– Nada -concluyo Corbett-. No he descubierto nada.

Se callo al ver como se abria la puerta y entraba el profesor Churchley.

– Sir Hugo, debemos amortajar el cuerpo de Appleston y prepararlo para el entierro. El profesor Tripham pregunta si vuestro sirviente ha devuelto ya el libro; tiene bastante valor.

– Podeis llevaros el cadaver -contesto Corbett-, y si, Ranulfo ya ha devuelto el libro.

– ?Cuanto tiempo estareis?

– Todo el que queramos, profesor Churchley -espeto Corbett. Espero a que la puerta se cerrara-. Pero a decir verdad -susurro-, poco podemos hacer aqui.

– ?Monica! -exclamo Ranulfo de pronto.

– ?Perdon, que dices?

– ?Monica! -explico Ranulfo inclinandose desde el otro lado de la mesa-. Pensaba en la madre de san Agustin, santa Monica, que rezaba cada dia para que su hijo se convirtiera. -Sus ojos se dilataron-. Debio de ser una mujer muy paciente y de gran fuerza interior -anadio-. Ojala… -Ranulfo hizo una pausa-. Ojala pudiera saber algo acerca de ella.

Corbett dio unas palmaditas en el hombro de Ranulfo.

– Un buen erudito, Ranulfo -declaro-, nunca sale de una biblioteca sin haber aprendido algo. Este lugar debe de tener algun libro de hagiografia: la Vida de los santos -explico ante la cara de sorpresa de Ranulfo.

Corbett se paseo por las estanterias y cogio un tomo enorme forrado con piel de becerro que coloco con cuidado sobre la mesa. Lo abrio y senalo los titulos.

– ?Veis? San Andres, Bonifacio, Calixto… -paso las paginas.

– La caligrafia es hermosa -musito Ranulfo- y las miniaturas…

– Probablemente es obra de algun escribano monastico. -Corbett volvio a mirar la cubierta del libro, donde estaba grabado el nombre de Henry Braose.

– Debio de ser un hombre muy rico -remarco Ranulfo.

– Despues de que la guerra civil terminara -explico Corbett-, De Montfort y su partido fueron desheredados. Sus tierras, sus feudos, castillos, bibliotecas y arcas fueron considerados trofeos de guerra. El rey Eduardo nunca olvido a aquellos que le apoyaron: De Warrenne y De Lacey fueron recompensados con creces. Fue un autentico saqueo - continuo Corbett-. Y Braose fue uno de los mas beneficiados. Bueno, santa Monica -consulto las paginas del capitulo que empezaba con M. La letra estaba pintada de azul y ribeteada en oro. Corbett estudio la parte inferior de la pagina y murmuro algo. Ranulfo se acerco y paso la pagina con rapidez. Encontro una entrada para santa Monica y se abalanzo sobre el libro. Lo zarandeo con entusiasmo y empezo a leer la introduccion, moviendo los labios en silencio. Corbett se dirigio hacia la ventana, de manera que Ranulfo no pudiera ver su exaltacion. De pie, respirando con dificultad, intentaba calmar la emocion que empezaba a despertarse en su estomago. «Pero ?como? -penso-. ?Como pudo hacerlo? -Contemplo el jardin-. El asesino vino aqui, se escondio detras del muro con la ballesta. Pero ?por que abrio Ascham las contraventanas? ?Y como se explica el resto de las muertes?»

– Amo, ya he acabado.

Corbett regreso, cogio el libro y lo coloco en la estanteria. Estaba seguro de que alli estaria a salvo: junto con el libro encontrado en la camara de Appleston, constituia todas las pruebas que necesitaba.

– Sera mejor que nos marchemos.

Ranulfo cogio a Corbett por el hombro.

– Amo, ?que pasa? -Sonrio-. Habeis encontrado algo, ?verdad?

– Solo una sospecha -le guino un ojo-, pero no tengo pruebas.

– Y ahora, ?que?

– Doucement, como muy bien dice la palabra francesa -replico Corbett-: con calma, con calma, Ranulfo. Venga, vamos a dar un paseo.

Salieron de la biblioteca. Corbett permanecio irritablemente silencioso mientras caminaban alrededor de la universidad. Luego subieron al piso de arriba y pasearon por las galerias. Entonces, cuando estaban frente a una puerta trasera, Ranulfo se detuvo y senalo una barra de hierro que habia cementada en el suelo.

