padre, y Goyo, voceaban ya aunque en torno se alzara el silencio y se sintiese incluso el murmullo del agua en los sauces de la ribera.

El sol rozo la linea del horizonte y el Senderines dejo el barro, se puso en pie, y se sacudio formalmente las posaderas. En la base del cerro que hendia al sol se alzaban las blancas casitas de los obreros de la C.E.S.A. y en torno a ellas se elevaba como una niebla de polvillo blanquecino. El nino contemplo un instante el agua de la balsa, repentinamente oscurecida en contraste con los tesos de greda, aun deslumbrantes, en la ribera opuesta. Sobre la superficie del rio flotaban los residuos de la fabrica como espumas de jabon, y los cinifes empezaban a desperezarse entre las frondas de la orilla. El Senderines permanecio unos segundos inmovil al sentir el zumbido de uno de ellos junto a Si. De pronto se disparo una palmada en la mejilla y al notar bajo la mano el minusculo accidente comprendio que habia hecho blanco y sonrio. Con los dedos indice y pulgar recogio los restos del insecto y los examino cumplidamente; no habia picado aun; no tenia sangre. La cabecera de la cama del nino constituia un muestrario de minusculas manchas rojas. Durante el verano su primera manifestacion de vida, cada manana, consistia en ejecutar a los mosquitos que le habian atacado durante el sueno. Los despachurraba uno a uno, de un seco palmetazo y luego se recreaba contemplando la forma y la extension de la mancha m la pared y su imaginacion recreaba figuras de animales. Jamas le traiciono su fantasia. Del palmetazo siempre salia algo y era aquella para el la mas fascinante coleccion. Las noches humedas sufria un desencanto. Los mosquitos no abandonaban la fronda del rio y en consecuencia, el nino, al despertar paseaba su redonda mirada avida, inutilmente, por los cuatro lienzos de pared mal encalada.

Se limpio los dedos al pantalon y entro en la casa. Sin una causa aparente, experimento, de subito, la misma impresion que el dia que los cilindros de la fabrica dejaron repentinamente de funcionar. Presintio que algo fallaba en la penumbra aunque, de momento no acertara a precisar que. Hizo un esfuerzo para constatar que la Central seguia en marcha y acto seguido se pregunto que echaba de menos dentro del habitual orden de su mundo. Trinidad dormia sobre el lecho y a la declinante luz del crepusculo el nino descubrio, una a una, las cosas y las sombras que le eran familiares. Sin embargo, en la estancia aleteaba una fugitiva sombra nueva que el nino no acertaba a identificar. Le parecio que Trinidad estaba despierto, dada su inmovilidad excesiva, y penso que aguardaba a reconvenirle por algo y el nino, agobiado por la tension, decidio afrontar directamente su mirada:

– Buenas tardes, padre -dijo, aproximandose a la cabecera del lecho.

