gigantes escualidos y, en invierno, los chicos, si no teniamos mejor cosa que hacer, subiamos a romper las jarrillas con los tiragomas. Pero, al parecer, cuando la guerra, los hombres de la ciudad dijeron que habia que repoblar, que si en Castilla no llovia era por falta de arboles, y que si los trigos no medraban era por falta de lluvia, y todos, chicos y grandes, se pusieron a la tarea, pero, pese a sus esfuerzos, el sol de agosto calcinaba los brotes y, al cabo de los anos, apenas arraigaron alli media docena de pinabetes y tres cipreses raquiticos. Mas en mi pueblo estan tan hechos a la escasez que ahora llaman a aquello, un poco fatuamente, la Pimpollada. Mas antes de ser aquello la Pimpollada y antes de traer la luz de Navalejos, Padre solia subir a aquel desierto siempre que se veia forzado a adoptar alguna resolucion importante. Don Justo del Espiritu Santo, el senor cura, que era companero de seminario de mi tio Remigio, el de Arrabal de Alamillo, decia de Padre que hacia la del otro y, al preguntarle quien era el otro, el respondia invariablemente que Mahoma. Y en el pueblo le decian Mahoma a Padre aunque nadie, fuera de mi y quiza don Benjamin que tenia un Hunter ingles para correr las liebres, sabia alli quien era Mahoma. Yo me se que Padre subio varias veces al paramo por causa mia, aunque en verdad yo no fuera culpable de sus disgustos, pues el hecho de que no quisiera estudiar ni trabajar en el campo no significaba que yo fuera un holgazan. Yo notaba en mi interior, desde chico, un anhelo exclusivamente contemplativo y tal vez por ello nunca me intereso el colegio, ni me intereso la petulancia del profesor, ni el tablero donde dibujaba con tizas de colores las letras y los numeros. Y un domingo que Padre se llego a la capital para sacarme de paseo, se tropezo en el patio con el Topo, mi profesor, y fue y le dijo: «?Que?». Y el maestro respondio: «Malo. De ahi no sacaremos nada; lleva el pueblo escrito en la cara». Para Padre aquello fue un mazazo y se diria por sus muecas y aspavimientos y el temblorcilio que le agarraba el labio inferior que le habia proporcionado la mayor contrariedad de su vida.

Por el verano el trataba de despertar en mi el interes y la aficion por el campo. Yo miraba a los hombres hacer y deshacer en las faenas y Padre me decia: «Vamos, ven aqui y echa una mano». Y yo echaba, por obediencia, una mano torpe e ineficaz. Y el me decia: «No es eso, memo. ?Es que no ves como hacen los demas?». Yo si lo veia y hasta lo admiraba porque habia en los movimientos de los hombres del campo un ritmo casi artistico y una eficacia palmaria, pero me aburria. Al principio pensaba que a mi me movia el orgullo y un mal calculado sentimiento de dignidad, pero cuando me fui conociendo mejor me di cuenta de que no habia tal sino una vocacion diferente. Y al cumplir los catorce, Padre me subio al paramo y me dijo: «Aqui no hay testigos. Reflexiona; ?quieres estudiar?». Yo le dije: «No». Me dijo: «?Te gusta el campo?». Yo le dije: «Si». El dijo: «?Y trabajar en el campo?». Yo le dije: «No». El entonces me sacudio el polvo en forma y, ya en casa, solto al Coqui y me tuvo cuarenta y ocho horas amarrado a la cadena del perro sin comer ni beber.

V – Los hermanos Hernando

El paramo de Lahoces desciende suavemente hacia Villalube del Pan y desde mi pueblo tiene dos accesos -uno por delante del cerro y otro por detras- por los que solo puede subirse a una de caballo. De la parte de mi pueblo el cueto queda flotando sobre los rastrojos y cuando le da la luz de cierta manera se pone turbio y agrisado como una ballena. Y a pesar de que el paramo queda mas proximo de Villalube del Pan que de mi pueblo, las tierras son nuestras y pertenecian cuando yo era chico a los hermanos Hernando. Hernando Hernando, el mayor de los tres, regentaba ademas la cantina del pueblo y despachaba un clarete casi incoloro que enganaba la vista porque bastaban tres vasos para apanar una borrachera. El vino ese le pisaban en los lagares de Marchamalo, a tres leguas de mi pueblo, y, al decir de los entendidos, no era recio tan solo por las uvas de sus bacillares, un verdejo sin pretensiones, sino porque los mozos trituraban la uva sin lavarse, con la acritud del sudor y del polvo aun agarrada a los pies. Bueno, pues los hermanos Hernando limpiaron el paramo de cascajo y luego sembraron el trigo en cerros, como es de ley, pero a los pocos anos lo sembraron a manta y recogieron una cosecha soberana. Y todos en el pueblo querian conocer el secreto porque el trigo sembrado a manta cunde mas, como es sabido, y nadie podia imaginar como con una huebra y un arado romano corriente y moliente se consiguiera aquel prodigio. Mas los hermanos Hernando eran taciturnos y reservones y no despegaban los labios. Y al llegar el otono ascendian con sus aperos por la vereda sur y, como eran tres, segun subian por el sendero, parecian los Reyes Magos. Una vez alli, daban vuelta a la tierra para que la paja pudriera y se orease la tierra. Luego binaban en primavera como si tal cosa, pero lo que nadie se explicaba es como se arreglaban para cubrir la semilla sin cachear los surcos. Y si alguno pretendia seguirles, Norberto, el menor de los tres, disparaba su escopeta desde el arado y, segun decian, tiraba a dar.

