donde apenas se leia ya en las letras de pimenton: «elina Yanez», la coloco como una reliquia sobre la comoda, entre el abejaruco disecado y la culebra de muelles.

XI – A la sombra de los Enamorados

Al pie del cerro que decimos el Pintao -unico en mi pueblo que admite cultivos y que ofrece junto a yermos y perdidos redondas parcelas de cereal y los pocos majuelos que perviven en el termino- se alzan los chopos que desde remotos tiempos se conocen con el nombre de los Enamorados. Y no cabe duda, digan lo que quieran los botanicos, que los arboles en cuestion son macho y hembra. Y estan siempre juntos, como enlazados, ella -el chopo hembra- mas llena, de formas redondeadas, recostandose dulcemente en el hombro de el -el chopo macho-, desafiante y viril. Alli, al pie de esos chopos, fue donde la exhalacion fulmino a la mula ciega de Padre el ano de los nublados. Y alli, al pie de esos chopos, es donde se han forjado las bodas de mi pueblo en las cinco ultimas generaciones. En mi pueblo, cuando un mozo se dirige a una moza con intencion de matrimonio, basta con que la siente a la sombra de los chopos para que ella diga «si» o «no». Esta tradicion ha terminado con las declaraciones amorosas que en mi pueblo, que es pueblo de timidos, constituian un arduo problema. Bien es verdad que, a veces, de la sombra de los Enamorados sale una criatura, pero ello no entorpece la marcha de las cosas pues don Justo del Espiritu Santo nunca se nego a celebrar un bautizo y una boda al mismo tiempo. En mi pueblo, digan lo que digan las malas lenguas, se conserva un concepto serio de la dignidad, y el sentido de la responsabilidad esta muy aguzado. Segun decia mi tia Marcelina, en sus noventa y dos anos de vida no conocio un mozo que, a sabiendas, dejara en mi pueblo colgada una barriga. Pocos pueblos, creo yo, podran competir con esta estadistica.

Cuando yo hable -y es un decir- con la Rosa Mari, la muchacha que desde nina me recomendara la tia Marcelina, visite con frecuencia los Enamorados. Fue una tonteria, porque la Rosa Mari jamas me gusto del todo. Pero la Rosa Mari era una chiquilla limpia y hacendosa que a la tia Marcelina la llenaba el ojo. La tia Marcelina me decia: «Has de buscar una mujer de su casa». Y luego, como quien no quiere la cosa, anadia: «Ve, ahi tienes a la Rosa Mari. El dia que seas mozo debes casarte con ella». De este modo, desde chico me senti comprometido y al empezar a pollear me senti en la obligacion de pasear a la Rosa Mari.

Y como nunca tuve demasiada imaginacion, el primer dia que salimos la lleve a los Enamorados. Para mi fortuna la sombra de los chopos estaba aquel dia ocupada por el Corpus y la Lucia, y la Rosa Mari no tuvo oportunidad de decirme «si» o «no». Al otro dia que lo intente, el Agapito me gano tambien por la mano y en vista de ello seguimos hasta el majuelo del tio Saturio, donde al decir del Antonio solia encamar el matacan. Esto del matacan tiene tambien su importancia, pues en el pueblo llegaron a decir que en el se encarnaba el demonio, aunque yo siempre lo puse en duda. Sea como quiera, cada vez que conducia a la Rosa Mari a la sombra de los Enamorados alguien se me habia anticipado, de forma que, pese a mis propositos, nunca llegue a adquirir con ella un verdadero compromiso. Ahora pienso si no seria la martir Sisinia la que velaba por mi desde las alturas, porque aunque la Rosa Mari era una buena chica, y hacendosa y hogarena como la tia Marcelina deseaba, apenas sabia despegar los labios; y entre eso y que yo no soy hablador nos pasabamos la tarde dandonos palmetazos para ahuyentar los tabanos y los mosquitos. Por eso cuando decidi marchar del pueblo, el recuerdo de la Rosa Mari no me freno, siquiera pienso algunas veces que si yo no me case alla, cuando amase una punta de pesos, se debiera antes que nada al recuerdo de la Rosa Mari. Por mas que tampoco esto sea cierto, que si yo no me case alla es porque desde que sali del pueblo tan solo me preocupe de afanar y amontonar plata para que, a la postre, el diablo se la lleve.

