—Un poco, si. Tendre que conformarme con la egiptologia. Ademas —anadio en un tono subitamente grave—, la vida tendra menos interes ahora que Simon nos ha dejado.

—Yo tambien lo echare de menos, pero te recuerdo que yo todavia tengo un problema: la ultima de los Solmanski continua causando estragos bajo mi techo, y esa situacion puede prolongarse mucho tiempo.

—?Estas pensando en la anulacion?

—Si. Cuando la obtenga, si lo consigo, el hijo de otro estara viviendo en mi casa y yo tendre el pelo blanco. En cuanto a Lisa…, se habra casado con Apfelgrune o con Dios sabe quien.

Se produjo un silencio, unicamente turbado por el ruido lejano de un coche. Sentados uno junto a otro sobre una gran piedra, como dos gorriones en una rama, Aldo y Adalbert lo oyeron disminuir.

—?Reconoces por fin que estas enamorado de ella? —murmuro el segundo.

—Si…, y cuando pienso que podria ser su marido desde hace anos, me daria de cabezazos contra la pared.

—No lo hagas. No os imagino comprometidos en un matrimonio acordado sin conoceros. Tu te comportaste como un hombre honrado negandote a casarte por dinero. En cuanto a ella, no estoy seguro de que hubiera aceptado convertirse en tu mujer en esas condiciones. Y te habria despreciado.

—Tienes razon. Pero ?que me dices de ti? Tu podrias casarte con Lisa. Eres libre como el viento y tambien estas enamorado de ella.

—Si, pero ella no lo esta de mi. Ademas, creo que soy el soltero perfecto. No me veo casado… A los gemelos no les gustaria… A menos… a menos que me case con Plan-Crepin.

—?Estas de broma?

—No. Es una muchacha culta, fisgona a la par que acrobata, que haria maravillas excavando en un yacimiento. ?Por no hablar de sus habilidades como detective!

—Ya, pero ?tu la has mirado?

—Salvo en caso de que haya un grave defecto fisico, no hay ninguna transformacion imposible para un buen costurero y un buen peluquero. Dicho esto, tranquilizate: no voy a privar a la senora de Sommieres de su fiel acompanante, aunque es posible que mas adelante le ofrezca a Marie-Angeline un puesto de secretaria… o de amiga fiel. Estoy seguro de que trabajariamos muy bien juntos. A mi esa muchacha me parece muy divertida.

El tiempo pasaba y el rabino no volvia. Aldo empezaba a preocuparse.

—Me entran ganas de ir a ver que hace.

—Mas vale que no. Podria no gustarle. Nos ha dicho que vigilemos, ?no?, pues hagamoslo.

—Seguro que tienes razon, pero no me gusta esta atmosfera… ni este lugar. Tengo la impresion de ser un espectro. Y eso me recuerda un poema de Verlaine, que por cierto me gusta mucho.

—«Por el gran parque solitario y helado, dos sombras acaban de pasar…» —recito Vidal-Pellicorne—. A mi tambien me ha venido a la mente… La diferencia es que nosotros no somos una pareja de antiguos enamorados.

Morosini solto una risa queda que no lo animo.

—?Como te las arreglas para saber casi siempre lo que me pasa por la cabeza?

Adalbert se encogio de hombros.

—Debe de ser eso la amistad… ?Mira, ya viene!

La alta figura negra de largos cabellos blancos acababa de aparecer.

—Volvamos —dijo simplemente cuando se reunio con los vigias.

En silencio, salieron del cementerio y regresaron a la casa, donde las velas seguian ardiendo. De debajo de sus amplias vestiduras, Jehuda Liwa saco un paquete envuelto en una resistente lona gris y una fina tela blanca y lo dejo sobre la mesa. Una vez retirado el envoltorio, aparecio el gran pectoral, magnifico y brillante, tal como Morosini lo habia visto dos anos antes entre las manos de Simon Aronov. Con una diferencia: solo faltaba una piedra, solo una en las cuatro hileras de cabujones engastados en oro. Las otras tres —el zafiro, el diamante y el opalo— habian sido colocadas en su lugar, y Aldo toco emocionado con un dedo la piedra estrellada que su madre habia llevado tiempo atras.

—Ahora dame el collar —dijo Liwa, que habia ido a buscar a un mueble una bolsa de piel con diversos utiles que extendio ante si antes de tomar asiento en su sillon de respaldo alto.

Durante un rato, sus finos dedos se afanaron en desengastar el rubi con un cuidado extremo. Cuando lo hubo hecho, fue a depositarlo sobre el rollo abierto de la Tora, donde Morosini tuvo la impresion de que lanzaba destellos mas intensos que nunca, como si intentara defenderse. El gran rabino extendio las manos sobre el a la vez que pronunciaba unas palabras incomprensibles, pero que por el tono de su voz se podia adivinar que eran ordenes. Un hecho extrano se produjo entonces: poco a poco, los destellos rojos fueron debilitandose, regresaron al interior de la piedra, y cuando las manos se apartaron esta era una simple gema de un hermoso rojo intenso que brillaba a la luz dorada de las velas. Liwa la cogio de nuevo:

—Ya esta —dijo—, ahora ya no hara dano a nadie. Voy a devolverla al pectoral. En ese mueble —anadio, senalando un aparador antiguo— encontrareis copas y vino espanol. Servios y sentaos mientras esperais.

—?Esperar que? —pregunto Aldo—. Todo va a volver a la normalidad y el pectoral ya se encuentra en su poder, que es su mejor destino, creo yo.

—No. Asi no se cumplira la prediccion. Alguien debe llevarlo a la tierra de nuestros antepasados. Eso es lo que habria hecho Simon Aronov, a quien el Eterno acoja a su derecha. Tu eres su enviado, principe Morosini, y, en ausencia de el, te corresponde a ti la mision de repatriarlo.

—Pero ?a quien debo entregarselo?

—Yo te lo dire. Dejame trabajar.

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