la senorita Gunther y marque el numero. Despues de oir un zumbido (porque Wolfe aborrece el sonido de los timbres) obtuve un «digame» y dije:

– ?Senor Wolfe? Soy Archie. Estoy con la senorita Gunther en su piso y no creo que sea procedente llevarla ante usted como usted indicaba. En primer lugar, es de una belleza, extraordinaria, pero esto no hace al caso. Es la mujer con quien he venido sonando en los ultimos diez anos, ?recuerda usted que se lo decia? No quiero decir que sea hermosa, porque esto -es cuestion de gustos, sino que es precisamente lo que he venido sonando. Por lo tanto, sera mucho mejor que la deje usted en mis manos. Ha empezado por tomarme el pelo, pero esto se ha debido a que aun no me habia repuesto de la impresion recibida. Podra ser que este trabajo me ocupe una semana, o un mes, o quiza un ano, porque es muy dificil concentrarse en la tarea en estas circunstancias, pero puede usted contar conmigo. Vayase usted a la cama y ya le hablare manana por la manana.

Me levante de la silla y me volvi hacia el sofa, pero ella no estaba en el. Por el contrario, se encontraba en direccion a la puerta con un abrigo azul marino, un renard y se estaba contemplando en un espejo mientras se ajustaba un sombrero azul. Me dirigio una mirada y dijo:

– De acuerdo; vamos.

– ?Adonde?

– No se haga usted el loco -dijo apartandose del espejo-. Se ha esforzado usted en buscar un sistema de hacerme ir al despacho de Nero Wolfe y lo ha hecho usted con talento. Le concedo el segundo round. Algun dia empataremos. Ahora voy a ver a Nero Wolfe, y por lo tanto habra que aplazar esta otra sesion. Celebro que no diga usted que soy bonita. Nada molesta mas a una mujer que el que la crean bonita.

Me puse el abrigo y ella abrio la puerta. El bolso que llevaba debajo del brazo era del mismo genero azul que el sombrero. Mientras ibamos hacia el ascensor, explique:

– Yo no he dicho que no fuese usted bonita. He dicho…

– Ya lo he oido. Me ha herido profundamente. Aunque viniese de un extrano, y posiblemente de un enemigo, su opinion me ha herido. Soy vanidosa, y nada mas. Se da el triste caso de que no se ver las cosas claras y por ello estoy convencida de ser bonita.

– Yo tambien… -empece a decir, pero me contuve al ver la expresion con que torcio la boca. Lo malo del caso es que en realidad era bonita.

Mientras ibamos bajando por la Calle 35, la senorita Gunther se produjo de una manera tan hostil como si yo hubiese nacido dentro de la A.I.N. y no me hubiese movido nunca de sus locales. Al entrar en casa, encontre el despacho desierto. La deje alli y fui a buscar a Wolfe. Estaba en la cocina, absorto en una conferencia con Fritz acerca del programa culinario del dia siguiente. Me sente en un taburete y empece a pensar en los ultimos sucesos, que se resumian todos en un nombre: «Gunther», hasta que hubieron terminado. Wolfe, al final, quiso advertir mi presencia.

– ?Esta aqui?

– Si, claro. Aprietese el nudo de la corbata y peinese.

Capitulo XI

Eran las dos y cuarto cuando Wolfe echo una mirada al reloj de pared, suspiro y dijo:

– Muy bien, senorita Gunther. Estoy dispuesto a poner mi parte en este negocio. Se convino que despues que usted respondiese a mis preguntas, yo contestaria a las, suyas. Empiece.

No me habia distraido mucho la contemplacion de su belleza, porque como se me habia encargado de tomar nota literal de todo, mis ojos habian tenido otra ocupacion. Habia escrito cincuenta y cuatro paginas. Wolfe habia estado en uno de sus momentos inquisitivos y los datos recogidos en algunas ocasiones tenian tanto que ver con el caso Boone, desde mi punto de vista, como los viajes de Colon.