En todo caso, la ladera del cerro es desnuda e inhospita y apenas si con las lluvias de primavera se suaviza un tanto su adustez debido a la salvia y el espliego. Por la ladera aquella, que ignoro por que la llaman en el pueblo la Lanzadera, se veian descender en el mes de agosto las polladas de perdiz a los rastrojos. Los perdigones andaban tan agudos que se diria que rodaban. Caminaban en fila india, la perdiz grande, en cabeza, acechando cualquier imprevisto, mientras los perdigones descendian confiados, trompicando de vez en cuando en algun guijarro, piando torpemente, incipientemente, como gorriones. Luego, al ponerse el sol, regresaban al paramo con los buches llenos, de nuevo en rigurosa fila india, y alli en lo alto, en las tierras de los hermanos Hernando, pernoctaban.

Silos, el pastor, era mas perjudicial para la caza que el mismo raposo, segun decia el Antonio. Silos, el pastor, buscaba los nidos de perdiz con afan, y por las noches se llegaba con los huevos a la cantina de Hernando Hernando y se merendaba una tortilla. Una vez descubrio en la carcava un nido con doce huevos y ese dia bajo al pueblo mas locuaz que de costumbre. El Antonio se entero y se llego a la cantina y, sin mas, agarro la tortilla y la tiro al aire y le voceo al pastor: «Anda, cazala al vuelo. Asi es como hay que cazar las perdices, granuja». El Silos se quedo, al pronto, como paralizado, pero enseguida se rehizo y le dijo al Antonio: «Lo que te cabrea es que te gane por la mano, pero el dia que mates tu una hembra te la vas a comer con plumas». Despues se puso a cuatro patas y engullo la tortilla sin tocarla con la mano siquiera, como los perros. Cuando el Antonio se fue, el Silos se echo al coleto tres tragos de clarete de Marchamalo y sento catedra sobre lo justo y lo injusto y decia: «Si el mata una hembra de perdiz, yo no puedo protestar aunque me deja sin huevos, pero si yo me como los huevos, el protesta porque le dejo sin perdices. ?Que clase de justicia es esta?».

VI – El teso macho de Fuentetoba

La tia Marcelina no es de mi pueblo, sino de Fuentetoba, una aldea a cuatro leguas. Tanto da, creo yo, porque Fuentetoba se asemeja a mi pueblo como un huevo a otro huevo. Fuentetoba tiene cereales, alcores, cardos, avena loca, cuervos, chopos y un arroyo cangrejero como cualquier pueblo que se precie. No obstante, Fuentetoba ofrece dos particularidades: los chopos flacos como esqueletos y sobre el pueblo hay un teso que no es redondo, sino arisco y con la cresta erguida como si fuera un teso macho, un teso de pelea. A este teso, que esta siempre de vigilia sobre la aldea medio escondida entre los chopos y la tierra, le dicen alli la Toba. Y la Toba, en contra de lo que es frecuente en la region, no es de tierra calcarea, sino de piedra, una piedra mollar e ingravida que se divide con el serrucho como el queso y que se utiliza en la comarca para que los pajaros enjaulados se afilen bien el pico frotandose con ella.

Con la tia Marcelina ocurrio en casa algo muy chocante. En realidad, la tia Marcelina era tia nuestra por parte de madre y yo pensaba que siempre fuera tan viejecita y desmedrada como la conoci, aunque Padre asegurara otra cosa. Mas, asi y todo, tenia una sonrisa infantil y bondadosa y era ella la unica vieja soltera del pueblo que tenia el valor de sonreir asi. Yo la apreciaba y ella me queria a mi tambien. En su casa todo era orden y pulcritud y frescura y silencio. Y Padre decia que su casa era como una tumba, pero si las tumbas son asi no debe ser cosa mala estar muerto. La tia Marcelina coleccionaba hojas, mariposas, piedrecitas, y las conservaba con los colores tan vivos y llameantes que hacia el efecto de que las habia empezado a reunir ayer.