XII – El matacan del majuelo

El matacan del majuelo del tio Saturio llego a ser una obsesion en el pueblo. El matacan, como es sabido, es una liebre que se resabia y a fuerza de carreras y de anos enmagrece, se la desarrollan las patas traseras, se la aquilla el pecho y corta el viento como un dalle. Por otra parte, la carne del matacan no es codiciada, ya que el ejercicio la endurece, el sabor a bravio se acentua y por lo comun no hay olla que pueda con ella. Esto quiere decir que el afan por cazar el matacan no lo inspiraba la apetencia de la presa sino que era una simple cuestion de amor propio. La liebre aquella se diria que tenia inteligencia, y sabedora que en el pueblo habia buenos galgos, encamaba siempre en el majuelo del tio Saturio. De esta forma, cuando el galguero la arrancaba, sus fintas y quiebros entre las cepas le daban una ventaja inicial que luego incrementaba en el Otero del Cristo, ya que las liebres, como es sabido, corren mejor cuesta arriba que cuesta abajo. El matacan regateaba muy por lo fino y asi que alcanzaba las pajas de la vaguada podia darse por salvada, ya que las laderas del Otero del Cristo la conducian al perdedero y, en fin de cuentas, a la libertad. De otro lado, si el Antonio o el Norberto le acechaban con la escopeta, el matacan se reprimia si el majuelo tenia hoja o se arrancaba largo si no la tenia, y en uno u otro caso, tanto el Antonio como el Norberto siempre erraban el disparo. Yo asisti a varios duelos entre los galgos del pueblo y el matacan y en todos, a excepcion del ultimo, salio vencedor el matacan. Al Sultan, el galgo del Ponciano, que era blando de pies, le dejaba para el arrastre despues de cada carrera, mientras el Quin, el galgo de los hermanos Hernando, que agarraba la sarna cada primavera y andaban todo el tiempo untandole con pomada del Peru, rara vez se acerco al matacan mas de tres cuerpos. En vista de ello, don Benjamin se creyo en el deber de poner su lebrel de Arabia y su caballo Hunter ingles al servicio del pueblo, pues ya empezaba a rumorearse por todas partes que el matacan era el mismisimo diablo, pese a que don Justo del Espiritu Santo nos instaba domingo tras domingo a acorazarnos contra la supersticion lo mismo que se acorazaba Avila tras sus murallas. Asi, el dia que el Silos, el pastor, canto la presencia del matacan en el majuelo y don Benjamin con su Hunter ingles y su lebrel de Arabia se puso en movimiento, todo el pueblo marcho tras el. El duelo entre el matacan y el lebrel fue violento. El matacan de salida hizo uno de sus tipicos esguinces tras la primera cepa, pero el lebrel, intuyendolo, le atajo y llego a tener por un momento el rabo de la liebre entre sus fauces. Luego, en las parras siguientes, el matacan regateo con tanta sabiduria que le saco dos cuerpos al lebrel. Don Benjamin galopaba en el Hunter ingles voceando: «?Hala, hala!», y asi llegaron a las pajas del Otero del Cristo y, una vez que comenzo la pendiente, el matacan fue sacandole ventaja al perro hasta que se perdio de vista.

Al cabo de un tiempo el lebrel regreso derrotado. Era un perro que desbarraba mucho y como el terreno estaba duro se le pusieron los pies calientes. Durante una semana, don Benjamin le tuvo amarrado, con unos botines de algodon empapados en aceite de enebro, y cuando le dio por curado se reunio con el Ponciano, el Antonio y los hermanos Hernando para estudiar la estrategia a seguir en su lucha con el matacan. La encerrona que le prepararon fue tan alevosa que el Antonio le derribo, al fin, de dos disparos desde su puesto, camino del perdedero, cuando el matacan se habia zafado ya del Sultan, del Quin, del lebrel de Arabia y de la escopeta del Norberto. Al cabo le guisaron en la cantina de He-nando Hernando, pero nadie pudo probar bocado porque el animal tenia un gusto que tiraba para atras.