Algunas de las noticias podian ciertamente aportar alguna ayuda, la primera y principal era, claro esta, la de su itinerario del martes anterior. La senorita Gunther no tenia informacion de la conferencia que le habia impedido a Boone tomar el tren en Washington junto con los demas y reconocia que tal hecho era sorprendente, puesto que ella era su secretaria particular y era de creer que tuviese noticia de todos sus actos habituales. Al llegar a Nueva York, la senorita habia ido con Alger Kates y Nina Boone a la oficina neoyorquina de la O.R.P., donde Kates habia pasado a la seccion de Estadistica y toa y Nina habian ayudado a los jefes de departamento a recoger diversos efectos que pudieran servir de ilustracion de los pasajes del discurso. Habia alli una amplia coleccion de toda especie de cosas, desde palillos de dientes hasta maquinas de escribir, y hasta las seis de la tarde no estuvo terminada la seleccion de ellas. Se escogieron dos abrelatas, dos llaves inglesas, dos camisas, dos plumas estilograficas y un cochecillo de nino, y se compilaron los datos referentes a ellos. Uno de los funcionarios las acompano hasta la calle y busco un taxi. La senorita Gunther se dirigio al Waldorf, adonde se habia encaminado previamente Nina. Un «botones» la ayudo a trasladar aquellos objetos al piso del salon de baile y al salon de recepciones. Alli se entero de que Boone habia pedido estar solo para repasar su discurso y uno de los de la A.I.N., el general Erskine, la llevo hasta aquella habitacion, que luego seria denominada «la del crimen».

– ?General Erskine? -pregunto Wolfe.

– Si -dijo ella-; Ed Erskine, el hijo del presidente de la A.I.N.

Yo proferi una exclamacion de sorpresa.

– Era general de brigada -explico ella-. Uno de los generales mas jovenes de la Aviacion.

– ?Le conoce usted a fondo?

– No, solo le he visto una o dos veces y nunca habiamos hablado Pero como es natural le odio. -En aquel instante esta afirmacion no fue discutida, porque la frase fue pronunciada sin sonreir-. Odio a todo el mundo que tenga algo que ver con la A.I.N.

– Naturalmente, prosiga.

Ed Erskine habia empujado el cochecillo hasta la puerta de la habitacion y la habia dejado en ella. La senorita no estuvo con Boone mas que dos o tres minutos. La policia habia dedicado horas de investigacion a estos minutos, porque eran los ultimos que, exceptuando al asesino, habia pasado alguien con Boone en vida. Wolfe les concedio dos paginas de mi cuaderno de notas. Boone estaba reconcentrado y en tension, aun mas de lo corriente, lo cual no era de extranar, dadas las circunstancias. Saco bruscamente las camisas y las llaves inglesas del cochecillo y las puso en la mesa, echo una ojeada a los datos, le recordo a la senorita Gunther que debia seguir su discurso sobre otro ejemplar mientras fuese hablando y tomar nota de cualquier desviacion del texto en que incurriese y luego la entrego la caja de cuero y le dijo que podia retirarse. Ella volvio al salon de recepcion y se tomo dos combinados tuertes, porque sintio que le hacian falta, y luego se sumo a la marcha de la gente hacia el salon de baile y encontro que la mesa numero 8, proxima al estrado, estaba reservada al personal de la O.R.P. Estaba tomandose el combinado de fruta cuando se acordo de la caja de cuero y de que la habia dejado olvidada en el alfeizar de una ventana del salon de recepcion. No dijo nada de ello, porque no queria poner de manifiesto su descuido y empezaba a excusarse ante la senora Boone y dejar la mesa, cuando Frank Thomas Erskine, desde el estrado, se acerco al microfono y dijo:

– Senoras y caballeros, lamento la necesidad de darles a ustedes tan bruscamente esta noticia, pero debo explicarles a ustedes la razon de que nadie pueda salir de esta sala…

Hasta una hora mas tarde no pudo salir ella al salon de recepcion y entonces se percato de que la caja habia desaparecido.

Boone le habia dicho que la caja contenia cilindros que habia dictado en su oficina de Washington aquella tarde y esto era lo unico que ella sabia de los mismos. No tenia nada de particular que Boone no le hubiese enterado de lo que trataban los cilindros, porque lo hacia raras veces. Dado caso que recurrir a otras taquigrafas para el trabajo rutinario, se entendia que los cilindros que le entregase a ella personalmente contenian materia importante y probablemente confidencial. En la oficina de Boone habia doce de tales cajas, cada una de las cuales contenia diez cilindros, que estaban constantemente yendo y viniendo de el a la secretaria y otras taquigrafas, supuesto que Boone realizaba la totalidad de sus dictados ante tal mecanismo. Estaban numeradas, con una etiqueta fija en la parte superior, y aquella era la caja numero cuatro. La maquina usada por Boone era la «Stenophone».

La senorita Gunther admitia haber cometido un error. No hizo mencion de la caja desaparecida a nadie hasta el miercoles por la manana, cuando la policia le pregunto el contenido de la caja de cuero que traia consigo cuando

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