del retrato si su ausencia me libra de las visitas de la Susona. No le tengo mucho aprecio.

Al llegar a la plaza de la antigua Puerta de Jerez, al fondo de la cual se alzaba el Andalucia Palace, Morosini vio de pronto, bajo un viejo sombrero de paja, un bluson de un rojo descolorido que le parecio reconocer y que parecia andar arriba y abajo como esperando. Inmediatamente hizo detener la calesa, pago y bajo, pensando que quizas el mendigo estuviese buscandolo. No se equivocaba; en cuanto lo vio, Diego Ramirez le hizo una discreta sena invitandolo a seguirlo.

Uno detras del otro, los dos hombres llegaron a un venerable edificio cuya fachada barroca estaba decorada con magnificos azulejos. Era el Hospital de la Caridad, fundado en el siglo XVI por la congregacion del mismo nombre para dar asilo a los pobres y sepultura a los ajusticiados cuyos cuerpos abandonados se pudrian bajo el cielo. Uno de sus principales bienhechores habia sido don Miguel de Manara, cuya vida disoluta serviria de modelo a donjuan. Ver entrar alli a un mendigo no tenia nada de sorprendente, y tampoco a un hombre elegante, ya que las religiosas encargadas del hospital recibian a menudo donativos y visitas de la alta sociedad sevillana.

Los dos hombres se dirigieron a la capilla, que permanecia abierta hasta tarde. Como sabia que el curioso personaje era judio, a Morosini le extrano un poco verlo entrar en una iglesia, pero Ramirez no se acerco al altar. Se detuvo a la derecha de la gran puerta, delante del terrible cuadro de Valdes Leal, obra maestra del realismo espanol, que segun Murillo solo se podia mirar tapandose la nariz. Representaba a un obispo y un caballero muertos, metidos en sus ataudes semiabiertos y llenos de gusanos.

—Podria haber buscado otra cosa… —murmuro Morosini deteniendose junto a el.

—?Por que? Para todos mis iguales este cuadro es un consuelo, pero es de otro cuadro del que quiero hablarle.

—?Del que han robado en la Casa de Pilatos? Estoy al corriente. ?Hasta me han acusado del robo!

—Es un grave error. Yo se quien se lo ha llevado.

Aldo miro al hombre con un asombro que rayaba en la admiracion.

—?Como puede saberlo?

—Los mendigos estamos en todas partes, alrededor de las iglesias, de la plaza de toros los dias que hay corrida, junto a las casas ricas cuando dan una fiesta… No he tenido mas que buscar, preguntar…

—?Y que ha averiguado?

—Fue hacia las dos de la manana. La fiesta no habia terminado, pero la reina ya se retiraba: los invitados y los anfitriones se agolpaban a su alrededor, pero los mendigos estaban en la calle a la que da el Jardin Chico, donde dos o tres criados estaban dandoles comida; siempre hay en abundancia cuando se recibe en la Casa de Pilatos, y ellos esperan obtener otros servicios a cambio. Bueno, pues segun Gomez, el mendigo de San Esteban, que es la iglesia vecina, esa noche hubo un paquete distinto de los demas, no muy grande pero rectangular y bastante plano. Intrigado, Gomez siguio al hombre al que se lo habian dado, que no espero al reparto, sino que salio corriendo como alma que lleva el diablo.

—?Y adonde fue?

—A una antigua casa noble, junto a la plaza de la Encarnacion. Pertenece a un viejo hurano, un poco chocho, cuyo hermano fue chambelan de la reina madre.

—?No se llamara Fuente Salada ese chambelan?

—Creo que si.

—Entonces tenia una buenisima razon para dirigir las pesquisas de la policia hacia mi; ha sido el quien ha hecho robar el cuadro, y supongo que en estos momentos el retrato viaja con el en el tren real en direccion a Madrid. Acaba de hacerme un inestimable favor.

—Bueno, todo tiene un precio —dijo el mendigo con modestia.

Morosini entendio la alusion, saco unos billetes de la cartera y los puso en una mano que no andaba muy lejos de ella.

—Otra cosa: ?por que ha hecho todas estas averiguaciones? ?Por mi?

Diego Ramirez adopto de pronto una actitud grave.