XIII – Un chusco para cada castellano

Conforme lo dicho, las tierras de mi pueblo quedan circunscritas por las de Pozal de la Culebra, Navalejos, Villalube del Pan, Fuentetoba, Malpartida y Molacegos del Trigo. Pozal de la Culebra es la cabeza y alli esta el Juzgado, el Registro, la Notaria y la Farmacia. Pero sus tierras no por ello son mejores que las nuestras y el trigo y la cebada hay que sudarles al igual que por aqui. Los tesos, sin embargo, nada tienen que ver con la division administrativa, porque los tesos, como los forunculos, brotan donde les place y no queda otro remedio que aceptarlos donde estan y como son. Y de eso -de tesos- no andamos mal en mi pueblo, pues aparte el paramo de Lahoces, tenemos el Cerro Fortuna, el Otero del Cristo, la Lanzadera, el Cueto Pintao y la Mesa de los Muertos. Este de la Mesa de los Muertos tambien tiene sus particularidades y su leyenda. Pero iba a hablar de las tierras de mi pueblo que se dominan, como desde un mirador, desde el Cerro Fortuna. Bien mirado, la vista desde alli es como el mar, un mar gris y violaceo en invierno, un mar verde en primavera, un mar amarillo en verano y un mar ocre en otono, pero siempre un mar. Y de ese mar, mal que bien, comiamos todos en mi pueblo. Padre decia a menudo: «Castilla no da un chusco para cada castellano», pero en casa comiamos mas de un chusco y yo, la verdad por delante, jamas me pregunte, hasta que no me vi alla, quien quedaria sin chusco en mi pueblo. Y no es que Padre fuese rico, pero ya se sabe que el tuerto es el rey en el pais de los ciegos y Padre tenia voto de compromisario por aquello de la contribucion. Y, a proposito de tuertos, debo aclarar que las argayas de los trigos de mi pueblo son tan fuertes y aguzadas que a partir de mayo se prohibe a las criaturas salir al campo por temor a que se cieguen. Y esto no es un capricho, supuesto que el Felisin, el chico del Domiciano, perdio un ojo por esta causa y otro tanto le sucedio a la cabra del tio Bolivar. Fuera de esto, mi pueblo no encerraba mas peligros que los comunes, pero el mas temido por todos era el cielo. El cielo a veces enrasaba y no aparecia una nube en cuatro meses y, cuando la nube llegaba al fin, traia piedra en su vientre y acostaba las mieses. Otras veces, el cielo traia hielo en mayo, y los cereales, de no soplar el norte con la aurora que arrastrara la friura, se quemaban sin remedio. Otras veces, el agua era excesiva y los campos se anegaban arrastrando las semillas. Otras, era el sol quien calentaba a destiempo, mucho en marzo, poco en mayo, y les espigas encanaban mal y granaban peor. Incluso una vez, el ano de los nublados, el trigo se perdio en la era, ya recogido, porque no hubo dia sin agua y la cosecha no seco y no se pudo trillar. Total, que en mi pueblo, en tanto el trigo no estuviera triturado, no se fiaban y se pasaban el dia mirando al cielo y haciendo cabalas y recordaban la cosecha del noventa y ocho como una buena cosecha y desde entonces era su referencia y decian: «Este ano no cosechamos ni el cincuenta por ciento que el noventa y ocho». O bien: «Este ano la cosecha viene bien, pero no alcanzara ni con mucho a la del noventa y ocho». O bien: «Con coger dos partes de la del noventa y ocho ya podemos darnos por contentos». En suma, en mi pueblo los hombres miran al cielo mas que a la tierra, porque aunque a esta la mimen, la surquen, la levanten, la peinen, la ariquen y la escarden, en definitiva lo que haya de venir vendra del cielo. Lo que ocurre es que los hombres de mi pueblo afanan para que un buen orden en los elementos atmosfericos no les coja un dia desprevenidos; es decir, por un por si acaso.

Y alli, en la enorme extension de tierras que se abarca desde el Cerro Fortuna, silban los alcaravanes en los crepusculos de junio, celebran sus juicios los cuervos durante el invierno y se asientan en el otono los bandos nuevos de avutardas, porque en un campo asi, tan pelado y desguarnecido, no es cosa facil sorprenderlas.

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×