Era un remolcador enviado para traer los cohetes automaticos, que no transportaba mas que carga y se detenia a la altura senalada de antemano.
?Llegaba muy a tiempo! La acumulacion flotante de cohetes, hombres, maquinas y materiales entraba ya en el sector nocturno de la Tierra. El remolcador regreso arrastrando tres largos proyectiles de azulado brillo y forma de peces, cada uno de los cuales pesaba sobre el globo terraqueo sus buenas ciento cincuenta toneladas, sin contar el combustible.
Los cohetes se unieron a sus semejantes en torno a la plataforma de clasificacion. Dar Veter, de un impulso, se traslado al otro lado de la armadura y encontrose en medio del grupo de tecnicos que dirigia la descarga. Se habian reunido para discutir el plan de trabajo nocturno. Dar Veter dio su asentimiento al mismo, pero exigio que se sustituyesen todas las baterias individuales por otras nuevas que asegurasen, durante treinta horas, el caldeamiento continuo de las escafandras, a mas de suministrar fluido a las lamparas, los filtros de aire y los radiotelefonos.
Las obras se sumergieron por entero en las abismaticas tinieblas de la noche, pero la debil luz zodiacal, suave y grisacea, procedente de los rayos de sol diseminados por los gases de las capas superiores de la atmosfera, continuo esclareciendo el esqueleto del futuro satelite, yerto a un frio de ciento ochenta grados bajo cero. La superconductibilidad molestaba aun mas que durante el dia. Al menor desgaste del aislamiento de los diversos aparatos, baterias o acumuladores, los objetos proximos se rodeaban del nimbo azulado de la corriente que se esparcia por la superficie, haciendo imposible encauzarla en la direccion necesaria.
La impenetrable oscuridad del Cosmos habia sobrevenido en union de un frio aun mas intenso. Brillaban las estrellas con un fulgor punzante, como agujas azules. El invisible y silencioso vuelo de los meteoritos causaba en la noche mayor espanto. Abajo, en la oscura superficie del globo y en los flujos de la atmosfera, surgian multicolores nubes de electrico resplandor, centelleantes descargas de enorme longitud o franjas, de miles de kilometros, de luz difusa. Vientos huracanados, mas fuertes que los peores ciclones terrestres, desencadenaban sus furias alla abajo, en las capas superiores de la envoltura aerea. La atmosfera, saturada de las radiaciones del Sol y del Cosmos, seguia entremezclando activamente la energia, dificultando de un modo extraordinario la comunicacion entre las obras y el planeta natal.
Subitamente, algo cambio en aquel mundillo perdido en las tinieblas y el espantoso frio.
Dar Veter no discernio al pronto que la planetonave habia encendido sus proyectores. La noche parecia mas negra, habian palidecido las fulgurantes estrellas, pero la plataforma y la armadura se destacaban netas, perceptibles, en la blanca luz. Al cabo de unos minutos, el Altai disminuyo la tension. La luz se torno amarilla y menos intensa.
La planetonave economizaba la energia de sus acumuladores. Y de nuevo, como en pleno dia, empezaron a moverse los cuadrados y las elipses de las planchas del revestimiento, los enrejados de los tirantes y vigas, los cilindros y tubos de los depositos, encontrado poco a poco su lugar en el esqueleto del satelite.
Dar Veter busco a tientas la jacena transversal y se agarro a unos asideros de ruedas adosadas a unos cables verticales. Apoyando con fuerza un pie en la viga, tomo impulso y ascendio. Ante la misma escotilla de la planetonave, apreto los frenos de los asideros y se detuvo a tiempo para no chocar contra la puerta cerrada.
En la camara de transicion no se mantenia la presion normal terrestre, para evitar las perdidas de aire cuando entraban y salian los numerosos trabajadores de las obras. Por ello, Dar Veter, sin quitarse la escafandra, paso a una segunda camara, construida temporalmente, y desconecto alli su casco hermetico y sus baterias.
Desentumeciendo sus miembros, cansados de la escafandra, y recreandose con la vuelta a la pesantez normal, Dar Veter penetro con paso firme en el puente interior. La gravitacion artificial de la planetonave funcionaba sin pausa. ?Que inmenso placer sentirse hombre, solidamente afianzado sobre un suelo firme, y no una leve mosquilla voltejeando en el inestable e inseguro vacio! La suave luz, el aire templado y un blando sillon invitaban a arrellanarse comodamente y entregarse al reposo, sin pensar en nada. Dar Veter experimentaba el placer de sus antepasados, que le extranara en un tiempo en las novelas antiguas. Despues de un largo viaje a traves del desierto frio, el bosque humedo o las montanas cubiertas de hielo, el hombre entraba en la acogedora vivienda: la casa, la chabola o la yurta de fieltro. Y entonces, como alli, en la planetonave, unas finas paredes le separaban de un mundo inmenso y peligroso, hostil a el, le guardaban el calor y la luz, brindandole el descanso para recuperar fuerzas y meditar sus futuras empresas.
