Al llegar al sendero, el viejo se volvio al nino:

– Si invitaras a la boda de tu padre no estarias solo -dijo-. Nunca comi yo tanto chocolate como en la boda de mi madre. Habia alli mas de cuatro docenas de invitados. Bueno, pues, luego se murio ella y alli nadie me conocia. ?Sabes por que, hijo? Pues porque no habia chocolate.

El nino daba dos pasos por cada zancada del hombre, que andaba bamboleandose como un veterano contramaestre. Carraspeo, hizo como si masticase algo y por ultimo escupio con fuerza. Seguidamente pregunto:

– ?Sabes escupir por el colmillo, hijo?

– No -dijo el nino

– Has de aprenderlo. Un hombre que sabe escupir por el colmillo ya puede caminar solo por la vida.

El Pernales sonreia siempre. El nino le miraba atonito; se sentia fascinado por los huecos de la boca del otro.

– ?Como se escupe por el colmillo? -pregunto, interesado. Comprendia que ahora que estaba solo en el mundo le convenia aprender la tecnica del dominio y la sugestion.

El hombre se agacho y abrio la boca y el nino metio la nariz por ella, pero no veia nada y olia mal. El Pernales se irguio:

– Esta oscuro aqui, en casa te lo dire.

Mas en la casa dominaba la muda presencia de Trino, inmovil, sobre la cama. Sus miembros se iban aplomando y su rostro, en tan breve tiempo, habia adquirido una tonalidad cerea. El Pernales, al cruzar ante el, se descubrio e hizo un borroso ademan, como si se santiguara.

– ?Ahi va! -dijo-. No parece el; esta como mas flaco.

Al nino, su padre muerto le parecia un gigante. El Pernales diviso la mancha que habia junto al embozo.

– Ha reventado ?eh?

Dijo el Senderines:

– Decia el doctor que solo se mueren los flacos.

– ?Vaya! -respondio el hombre-. ?Eso dijo el doctor?

– Si -prosiguio el nino.

– Mira -agrego el Pernales-. Los hombres se mueren por no comer o por comer demasiado.

Intento colocar los pantalones en la cin tura del muerto sin conseguirlo. De repente reparo en el montoncito de yerbas con la luciernaga:

– ?Quien coloco esta porqueria ahi? – dijo

– ?No lo toques!

– ?Fuiste tu?

– Si.

– ?Y que pinta eso aqui?

– ?Nada; no lo toques!

El hombre sonrio.

– ?Echa una mano! -dijo-. Tu padre pesa como un camion.

Concentro toda su fuerza en los brazos y por un instante levanto el cuerpo, pero el nino no acerto a coordinar sus movimientos con los del hombre:

– si estas pensando en tus juegos no adelantaremos nada -gruno-. Cuando yo levante, echa la ropa hacia arriba, si no no acabaremos nunca.

De pronto el Pernales reparo en el despertador en la repisa y se fue a el derechamente.

– ?Dios! -exclamo-. ?Ya lo creo que es bonito el despertador! ?Sabes, hijo, que yo siempre quise tener un despertador igualito a este?

Le puso o a sonar y su sonrisa desdentada se distendia conforme el timbre elevaba su estridencia. Se rasco la cabeza.

– Me gusta -dijo-. Me gusta por vivir.

El nino se impacientaba. La desnudez del cuerpo de Trinidad, su palidez de cera, le provocaban el vomito. Dijo:

– Te dare tambien el despertador si me ayudas a vestirle.

– No se trata de eso ahora, hijo -se apresuro el Pernales-. Claro que yo no voy a quitarte la voluntad si tienes el capricho de obsequiarme, pero yo no te he pedido nada, porque el Pernales si mueve una mano no extiende la otra para que le recompensen. Cuando el interes mueve a los hombres, el mundo marcha mal; es cosa sabida.

Sus ojillos despedian unas chispitas socarronas. Canto la codorniz en el trigo y el Pernales se aquieto. Al concluir el ruido y reanudarse el monotono rumor de la Central, guino un ojo.

– Este va a ser un buen ano de codornices -dijo-. ?Sentiste con que impaciencia llama la tia?

El nino asintio sin palabras y volvio los ojos al cadaver de su padre. Pero el Pernales no se dio por aludido.

– ?Donde esta el traje y los zapatos que me vas a regalar? -pregunto-. El Senderines le llevo al armario.

– Mira -dijo.

El hombre palpaba la superficie de la tela con sensual delectacion.

– ?Vaya, si es un terno de una vez! -dijo-. Listado y color chocolate como a mi me gustan. Con el puesto no me va a conocer ni mi madre.

Sonreia. Agrego:

– La Paula, alla arriba, se va a quedar de una pieza cuando me vea, Es estirada como una marquesa, hijo. Yo la digo:

«Paula, muchacha, ?donde te pondremos que no te cague la mosca?» Y ella se enfada. Ji, ji, ji.