Permanecio clavado alli, inmovil, esperando. Mas Trino no se entero y el nino parpadeaba titubeante, poseido de una sumisa confusion. Apenas divisaba a su padre, de espaldas a la ventana; su rostro era un indescifrable juego de sombras. Precisaba, no obstante, su gran masa afirmando el peso sobre el jergon. Su desnudez no le turbaba. Trino le dijo dos veranos antes: «Todos los hombres somos iguales.» Y, por vez primera, se tumbo desnudo sobre el lecho y al Senderines no le deslumbro sino el oscuro misterio del vello. No dijo nada ni pregunto nada porque intuia que todo aquello, como la misma necesidad de trabajar, era una primaria cuestion de tiempo. Ahora esperaba, como entonces, y aun demoro unos instantes el dar la luz; y lo hizo cuando estuvo persuadido de que su padre no tenia nada que decirle. Pulso el conmutador y al hacerse la claridad en la estancia bajo la noche a la ventana, Entonces se volvio y distinguio la mirada queda y mecanica del padre; sus ojos desorbitados y vidriosos. Estaba inmovil como una fotografia. De la boca, crispada pateticamente, escurria un hilillo de baba, junto al que reposaban dos moscas. Otra inspeccionaba confiadamente los orificios de su nariz. El Senderines supo que su padre estaba muerto, porque no habia estornudado. Torpe, mecanicamente fue reculando hasta sentir en el trasero el golpe de la puerta. Entonces volvio a la realidad. Permanecio inmovil, indeciso, mirando sin pestanear el cadaver desnudo. A poco retorno lentamente sobre sus pasos, levanto la mano y espanto las moscas, poniendo cuidado en no tocar a su padre. Una de las moscas torno sobre el cadaver y el nino la volvio a espantar. Percibia con agobiadora insistencia el latido de la Central y era como una paradoja aquel latido sobre un cuerpo muerto. Al Senderines le suponia un notable esfuerzo pensar; practicamente se agotaba pensando en la perentoria necesidad de pensar. No queria sentir miedo, ni sorpresa. Permanecio unos minutos agarrado a los pies de hierro de la cama, escuchando su propia respiracion. Trino siempre aborrecio que el tuviese miedo y aun cuando en la vida jamas se esforzo el Senderines en complacerle, ahora lo deseaba porque era lo ultimo que podia darle. Por primera vez en la vida, el nino o se sentia ante una responsabilidad y se esforzaba en ver en aquellos ojos enloquecidos, en la boca pavorosamente inmovil, los rasgos familiares. De subito, entre las pajas del borde del camino empezo a cantar un grillo cebollero y el nino se sobresalto, aunque el canto de los cebolleros de ordinario le agradaba. Descubrio al pie del lecho las ropas del padre y con la vision le asalto el deseo apremiante de vestirle. Le avergonzaba que la gente del pueblo pudiera descubrirle asi a la manana siguiente. Se agacho junto a la ropa y su calor le estremecio. Los calcetines estaban humedos y agujereados, conservaban aun la huella de un pie vivo, pero el nino se aproximo al cadaver, con los ojos levemente espantados, y desmanotadamente se los puso. Ahora sentia en el pecho los duros golpes del corazon, lo mismo que cuando tenia calentura. El Senderines, evitaba pasar la mirada por el cuerpo desnudo. Acababa de descubrir que metiendose de un golpe en el miedo, cerrando los ojos y apretando la boca, el miedo huia como un perro acobardado.

Vacilo entre ponerle o no los calzoncillos, cuya finalidad le parecia inutil, y al fin se decidio por prescindir de ellos porque nadie iba a advertirlo. Tomo los viejos y parcheados pantalones de dril e intento levantar la pierna derecha de Trinidad, sin conseguirlo. Deposito, entonces, los pantalones al borde de la cama y tiro de la pierna muerta hacia arriba con las dos manos, mas cuando solto una de ellas para aproximar aquellos, el peso le vencio y la pierna se desplomo sobre el lecho, pesadamente. A la puerta de la casa, dominando el sordo bramido de la Central, cantaba enojosamente el grillo. De los trigales llegaba amortiguado el golpeteo casi mecanico de una codorniz. Eran los ruidos de cada noche y el Senderines, a pesar de su circunstancia, no podia darles una interpretacion distinta. El nino empezo a sudar. Habia olvidado el significado de sus movimientos y solo reparaba en la resistencia fisica que se oponia a su quehacer. Se volvio de espaldas al cadaver, con la pierna del padre prendida por el tobillo y de un solo esfuerzo consiguio montarla sobre su hombro derecho. Entonces, comodamente, introdujo el pie por la pernera y repitio la operacion con la otra pierna. El Senderines sonreia ahora, a pesar de que el sudor empapaba su blusa y los rufos cabellos se le adherian obstinadamente a la frente. Ya no experimentaba temor alguno, si es caso el temor de tropezar con un obstaculo irreductible. Recordo subitamente, como, de muy nino, apremiaba a su padre para que le explicase la razon de llamarle Senderines. Trino aun no habia perdido su confianza en el. Le decia:

– Siempre vas buscando las veredas como los conejos; eres lo mismo que un conejo.

