Y, por otro lado, ?que sera de un paisaje sin hombres que en el habiten de continuo y que son los que le confieren realidad y sentido? A este respecto, Frederic Uhiman, refiriendose a la creacion de la reserva de Cevennes, escribe en Le Nouvel Observateur. «?Que interes tiene preservar la Naturaleza en un parque nacional si luego no se puede encontrar alli a los que, desde siempre, han vivido la intimidad de su pais; si no se encuentra alli a los que saben dar su nombre a la montana y que, al hacerlo, la dan vida? Cada vez que muere una palabra de patois, que desaparece un caserio solitario en pleno campo o que no hay nadie para repetir el gesto de los humildes, su vida, sus historias de caza y el mito viviente, entonces es la Humanidad entera la que pierde un poco de su savia y un poco mas de su sabor». «El chopo del Elicio», «El Pozal de la Culebra» o «Los almendros del Ponciano», a que me refiero en mi relato Viejas historias de Castilla la Vieja , son, en efecto, un trozo de paisaje y de vida, imbricados el uno en la otra, como los trigales de Van Gogh o nuestra propia casa animada por la personalidad de cada uno de nosotros y enteramente distinta a todas las demas incluso en el mas pequeno de los desconchones. Cada una de esas parcelas del paisaje alberga historias o mitos que son vida, han sido vivificados por el Elicio o el Ponciano y, a la vez, hablan a los demas; el dia que pierdan su nombre, si es que subsisten todavia fisicamente, no seran ya mas que un chopo, unos almendros o un pozal reducidos al silencio, objetivados, muertos, no mas significantes que cualquier otro arbol o rincon municipalmente establecido. Y este destino, como anade Uhlman, nos advierte inequivocamente de que nos estamos aproximando a uno mas, y no el menos pavoroso, de los resultados de nuestra incontrolada tecnologia: la pasion y muerte de la Naturaleza.

El exodo rural, por lo demas, es un fenomeno universal e irremediable. Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el simbolo de la estrechez, el abandono y la miseria. Julio Senador advertia que el hombre puede perderse lo mismo por necesidad que por saturacion. Lo que no imaginaba Senador es que nuestros reiterados errores pudieran llevarle a perderse por ambas cosas a la vez, al hacer tan invivible la aldea como la megapolis. Los hombres de la segunda era industrial no hemos acertado a establecer la relacion Tecnica-Naturaleza en terminos de concordia y a la atraccion inicial de aquella concentrada en las grandes urbes, sucedera un movimiento de repliegue en el que el hombre buscara de nuevo su propia personalidad, cuando ya tal vez sea tarde porque la Naturaleza como tal habra dejado de existir.

En esta tesitura, mis personajes se resisten, rechazan la masificacion. Al presentarseles la dualidad Tecnica-Naturaleza como dilema, optan resueltamente por esta que es, quiza, la ultima oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar las raices. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo. En eso, tal vez, resida la ultima diferencia entre mi novela y la novela objetiva o behaviorista. Ramon Buckley ha interpretado bien mi obstinada oposicion al gregarismo cuando afirma que en mis novelas yo me ocupo «del hombre como individuo y busco aquellos rasgos que hacen de cada persona un ser unico, irrepetible». Es esta, quiza, la ultima razon que me ha empujado a los medios rurales para escoger los protagonistas de mis libros. La ciudad uniforma cuanto toca; el hombre enajena en ella sus perfiles caracteristicos. La gran ciudad es la excrecencia y, a la vez, el simbolo del actual progreso. De aqui que el Isidoro, protagonista de mi libro Viejas historias de Castilla la Vieja , la rechace y exalte la aldea como ultimo reducto del individualismo: «Pero lo curioso -dice- es que alla, en America, no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: 'Alla, en mi pueblo, al cerdo lo matan asi o asao'. O bien: 'Alla en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcareas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascaron'… Y empece a darme cuenta entonces de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la ciguena y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillos y los bloques de cemento y las montanas de piedra de la ciudad cambiaban cada dia y, con los anos, no quedaba alli un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecia, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro».

