Miguel Delibes

El Mundo En La Agonia

© Miguel Delibes, 1975

CIRCULO DE LECTORES

«Nacio en Valladolid en 1920, y alli sigue viviendo. No se que pone en su documento de identidad. Podria poner muchas cosas: Licenciado en Derecho; Profesor Mercantil: Intendente Mercantil; Catedratico de la Escuela de Comercio de su ciudad natal; podria poner tambien: Ex director de El Norte de Castilla-, por supuesto, podria poner: Escritor.» De este modo presentaba Julian Marias a Delibes en el acto de ingreso de este en la Real Academia Espanola. Y proseguia: «Tres son las direcciones principales en que se ha realizado su obra. La primera es una version nueva de la novela estrictamente narrativa, minuciosa, de tecnica realista. La segunda, que es la que asociamos sobre todo con el nombre de Delibes, tiene un acusado matiz costumbrista y una predileccion por los tipos populares, elementales, toscos y a la vez entranables, y un uso a fondo del lenguaje coloquial, sobre todo del habla rural. La tercera descubre una preocupacion social, un fondo de inquietud por los problemas del mundo actual, un malestar ante lo que amenaza la libertad o la justicia o la posibilidad de una vida espontanea y con sentido.»

El mundo en la agonia pertenece a esta tercera tendencia de la obra de Delibes. Es una reflexion sobre el sentido del autentico progreso, sobre la necesidad de no destruir, bajo su invocacion, elementos tan valiosos y bellos como el paisaje, las aguas, las especies animales y vegetales, las diversas formas de vida… Es un premonitorio grito de alarma y de angustia ante los peligros que se ciernen sobre la Naturaleza y la vida, pero tambien una llamada que apela a la conciencia moral universal. «Esta conciencia, que encarno preferentemente en un amplio sector de la juventud, justifica mi esperanza», dira finalmente Delibes.

I EL SENTIDO DEL PROGRESO DESDE MI OBRA

Debo reconocer que la eleccion de tema para mi discurso de ingreso a la Academia no me ha sido facil. El caracter literario de la misma, me empujaba, casi fatalmente, en este sentido. Pero, ?como meterme en literaturas ante un auditorio tan competente en esta materia? Estaba, por otra parte, la actitud de mis companeros periodistas, despues de mi eleccion, poniendo el acento en mi vocacion campestre; «Un cazador a la Academia», «Del campo a la Academia», «Un cazador que escribe», fueron titulares frecuentes en diarios y revistas en aquella efemerides. ?No estarian ellos, al sentar estas afirmaciones verdaderas, abriendome el cauce por donde mis palabras deberian discurrir? ?Por que no traer a la Academia una de las preocupaciones fundamentales, si no la principal, que ha inspirado desde hace cinco lustros mi carrera de escritor? ?No es mi concepto del progreso algo que esta en palmaria contradiccion con lo que viene entendiendose por progreso en el mundo de nuestros dias? ?Por que no aprovechar este acceso a tan alto auditorio para unir mi voz a la protesta contra la brutal agresion a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnologia desbridada?

