todo, les confeso todo. Andoni Ferrer no era un cobarde. A lo largo de su carrera periodistica habia soportado amenazas y presiones. Habia sido despedido de varias empresas. Habia sufrido golpes y agresiones. Le habian sido sustraidos misteriosamente importantes documentos, e incluso reportajes que habia vendido a muy buen precio no habian sido editados por la publicacion compradora, pero estaba hecho a ello y seguia en la pelea, a veces con suerte y otras sin. Asi es la vida, solia reflexionar filosoficamente. Pero esta situacion era diferente: estaba tratando, no le cabia la menor duda, con autenticos asesinos, matones que sabian lo que se traian entre manos. No podia resistirse o su familia sufriria las consecuencias, asi que no se resistio.

Pasada la una del mediodia llego el momento de la despedida.

– Esperemos por su bien y el de los suyos -dijo de nuevo el portavoz de la pareja- que no haya intentado enganarnos. Piense que si lo hace podra esconderse de nosotros algunos dias, tal vez unas semanas, quiza, y con mucha suerte, unos cuantos meses o anos, pero no podra ocultarse toda la vida. Antes o despues le encontrariamos, a usted y a su familia, no lo olvide.

– Les he dicho todo lo que querian saber y he hecho todo lo que querian que hiciera. ?No pueden dejarme en paz? ?Vayanse de una maldita vez! -estallo Ferrer, descargando la tension nerviosa acumulada durante toda la manana.

– Tranquilicese, esta usted muy tenso, aunque dada la situacion no se lo podemos reprochar; ademas, en el fondo tiene razon: es hora de irnos. Pero antes, como regalo de la casa, queremos hacerle probar algo que sin duda le hubiera venido muy bien para el desarrollo de su extinto reportaje.

Mientras el mas bajo de los dos hombres pronunciaba esas palabras su companero fue preparando, con manos acostumbradas a hacerlo, una goma y una jeringuilla. Ferrer se revolvio inquieto en su asiento al verlo.

– Estese quieto, por favor, no nos obligue a ser violentos. Solo queremos que se evada durante un rato de la realidad. ?O prefiere que usemos metodos mas contundentes? No sea tonto y aprovechese de la ocasion, le vamos a proporcionar gratis algo por lo que muchos matarian para conseguirlo.

Quiza la alusion a la muerte no fue muy tranquilizadora, pero el periodista comprendio que no tenia ninguna posibilidad de zafarse de sus visitantes y opto por dejar actuar al hombre alto, que, con habiles movimientos, localizo en seguida la vena y le inyecto con la jeringuilla en el punto adecuado.

– Adios, senor Ferrer. Quiza recuerde que los adictos a cierto tipo de drogas decian que con ellas hacian un viaje a otras dimensiones; pues bien, usted tambien va a experimentar un viaje fuera de lo corriente, pero no se levante para darnos las gracias, no es necesario, lo hemos hecho desinteresadamente.

Andoni Ferrer no respondio. El viaje que habia iniciado era un viaje sin retorno.

3

No es mucha la distancia fisica entre la Gran Via bilbaina y la calle de las Cortes; apenas unos minutos andando separan la calle que representa el centro del poder financiero y economico de lo mas caracteristico del barrio chino de Bilbao. Antonio Jalon iba a recorrer pronto ese camino, pero no se perdia en disquisiciones sociales y economicas; para el la distancia entre esas dos calles eran tan solo la distancia entre el lugar en el que podia conseguir dinero para sus necesidades y el lugar en el que se refugiaria para disfrutar de su dosis diaria de heroina, a la que estaba enganchado desde hacia mas tiempo del que podia recordar.

Antonio Jalon habia nacido en el mismo barrio donde vivia y se sentia a gusto en el tal y como era; la lucha de los vecinos por dignificar la zona y convertirla en un lugar en el que sus hijos pudieran crecer y criarse sin la compania de la droga, la prostitucion y la delincuencia le eran totalmente indiferente. El amaba a su barrio precisamente en su aspecto mas marginal y desgarrado. Era el lugar en el que podia juntarse con los colegas, encontrar su dosis diaria y vender a un perista, que le pagaba miserablemente, la mercancia que conseguia birlar. Hijo de un albanil extremeno que habia fallecido de cirrosis hacia catorce anos, cuando el solo tenia cinco, y de una inmigrante gallega analfabeta que sin pension alguna ni capacitacion laboral solo pudo ganarse la vida follando con viejos borrachos y ninatos que querian estrenarse, por unas pocas pesetas, habia heredado de sus padres el piso en el que vivia y el convencimiento de que no existia otra forma de vida, al menos para la gente como el.

