averia en la radio de Arder…?

VIII

Entretanto, Olaf seguia sin dar senales de vida. Mi inquietud se convirtio en remordimientos de conciencia. Temia que hubiera hecho alguna locura. Estaba solo, todavia mas de lo que yo lo habia estado. No me gustaba mezclar a Eri en incidentes imprevisibles que pudieran surgir como consecuencia de la operacion de busqueda que pensaba iniciar, por lo que decidi ir primero a visitar a Thurber. No estaba seguro de si queria pedirle un consejo; solo queria verle. Olaf me habia dado su direccion; Thurber residia en el centro universitario de Maileolan.

Le envie un telegrama notificandole mi visita y me separe de Eri por primera vez. En los ultimos dias habia estado intranquila y silenciosa; yo lo atribui a su preocupacion por Olaf. Le prometi volver lo antes posible, probablemente en un par de dias, y no dar ningun paso tras la conversacion con Thurber sin consultarlo con ella.

Eri me llevo hasta Houl, donde tome un ulder directo. Las playas del Pacifico ya estaban vacias, pues no tardarian en llegar las tormentas otonales; de los lugares de veraneo desaparecieron los jovenes vestidos de alegres colores, y no me sorprendio ser el unico pasajero del proyectil plateado. El vuelo entre nubes, que hacia irreal la region, duro apenas una hora y termino hacia el atardecer.

La ciudad se perfilaba en la penumbra gracias a sus luces multicolores; los edificios mas altos, casas caliz, brillaban en la niebla como llamas delgadas e inmoviles; sus siluetas, entre los blancos desgarrones de niebla, tenian la forma de mariposas gigantescas, unidas por los arcos de los mas elevados niveles del trafico, que colgaban del aire. Los planos inferiores de las calles formaban rios policromos, que se cruzaban entre si. Quiza se debia a la niebla, quiza a la influencia de los edificios de cristal; en todo caso, el centro semejaba desde aquella altura una masa de esmalte precioso rodeado de agua, una isla de cristal cubierta de joyas, erigida en un oceano cuya superficie repetia los pisos cada vez menos luminosos, hasta los que eran casi invisibles, los ultimos. Como si iluminara toda la ciudad un armazon rojo como el rubi, procedente de sus entranas. Era dificil creer que aquella paleta de llamas y colores mezclados entre si fuese simplemente el lugar de residencia de varios millones de personas.

El centro universitario se encontraba en las afueras de la ciudad. Mi ulder aterrizo alli, sobre la pista de cemento de un gran parque. De la ciudad cercana venia un debil resplandor, que iluminaba el cielo y el muro negro de los viejos arboles. Una larga avenida me condujo hasta el edificio principal, que estaba oscuro y como muerto.

Apenas abria la gran puerta de cristal, en el interior se encendieron las luces. Me encontraba en una gran sala abovedada, cubierta de intarsias azul palido. Un sistema de pasillos insonorizados me llevo a un largo corredor, recto y como severo, abri una puerta y luego otra, pero todas las habitaciones estaban vacias y daba la impresion de que nadie las habitaba desde hacia mucho tiempo. Subi por una escalera corriente al piso superior; probablemente habia un ascensor, pero no tenia ganas de buscarlo; ademas, esta escalera ya era de por si algo digno de verse, ya que no era automatica. Arriba, un pasillo se bifurcaba, conduciendo a ambos lados. Tambien alli estaban desiertas las habitaciones; entonces vi en una puerta una pequena tarjeta con las palabras: «?Aqui, Bregg!» escritas a mano. Llame y oi en seguida la voz de Thurber.

Entre. Estaba sentado encorvado frente a la oscuridad de una ventana grande como la pared, a la luz de una lampara baja. La mesa donde trabajaba estaba repleta de papeles y libros — libros verdaderos —, y sobre una mesita auxiliar habia montones de «granos» de cristal y aparatos diversos. Tenia ante si un fajo de papeles y escribia notas al margen… ?con una pluma mojada en tinta!

— Sientate — ordeno sin mirarme —. En seguida termino.

Me sente en una silla baja que habia ante la mesa y la empuje un poco hacia el lado, porque el rostro de Thurber era solo una mancha bajo la luz, y yo queria verle bien.

Trabajaba a su manera, lentamente, con la cabeza baja y el ceno fruncido, defendiendose de la luz. Era una de las habitaciones mas modestas que habia visto hasta el momento, con paredes mates, puertas grises, sin un solo adorno ni la menor huella del antipatico oro; a ambos lados de la puerta habia pantallas cuadrangulares, ahora ciegas; bajo la ventana habia estanterias, y en una de ellas reposaba un gran rollo de mapas o dibujos tecnicos, y esto era todo. Mire a Thurber. Calvo, macizo, pesado… escribia, y de vez en cuando se secaba una lagrima con el dorso de la mano. Sus ojos siempre lloraban, y Gimma (que gustaba de traicionar los secretos ajenos, sobre todo los que uno preferia no revelar) dijo una vez que Thurber temia por su vista. Por eso yo comprendia que fuese el primero en acostarse cuando cambiabamos la aceleracion, y que mas tarde confiara a otros el trabajo que siempre solia realizar el solo.

Reunio sus papeles con las dos manos, los golpeo contra la mesa, para igualar los bordes, los metio en una carpeta, la cerro y dijo, dejando caer sus manos de dedos gruesos y rigidos:

— Hola, Hal. ?Como te va?

— No puedo quejarme. ?Estas… solo?

— ?Quieres decir si Gimma esta aqui? No, no esta aqui; ayer se fue a Europa.

— ?Trabajas?

— Si.

Siguio un breve silencio. Yo no sabia como reaccionaria a lo que iba a decirle… Antes queria saber su opinion sobre las cosas que habiamos observado en este mundo nuevo. Como le conocia bien, no esperaba ningun sentimentalismo. Siempre guardaba para si la mayor parte de sus opiniones.

— ?Hace tiempo que estas aqui?

— Bregg — me interpelo, impasible —, dudo de que esto te interese. Te estas yendo por las ramas.

— Es posible — asenti —. ?Quieres decir que debo ir al grano?

Senti de nuevo la misma discrepancia, algo entre la excitacion y la timidez, lo mismo que siempre me habia separado de el… y tambien a los demas. Nunca supe con seguridad si bromeaba, se burlaba o hablaba en serio; por mucha serenidad y atencion que mostrara a su interlocutor, nunca fue totalmente transparente.

— No — repuso —. Quiza mas tarde. ?De donde vienes?

— De Houl.

— ?Directamente de alli?

— Si… ?Por que lo preguntas?

— Bien — dijo, como si no hubiera oido mis ultimas palabras. Me miro fijamente durante unos cinco segundos, como si quisiera asegurarse de mi presencia; su mirada carecia totalmente de expresion… Pero ahora yo ya habia adivinado que habia ocurrido algo; solo ignoraba si el me lo diria. Su conducta no habia sido nunca facil de prever. Medite sobre la mejor manera de empezar, y entretanto el me contemplo con atencion creciente, como si me hubiera presentado a el en una forma completamente desconocida, — ?Que hace Vabach? — pregunte cuando esta contemplacion muda se prolongo mas de lo debido.

— Se ha ido con Gimma.

Mi pregunta no se referia a esto, y el lo sabia; pero al fin y al cabo yo no habia venido a preguntar por

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