A medida que avanzaba el relato, curiosamente el apetito de su amigo iba decreciendo, y cuando termino, Adalbert habia apartado su plato y fumaba, nervioso, con semblante grave.

—?Sigues creyendo que tengo visiones? —pregunto Morosini.

—No, no…, pero es impresionante. ?Interrogar a la sombra de Rodolfo II a medianoche en su palacio! ?Quien es ese tal Jehuda Liwa? ?Un mago, un hechicero…, el senor del Golem devuelto a la vida?

—Se tanto como tu, pero Louis de Rothschild no debe de andar muy lejos de pensar algo parecido.

—?Cuando salimos?

—Lo antes posible —respondio Aldo, recordando de pronto a su cantante hungara, que sin lugar a dudas no tardaria nada en localizarlo—. ?Por que no hoy mismo?

No habia terminado la frase cuando llamaron a la puerta y aparecio un botones llevando una carta en una bandeja.

—Acaban de traer esto para su excelencia —dijo.

Presa de un horrible presentimiento, Aldo cogio la carta, dio una propina al chiquillo y miro el sobre por todos lados. Le parecia reconocer aquella letra extravagante y, por desgracia, no se equivocaba: en unas frases impregnadas de autosatisfaccion que pretendian ser seductoras, la bella Ida sugeria que se viesen «para hablar del delicioso pasado» en el restaurante Novacek, en los jardines de Petrin, en Mala Strana, el barrio que se extendia al pie del Hradcany.

Morosini le enseno a Adalbert la nota, que despedia un fuerte olor de sandalo.

—?Que hago? No tengo ningunas ganas de verla. Fue el azar lo que me llevo al teatro anoche, y porque tenia tres horas por delante que pasar de alguna manera.

—?Vuelve a cantar esta noche?

—Creo que si. Me parecio ver que habia tres representaciones excepcionales.

—Entonces, lo mejor sera que vayas. Di cualquier cosa, seguro que se te ocurre algo, y como de todas formas, si te parece bien, nos iremos despues de comer, no podra correr detras de ti, que es lo que haria si no acudieses al restaurante. Yo comere aqui mientras te espero.

Era lo mas sensato. Dejando que Adalbert se ocupara de los preparativos de la marcha —habian decidido no dejar las habitaciones, puesto que tendrian que regresar a la vieja sinagoga— y de que el coche estuviera a punto para primera hora de la tarde, Morosini pidio una calesa y se dispuso a acudir a su cita. Sin demasiado entusiasmo, desde luego.

El lugar estaba bien elegido para una operacion de seduccion. El jardin sombreado y florido donde se alineaban las mesas ofrecia una vista encantadora del rio y la ciudad. En cuanto al ruisenor hungaro, aparecio luciendo un vestido de muselina con estampado de glicinas y una sonrisa radiante bajo una pamela cubierta de las mismas flores; un conjunto mas apropiado para un garden-party en cualquier embajada que para una comida campestre y… el solido plato de choucroute que la dama escogio, precedido de salchichas de rabano blanco («?me chiflan, querido!») y regado con cerveza. ?Es curioso, por cierto, como el ambiente en el que se degusta un plato, incluida la indumentaria, puede realzarlo o empequenecerlo! Aldo habria sido mas sensible a una comedora de choucroute con el traje tipico austriaco y los brazos desnudos bajo unas mangas cortas de farol, que a una prima donna empenada en llamar la atencion. Y como habia poca gente, lo conseguia a la perfeccion, sobre todo porque hablaba bastante fuerte, de modo que nadie se quedara sin saber el titulo principesco que ostentaba su companero.

—?No podrias hablar un poco mas bajo? —acabo por decir el, exasperado por la larga enumeracion de las ciudades en las que Ida habia obtenido inmensos exitos—. No hace falta poner a todo el mundo por testigo de lo que nos decimos.

—Perdona. Soy consciente de que es una mala costumbre, pero es por la voz. Necesita ser ejercitada constantemente.

Era la primera vez que Morosini, habitual de la Fenice, oia decir que el mantenimiento de la voz de una soprano exigiera proferir incesantes gritos, pero, despues de todo, cada cual tenia su metodo.

—?Ah! ?Y que programa tienes ahora?

—Dos dias mas aqui y despues varias ciudades balnearias famosas: primero Karlsbad, por supuesto, despues Marienbad, Aix-les-Bains, Lausana…, no se exactamente. Pero, ahora que lo pienso —anadio, alargando sobre el mantel una mano con las unas pintadas—, ?por que no vienes conmigo? Seria maravilloso, y ya que has venido hasta aqui para escucharme…

—Un momento, debo rectificarte: no he venido aqui para escucharte, sino por negocios, y he tenido la agradable sorpresa de ver que interpretabas Don Giovanni. Naturalmente, no he resistido la tentacion…

—Eres muy amable, pero espero que al menos estemos juntos hasta que me vaya.

Aldo cogio la mano que se ofrecia y deposito en ella un rapido beso.

—Desgraciadamente, me marcho de Praga esta tarde en compania de un amigo con el que trabajo. Es una lastima —anadio hipocritamente.

—?Que contrariedad! Pero ?hacia donde vas? Si es en direccion a Karlsbad…

Aldo dio gracias por que la celebre estacion termal se encontrara al oeste de Praga.

—No. Voy al sur, hacia Austria. De no ser asi, como puedes imaginar, estaria encantado de escucharte de nuevo.

Se esperaba lamentos, pero ese dia Ida parecia decidida a tomarselo todo con cierta filosofia.

—No estes triste, carissimo mio. Tengo una sorpresa para ti: en otono ire a Venecia. Debo interpretar el papel de Desdemona en la Fenice.

Morosini domino perfectamente el juramento que afloraba a sus labios y encontro al instante la replica:

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