cangrejos con reteles, como es de ley, o con arana, esparavel o sencillamente a mano, mojandose el culo, como dice el refran que debe hacer el que quiera comer peces. Lo cierto es que por San Vito, segun es tradicion, las familias del pueblo nos desperdigabamos por el arroyo a pescar cangrejos y al atardecer nos reuniamos en los Encapuchados a merendar. Cada cual tenia su sector designado en las riberas, y Madre, Padre, las Mellizas, la tia Marcelina y yo nos instalabamos junto a los siete chopos rayanos al soto que en el pueblo les dicen, no se por que, los Siete Sacramentos. Una vez alli, Padre depositaba cuidadosamente los reteles en los remansos mas profundos, apartando los carrizos con la horquilla. Padre solia cebar con tasajo, pero si las cosas venian mal me entregaba la azuela y me hacia cavar en la tierra humeda para buscar lombrices. Los cangrejos rara vez desdenan este cebo. En cambio, el Ponciano cebaba los reteles con patatas fritas, y Valentin, el secretario, con bazo de caballo, y aun habia quien lo hacia, como don Justo del Espiritu Santo, el cura parroco, con corteza de pan de centeno. Los mas vivos, sin duda, eran los hermanos Hernando, los de la tierra del paramo de Lahoces, que colocaban el esparavel y despues apaleaban las aguas de su sector hasta que la red se llenaba de cangrejos. Al anochecer, en el soto, cada cual los cocinaba en hogueras a su modo y los chicos haciamos silbatos con las patas mas gruesas debidamente ahuecadas. Recuerdo que Madre poseia una receta que venia de mi bisabuela y que consistia en poner los cangrejos a la lumbre vivos con un dedo de aceite y un puno de sal gorda y cuando los animales entraban en la agonia les echaba un ajo triturado con el puno. La formula no tenia otro secreto que acertar con la rociada de vinagre justo en el momento en que los cangrejos comenzaban a enrojecer. Pero la fiesta en el soto terminaba mal por causa de Padre, que siempre empinaba la bota mas de la cuenta, y ya es sabido que el clarete de Marchamalo es traicionero y enseguida se sube a la cabeza.

VIII – La Sisinia, martir de la pureza
Mi pueblo, visto de perfil, desde el camino que conduce a Molacegos del Trigo, flanqueado por los postes de la luz que bajan del paramo, queda casi oculto por la Cotarra de las Maricas. La Cotarra de las Maricas es una lomilla de suave ondulacion que, sin embargo, no parece tan suave a los agosteros que durante el verano acarrean los haces del trigo hasta las eras. Pues bien, a la espalda de la Cotarra de las Maricas, a cien metros escasos del camino de Molacegos del Trigo, fue apunalada la joven Sisinia, de veintidos anos, hija del Telesforo y la Herculana, una noche de julio alla por el ano nueve. El asesino era un forastero que se trajo don Benjamin de tierras de Avila para hacer el agosto y que, segun dijeron luego, no andaba bien de la cabeza. Lo cierto es que, ya noche cerrada, el muchacho atajo a la Sisinia y se lo pidio, y, como la chica se lo negara, el trato de forzarla, y, como la chica se resistiera, el tiro de navaja y la cosio a punaladas. Al dia siguiente, en el lugar donde la tierra calcarea estaba empapada de sangre, don Justo del Espiritu Santo levanto una cruz de palo e improviso una ceremonia en la que se congrego todo el pueblo con trajes domingueros y los ninos y las ninas vestidos de Primera Comunion. Don Justo del Espiritu Santo asistio revestido y, con voz tomada por la emocion, hablo de la martir Sisinia y de lo grato que era al Altisimo el sacrificio de la pureza. Al final, le brillaban los ojos y dijo que no descansaria hasta ver a la martir Sisinia en las listas sagradas del Santoral.