Acerca del piso no estaba convencido totalmente de que fuera suyo. Habia pertenecido a su madre antes de morir -tenia cuarenta y tres anos, aunque todo el mundo le echaba mas de sesenta-, pero un amigo enterado le habia dicho que para que estuviera a su nombre tenia que andar entre abogados, notarios y juzgados. Bueno, pues el pasaba de todo ese rollo. El piso era suyo y basta. Ademas, ?quien cono iba a querer quitarselo? Y si ese momento llegaba, entonces decidiria que hacer.

En lo tocante a su vida personal no envidiaba ni anoraba otra. Sumido en su marginacion, se habia acomodado a esa manera de ser y estar. Su mundo se limitaba a beber con los colegas, echar algun que otro polvo rapido y frustrante con su chica, una adicta que se prostituia a cambio de dinero para su dosis, y la droga, sobre todo la droga. Si conseguia pincharse, no necesitaba nada mas. En una ocasion un sacerdote habia intentado convencerle para que participara en un programa de desintoxicacion, pero el se habia negado. En el supuesto de que efectivamente consiguiera desengancharse, ?que iba a hacer luego? ?Intentar trabajar de albanil, como su padre? ?Casarse con una mujer que acabaria amargada y ajada a base de pobreza e hijos? ?Marchar, como un iluso, tras unas banderas que le prometerian a cambio de su sacrificio un mundo mejor? No, gracias. Para muchos quiza su vida fuese horrible, pero para el era su vida, la mejor a la que podia aspirar.

Por eso se encontraba aquella manana en la Gran Via, junto a una de las puertas que daban acceso a El Corte Ingles, sobre una motocicleta de escasa cilindrada, embutido en un traje negro que le daba aspecto de mensajero. Buscaba nerviosamente una victima, alguien a quien poder desvalijar, ya que acababa de quedarse al mismo tiempo sin papelinas y sin pasta para obtenerlas. Y necesitaba dinero porque los camellos no le fiaban.

Pronto hallo lo que buscaba. Una mujer gorda y rubia, posiblemente tenida, de mediana edad, que salia cargada de paquetes. Parecia como si le hubieran anunciado el fin del mundo y hubiera decidido liquidar ese dia su cuenta corriente. Un gran bolso le colgaba del hombro izquierdo. Antonio espero a que el semaforo que daba paso a los vehiculos se pusiera en rojo y arranco su motocicleta. Con un tiron de experto agarro el bolso y giro velozmente hacia la Alameda de Urkijo, sin oir los gritos de dolor de la senora, que habia caido al suelo como consecuencia del golpe, ni los de indignacion de la gente que habia presenciado el hecho.

Desde la Alameda de Urkijo volvio a girar hacia Hurtado de Amezaga y muy pronto estuvo a resguardo en su casa, donde procedio a comprobar lo que contenia el bolso. Unos panuelos de papel, un lapiz de labios, una fotografia familiar, una estampa de la Virgen de Begona, otra de san Valentin de Be-rrio-Otxoa y doscientas noventa y tres pesetas en monedas. Tambien una cartera con un calendario de un bar de Santutxu, el documento nacional de identidad, la tarjeta de El Corte Ingles, la de la caja de ahorros, tres billetes de dos mil pesetas y otros tres de mil. En total, dinero, que era lo que a el le interesaba, nueve mil doscientas noventa y tres pesetas. Una miseria, pero que le sacaria del apuro por el momento.

Sin ser una maravilla, no habia sido un mal palo. Muchos le habian visto, pero nadie le habia seguido y nadie podria identificarle.

En eso se equivocaba.

Dos hombres, que estaban en el interior de un coche mal aparcado junto a los grandes almacenes, le habian visto. No le habian seguido porque no lo estimaban necesario. Sabian donde encontrarle, y mientras el contaba el dinero, se dirigian a su casa.

El conductor, un hombre algo mas alto que su acompanante, pregunto:

– ?Tu crees que nos servira?

– Seguro -contesto su companero-, no podra negarse.

– ?Y por que el?

– ?Y por que no?

– Hay cientos como el.

– Por supuesto, pero solo podiamos escoger uno, y este es perfecto. Poco inteligente, drogadicto perdido, sin familia, casi sin amigos y sin ninguna conexion con nosotros. Es el hombre perfecto.

Aparcaron frente al portal de la casa de Antonio, subiendose a la estrecha acera. Aunque aun era temprano, dos mujeres llenas de carne por todas partes se les acercaron, pero inmediatamente desaparecieron al observar el gesto hosco con que les obsequiaba el hombre alto.

El piso era el segundo derecha, cosa que agradecieron ya que la vivienda no disponia de ascensor. La puerta

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