Esto ya expresa en mis personajes una actitud ante la vida y un desden explicito por un desarrollo desintegrador y deshumanizador, el mismo que induce al Nini, el nino sabio de Las Ratas, a decir a Rosalino, el Encargado, que le presenta el carburador de un tractor averiado, «de eso no se, senor Rosalino, eso es inventado». Esta respuesta displicente no envuelve un rechazo de la maquina, sino un rechazo de la maquina en cuanto obstaculo que se interpone entre los corazones de los hombres y entre el hombre y la Naturaleza. Mis personajes son conscientes, como lo soy yo, su creador, de que la maquina, por un error de medida, ha venido a calentar el estomago del hombre pero ha enfriado su corazon. Asi, cuando Juan Gualberto, el Barbas, protagonista de La caza de la perdiz roja, se dirige a su interlocutor, el cazador, y le dice: «Desenganese, Jefe, los hombres de hoy no tienen paciencia. Si quieren ir a America, agarran el avion y se plantan en America en menos tiempo del que yo tardo en aparejar el macho para ir a Villagina. Y yo digo, si van con estas prisas, ?como c… van a tener paciencia para buscar la perdiz, levantarla, cansarla y matarla luego, despues de comerse un taco tranquilamente a la abrigada charlando de esto y de lo otro?», cuando el Barbas dice esto, repito, con su filosofia directa y socarrona, esta exaltando lo natural frente al artificio avasallador de la tecnica, esta condenando los apremios contemporaneos, el automatismo y la falta de comunicacion. En una palabra, esta rechazando una torpe idea de progreso que, para empezar, ha dejado su pueblo deshabitado. El Barbas, como el resto de mis personajes, buscan asideros estables y creen encontrarlos en la Naturaleza. El viejo Isidoro regresa de America con la ilusion obsesiva de encontrar su pueblo como lo dejo. A su modo, intuye que el verdadero progresismo ante la Naturaleza, como dice Aquilino Duque, es el conservadurismo. En rigor, una constante de mis personajes urbanos es el retorno al origen, a las raices, particularmente en momentos de crisis: Pedro, protagonista de La sombra del cipres, refugia en el mar su misoginia; Sebastian, de Aun es de dia, escapa al campo para ordenar sus reflexiones; Sisi, el hijo de Cecilio Rubes, descubre en la Naturaleza el sentido de la vida; a la Desi, la criada analfabeta de La Hoja Roja, la persigue su infancia rural corno la propia sombra… Esta actitud se hace pasion en Lorenzo, cazador y emigrante, quien en un rapto de exaltacion, ante el anuncio de una nueva primavera, escribe en su Diario: «El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera habia ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viro al guiparnos. Volaba tan reposada que la vi a la perfeccion el collaron rojo y las timoneras picudas… Era un espectaculo. Asi, como nosotros, debio de sentirse Dios al terminar de crear el mundo».

Mis personajes hablan poco, cierto, son mas contemplativos que locuaces, pero antes que como recurso para conservar su individualismo, como dice Buckley, es por escepticismo, porque han comprendido que a fuerza de degradar el lenguaje lo hemos inutilizado para entendernos. De ahi que el Ratero se exprese por monosilabos; Menchu en un monologo interminable, absolutamente vacio; y Jacinto San Jose trate de inventar un idioma que lo eleve sobre la mediocridad circundante y evite su aislamiento. Mis personajes no son, pues, asociales, insociables ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frio, es cierto, pero, simultaneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del mas fuerte, dejara ineluctablemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los debiles. Y aunque un dia llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda -no ya en cuanto semejantes sino en cuanto perturbadores de su placida digestion- siempre estara ausente de ella el calor. «El hombre es un ser vivo en equilibrio con los demas seres vivos», ha dicho Faustino Cordon. Y asi debiera ser, pero nosotros, nuestro progreso despiadado, ha roto este equilibrio con otros seres y de unos hombres con otros hombres. De esta manera son muchas las criaturas y pueblos que, por expresa renuncia o porque no pudieron, han dejado pasar el tren de la abundancia y han quedado marginados. Son seres humillados y ofendidos – la Desi, el viejo Eloy, el tio Ratero,el Barbas, Pacifico, Sebastian…- que inutilmente esperan, aqui en la Tierra, algo de un Dios eternamente mudo y de un projimo cada dia mas remoto. Estas victimas de un desarrollo tecnologico implacable, buscan en vano un hombro donde apoyarse, un corazon amigo, un calor, para constatar, a la postre, como el viejo Eloy de La Hoja Roja, que «el hombre al meter el calor en un tubo creyo haber resuelto el problema pero, en realidad, no hizo sino crearlo porque era inconcebible un fuego sin humo y de esta manera la comunidad se habia roto».

Seguramente esta estimacion de la sociedad en que vivimos es lo que ha motivado a Francisco Umbral y Eugenio de Nora a atribuir a mis escritos un sentido moral. Y, en verdad, es este sentido moral lo unico que se me ocurre oponer, como medida de urgencia, a un progreso cifrado en el constante aumento del nivel de vida. A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y, en consecuencia, de preservar la integridad del Hombre y de la Naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral universal. Esta conciencia moral Universal, fue, por encima del dinero y de los intereses politicos, la que detuvo la intervencion americana en el Vietnam y la que viene exigiendo juego limpio en no pocos lugares de la Tierra. Esta conciencia, que encarno preferentemente en un amplio sector de la juventud, que ha heredado un mundo sucio en no pocos aspectos, justifica mi esperanza. Muchos jovenes del este y del oeste reclaman hoy un mundo mas puro, seguramente, como dice Burnet, por ser ellos la primera generacion con DDT en la sangre y estroncio 90 en sus huesos.

Porque si la aventura del progreso, tal como hasta el dia la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente, en un aumento de la violencia y la incomunicacion; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitucion de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotacion del hombre por el hombre y la exaltacion del dinero, en ese caso, yo, gritaria ahora mismo, con el protagonista de una conocida cancion americana: «?Que paren la Tierra, quiero apearme!»

Miguel Delibes

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