antes.

Asi pues, aprovechando el fresco que traia la caida de la tarde, Morosini se tomo el tiempo justo de lavarse un poco, pregunto por la iglesia junto a la que vivia su presa y emprendio a paso alegre el camino por las callejuelas, reanimadas por la proximidad del crepusculo.

No le costo encontrar lo que buscaba; era una gran casa cuadrada, medio fortaleza y medio convento, cuyas escasas ventanas estaban provistas de fuertes rejas salientes que desanimaban a cualquier visitante intempestivo. Encima de la puerta cintrada, varios blasones mas o menos desvencijados parecian amontonarse. No seria facil invadir esa ciudadela… Pero tenia que entrar como fuese, porque si Fuente Salada se habia apoderado del retrato, este solo podia encontrarse en esa casa. Lo dificil era asegurarse.

En vista de que el entusiasmo de un momento antes habia dejado paso a algunas reflexiones, Aldo decidio utilizar una estratagema para conseguir que le abrieran aquella puerta cerrada a cal y canto. Ajustandose el sombrero, se acerco para levantar la pesada aldaba de bronce, que al caer hizo un ruido tan cavernoso que el visitante se pregunto por un instante si la casa no estaria deshabitada. Pero no: al cabo de un instante oyo unos pasos quedos deslizarse por lo que sin duda era un suelo embaldosado.

Los goznes debian de estar bien engrasados, pues la puerta se entreabrio sin hacer el ruido apocaliptico que Morosini habia imaginado. Un rostro de mujer alargado y arrugado, digno de haber sido pintado por el Greco, aparecio entre una cofia negra y un delantal blanco que anunciaban a una sirvienta. Esta miro un momento al extrano antes de preguntarle que queria. Aldo, esforzandose en hablar lo mejor posible en espanol, dijo que deseaba ver al senor marques… de parte de la reina. De pronto, la puerta se abrio de par en par y la mujer hizo una especie de reverencia mientras Morosini tenia la impresion de cambiar de siglo. Aquella casa debia de datar de la epoca de los Reyes Catolicos y la decoracion interior seguramente no habia cambiado mucho desde entonces. Lo dejaron en una sala para acceder a la cual habia tenido que bajar dos escalones y cuya boveda estaba sostenida por pesados pilares. Los unicos muebles eran dos bancos de roble negro con respaldo, pegados a la pared y enfrentados. De repente, Morosini sintio frio, como sucede al entrar en el locutorio de algunos conventos particularmente austeros.

La mujer regreso al cabo de un momento. Don Basilio la acompanaba, pero su sonrisa atenta se transformo en una horrible mueca cuando reconocio al visitante.

—?Usted? ?De parte de la reina?… ?Esto es una traicion! ?Salga de aqui!

—Ni hablar. No he hecho todo este camino con un calor abrasador por el simple placer de saludarlo. Tengo que hablar con usted…, y de cosas importantes. En cuanto a la reina, sabe perfectamente que tenemos muy buenas relaciones; la marquesa de Las Marismas, que me ha dado su direccion, podra confirmarselo.

—?No lo han metido en la carcel?

—No ha sido porque usted no haya hecho lo necesario para que acabara ahi… Pero ?no podriamos hablar en un sitio mas acogedor? Y sobre todo a solas.

—Venga —dijo el otro de mala gana, despues de haber hecho una sena indicando a la sirvienta que se retirara.

Si bien el vestibulo era de una sobriedad monacal, la cosa era muy distinta en la sala donde fue introducido el visitante. Fuente Salada la habia convertido en una especie de santuario dedicado a la memoria de su princesa: entre las banderas de Castilla, de Aragon, de las diferentes provincias que componian Espana y de las tres ordenes de caballeria, una alta catedra de madera labrada estaba dispuesta sobre un estrado con tres escalones y bajo un dosel de tela con los colores reales. Sobre ese trono improvisado estaba colgado un retrato de Juana: un simple grabado en blanco y negro. En la pared de enfrente, levantada en piedra que no se habia considerado necesario cubrir con argamasa ni enlucir con cal, un gran crucifijo de ebano extendia sus brazos descarnados, y en los dos lados de la sala una fila de escabeles estaba dispuesta de forma simetrica, cada uno bajo el escudo del noble que supuestamente ocupaba ese lugar los dias de Gran Consejo. El conjunto resultaba bastante impresionante, y esa impresion aumento cuando el marques, al cruzar la estancia para ir hasta otra puerta, flexiono brevemente la rodilla delante del trono. Cortesmente, Morosini hizo lo mismo, lo que le valio la primera mirada de aprobacion de su anfitrion.

