—?Los derechos? Recuerde que esto no queda lejos de Africa y que el tiempo no cuenta. En serio, si despues de ese careo el comisario pretende retenerlo, exija que se informe a Madrid. De todas formas, voy a dar instrucciones al mayordomo que se ocupa de nuestra casa de Sevilla. Confio plenamente en el. Estara atento y, llegado el caso, me avisara.

Morosini le cogio una mano a la joven y se la acerco a los labios.

—Es usted una buena amiga. Gracias.

Despues de despedirse de dona Isabel, se dirigio hacia la catedral vecina, imponente y hermosa bajo el sol matinal. Alli, por mas que busco en todas las puertas del monumento, no vio por ninguna parte el bluson rojo de su mendigo. En cierto sentido, valia mas asi, a fin de evitar que el policia encargado de vigilarlo se hiciera preguntas. Como no tenia otra cosa que hacer, Aldo decidio pasearlo. Para ofrecerle un ejemplo edificante, entro a rezar una oracion en la catedral y luego se dirigio tranquilamente a la calle Sierpes, donde estaba prohibida la circulacion de vehiculos y que era el centro neuralgico de la ciudad. Alli abundaban los cafes, los restaurantes, los casinos y los clubes donde, detras de amplios ventanales, los hombres acomodados de Sevilla se solazaban tomando bebidas frescas, fumando enormes puros y contemplando la animacion de la ciudad. En vista de que era mas de la una de la tarde, Morosini decidio ir a comer y entro en Calvillo para degustar el famoso gazpacho andaluz, unos langostinos a la plancha y mazapan, todo regado con un Rioja blanco que resulto excelente. No se podia decir lo mismo del cafe, tan denso que casi podia mascarse y que tuvo que ayudar a bajar bebiendo un gran vaso de agua. Tras de eso, considerando que su angel de la guarda merecia un poco de descanso, decidio echar una siestecita, como todo el mundo, y regreso al agradable fresco del Andalucia. Su vigilante podria elegir entre los sillones del gran vestibulo y las palmeras del jardin.

Naturalmente, no durmio. Principalmente, porque la siesta no formaba parte de sus habitos, pero tambien porque, pese a su aparente serenidad, aquella historia le fastidiaba. No tenia ganas de eternizarse en Sevilla. Ademas, el comisario Gutierrez no le inspiraba ninguna confianza; si lo habia dejado libre, quiza fuese para tener tiempo de pensar la mejor forma de soslayar la proteccion real sin jugarse la carrera, pero estaba decidido a clavarle las garras. Fuera cual fuese el resultado del careo del dia siguiente, Morosini estaba casi seguro de que encontraria la manera de hacerlo pasar por la carcel.

Unos golpes en la puerta interrumpieron su acceso de morbidezza, como decian en su pais, y su lento descenso hacia las oscuras profundidades del desanimo. Fue a abrir y se encontro frente a un botones con uniforme rojo adornado con galones, que le presentaba una carta sobre una bandeja de plata. En realidad, no era mas que una nota, pero al leerla Aldo tuvo la impresion de que acababan de insuflarle oxigeno: en unas pocas palabras, la duquesa de Medinaceli le rogaba que fuese a charlar un rato con ella hacia las siete. «Estaremos solos. Venga, por favor. Me disgustaria que se llevara de Sevilla una imagen desagradable.»

?Significaba eso que dona Ana estaba al corriente y no daba ningun credito a la acusacion formulada contra el? Confiaba en ello. Ademas, quiza la amable mujer supiera algo sobre la joya.

Asi pues, fue con entusiasmo a darse una ducha, antes de ponerse un elegante traje gris antracita cuyo corte impecable hacia plena justicia a sus anchos hombros, sus largas piernas y sus estrechas caderas. Una camisa blanca con cuello de pajarita y una corbata de seda en tonos grises y azules completaron un atuendo perfecto para visitar a una dama a ultima hora de la tarde. Una rapida mirada a un espejo le mostro que su espesa y morena cabellera empezaba a encanecer en las sienes, pero ese detalle no le preocupo. Al fin y al cabo, le sentaba bien a su piel mate, tensada sobre una osamenta de una arrogante nobleza, y a sus ojos azul acero, en los que a menudo chispeaba la ironia.

Tranquilo sobre su aspecto fisico, cogio un sombrero y unos guantes y llamo a recepcion por el telefono interior para pedir un coche ante el que, al cabo de un momento, se abrio la verja de la Casa de Pilatos.

Encontro a la senora de la casa en el jardin. Ataviada con un vestido de crespon rojo oscuro y luciendo un collar de perlas de varias vueltas, lo esperaba sentada en un gran sillon de mimbre, junto a una mesa sobre la que habia algunos refrescos. Morosini observo que parecia nerviosa, ansiosa incluso; no obstante, respondio a su besamanos con una encantadora sonrisa.

—Ha sido muy amable viniendo, principe. Ver de nuevo este palacio no debe de causarle un placer infinito.

—?Por que no? Es una fiesta para los ojos —repuso Aldo en tono cordial, dejando que su mirada vagara por la jungla florida y perfumada de uno de esos jardines que constituyen una de las mas bellas manifestaciones del espiritu andaluz.

—Sin duda, pero en el suceden cosas desagradables. No se como expresarle lo confusa y disgustada que me siento por que se hayan atrevido a involucrarlo en este desagradable asunto del cuadro robado. Deberia haber venido a contarmelo de inmediato. De no ser por dona Isabel, aun no me habria enterado.

—Ah, ha sido ella quien…

—Si, ha sido ella… Esa acusacion es ridicula. No nos conocemos mucho, pero su reputacion habla en su favor. Hay que estar mal de la cabeza, como ese pobre Fuente Salada, para tomarla con usted. En cuanto a ese majadero que afirma que lo vio perseguir a una dama que no existia, voy a despedirlo…

—?Ni se le ocurra hacerlo! El pobre chico se ha limitado a decir la verdad. Me vio salir; Estaba cruzando el patio principal con una bandeja cargada de copas y le pregunte el nombre de una dama a la que solo veia yo. El no vio a nadie.

—Y el comisario ha sacado la conclusion de que usted intentaba distraer su atencion a fin de permitir a un o una complice salir con el retrato.

—?Es eso lo que cree? Podria habermelo dicho. En cualquier caso, es ridiculo. —Aldo rio—. ?Como habria podido distraer su atencion senalandole a una dama a la que el no veia y que…

Se interrumpio; un criado mas imponente que un ministro acababa de presentarse con las bebidas. Morosini acepto un dedo de jerez y su anfitriona opto por lo mismo. Despues, tan silenciosamente como habia surgido de entre unos naranjos en flor, el hombre se esfumo.

La duquesa hizo girar por un instante la copa entre sus dedos.

—?Puede describirme a esa mujer?

—Desde luego. Y tambien puedo decirle hasta donde la segui. Pero… temo que me tome por loco, dona

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