Ahora que el Senderines intuia su abandono lamento no haberle preguntado cuando aun era tiempo su verdadero nombre. El no podria marchar por el mundo sin un nombre cristiano, aunque en realidad ignorase que clase de mundo se abria tras el teso pelado que albergaba a los obreros de la C.E.S.A. La carretera se perdia alli y el habia oido decir que la carretera conducia a la ciudad. Una vez le pregunto a Conrado que habia detras del teso y Conrado dijo:

– Mejor es que no lo sepas nunca. Detras esta el pecado.

El Senderines acudio a Canor durante las Navidades. Canor le dijo abriendo desmesuradamente los ojos:

– Estan las luces y los automoviles y mas hombres que canas en ese rastrojo.

Senderines no se dio por satisfecho:

– ?Y que es el pecado? -demando con impaciencia.

Canor se santiguo. Agrego confidencialmente:

– El maestro dice que el pecado son las mujeres.

El Senderines se imagino a las mujeres de la ciudad vestidas de luto y con una calavera amarilla prendida sobre cada pecho. A partir de entonces, la proximidad de la Ovi, con sus brazos deformes y sus parpados rojos, le sobrecogia.

Habia conseguido levantar los pantalones hasta los muslos velludos de Trino y ahi se detuvo. Jadeaba. Tenia los deditos horizontalmente cruzados delincas rojas, como los muslos cuando se sentaba demasiado tiempo sobre las costuras del pantalon. Su padre le parecia de pronto un extrano. Su padre se murio el dia que le mostro la fabrica y el rompio a llorar al ver las turbinas negras y las calaveras. Pero esto era lo que quedaba de el y habia que cubrirlo. El debia a su padre la libertad, ya que todos los padres que el conocia habian truncado la libertad de sus hijos enviandolos al taller o a la escuela El suyo no le privo de su libertad y el Senderines no indagaba los motivos; agradecia a su padre el hecho en si.

Intento levantar el cadaver por la cintura, en vano. La codorniz cantaba ahora mas cerca. El Senderines se limpio el sudor de la frente con la bocamanga. Hizo otro intento. «Caguen» -murmuro-, De subito se sentia impotente; presentia que habia alcanzado el tope de sus posibilidades. Jamas lograria colocar los pantalones en su sitio, Instintivamente poso la mirada en el rostro del padre y vio en sus ojos todo el espanto de la muerte. El nino, por primera vez en la noche, experimento unos atropellados deseos de llorar. «Algo le hace dano en alguna parte», penso. Pero no lloro por no aumentar su dano, aunque le empujaba a hacerlo la conciencia de que no podia aliviarlo. Levanto la cabeza y volvio los ojos atemorizados por la pieza. El Senderines reparo en la noche y en su soledad. Del cauce ascendia el rumor fragoroso de la Central acentuando el silencio y el nino se sintio desconcertado. Instintivamente se separo unos metros de la cama; durante largo rato permanecio en pie, impasible, con los escualidos bracitos desmayados a lo largo del cuerpo. Necesitaba una voz y sin pensarlo mas se acerco a la radio y la conecto. Cuando nacio en la estancia y se fue agrandando una voz nasal ininteligible, el Senderines clavo sus ojos en los del muerto y todo su cuerpecillo se tenso. Apago el receptor porque se le hacia que era su padre quien hablaba de esa extrana manera. Intuyo que iba a gritar y paso a paso fue reculando sin cesar de observar el cadaver.

Cuando noto en la espalda el contacto de la puerta suspiro y sin volverse busco a tientas el pomo y abrio aquella de par en par.

