Ana.
—Hable, por favor.
La duquesa escucho tranquilamente, sin hacer ningun comentario y sin mostrarse sorprendida. Luego dijo con la mayor naturalidad del mundo:
—Algunos afirman que aparece aqui todos los anos en la misma fecha. Yo nunca la he visto, porque solo se aparece a los hombres.
—Entonces, ?la conoce?
—Todos los sevillanos conocen la historia de la Susona. Esta grabada en la memoria colectiva. Mi suegro aseguraba que la habia visto, y tambien uno de nuestros mayordomos, al que encontraron una manana vagando por las calles totalmente privado de razon. Dicen que viene aqui por el retrato de la reina, pero sobre todo por el rubi que lleva al cuello. A lo mejor es la responsable del robo del cuadro.
—No creo que tuviera posibilidad de hacerlo. En cualquier caso, cuando la segui no llevaba nada. Pero, ya que hablamos de la joya representada en el lienzo, ?puede decirme que ha sido de ella? Una piedra de esa importancia debe de haber dejado su rastro en la historia.
La duquesa separo sus pequenas manos cargadas de anillos en un ademan que expresaba ignorancia.
—Me averguenza confesar que no se nada al respecto, y eso que descendemos del marques de Denia, que fue el carcelero de Tordesillas, donde la pobre reina sufrio tan larga cautividad y a veces en terribles condiciones. Denia y su mujer eran increiblemente rapaces y no me extranaria nada que se hubieran apoderado de las pocas joyas que la reina conservaba. Pero tambien es posible que en el momento de su muerte el rubi ya no le perteneciera; si no, habria llegado hasta nosotros por herencia. Quiza dona Juana se lo regalase a su ultima y muy querida hija, Catalina, cuando esta se marcho de Tordesillas para casarse con el rey de Portugal. Pero, ahora que caigo, puesto que manana tenia usted que mantener un careo con Fuente Salada, podriamos preguntarle que sabe de la joya. Creo que no ignora nada referente a la reina loca.
—?Ha dicho «tenia»? Sigo teniendo que mantener ese careo, senora duquesa…, a no ser que se niegue a que se realice en su casa. Le confieso que lo lamentaria, porque he puesto muchas esperanzas en el.
—No sera necesario. Tengo intencion de solventar este asunto esta misma tarde: dentro de un cuarto de hora escaso, el comisario Gutierrez estara aqui. En cuanto a Fuente Salada, voy a mandar que le lleven una invitacion para comer con usted manana. Lo conozco y se que vendra corriendo —anadio con una sonrisa que Aldo imito.
—?Por… cursileria?
—Si, por cursileria. Ese hombre es incapaz de resistirse a un titulo ducal, y yo poseo nueve. Es un personaje curioso; todas las primaveras realiza una especie de peregrinacion: aqui y a Granada, por el retrato y por la tumba.
Nunca dejamos de invitarlo, pero esta vez la reina ha llegado al mismo tiempo que el.
—Me ha sorprendido que no formara parte del sequito real. Me han dicho que era chambelan.
—De la reina Maria Cristina, la madre del rey y viuda de Alfonso XII. Vive retirada en Madrid, y el titulo de chambelan ya ha quedado practicamente desprovisto de funciones. Ademas, creo que a su majestad le parecia fastidioso.
Con una puntualidad militar, Gutierrez hizo su entrada en el minuto exacto que se le habia indicado, saludo como correspondia y se sento en el borde del asiento que le ofrecian, no sin lanzar a Morosini una mirada cargada de sobreentendidos; saltaba a la vista que no le hacia ninguna gracia encontrarlo alli. Y todavia le hizo menos cuando la anfitriona tomo la palabra.
—Senor comisario, le he pedido que venga a verme para evitar que continue avanzando por un camino equivocado —dijo, dirigiendo al policia una de esas sonrisas a las que resulta dificil resistirse—. Estoy en condiciones de asegurarle que el principe Morosini, aqui presente, no tiene nada que ver con el dano que hemos sufrido.
—Le ruego que me perdone si me permito contradecirla, senora duquesa, pero los hechos y testimonios que he podido recoger no dicen mucho a favor de… su protegido.
La palabra habia sido desafortunada. Dona Ana fruncio su noble entrecejo.
—Yo no protejo a nadie, senor. Resulta que un incidente absolutamente fortuito me ha puesto en condiciones de ofrecerle un testimonio irrefutable. Mientras estabamos cenando, la marquesa de Las Marismas vino a pedir a su majestad la reina autorizacion para que el principe Morosini, que padecia un acceso de neuralgia, se retirara. A continuacion, pidio un coche y mando que lo llevaran a su hotel. Un rato mas tarde, le rogue a mi secretaria, dona Ines Aviero, que fuera a buscarme un chal, y asi lo hizo. Pues bien, dona Ines es tajante: el retrato estaba en su sitio cuando ella paso por delante de el.
—Quiza no se dio cuenta. Cuando se esta acostumbrado a ver un objeto dia tras dia, esas cosas pasan.
—A dona Ines, no. Ella se fija en todo y no pasa ningun detalle por alto. Usted mismo podra preguntarselo; voy a hacer que la llamen.
—Si esta segura del hecho, ?por que no dijo nada cuando interrogue a su personal?
—Usted no se lo pregunto —respondio la duquesa con una logica implacable—. Ademas, fue al quedarnos solas ayer por la noche cuando dona Ines, despues de haber reflexionado, me dijo que estaba segura de haber visto el retrato de la reina alrededor de la una de la manana. Puesto que el principe nos dejo hacia las doce y media, saque usted mismo la conclusion.
El tono, que no admitia replica, era de los que un modesto comisario, ante una de las damas mas importantes de Espana, no podia permitirse poner en duda, pero era evidente que ganas no le faltaban. Sentado en su silla, replegado sobre si mismo, la cabeza de toro hundida entre los hombros macizos, parecia incapaz de decidirse a levantar el asedio. Dona Ana, compadeciendose de el y para darle tiempo de digerir su decepcion, anadio, subitamente afable:
—Tenga la bondad de informar al marques de Fuente Salada de lo que acabo de decirle.
Gutierrez se estremecio, como si despertara de un sueno, y no sin esfuerzo se puso en pie.
—De todas formas, el senor marques no hubiera venido manana. Acabo de pasar por casa de su primo,