—En parte, si —respondio—, pero sobre todo porque, el dia de nuestra cita, por la noche oi llorar a Catalina.

—Digale que tenga paciencia. Encontrare el rubi y sera devuelto a los hijos de Israel. Ese dia regresare. Dios le guarde, Diego Ramirez.

—Dios le guarde, principe.

Una vez fuera, Morosini se pregunto como podia saber su titulo el mendigo, pero no se entretuvo en averiguarlo. Al igual que Simon Aronov, ese demonio de hombre parecia poseer un servicio de informacion que funcionaba de maravilla.

3. La noche de Tordesillas

En Madrid, igual que en Paris o en Londres, Aldo Morosini solo conocia un hotel: el Ritz. Habia escogido estos establecimientos fundados por un suizo genial porque apreciaba su estilo, su elegancia, su cocina, su bodega y cierto arte de vivir que, ligeramente adaptado a cada ciudad, no dejaba de establecer una relacion indiscutible entre los tres y permitia al viajero, por mas exigente que fuera, sentirse siempre en ellos como en su casa.

En esta ocasion, sin embargo, solo se quedo veinticuatro horas, justo el tiempo necesario para que el recepcionista le diera la direccion del palacio de la reina Maria Cristina, ex archiduquesa de Austria, para ir a preguntar por el marques de Fuente Salada y para enterarse de que este se habia marchado nada mas llegar a la residencia real, donde lo esperaba un telegrama reclamando su presencia en Tordesillas. Su esposa estaba enferma.

Aquello fue una sorpresa para Aldo, quien no imaginaba que ese viejo bandido enamorado de una reina que llevaba muerta casi cinco siglos tuviera una esposa, pero la dama de honor asmatica y coja que habia recibido al veneciano aseguro, alzando los ojos al cielo, que era uno de los mejores matrimonios bendecidos por el Senor.

Con todo, no olvido preguntar la razon por la que un caballero extranjero deseaba ver al personaje mas xenofobo del reino. Pero la respuesta estaba preparada: deseaba hablar con el sobre un hecho nuevo, un detalle descubierto por un historiador frances y relativo a la estancia de la reina Juana y su esposo en la residencia del rey Luis XII en Amboise el ano de gracia de 1501.

El efecto fue milagroso. Al cabo de un momento, Aldo se encontraba en la calle con la direccion y los deseos de que tuviera un buen viaje. No tuvo mas que ir a consultar la guia de ferrocarriles y reservar una plaza en el tren de Medina del Campo, con el que, por la linea de Salamanca a Valladolid, acabaria llegando a Tordesillas. Lo que, a causa de unos horarios caprichosos, representaba un viaje de largo recorrido para menos de doscientos kilometros.

El trayecto a traves de los desiertos de tierra y granito de Castilla la Vieja fue monotono. Hacia mucho calor y el cielo de un azul blanquecino se extendia abrasando los pueblos y los caminos, que parecian errar en busca de las pocas casas dispersas por los valles y las alturas de una sierra deprimente. Al llegar a Tordesillas despues de haber soportado una elevada temperatura, Morosini, cubierto de polvo y de carbonilla, se sentia sucio y de mal humor. Tenia que necesitar de verdad los conocimientos de ese viejo loco para seguirlo hasta esa pequena ciudad gris, extendida sobre una colina desde la que se dominaba el Duero. No quedaba nada del sombrio castillo en el que, durante cuarenta y seis anos, una reina de Espana, secuestrada por la voluntad de un padre despiadado y luego de un hijo que aun lo era mas, habia vivido la larga pesadilla en la que alternaban la desesperacion y la locura. Los descendientes habian preferido derribar aquel testigo de piedra.

Desde el punto de vista del turismo, era una lastima. La presencia del castillo habria atraido a las masas y justificado la existencia de un hotel decente en aquella pequena ciudad de cuatro o cinco mil habitantes. El establecimiento en el que se instalo Aldo no era digno ni de una cabeza de partido francesa: el recien llegado se encontro con una especie de celda monacal encalada y un olor de aceite rancio que no decian mucho en favor de la cocina de la casa. En tales condiciones, no habia que alargar la estancia. Debia ver a Fuente Salada cuanto

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