Estoy en la habitacion 204, justo al lado de la tuya, pero, por el amor de Dios, dejame dormir. Me contaras tus calaveradas manana.

Era de Vidal-Pellicorne.

Morosini se habria arrodillado de buen grado para dar gracias al Senor. Era un alivio inmenso saber que Adalbert estaria con el para afrontar la prueba que lo esperaba. Se dirigio hacia el ascensor muy animado. De repente, la vida le parecia mucho mas bella.

Morosini acababa de abrir los ojos cuando Adalbert entro en su habitacion precedido de una mesa con ruedas con un copioso desayuno para dos. Dado que las efusiones eran raras entre ellos, el arqueologo miro primero a su amigo, sentado en la cama, y luego las elegantes prendas dejadas de cualquier manera con mirada critica.

—Lo que me imaginaba. No te aburriste.

—?Ni un momento! Primero Don Giovanni, en el Teatro de los Estados, y luego una impresionante audiencia imperial, seguida de una interesante conversacion con un hombre del que no estoy seguro que no tenga tres o cuatro siglos de existencia. Y tu, ?de donde vienes? —anadio Aldo poniendose a buscar las zapatillas.

—De Zurich, donde Theobald me ha transmitido tu mensaje. Fui para ayudar a Romuald, a quien la policia suiza recogio una manana a orillas del lago en un estado bastante lamentable.

Aldo, que estaba poniendose la bata, se quedo inmovil.

—?Que paso?

—La tipica encerrona. Me extrana que un viejo zorro como Romuald se dejara atrapar. Quiso seguir a «tio Boleslas» y se encontro en compania de cuatro o cinco bribones que le dieron una paliza y lo abandonaron, dandolo por muerto, en un carrizal. Afortunadamente, el es fuerte y los suizos saben curar a la gente. Recibio un buen golpe en la cabeza y tiene varias fracturas, pero saldra de esta. Lo he hecho repatriar a Paris, a la clinica de mi amigo el profesor Dieulafoy, custodiado por dos robustos enfermeros. En cualquier caso, estoy en condiciones de decirte una cosa: tio Boleslas y Solmanski padre son una sola persona.

—Ya nos lo parecia… ?Y sigue en Zurich… mi encantador suegro?

—No lo sabemos. Romuald lo siguio hasta una villa en el lago, pero es imposible saber que ha hecho despues de eso. Por si acaso, he mandado una larga carta a nuestro querido amigo el superintendente Warren. Cuando hay una alianza, debe compartirse todo, hasta los dolores de cabeza.

—Tu carta seguro que le ha dado uno de campeonato.

Sentado a la mesa, Adalbert, que habia pedido una autentica comida en la que el breakfast ingles se unia a las delicias vienesas, estaba atacando unos huevos con beicon despues de haberse servido una gran taza de cafe.

—Ven a comer —dijo—, esto va a enfriarse. Mientras, me contaras tu velada con todo detalle. Tengo la impresion de que debio de ser pintoresca.

—?No te imaginas hasta que punto! Y tu llegada ha sido providencial. Anoche, cuando volvi, no andaba muy lejos de creer que estaba volviendome loco.

Los ojos azules de Adalbert brillaron bajo el mechon rubio y rizado que se empenaba en caer encima.

—Siempre he pensado que tenias cierta tendencia.

—Ya veremos como estas tu cuando haya terminado mi relato. Para que te hagas una idea, se donde esta el rubi.

—?No me lo puedo creer!

—Pues mas vale que te lo creas. Pero, para recuperarlo, vamos a tener que transformarnos en saqueadores de tumbas: tenemos que violar un ataud.

Adalbert se atraganto con el cafe.

—?Que has dicho?

—La verdad, muchacho, y no deberia causarte ese efecto: un egiptologo esta acostumbrado a ese tipo de actividad.

—?Tienes unas cosas! No es lo mismo una tumba de dos o tres mil anos y una que se remonta a…

—Aproximadamente trescientos.

—?Lo ves? No es lo mismo.

—No veo la diferencia. Un muerto es un muerto, y no es mas agradable contemplar una momia que un esqueleto. No deberias ser tan tiquismiquis.

Vidal-Pellicorne se sirvio otra taza de cafe y se puso a untar de mantequilla una tostada antes de anadirle mermelada.

—Bueno, tienes que contarme una historia, ?no? Pues cuentamela. ?Que es eso de la audiencia imperial? ?Has visto a otro fantasma?

—Podriamos llamarlo asi.

—Esta convirtiendose en una mania —gruno Adalbert—. Deberias llevar cuidado.

—?Me habria gustado verte alli! Escucha, y no abras la boca para otra cosa que no sea comer.

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