A mi, de chico, lo que me encantaba era el abejaruco disecado que le regalara el Antonio, alla por la Navidad del ano ocho, cuyo plumaje exhibia todos los colores del arco iris y mas. La tia Marcelina lo tenia en la comoda de su alcoba junto a una culebra de muelles dorados que al agarrarla tras la cabeza movia nerviosamente la cola como si estuviera viva y furiosa. Muchas veces yo me extasiaba ante el abejaruco disecado o prendia a la culebra tras la cabeza para hacerla colear. En esos casos la tia Marcelina me miraba complacida y decia: «?Te gusta?». Yo contestaba: «Mas que comer con los dedos, tia». Y ella decia: «Tuyo sera». O bien: «Tuya sera». Padre me advertia: «Antes tendra que morir ella». Y esta condicion me ponia triste y como pesaroso de desear aquello con toda el alma.

Tambien Padre apreciaba mucho a la tia Marcelina y siempre que recogiamos los frutos tempranos hacia un apartadijo y me decia: «Esto se lo llevas a tu tia». Y en septiembre, las primeras perdices que se mataban en las laderas vecinas eran para la tia, y para la tia eran las brevas de mayo y las sandias tempranas de agosto. Y una vez que fuimos a la capital, Padre me compro una postal de colores con dos enamorados bajo una parra y me dijo que se la enviase a la tia, a pesar de que nosotros llegabamos en el coche de Pozal de la Culebra al mismo tiempo.

Pero mi pueblo es tierra muy sana y, por lo que dicen, hay mas longevos en el que en ninguna parte, y el ano once la tia Marcelina cumplio noventa y dos. Padre dijo en el jorco que se armo tras el refresco: «Esta mas agarrada que una encina». Y Madre dijo enfadada: «?Es que te estorba?». Pero a las pocas semanas a la tia Marcelina le dio un temblor, empezo a consumirse y se marcho en ocho dias. En el testamento dejaba todos sus bienes a las monjas del Pino, y Padre, al enterarse, se subia por las paredes y llamaba a la difunta cosas atroces, incluso hablaba de reclamar judicialmente contra las monjas y exigirlas, al menos, el importe de tantas perdices y de tantos frutos tempranos y de la postal de los novios bajo la parra que yo la envie desde la ciudad. Pero como no tenia papeles se aguanto y yo, al pensar en lo que habria sido del hermoso abejaruco, sentia que me temblaban los parpados y habia de esforzarme para no llorar.

VII – Las cangrejadas de San Vito

El arroyo Moradillo nace en la Fuente de la Salud, discurre por la chopera, que en mi pueblo llamamos los Encapuchados, y se lanza luego perezosamente entre dos murallas de carrizos y espadanas camino de Malpartida. Poco mas alla tengo entendido que vierte en el arroyo Aceitero; las aguas de este van a desembocar en las del Sequillo, cerca de Bellver de los Montes; las del Sequillo engrasan despues las del Valderaduey, y las del Valderaduey, por ultimo, se juntan con las del Duero justamente en la capital. Como es sabido, las aguas del Duero vierten en el Atlantico, junto a Oporto, lo que quiere decir que en mi pueblo, de natural sedentario, hay alguien que viaja y estas son las aguas de la Fuente de la Salud que, segun dicen, tienen excelentes propiedades contra los eczemas, los forunculos, el psoriasis y otras afecciones de la piel, aunque lo cierto es que la vez que a Padre le broto un salpullido en la espalda y se bano en las aguas del Moradillo lo unico que saco en limpio fue una pulmonia. Sea de ello lo que quiera, mi pueblo es un foco de peregrinaje por este motivo, peregrinaje que se incremento cuando la joven Sisinia, de veintidos anos, hija del Telesforo y la Herculana, fue ultrajada por un barbaro, alla por el ano nueve, y murio por defender su doncellez. Don Justo del Espiritu Santo, el cura parroco, se obstino en canonizarla y elevarla a los altares, y en esas andan metidos en el pueblo todavia. Pero ese es otro cantar.

Tengan o no tengan eficacia las aguas del Moradillo contra las afecciones de la piel, lo que esta fuera de duda es que es un regato cangrejero y que, alla por el comienzo del siglo, con un esparavel y cuatro apaleadores llenaba uno, en una tarde que saliera el norte, tres o cuatro sacos con poco esfuerzo. Por entonces las cosas no estaban reglamentadas con rigor y uno podia pescar

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