Dar Veter resistio a la tentacion del sillon y del libro. Tenia que comunicar con la Tierra, pues la luz encendida en la altura durante toda la noche podia alarmar a los hombres de los observatorios que vigilaban la marcha de las obras; ademas, habia que prevenir que el relevo se necesitaria antes del plazo acordado.
Aquella vez Dar Veter tuvo suerte: hablo con Grom Orm no por medio de las senales codificadas, sino por el televisofono, muy potente, como todos los de las naves interplanetarias. El ex presidente se mostro satisfecho y se ocupo sin demora de elegir un nuevo equipo y de intensificar el envio de piezas.
Al salir del puente de mando, Dar Veter paso por la biblioteca, que se habia acondicionado para dormitorio instalando dos filas superpuestas de literas a lo largo de las paredes. En los camarotes, los comedores, la cocina, los pasillos laterales y la sala delantera de maquinas habia tambien lechos suplementarios. La planetonave, convertida en base estacionaria, estaba abarrotada. Arrastrando las piernas, Dar Veter caminaba por el pasillo, revestido de tibias planchas de plastico de color castano, abriendo y cerrando con gesto de cansancio las hermeticas puertas.
Pensaba en los astronautas que pasaban decenas de anos en el interior de naves semejantes a aquella, sin esperanza alguna de abandonarlas ni de salir al exterior antes del plazo senalado, terriblemente largo. El llevaba alli cerca de seis meses y cada dia dejaba los angostos locales para trabajar en los agobiadores espacios del vacio interplanetario. Y sin embargo, sentia ya la nostalgia de la adorable Tierra, de sus estepas, de sus mares, de las zonas de vivienda con sus centros bulliciosos, pictoricos de vida. Mientras que Erg Noor, Niza y otros veinte tripulantes del Cisne deberian pasar en la astronave noventa y dos anos dependientes, es decir, ciento cuarenta terrestres, contando el regreso de la nave al planeta natal. ?Ninguno de ellos podria vivir tanto tiempo! Sus cuerpos serian incinerados y sus cenizas enterradas lejos, infinitamente lejos, en los planetas de la estrella verde circonica…
O moririan en ruta, y entonces, encerrados en un cohete funerario, serian lanzados al Cosmos… De un modo semejante, las naos funebres de sus remotos antepasados llevaban a alta mar los guerreros muertos en combate. Pero nunca habia habido en la historia de la humanidad heroes que se recluyesen en una nave, para toda la vida, y volasen sin esperanza de retorno. No, el no tenia razon, ?y Veda le habria reprochado sus pensamientos! ?Habia olvidado acaso a los luchadores anonimos en pro de la justicia y de la libertad para el hombre que, en los antiguos tiempos, iban a una reclusion perpetua, mucho mas espantosa, en humedas mazmorras, donde sufrian terribles tormentos? ?Si, aquellos heroes eran mas fuertes y dignos de admiracion que incluso los contemporaneos de Dar Veter, dispuestos a realizar aquel grandioso vuelo al Cosmos para explorar mundos lejanos!
Y el, que nunca habia abandonado por largo tiempo el planeta donde naciera, en comparacion con ellos, era un misero hombrecillo que no tenia nada de angel del cielo, como le llamaba en broma la adorabilisima Veda Kong.
Capitulo XIV. LA PUERTA DE ACERO
Veinte dias estuvo atareado el robot-minero, en la humeda oscuridad, desbrozando la galeria de decenas de miles de toneladas de escombros y entibando las desmoronadas bovedas. El acceso a las profundidades de la cueva quedo al fin abierto. Solo restaba comprobar sus condiciones de seguridad. Unas carretillas automaticas de orugas y un tornillo de Arquimedes deslizaronse silenciosos hacia abajo. Los aparatos comunicaban, a cada cien metros de avance, la composicion del aire, la temperatura y el grado de humedad. Sorteando habilmente los obstaculos, las carretillas llegaron a una profundidad de cuatrocientos metros. Entonces Veda Kong, en union de un grupo de colaboradores, penetro en la misteriosa cueva. Hacia noventa anos, durante una prospeccion de aguas subterraneas entre calizas y areniscas que no tenian nada de metaliferas, los indicadores habian senalado de pronto la presencia de una gran cantidad de metal. Poco despues se puso en claro que el lugar coincidia con la