Salio corriendo a la noche. El cebollero dejo de cantar al sentir sus pisadas en el sendero. Del rio ascendia una brisa tibia que enfriaba sus ropas humedas. Al alcanzar el almorron el nino se detuvo. Del otro lado del campo de trigo veia brillar la luz de la casa de Goyo. Respiro profundamente. El le ayudaria y jamas descubriria a nadie que vio desnudo el cuerpo de Trino. El grillo reanudo timidamente el cri-cri a sus espaldas Segun caminaba, el Senderines descubrio una lucecita entre los yerbajos de la vereda. Se detuvo, se arrodillo en el suelo y aparto las pajas. «Oh, una luciernaga» -se dijo, con una alegria desproporcionada. La tomo delicadamente entre sus dedos y con la otra mano extrajo trabajosamente del bolsillo del pantalon una cajita de betun con la cubierta horadada. Levanto la cubierta con cuidado y la encerro alli. En la linde del trigal tropezo con un monton de piedras. Algunas, las mas blancas, casi fosforescian en las tinieblas. Tomo dos y las hizo chocar con fuerza. Las chispas se desprendian con un gozoso y efimero resplandor. La llamada insolente de la codorniz, a sus pies, le sobresalto. El Senderines continuo durante un rato frotando las piedras hasta que le dolieron los brazos de hacerlo; solo entonces se llego a la casa de Goyo y llamo con el pie.

La Ovi se sorprendio de verle.

– ?Que pintas tu aqui a estas horas? -dijo-. Me has asustado.

El Senderines, en el umbral, con una piedra en cada mano, no sabia que responder. Vio desplazarse a Goyo al fondo de la habitacion, desenmaranando un sedal:

– ?Ocurre algo? -voceo desde dentro.

A el Senderines le volvio inmediatamente la lucidez. Dijo:

– ?Es que vas a pescar lucios manana?

– Bueno -gruno Goyo aproximandose-. No te habra mandado tu padre a estas horas a preguntar si voy a pescar manana o no, ?verdad?

A el Senderines se le quebro la sonrisa en los labios Denego con la cabeza, obstinadamente. Balbucio al fin:

– Mi padre ha muerto.

La Ovi, que sujetaba la puerta, se llevo ambas manos a los labios:

– ?Ave Maria! ?Que dices? -dijo. Habia palidecido.

Dijo Goyo:

– Anda, pasa y no digas disparates. ?Que esperas ahi a la puerta con una piedra en cada mano? ?Donde llevas esas piedras? ?Estas tonto?

El Senderines se volvio y arrojo los guijarros a lo oscuro, hacia la linde del trigal, donde la codorniz cantaba. Luego franqueo la puerta y conto lo que habia pasado. Goyo estallo; hablaba a voces con su mujer, con la misma tranquilidad que si el Senderines no existiese:

– Ha reventado, eso. ?Para que crees que tenemos la cabeza sobre los hombros? Bueno, pues a Trino le sobraba. Esta tarde disputo con Baudilio sobre quien de los dos comia mas. Pago Baudilio, claro. Y ?sabes que se comio el Trino? Dos docenas de huevos para empezar; luego se zampo un cochinillo y hasta royo los huesos y todo. Yo le decia: «Para ya.» Y ?sabes que me contesto? Me dice: «Tu a esconder, marrano.» Se habia metido ya dos litros de vino y no sabia lo que se hacia. Y es lo que yo me digo, si no saben beber es mejor que no lo hagan. Le esta bien empleado ?eso es todo lo que se me ocurre!

Goyo tenia los ojos enloquecidos, y segun hablaba, su voz adquiria unos tremolos extranos. Era distinto a cuando pescaba. En todo caso tenia cara de pez. De repente se volvio al nino, le tomo de la mano y tiro de el brutalmente hacia dentro de la casa. Luego empujo la puerta de un puntapie. Voceo, como si el Senderines fuera culpable de algo:

– Luego me ha dado dos guantadas ?sabes? Y eso no se lo perdono yo ni a mi padre, que gloria haya. Si no sabe beber que no beba. Al fin y al cabo yo no queria jugar y el me obligo a hacerlo. Y si le habia ganado la apuesta a Baudilio, otras veces tendremos que perder, digo yo. La vida es asi. Unas veces se gana y otras se pierde. Pero el, no. Y va y me dice: «?Tienes triunfo?» Y yo le digo

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