He aqui, en pocas palabras, la genesis de mi discurso de esta tarde. Cuando hace cinco lustros escribi mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel, el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequena villa para integrarse en el rebano de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querian admitir que a lo que renunciaba Daniel, el Mochuelo, era a convertirse en complice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional. Posteriormente mi oposicion al sentido moderno del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo mas acre y radical hasta abocar a mi novela Parabola del naufrago, donde el poder del dinero y la organizacion -quintaesencia de este progreso- termina por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la quimica y la mecanica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad. En esta fabula venia a sintetizar mi mas honda inquietud actual, inquietud que, humildemente, vengo a compartir con unos centenares -pocos- de naturalistas en el mundo entero. Para algunos de estos hombres la Humanidad no tiene sino una posibilidad de Supervivencia, segun declararon en el Manifiesto de Roma: frenar su desarrollo y organizar la vida comunitaria sobre bases diferentes a las que hasta hoy han prevalecido. De no hacerlo asi, consumaremos el suicidio colectivo en un plazo relativamente breve. Su razonamiento es simple. La industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo, propende a desarrollarse en complejos cada vez mas amplios, con lo que dia llegara en que la Naturaleza sea sacrificada a la tecnologia. Pero si el hombre precisa de aquella, es obvio que se impone un replanteamiento. Nace asi el Manifiesto para la Supervivencia, un programa que, pese a sus ribetes utopicos, es a juicio de los firmantes la unica alternativa que le queda al hombre contemporaneo. Segun el, el hombre debe retornar a la vida en pequenas comunidades autoadministradas y autosuficientes, los paises evolucionados se impondran el «desarrollo cero» y procuraran que los pueblos atrasados se desarrollen equilibradamente sin incurrir en sus errores de base. Esto no supondria renunciar a la tecnica, sino embridarla, someterla a las necesidades del hombre y no imponerla como meta. De esta manera, la actividad industrial no vendria dictada por la sed de poder de un capitalismo de Estado ni por la codicia veleidosa de una minoria de grandes capitalistas. Seria un servicio al hombre, con lo que automaticamente dejarian de existir paises imperialistas y paises explotados. Y, simultaneamente, se procuraria armonizar Naturaleza y tecnica de forma que esta, aprovechando los desperdicios organicos, pudiera cerrar el ciclo de produccion de manera racional y ordenada. Tales conquistas y tales frenos, de los cuales apenas se advierten atisbos en los paises mejor organizados, imprimirian a la vida del hombre un sentido distinto y alumbrarian una sociedad estable, donde la economia no fuese el eje de nuestros desvelos y se diese preferencia a otros valores especificamente humanos.

Esto, senores academicos, es quiza, lo que yo intuia vagamente, al escribir mi novela El camino en 1949 cuando Daniel, mi pequeno heroe, se resistia a integrarse en una sociedad despersonalizadora, pretendidamente progresista, pero, en el fondo, de una mezquindad irrisoria. Y esta intuicion, senores academicos, cuyos principios, autenticamente revolucionarios, acaban de ser formulados por un plantel respetable de sabios humanistas, es lo que indujo a algunos comentaristas a tachar de reaccionaria mi postura. Han sido suficientes cinco lustros para demostrar lo contrario, esto es, que el verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada dia mas cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilizacion de la tecnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia.

He aqui mi credo y, por hacerlo comprender, vengo luchando desde hace veinticinco anos. Pero, a la vista de estos postulados, ?es serio afirmar que la actual orientacion del progreso es la congruente? Si progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamiento en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en que medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica. El hombre, ciertamente, ha llegado a la Luna pero en su organizacion politico-social continua anclado en una ardua disyuntiva: la explotacion del hombre por el hombre o la anulacion del individuo por el Estado. En este sentido no hemos avanzado un paso. Los esfuerzos inconexos de algunos idealistas -Dubcek 1968 y Allende 1973- no han servido practicamente de nada. A pesar de nuestros avances de todo orden, en politica, la experimentacion constituye un privilegio mas de los fuertes. Perfil semejante, aun mas negativo, nos ofrece el tan cacareado progreso economico y tecnologico. El hombre, arrullado en su confortabilidad, apenas se preocupa del entorno. La actitud del hombre contemporaneo se asemeja a la de aquellos tripulantes de un navio que, cansados de la angostura e incomodidad de sus camarotes, decidieran utilizar las cuadernas de la nave para ampliar aquellos y amueblarlos suntuosamente. Es incontestable que, mediante esta actitud, sus particulares condiciones de vida mejorarian, pero, ?por cuanto tiempo? ?Cuantas horas tardaria este buque en irse a pique - arrastrando a culpables e inocentes- una vez que esos tripulantes irresponsables hubieran destruido la arquitectura general de la nave para retinar sus propios compartimientos? He aqui la madre del cordero. Porque ahora que hemos visto suficientemente claro que nuestro barco se hunde -y a tratar de aclararlo un poco mas aspiran mis palabras-, ?no seria progresar el admitirlo y afrontar los oportunos remedios para evitarlo?