– Como la de la iglesia de San Miguel -observo.

– Es para limpiarse las botas -explico Corbett ensimismado en sus cavilaciones.

– Segun la anacoreta Magdalena -comento Ranulfo-, el asesino de Passerel se tropezo con una en la iglesia.

– ?De veras? -pregunto despacio mientras contemplaba la barra-. Debemos ir alli -anadio misteriosamente.

Corbett salio afuera, echo un vistazo a las ventanas, en especial a las de la parte trasera. Antes de marcharse, corto una rosa roja, todavia humeda del rocio de la manana. Cuando salieron y se dirigieron a la maloliente callejuela en la que Maltote fue herido de muerte, y sin apenas prestar atencion a las miradas curiosas de los soldados de Bullock, deposito la flor en una grieta que habia en la pared.

– Un memento mori -anadio-. Pero, vamos, Ranulfo, es hora de rezar.

Se adentraron en las calles y se abrieron paso entre los vendedores ambulantes y comerciantes que abarrotaban las vias de camino a la iglesia de San Miguel. Corbett se dirigio al templo y se detuvo en la entrada de la reja que separaba el coro de la nave.

– Bueno, asi que un Daniel ha venido al juicio -grito la voz de la anacoreta desde el otro lado de la iglesia-. Habeis venido al juicio, ?verdad?

– ?Como lo sabe? -susurro Ranulfo.

– Es mas una cuestion de fe que de deduccion -contesto Corbett-. Me apuesto a que esa pobre mujer ha rezado dia tras dia por que se cumpla su venganza en Sparrow Hall. Oxford es una comunidad pequena; la muerte de Appleston debe de estar en boca de todos.

Corbett se arrodillo frente a la lampara del santuario y se encamino hacia la puerta lateral en que habia tropezado el asesino de Passerel. Se agacho y examino la barra de hierro cementada en las losas pavimentadas. Estaba justo en la entrada, con lo que la gente debia de dejar rastros del barro y la suciedad que tenian pegados a las botas.

– El asesino de Passerel se tropezo ahi -retumbo la voz de la anacoreta a sus espaldas-. Le vi, como un ladron en la noche, pero asi es la muerte, un ladron sigiloso de almas.

Corbett no le presto atencion. Luego salieron fuera de la iglesia, haciendo caso omiso de los gritos de la mujer.

– ?La justicia de Dios se disparara como una flecha encendida contra los pecadores!

El y Ranulfo cruzaron la calle, doblaron una esquina y bajaron por la avenida Retching Alley hasta llegar a una cerveceria. El local no era mas grande que el nido de un faisan, con el suelo cubierto de barro, algunos taburetes y unas enormes tinajas boca abajo que hacian de mesas. Sin embargo, la cerveza estaba fuerte y espumosa.

– ?Y bien? -Ranulfo dejo su jarra sobre la mesa-. ?Vamos a dar un paseo por Oxford o a sentarnos aqui sobre nuestros traseros hasta que nos aburramos de vernos las caras?

Corbett sonrio.

– Estaba pensando en las casualidades, Ranulfo. En el azar de una tirada de dados. Por ejemplo, en la gran victoria del rey Eduardo sobre De Montfort en Evesham. ?Oh! El rey era un buen general, cierto; pero tuvo suerte. Tambien pensaba en aquel villano que colgamos en Leighton. ?Como se llamaba?

– Boso.

– Ah, si. Boso. ?Como le cogiste?

– Decidio escapar -replico Ranulfo-, pero tomo el camino equivocado. Uno no puede correr demasiado lejos cuando le cogen por sorpresa en un pantano.

– ?Y si hubiera tomado otro camino?

– Le habriamos perdido. Como sabeis, en el bosque de Epping se puede esconder un ejercito entero.

– Lo mismo ocurre aqui -dijo Corbett-. Podemos utilizar la logica y la deduccion, pero la ultima palabra la tiene la suerte.

– ?De veras, amo? -Ranulfo agarro su jarra entre las manos-. Dentro de unos meses sera noviembre, la festividad de Todos los Santos. No puedo evitar acordarme de la historia que me explicasteis sobre el asesinato de vuestra parroquia cuando erais un muchacho. Pensad en todos los muertos, todas las victimas del Campanero llorando para que Dios haga justicia.

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