El Pernales se descalzo la vieja sandalia e introdujo su pie descalzo en uno de los zapatos.

– Me bailan, hijo. Tu puedes comprobarlo. -Sus facciones, bajo la barba, adoptaron una actitud entre preocupada y perpleja-: ?Que podemos hacer?

El nino reflexiono un momento.

– Ahi tiene que haber unos calcetines de listas amarillas -dijo al cabo-. Con ellos puestos te vendran los zapatos mas justos.

– Probaremos -dijo el viejo.

Saco los calcetines de listas amarillas del fondo de un cajon y se vistio uno. En la punta se le formaba una bolsa vacia.

– Me estan que ni pintados, hijo.

Sonreia. Se alzo el zapato y se lo abrocho; luego estiro la pierna y se contemplo con una picara expresion de complacencia. Parecia una estatua con un pedestal desproporcionado.

– ?Crees tu que Paula querra bailar conmigo, ahora, hijo?

A sus espaldas, Trino esperaba pacientemente, resignadamente, que cubriera su desnudez. A el Senderines empezaba a pesarle el sueno sobre las cejas. Se esforzaba en mantener los ojos abiertos y, a cada intento, experimentaba la sensacion de que los globos oculares se dilataban y oprimian irresistiblemente los huecos de sus cuencas. Inmovilidad La inmovilidad de Trino, el zumbido de la Central, la voz del Pernales, el golpeteo de la codorniz, eran incitaciones casi invencibles al sueno. Mas el sabia que era preciso conservarse despierto, siquiera hasta que el cuerpo de su padre estuviera vestido.

El Pernales se habia calzado el otro pie y se movia ahora con el equilibrio inestable de quien por primera vez calza zuecos. De vez en cuando, la confortabilidad inusitada de sus extremidades tiraba de sus pupilas y el entonces cedia, bajaba los ojos, y se recreaba en el milagro, con un asomo de vanidosa complacencia. Advirtio subitamente la impaciencia del pequeno, se rasco la cabeza y dijo:

– ?Vaaaya! A trabajar. No me distraigas hijo.

Se aproximo al cadaver e introdujo las dos manos bajo la cintura. Advirtio:

– Estate atento y tira del pantalon hacia arriba cuando yo le levante.

Pero no lo logro hasta el tercer intento. El sudor le chorreaba por las sienes. Luego, cuando abotonaba el pantalon, dijo, como para si:

– Es la primera vez que hago esto con otro hombre.

El Senderines sonrio hondo. Oyo la voz del Pernales.

– No querras que le pongamos la camisa nueva, ?verdad, hijo? Digo yo que de esa camisa te sacan dos para ti y aun te sobra tela para remendarla.

Regreso del armario con la camisa que Trino reservaba para los domingos. Agrego confidencialmente:

– Por mas que si te descuidas te cuesta mas eso que si te las haces nuevas.

Superpuso la camisa a sus harapos y miro de frente- al nino. Le guino un ojo y sonrio.

– Eh, ?que tal? -dijo.

El nino queria dormir, pero no queria quedarse solo con el muerto.

Anadio el Pernales:

– Salgo yo a la calle con esta camisa y la gente se piensa que soy un ladron. Sin embargo, me arriesgaria con gusto si supiera que la Paula va a aceptar un baile conmigo por razon de esta camisa. Y yo digo: ?Para que vas a malgastar en un muerto una ropa nueva cuando hay un vivo que la puede aprovechar?

– Para ti -dijo el nino a quien la noche pesaba ya demasiado sobre las cejas.

– Bueno, hijo, no te digo que no, porque este saco de poco te puede servir a ti, si no es para sacarle lustre a los zapatos.

Deposito la camisa flamante sobre una silla, tomo la vieja y sudada de la que Trino acababa de despojarse, introdujo su brazo bajo los sobacos del cadaver y le incorporo:

– Asi -dijo-. Metele el brazo por esa manga…, eso es.

La falta de flexibilidad de los miembros de Trino exasperaba al nino. El esperaba algo que no se produjo:

– No ha dicho nada -dijo, al concluir la operacion, con cierto desencanto.

El Pernales volvio a el sus ojos asombrados:

– ?Quien?

– El padre.

– ?Que querias que dijese?

– La Ovi dice que los muertos hablan y a veces hablan los gatos que estan junto a los muertos.

– ?Ah, ya! -dijo el Pernales.

Cuando concluyo de vestir al muerto-, destapo la botella y echo un largo trago. A continuacion la guardo en un bolsillo, el despertador en el otro y coloco cuidadosamente el traje y la camisa en el antebrazo. Permanecio unos segundos a los pies de la cama, observando el cadaver.

– Digo -dijo de pronto- que este hombre tiene los ojos y la boca tan abiertos como si hubiera visto al diablo. ?No probaste de cerrarselos?

– No -dijo el nino.

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