El hombre, obcecado por una pasion dominadora, persigue un beneficio personal, ilimitado e inmediato y se desentiende del futuro. Pero, ?cual puede ser, presumiblemente, ese futuro? Negar la posibilidad de mejorar y, por lo tanto, el progreso, seria por mi parte una ligereza; condenarlo, una necedad. Pero si cabe denunciar la direccion torpe y egoista que los rectores del mundo han impuesto a ese progreso. Asi, quede bien claro que cuando a lo largo de mis palabras de esta noche yo me refiera al progreso para ponerlo en tela de juicio o recusarlo, no es al progreso estabilizador y humano -y, en consecuencia, deseable- al que me refiero, sino al sentido que se obstinan en imprimir al progreso las sociedades llamadas civilizadas.

II EL PROGRESO Y SUS EFECTOS DE CULATAZO

Todos estamos acordes en que la Ciencia aplicada a la tecnologia ha cambiado, o seguramente seria mejor decir revolucionado, la vida moderna. En pocos anos se ha demostrado que el ingenio del hombre, como sus necesidades, no tienen limites. El espiritu de invencion y el refinamiento de lo inventado arrumban objetos que hace apenas tres o cuatro anos nos parecian insuperables. En la actualidad disponemos de cosas que no ya nuestros abuelos, sino nuestros padres hace apenas cinco lustros ni hubieran podido imaginar. El cerebro humano camina muy de prisa en el conocimiento de su entorno. El control de las leyes fisicas ha hecho posible un viejo sueno de la Humanidad: someter a la Naturaleza. No obstante, todo progreso, todo impulso hacia adelante comporta un retroceso, un paso atras, lo que en terminos cinegeticos, jerga que a mi me es muy cara, llamariamos el culatazo. Y la fisica nos dice que este culatazo es tanto mayor cuanto mas ambicioso sea el lanzamiento. Esto presupone que tanto la tecnica como la quimica, como muchos remedios de botica, sabemos lo que quitan pero ignoramos lo que ponen, siquiera no se nos oculta que, en muchas ocasiones, el enves de aquellas, sus aspectos negativos, se emparejan, cuando no superan, a los aspectos positivos. Pongamos por caso el DDT. Este descubrimiento alivio, como es sabido, a los soldados de la segunda guerra mundial de la plaga de los parasitos y, una vez firmada la paz, su aplicacion en la lucha contra la malaria y otras enfermedades tropicales confirmo su eficacia. La Humanidad no oculto su entusiasmo; al fin estaba en camino de encontrar la panacea, el remedio para sus males. Bastaron, sin embargo, unos pocos anos para descubrir la contrapartida, esto es, los efectos del culatazo. Hoy, incluso los escolares de buena parte del mundo saben que este insecticida, en virtud de un proceso que ya nos resulta familiar, se ha incorporado a los organismos animales sin excluir al hombre hasta el punto de que analisis de la leche de jovenes madres efectuados por biologos companeros de mis propios hijos han demostrado que nuestros lactantes son amamantados, en proporcion no desdenable, con DDT. Los suecos, gente amante de las estadisticas, nos dicen que la leche de algunas mujeres de aquel pais contiene un 70% mas de insecticida que el nivel tolerado por la Salubridad Publica para la leche de vaca.

Algo semejante cabria decir de algunas conquistas tecnicas encaminadas a satisfacer los viejos anhelos de ubicuidad del hombre: automoviles, aviones, cohetes interplanetarios. Tales invenciones aportan, sin duda, ventajas al dotar al hombre de un tiempo y una capacidad de maniobra impensables en su condicion de bipedo, pero, ?desconocemos, acaso, que un aparato supersonico que se desplaza de Paris a Nueva York consume durante las seis horas de vuelo una cantidad de oxigeno aproximada a la que, durante el mismo tiempo, necesitarian 25.000 personas

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