—?El… el marido de Anielka?
—Si. Bueno, eso dicen —respondio Aldo, que no tenia ningun interes en explayarse sobre su curiosa situacion conyugal con esa pequena criatura, bastante parecida a un bello objeto decorativo y quiza sin mucho mas cerebro—. Me he enterado de que habia sido invitada a mi casa sin que yo estuviera alli para recibirla y he venido a presentarle mis disculpas.
—Ah…, bueno, no era necesario —balbucio, sonrojandose todavia mas—, pero es un detalle haber venido hasta aqui… ?Nos… nos sentamos y tomamos algo?
—Seria un placer, pero veo que se disponia a jugar al tenis y no quisiera privarla de su partido.
—Ah, no se preocupe por eso —dijo ella, y dirigiendose a un grupo de jovenes que la esperaban a cierta distancia anadio, elevando el tono de voz hasta un registro impresionante—: ?No me espereis! ?El principe y yo tenemos que hablar!
Habia dicho el titulo pavoneandose, cosa que divirtio a Morosini. Luego tomo a este del brazo y lo condujo hacia la terraza, donde pidio un whisky con soda en cuanto estuvo instalada en uno de los comodos sillones de rota.
Aldo pidio lo mismo y a continuacion pronuncio un breve discurso sobre las exigencias de la hospitalidad veneciana y su vivo pesar por haberse visto imposibilitado de cumplir con ellas, sobre todo tratandose de una persona tan encantadora. Ethel, que no cabia en si de contento, encontro totalmente natural la pregunta final:
—?Como es que su marido la deja sola en una ciudad tan peligrosa como Venecia? Para una mujer bonita, se entiende…
—Oh, con Anielka no estoy sola. Ademas, siempre hay mucha gente a mi alrededor.
—Me he dado cuenta. De todas formas, supongo que su esposo vendra a buscarla en los proximos dias.
—No. Tiene que ver a varias personas en Italia relacionadas con sus negocios.
—?Sus negocios? ?A que se dedica?
Ethel sonrio con una inocencia conmovedora.
—No tengo ni la menor idea. Algo de banca, de importacion… Al menos eso creo. Nunca quiere ponerme al corriente; dice que esas cosas complicadas no estan hechas para el cerebro de una mujer. Lo unico que se es que tenia que ir a Roma, Napoles, Florencia, Milan y Turin, desde donde se marchara de Italia. Todavia no me ha dicho donde debo reunirme con el.
«No ha habido suerte», penso Morosini.
—?Y su suegro? —pregunto sin transicion, con aire distraido—. ?Tiene buenas noticias de el?
La joven se congestiono y Aldo creyo que iba a tener que pedir al camarero sales de amoniaco.
—?Es que no sabe… lo que ha pasado? —dijo con gran incomodidad, despues de haber vaciado el vaso de un trago—. No me gusta hablar de eso. ?Es tan terrible!
—Dios mio, le suplico que me perdone —dijo Aldo con expresion contrita cogiendole una mano—. No se donde tenia la cabeza. La carcel, el suicidio… y usted fue con su marido a buscar el cuerpo para llevarlo…, ?adonde lo llevaron?
—A Varsovia, a la capilla familiar. Fue una bonita ceremonia a pesar de las circunstancias.
Un botones que llevaba una carta sobre una pequena bandeja interrumpio la conversacion. Ethel la cogio apresuradamente y, tras haber pedido disculpas a su visitante, la abrio con gesto nervioso y dejo el sobre encima de la mesa, lo que permitio a Morosini ver que el matasellos era de Roma. Despues de haberla leido, se la guardo en el bolsillo y volvio a prestar atencion a su visitante.
—Es de Sigismond. Me anima a quedarme aqui algun tiempo mas —dijo, riendo con desenfado.
—Es una buena noticia. Eso nos permitira volver a vernos. A no ser que le desagrade —anadio con una sonrisa irresistible que causo el efecto deseado.
Ethel parecio encantada ante semejante perspectiva, pero aclaro, con una curiosa franqueza, que le gustaria que su cunada no fuera informada de esos posibles encuentros. Lo que, como es natural, llevo a Aldo a pensar que no le tenia mucho carino a Anielka… y que quizas el le inspiraba cierta simpatia. Un detalle que podia resultar de gran utilidad, pero del que, no obstante, se prometio no abusar. Lo que el queria era encontrar a Sigismond y nada mas.
Al llegar a casa, encontro a Anielka en la biblioteca en compania de Adalbert. Como todavia no habia visto a su mujer, que habia vuelto muy tarde la noche anterior, le beso la mano al tiempo que le preguntaba por su salud, sin dar senales de advertir su semblante sombrio.
—Tengo que hablar contigo —dijo ella secamente—. Pero comamos antes. Hemos esperado bastante, asi que podemos esperar un poco mas.
—Por mi no lo haga —dijo sonriendo el arqueologo—. No tengo mucha hambre.
—Yo si —dijo Aldo—. El aire del mar siempre me abre el apetito, y acabo de dar un paseo muy agradable. Hace un dia precioso.
Guy Buteau se habia ido a Padua, de modo que en el salon de los Tapices solo eran tres comensales, pero la conversacion la mantuvieron exclusivamente Aldo y Adalbert. Una conversacion muy impersonal. Hablaron de arte, musica y teatro, sin que Anielka interviniera ni una sola vez. Abstraida, hacia bolitas de miga de pan sin prestar la menor atencion a sus companeros de mesa, lo que permitio a Adalbert decir a su amigo por senas que no sabia nada acerca del mal humor de la joven y que no habia conseguido sonsacarle ninguna informacion.
Despues del cafe, Adalbert se marcho anunciando unos irresistibles deseos de volver a ver a los primitivos de la Accademia mientras que Aldo se traslado con Anielka a la biblioteca, adonde esta entro con paso apabullados En cuanto la puerta estuvo cerrada, la joven ataco:
—Segun me han dicho, te han herido gravemente.
Aldo se encogio de hombros y encendio un cigarrillo: