—?Como es que viene usted a servir? ?Donde esta Zaccaria?
—Disculpelo, princesa. Acaba de dar un resbalon en la cocina y se ha caido. Mientras se recupera, he venido yo a servir: un
—Es verdad, seria una pena —dijo Adriana, contemplando con placer el aereo y dorado pastel—. ?Huele maravillosamente bien!
—?De que es? —pregunto Anielka.
—De trufas y setas con un toque de armagnac.
Con tanta habilidad y autoridad como el propio Zaccaria, Celina, soberbia con su mejor vestido de seda negro y un tocado de la misma tela sobre un mono por una vez sobrio, sirvio los platos, se retiro un poco hasta situarse bajo el retrato de la princesa Isabelle, madre de Aldo, y permanecio alli con las manos cruzadas sobre el vientre.
—?Se puede saber que espera? —se impaciento Anielka.
—Me gustaria saber si el
—Es muy natural —dijo Adriana en su defensa—. En las grandes casas, el cocinero asiste a la degustacion de su plato principal cuando se trata de una gran cena, ?verdad, Celina?
—En efecto, condesa. . —En tal caso… —dijo Anielka, hundiendo la cuchara en la olorosa preparacion.
Debia de estar deliciosa, pues las dos comensales se chuparon los dedos. De pie bajo el gran retrato, Celina observaba… esperando los primeros sintomas con una avidez cruel. Aparecieron enseguida. Anielka fue la primera en soltar la cuchara y llevarse la mano al cuello.
—?Que pasa? No veo nada… y me duele, me duele…
—Yo tampoco… No veo… ?Dios mio!
—Ha llegado el momento de encomendarse al Senor —rugio Celina—. Van a tener que rendirle cuentas. Yo he saldado las de mis principes.
Y con la misma calma que si estuviera asistiendo a una comedia de salon, Celina miro morir a las dos mujeres.
Cuando todo hubo acabado, fue a buscar un frasquito que contenia agua bendita, se arrodillo junto al cadaver de Anielka y procedio a ungir, sobre su vientre, a la criatura que jamas naceria. Despues se levanto, se acerco de nuevo al retrato de la madre de Aldo, lo beso como si se tratara de un icono, murmuro una ferviente plegaria y finalmente alzo el rostro banado en lagrimas:
—?Ruegue a Dios que me absuelva, senora! Ahora nuestro Aldo ya no tiene nada que temer y usted ha sido vengada…, pero yo voy a necesitar su ayuda. ?Rece, se lo ruego, rece por mi alma en peligro!
Celina fue a buscar a la mesa el plato en el que quedaba un poco de su preparacion mortal, volvio a la cocina, que habia despejado mandando urgentemente a Zaccaria a la farmacia en busca de magnesia para combatir sus subitos y miticos dolores de estomago (Livia y Prisca estaban la una en el cine y la otra en casa de su madre), y se sento ante la gran mesa donde durante anos habia dado de comer a su pequeno Aldo y preparado maravillas para sus amados senores. Se seco las lagrimas con un pano que habia por alli, se santiguo y tomo una gran cucharada del
Era casi medianoche y, como hacia mal tiempo, reinaba tal calma en Praga que se podia oir el murmullo del rio. Uno tras otro, los tres hombres cruzaron la estrecha puerta del jardin de los muertos, pero casi inmediatamente Jehuda Liwa se detuvo.
—Quedense aqui y vigilen —dijo a sus companeros—. La tumba de Mordechai Meisel se encuentra en la parte baja del cementerio, cerca de la de Rabbi Loew, mi antepasado. Deben impedir que alguien me siga…, suponiendo que haya alguien a estas horas.
Los dos amigos, comprendiendo que su guia no deseaba mostrarles como abriria la sepultura, asintieron con la cabeza. Pero no se ofendieron; al contrario, se sintieron aliviados de no participar en la violacion de otra tumba.
—Me pregunto como es posible orientarse en medio de este caos de piedras —dijo Aldo—. Se diria que han sido esparcidas al azar por la mano de un gigante negligente. ?Y hay muchisimas!
—Doce mil —contesto Adalbert—. He leido algunas cosas sobre este cementerio. Existe desde el siglo XV, pero, como el territorio del gueto esta limitado, han apilado a los muertos unos encima de otros, a veces hasta diez. No obstante, hay dos o tres personajes ilustres que tienen derecho a moradas con cuatro paredes; debe de ser el caso de ese tal Meisel. Y es preciso que asi sea, porque para los judios turbar el descanso de los muertos es un crimen grave. —Para nosotros tambien.
Se oyo ruido de pasos en el exterior y los dos hombres se callaron; no tenia sentido hacer saber a nadie que habia gente en el cementerio. Luego, los pasos se alejaron y Aldo, que se habia escondido entre el tronco de un arbol y la pared para tratar de identificar al eventual visitante, salio. Adalbert froto las manos una contra otra.
—?Que sitio tan lugubre… y glacial! Estoy helado…
—En verano es mucho mas agradable. Hay flores silvestres que crecen entre las tumbas y, sobre todo, esta impregnado de fragancias: jazmin, sauco, un olor paradisiaco…
—Te noto muy romantico. Y sin embargo, deberias estar mas contento: nuestros problemas han acabado… y tambien nuestras aventuras, claro.
El suspiro de Adalbert hizo sonreir a su amigo.
—Cualquiera diria que lo lamentas.