Un mes mas tarde brotaron en torno de la cruz de palo unas florecitas amarillas y don Justo del Espiritu Santo atribuyo el hecho a inspiracion divina y cuando el Antonio le hizo ver que eran las quitameriendas que aparecen en las eras cuando finaliza el verano, se irrito con el y le llamo ateo y renegado. Y con estas cosas el lugar empezo a atraer a las gentes y todo el que necesitaba algo se llegaba a la cruz de palo y se lo pedia a la Sisinia, llamandola de tu y con la mayor confianza. En el pueblo se consideraba un don especial esto de contar en lo Alto con una intercesora natural de Rolliza del Arroyo, hija del Telesforo y de la Herculana. Y por el dia los vecinos la llevaban flores y por las noches le encendian candelitas de aceite metidas en fanales para que el matacabras no apagase la llama. Y lo cierto es que cada primavera las florecillas del campo familiares en la region -las margaritas, las malvas, las campanillas, los sonidos, las amapolas- se apretaban en torno a la cruz como buscando amparo y don Justo del Espiritu Santo se obstinaba en buscar un significado a cada una, y asi decia que las margaritas, que eran blancas, simbolizaban la pureza de la Sisinia, las amapolas, que eran rojas, simbolizaban el sacrificio cruento de la Sisinia, las malvas, que eran malvas, simbolizaban la muerte de la Sisinia, pero al llegar a los sonidos, que eran amarillos, el cura siempre se atascaba, hasta que una vez, sin duda inspirado por la martir, don Justo del Espiritu Santo afirmo que los sonidos, que eran amarillos, simbolizaban el oro a que la Sisinia renuncio antes que permitir ser mancillada. En el pueblo dudabamos mucho que el ganan abulense le ofreciese oro a la Sisinia e incluso estabamos persuadidos de que el muchacho era un pobre perturbado que no tenia donde caerse muerto, pero don Justo del Espiritu Santo puso tanta uncion en sus palabras, un ardor tan violento y tan desusado, que la cosa se admitio sin la menor objecion. Aquel mismo ano, aprovechando las solemnidades de la Cuaresma, don Justo del Espiritu Santo creo una Junta pro Beatificacion de la martir Sisinia, a la que se adhirio todo el pueblo a excepcion de don Armando y el tio Tadeo, y empezo a editar una hojita en la que se especificaban los milagros y las gracias dispensadas por la muchacha a sus favorecedores.

IX – Las murallas de Avila
Don Justo del Espiritu Santo publicaba trimestralmente la hojita en loor de la martir Sisinia y en ella dejaba constancia de los favores recibidos. Y un buen dia, la tia Zenona afirmaba en ella que careciendo de dinero para retejar el palomar acudio a la martir Sisinia y al dia siguiente cobro tres anos de atrasos de la renta de una tierra, que aunque menguada -un queso de oveja y seis celemines de trigo- le bastaron para adquirir la docena de tejas que el palomar requeria. Otro dia, era el Ponciano quien, necesitando un tornillo para el arado, hallo uno en el pajero que, aunque herrumbroso y torcido, pudo ser dispuesto por el herrero para cumplir su mision. Dicha gracia la alcanzo igualmente el Ponciano despues de encomendar el caso a la martir Sisinia. En otra ocasion, fue la tia Marcelina quien, despues de pasar una noche con molestias gastricas, imploro de la martir Sisinia su restablecimiento y de madrugada vomito verde y con el vomito desaparecio el mal. Aun recuerdo que en la hojita del ultimo trimestre del ano once, el Antonio agradecia a la martir Sisinia su intercesion para encontrar una perdiz alicorta que se le amono entre las jaras, arriba en Lahoces, una manana que salio al campo sin el Chinda, un perdiguero de Burgos que por entonces andaba con el moquillo. Todas estas gracias significaban que la joven Sisinia, martir de la pureza, velaba desde Arriba por sus convecinos y ellos correspondian enviando al parroco un donativo de diez centimos y, en casos especiales, de un real, para cooperar a su beatificacion. Mas don Justo del Espiritu Santo suplicaba al Senor que mostrase su predileccion por la martir Sisinia autorizandola a hacer un milagro grande, un milagro sonado, que trascendiera de la esfera local.
Y un dia de diciembre, alla por el ano doce, don Justo del Espiritu Santo recibio desde Avila un donativo de veinticinco pesetas de una senora desconocida para cooperar a la exaltacion a los altares de la martir Sisinia a quien debia una gracia muy especial. Como quiera que el asesino de la Sisinia fuera tambien abulense, don Justo del Espiritu Santo establecio entre ambos hechos una correlacion y, en la confianza de que se tratase del tan esperado milagro, el cura marcho a Avila y regreso tres dias mas tarde un tanto perplejo. Los feligreses le asediaban a preguntas, y, al fin, don Justo del Espiritu Santo explico que dona Maria Garrido tenia un loro de Guinea que enmudecio tres meses atras y despues de ser desahuciado por los veterinarios y otorrinolaringologos de la ciudad, el animal recobro el habla tras encomendarle dona Maria a la martir Sisinia. No obstante fracasar en su objetivo esencial, el viaje de don Justo del Espiritu Santo le enriquecio interiormente ya que, a partir de entonces, raro fue el sermon en que el parroco no apelara a la imagen de las murallas de Avila para dar plasticidad a una idea. Asi, unas murallas como las de Avila debian preservar las almas de sus feligreses contra los embates de la lujuria. El Paraiso estaba cercado por unas murallas tan solidas como las de Avila, y con cada buena obra los hombres anadian un peldano a la escala que les serviria para expugnar un dia la fortaleza. La pureza, al igual que las demas virtudes, debia celarse como Avila cela sus tesoros, tras una muralla de piedra, de forma que su brillo no trascienda al exterior. Fue a partir de entonces cuando, en mi pueblo, para aludir a algo alto, algo grande, algo fuerte o algo importante empezo a decirse: «Mas alto que las murallas de Avila», o «Mas importante que las murallas de Avila», aunque por supuesto ninguno, fuera del parroco y del ganan que asesinara a la Sisinia, estuvimos nunca en aquella capital.

