—Y el hijo bastardo de su marido. No olvides a John Sutton.

—Oye, tenemos todo el tiempo del mundo para hablar de eso, y sin duda estaremos mejor en mi casa que en el anden de una estacion.

Al cabo de un momento, el pequeno Amilcar rojo vivo de Adalbert, cargado con las maletas del veneciano, llevaba a los dos amigos hacia la calle Jouffroy. Aldo dejo a su chofer concentrado en los placeres y las dificultades de una conduccion peligrosamente deportiva, como era habitual en el, y opto por guardar silencio durante el trayecto. Ese ano la primavera parisina estaba deliciosa. Una brisa ligera y fresca, que esparcia el perfume de los castanos en flor, corria a lo largo del Sena. El viajero se abandono a ella, aunque sin dejar de pensar en el nuevo enigma que se le planteaba: ?por que Anielka se habia instalado en su antigua residencia? La princesa Morosini no tenia nada que hacer alli… Quiza tia Amelie y, sobre todo, su fiel acompanante Marie- Angeline du Plan-Crepin, a quien nada se le escapaba, podrian decirle algo al respecto. Ese pensamiento lo decidio a romper el silencio que siempre observaba cuando Vidal-Pellicorne iba al volante.

—Me gustaria hablar un poco con tia Amelie. ?Habeis organizado una cita secreta a medianoche detras de una arboleda del parque Monceau?

—Vendra a cenar esta noche —mascullo Adalbert, con la mente y los ojos ocupados.

La aparicion de dos agentes en bicicleta saliendo de la calle Royale aporto un subito apaciguamiento a los rugidos rabiosos del motor. Adalbert les ofrecio una sonrisa serafica cuyo final dirigio a su companero.

—?Que tal en Espana? ?Bien? ?Que asunto te ha llevado alli? ?Debe de hacer ya un calor de mil demonios!

—La restitucion al Tesoro espanol de una pieza desaparecida desde el siglo pasado. Eso me ha valido escoltar a la reina hasta Sevilla para asistir a una fiesta en casa de los Medinaceli mientras su real esposo se iba a hacer alguna calaverada a Biarritz…, y de paso he encontrado el rastro del rubi, la ultima piedra del pectoral.

El coche dio un bandazo que traducia la emocion de su conductor, pero este recupero el control de inmediato.

—?Y por que no lo has dicho antes?

—?Para que nos peguemos un tortazo? ?Tu has visto a que velocidad conducias?

—Reconozco que cuando hace buen tiempo me dejo llevar un poco.

—Y cuando llueve tambien. Por cierto, en lo referente al rubi, no lances las campanas al vuelo todavia: solo estoy seguro de su recorrido hasta finales del siglo XVI, cuando lo compro el emperador Rodolfo II.

—No me digas que vamos a tener que vernoslas otra vez con el tesoro de los Habsburgo…

—No lo creo. El personaje con el que hable en Espana jura que, a la muerte del emperador, este ya no lo poseia y que nadie sabe adonde ha ido a parar. Lo primero que hay que hacer, creo yo, es poner a Simon al corriente. Nadie conoce mejor que el las joyas de los Habsburgo y, con lo que ya he podido averiguar, quizas encuentre alguna pista. Sobre todo teniendo en cuenta que esa condenada piedra parece todavia mas maligna que las otras.

—?Cuenta!

—Ahora no. Vale mas que mires por donde vas.

Aldo guardo un silencio prudente hasta que su amigo piso el freno delante de la puerta de su casa, una vivienda de finales de siglo muy senorial, donde ocupaba un vasto primer piso sobre entresuelo, maravillosamente cuidado por Theobald, su fiel sirviente. En caso de necesidad, este llamaba a su hermano gemelo Romuald, [4] con el que formaba una pareja tanto mas valiosa cuanto que ninguno de los dos tenia miedo de nada y sabia hacer practicamente de todo, desde cultivar rabanos hasta practicar la guerra de guerrillas en pleno desierto.

Theobald esperaba al principe con una satisfaccion sobradamente puesta de manifiesto por el suntuoso desayuno dispuesto para el en la biblioteca… y el ramo de olorosas peonias colocado sobre un velador en el dormitorio del invitado.

Mientras hacia desaparecer una buena cantidad de brioches calientes, de cruasanes deliciosamente hojaldrados y de tostadas untadas con mantequilla con sabor de avellana y mermelada de albaricoque, acompanados de un cafe digno de Celina, Aldo conto sus aventuras espanolas y como habia dejado, a cambio de informacion, que un ladron disfrutara en paz del producto de su robo.

—El amor lo justifica todo —dijo, suspirando, Vidal —Pellicorne—. No podias romperle el corazon a ese pobre hombre.

—El amor verdadero, quiza, pero ?lo es siempre tanto como algunos afirman? —murmuro Morosini, pensando en la que llevaba su apellido gracias a un chantaje hecho en nombre de ese mismo amor—. Por cierto, ?tienes noticias de Lisa Kledermann?

Adalbert se atraganto con el cruasan y consiguio hacerlo pasar bebiendo media taza de cafe, lo que sirvio de disculpa para el bonito color purpura que habia tenido su rostro.

—?Por que relacionas a Lisa con el amor? —pregunto por fin.

—Porque se que sientes debilidad por ella, y como sois excelentes amigos y Lisa no tiene ninguna razon para darte la espalda, he pensado que a lo mejor sabias algo.

—El ultimo en verla fuiste tu, cuando te llevo el opalo.

—?Ni una carta, ni una llamada telefonica?

—Nada. Debe de tener demasiado miedo de que le hable de ti, y yo no se donde esta. En Viena no, desde luego, porque he recibido noticias de la senora Von Adlerstein; parece ser que su nieta ha decidido desaparecer de nuevo.

—Entonces no hablemos mas del asunto… y volvamos a la causa de todo el mal: Anielka. ?Que hace en Paris?

—Aparentemente, no gran cosa. Vive mas o menos enclaustrada en la mansion Ferrais…, pero prefiero dejar que te hablen de ella las damas de la calle Alfred-de-Vigny.

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