juramento: la cantante que interpretaba el papel de Zerlina era el ruisenor hungaro que durante unas semanas lo habia ayudado a sobrellevar el tedio a finales del invierno del ano anterior. De repente lamento que el recepcionista del hotel le hubiera conseguido, gracias a su celo, un sitio tan bueno: si Ida se percataba de su presencia, llegaria a Dios sabe que conclusion en su propio beneficio y el tendria todas las dificultades del mundo para librarse de ella.

Estuvo a punto de levantarse para buscar otro asiento, pero la sala ya estaba llena. En cuanto a marcharse, no podia andar recorriendo cervecerias o tabernas vestido de etiqueta. Pero no tardo en tranquilizarse: la dama que se sento a su lado, acompanada de un caballero menudo e incoloro, era una persona imponente, desbordante a la vez de exuberantes carnes y de plumas negras que debian de haber pertenecido a una manada entera de avestruces. Pese a su altura, Morosini desaparecio parcialmente detras de esa pantalla providencial, se sintio a gusto y pudo disfrutar apaciblemente de la divina musica del divino Mozart. Al menos hasta el final del entreacto.

Cuando se encendieron las luces de la sala, se apresuro a salir para tomar en el bar una copa acompanada de unas pastas saladas —no habia tenido tiempo de cenar—, pero, desgraciadamente, cuando volvio a su sitio encontro a una acomodadora que le entrego una nota dirigiendole una mirada de complicidad: lo habian pillado.

?Que detalle que hayas venido! —escribia la hungara—. Naturalmente, cenamos juntos. Ven a buscarme despues de la funcion. Te quiere como siempre, tu Ida.

?Menudo desastre! Si no respondia de uno u otro modo a la invitacion de su antigua amante, era capaz de buscarlo por toda la ciudad y pasaria por un autentico grosero. Pero por lo menos esa noche tendria que prescindir de el. Ni por todo el oro del mundo faltaria a la extrana cita del gran rabino.

No obstante, se obligo a mantener la calma, espero a que el segundo acto estuviera bien avanzado y a que dona Ana hubiera terminado entre «bravos» el aria Crudele? Ah no! Mio ben! para salir de debajo de las plumas y escabullirse discretamente. Una vez fuera de la sala, encontro a la acomodadora que le habia dado la nota y saco un billete de la cartera.

—Por favor, ?podria llevarle esto a Fraulein De Nagy cuando la funcion haya terminado?

En el reverso de la nota que habia recibido, escribio rapidamente unas palabras:

Como has adivinado, he venido para escucharte, pero despues tengo un asunto importante que resolver.

No nos sera posible cenar juntos. Recibiras noticias mias manana. No me lo tengas en cuenta. Aldo.

Mientras doblaba el papel para meterlo en el sobre, anadio:

—Al llegar he visto a una florista junto al teatro. ?Le importaria ir a comprar dos docenas de rosas para unirlas al mensaje? Yo tengo que irme.

La importancia del nuevo billete aparecido entre los dedos de aquel hombre tan seductor amplio mas la sonrisa de la mujer. Esta lo cogio todo e hizo una pequena reverencia.

—Lo hare, senor, no se preocupe. Aunque es una lastima que no pueda quedarse hasta el final. Promete ser triunfal.

—Me lo imagino, pero no siempre puede uno hacer lo que desea. Gracias por su amabilidad.

Al entrar en el coche, Aldo dejo escapar un suspiro de alivio. La reaccion de Ida le importaba un comino; no tenia ninguna intencion de volver a verla. Lo que contaba era estar a medianoche junto a la entrada del castillo real. En ese momento oyo sonar las once en el historico reloj y penso que llegaria muy pronto, pero era preferible eso que hacer esperar a Jehuda Liwa. Asi tendria tiempo para buscar un lugar tranquilo donde aparcar el coche.

Se puso en marcha despacio para seguir escuchando el debil eco de la musica. En Praga, ademas, igual que en Viena, siempre habia una melodia, el eco de un violin, de una flauta de Pan o de una citara flotando en el aire, y ese no era uno de sus menores encantos. Con todas las ventanillas bajadas, Aldo aspiro los olores de la noche, pero penso que el tiempo podria muy bien estropearse. En el cielo, todavia claro cuando habia llegado al teatro, estaban acumulandose pesadas nubes. Ese dia habia hecho calor y el sol, al ponerse, no habia abierto la puerta al fresco. El lejano rugido de un trueno anunciaba que se preparaba una tormenta, pero Morosini no le concedio ninguna importancia. Intuia que una aventura fuera de lo comun lo esperaba y sentia una excitacion secreta nada desagradable. Ignoraba por que el rabino lo llevaba alli, pero el hombre era en si mismo tan fabuloso que el no habria cedido su lugar ni por todo un imperio.

Mientras el pequeno Fiat subia las cuestas del Hradcany, Aldo tenia ya la impresion de estar sumergiendose en un mundo desconocido y enigmatico. Las calles oscuras, tan silenciosas que el ruido del motor producia una sensacion de incongruencia, apenas estaban iluminadas por antiguas farolas muy separadas unas de otras. Arriba de todo, el inmenso castillo de los reyes de Bohemia dibujaba una masa negra. De vez en cuando, los faros iluminaban el doble fulgor de los ojos de un gato. Hasta que no llego a la plaza Hradcanske, donde se encontraban las verjas monumentales del castillo, Morosini no tuvo la impresion de regresar al siglo XX: unas farolas iluminaban los ocho grupos escultoricos situados sobre las columnas repartidas a lo largo de la verja con el monograma de Maria Teresa, asi como las garitas de rayas grises y blancas que albergaban a los centinelas encargados de la proteccion del presidente.

Poco deseoso de atraer la atencion de los soldados, Morosini aparco el coche junto al palacio de los principes Schwarzenberg, lo cerro y subio hacia el hueco donde se abria la doble arcada que conducia a los jardines, cerrados tambien por verjas. Por extrano que pareciera, ese era el lugar de la cita, y Aldo se dispuso a esperar fumando un cigarrillo tras otro. Al principio, el silencio le parecio total; luego, poco a poco, a medida que pasaba el tiempo, empezaron a llegarle ligeros ruidos: los lejanos de la ciudad al borde del sueno, el vuelo de un pajaro, el maullido de un gato. Y despues empezaron a caer gotas de lluvia en el mismo momento en que, en alguna parte situada hacia el norte, un relampago iluminaba el cielo como un punado de magnesio ardiendo. En ese preciso instante, la catedral de San Vito dio las doce, la verja giro sobre sus goznes de hierro sin hacer ruido y la larga silueta negra de Jehuda Liwa aparecio. El gran rabino indico por senas a Morosini que se acercara. Este tiro el cigarrillo y obedecio. Detras de el, la verja se cerro sola.

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