—Este asiento —explico este ultimo— no ha sido escogido al azar. «Ella» se sento en el. Procede de la Casa del Cordon, en Burgos, y probablemente sea mi mas preciado tesoro. ?Pasemos a mi despacho!

La palabra «leonera» era la mas adecuada para designar aquel cuarto estrecho y asfixiante pese a la ventana abierta a un cielo que palidecia y a los murmullos del anochecer. Alrededor de una mesa de madera encerada con patas de hierro forjado, cubierta de papeles y de un batiburrillo de plumas, lapices y objetos al parecer sin destino, los libros apilados en el suelo embaldosado dificultaban la circulacion. El marques saco de entre los montones un taburete, que ofrecio a su visitante antes de llegar a su sillon, que tenia grandes clavos de bronce y estaba tapizado en una piel que en otro tiempo habia sido roja. Era una pieza interesante, segun juzgo el ojo experto del anticuario, y seguramente tan antigua como la propia casa. Se trataba, en cualquier caso, de una base solida sobre la que su propietario se sentia estable, como atestiguaban sus manos firmemente apoyadas en los reposabrazos. La mirada habia perdido ya todo rastro de amabilidad.

—Bien, hablemos, puesto que se empena en hacerlo, pero hablemos deprisa. No puedo dedicarle mucho tiempo.

—Solo le quitare el que sea necesario. En primer lugar, sepa que si estoy libre es porque se ha demostrado mi inocencia.

—Me gustaria saber quien lo ha demostrado —dijo Don Basilio con una sonrisa sarcastica.

—La duquesa de Medinaceli en persona, gracias al testimonio de su secretaria. Comprendo que le resultara util convertirme en su chivo expiatorio, pero la jugada le ha salido mal.

—Muy bien, pues me alegro por usted. ?Y para decirme eso ha hecho el viaje?

—En parte, pero sobre todo para proponerle un trato.

Fuente Salada se puso en pie de un salto, como accionado por un resorte.

—Sepa, senor mio, que en mi casa no se emplea esa palabra. ?Con un marques de Fuente Salada no se hacen tratos! ?Yo no soy un comerciante!

—No, usted es simplemente un comprador de un tipo muy particular. En cuanto a la transaccion que le propongo…, ?le parece mas apropiada esta palabra?…, ya vera que dentro de un momento le parece interesante.

—Me extranaria tanto que voy a rogarle que se retire.

—No antes de que me haya escuchado. ?Me permite fumar? Es un habito deplorable, lo se, pero gracias a el mi cerebro funciona mejor, se me aclaran las ideas… —Sin esperar el permiso solicitado, Morosini saco del bolsillo la pitillera de oro con sus armas grabadas y extrajo de ella un delgado cilindro de tabaco despues de haberle ofrecido a su anfitrion, quien, mudo de indignacion, lo rechazo con un breve ademan de la cabeza. Morosini encendio tranquilamente el cigarrillo, dio dos o tres bocanadas y, tras cruzar sus largas piernas llevando mucho cuidado con la raya del pantalon, declaro—: Piense lo que piense, la idea de poseer ese retrato no me ha pasado nunca por la cabeza. En cambio, daria cualquier cosa por saber que ha sido del admirable rubi que la reina lleva al cuello en el. Si alguien puede decirme algo, es usted y solo usted, puesto que, si su leyenda es cierta, en todo el mundo nadie sabe mas sobre esa desdichada soberana que no reino jamas.

—?Y por que le interesa esa piedra en concreto?

—Usted es coleccionista y yo tambien lo soy. Deberia comprender con medias palabras, pero sere mas explicito: ese rubi, que tengo motivos de sobra para creer que es el que busco, es una piedra maldita, una piedra danina que no perdera su poder malefico hasta que sea devuelta a su legitimo propietario.

—Que es su majestad el rey, por supuesto.

—De ninguna manera, y usted lo sabe perfectamente, ?o acaso piensa decirme que ignora a quien pertenecia ese cabujon antes de que se lo regalaran a Isabel la Catolica, que se lo dio a su hija cuando esta se caso con Felipe el Hermoso?

Los ojos del anciano empezaron a lanzar destellos de odio.

—?Ese canalla! ?Ese flamenco que lo unico que hizo con la perla mas bella de Espana fue envilecerla y destrozarla!

—No voy a contradecirlo. Pero reconozca usted que la posesion de ese maravilloso rubi no le dio mucha suerte a su reina.

—Es posible que tenga razon, pero no tengo ningunas ganas de hablar sobre esa historia con usted. Uno solo habla de aquellos a los que venera con personas con las que se lleva bien, y no es ese su caso. ?Ni siquiera

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