X – Los nublados de Virgen a Virgen
Cada verano, los nublados se cernian sobre la llanura y, mientras el cielo y los campos se apagaban lo mismo que si llegara la noche, los cerros resplandecian a lo lejos como si fueran de plata. Aun recuerdo el ulular del viento en el soto, su rumor solemne y desolado como un mal presagio que inducia a las viejas a persignarse y exclamar: «Jesus, alguien se ha ahorcado». Pero antes de estancarse la nube sobre el pueblo, cuando mas arreciaba el vendaval, los vencejos se elevaban en el firmamento hasta casi diluirse y despues picaban chirriando sobre la torre de la iglesia como demonios negros.
El ano de la Gran Guerra, cuando yo parti, se contaron en mi pueblo, de Virgen a Virgen, hasta ventiseis tormentas. En esos casos el alto cielo se poblaba de nubes cardenas, aceradas en los bordes, y, al chocar unas con otras, ocasionaban horrisonas descargas sobre la vieja iglesia o sobre los chopos cercanos.
Tan pronto sonaba el primer retumbo del trueno, la tia Marcelina iniciaba el rezo del trisagio, pero antes encendia a Santa Barbara la vela del monumento en cuyo extremo inferior constaba su nombre en rojo -Marcelina Yanez- que ella grababa con un alfiler de cabeza negra pasando despues cuidadosamente por las muescas un pellizco de pimenton. Y al comenzar el trisagio, la tia Marcelina, tal vez para acrecentar su recogimiento, ponia los ojos en blanco y decia: «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal».
Y nosotros repetiamos: «Libranos Senor de todo mal». En los cristales repiqueteaba la piedra y por las juntas de las puertas penetraba el vaho de la greda humeda. De vez en cuando sonaba algun trueno mas potente y al Coqui, el perro, se le erizaban los pelos del espinazo y la tia Marcelina interrumpia el trisagio, se volvia a la estampa de Santa Barbara e imploraba: «Santa Barbara bendita, que en el cielo estas escrita, con jabon y agua bendita», y, acto seguido, reanudaba el trisagio: «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal», y nosotros respondiamos al unisono: «Libranos Senor de todo mal».
Una vez, el nublado sorprendio a Padre de regreso de Pozal de la Culebra, donde habia ido, en la mula ciega, por pernalas para el trillo. Y como dicen que la piel de los animales atrae las exhalaciones, todos en casa, empezando por Madre, andabamos intranquilos. Unicamente la tia Marcelina parecia conservar la serenidad y asi, como si la cosa no fuese con ella, prendio la vela a Santa Barbara e inicio el trisagio sin otras explicaciones. Pero de pronto chasco, muy proximo, el trallazo del rayo y, no se si por la trepidacion o que, la vela cayo de la repisa y se apago. La tia Marcelina se llevo las manos a los ojos, despues se santiguo y dijo, palida como una difunta: «Al Isidoro le ha matado el rayo en el alcor; acabo de verlo». Isidoro era mi padre, y Madre se puso loca, y como en esos casos, segun es sabido, lo mejor son los golpes, entre las Mellizas y yo empezamos a propinarle sopapos sin duelo. De repente, en medio del barullo, se presento Padre, el pelo chamuscado, los ojos atonitos, el collaron de la mula en una mano y el saco de pernalas en la otra. Las piernas le temblaban como ramas verdes y solo dijo: «Ni se si estoy muerto o vivo», y se sento pesadamente sobre el banco del zaguan.
Una vez que la nube paso y sobre los tesos de poniente se tendio el arco iris, me llegue con los mozos del pueblo a los chopos que dicen los Enamorados y alli, al pie, estaba muerta la mula, con el pelo renegrido y mate, como mojado. Y el Olimpio, que todo lo sabia, dijo: «La silla le ha salvado». Pero la tia Marcelina porfio que no era la silla sino la vela y aunque era un cabo muy pequeno,