Aldo habia admirado un dia en la tienda de Gilies Vauxbrun, el anticuario de la plaza Vendome y un querido amigo.
Junto a esta soberana, su lectora —esclava y sin embargo pariente— tenia el aspecto de un dibujo al pastel en proceso de borrado de tan descolorida que estaba.
Era una solterona alta y delgada, provista de una cabellera rizada rubio claro, de parpados caidos bajo los que se resguardaban unos ojos que no acababan de decidirse entre el gris y el dorado, pero singularmente vivos en determinados momentos, y de una larga nariz puntiaguda que Marie-Angeline du Plan-Crepin se las ingeniaba como nadie para meterla en los asuntos de los demas. Liberada por su aspecto fisico de toda preocupacion sobre su vida sentimental, esta sorprendente persona gustaba de inmiscuirse con discrecion en lo que no le incumbia y desarrollaba unas cualidades dignas del mejor servicio secreto. En este papel de detective, ya habia hecho mas de un favor a Morosini, que sabia apreciarlo. Hacia ella tendio con majestuosidad la senora de Sommieres una mano:
—?Plan-Crepin! ?El periodico!
Marie-Angeline saco de la nada —aunque seguramente fue de un bolsillo invisible de su amplia falda— lo que se le pedia: un ejemplar del
—?Sus antepasados? —exclamo Aldo—. ?Ese viejo farsante no tiene ni uno alli! Era ruso.
—Si consiguio apropiarse del apellido y del titulo, tal vez tambien adquirio el panteon familiar —sugirio Adalbert mientras ofrecia a la senora de Sommieres una copa de champan, su bebida favorita y diaria cuando anochecia.
Aldo miro la fecha del periodico.
—Es de anteayer —dijo.
—Pero lo compre ayer —senalo Marie-Angeline—, Las publicaciones inglesas tardan un dia en llegar a Paris.
—Si, ya lo se. Pero no es eso lo que me intriga. ?Cuando me has dicho que Anielka llego aqui? —pregunto Aldo, volviendose hacia su amigo.
—Hace cinco dias, creo.
—Cinco dias, en efecto —confirmo Plan-Crepin.
Y acto seguido preciso que su atencion se habia visto atraida, hacia principios de la semana anterior, por cierta animacion que se habia producido en la casa vecina, deshabitada desde la muerte de sir Eric Ferrais salvo por la presencia de un guardes y su mujer. No una gran agitacion, desde luego, sino los ruidos caracteristicos que se hacen al abrir ventanas, levantar persianas y hacer limpieza.
—Pensamos —dijo la senora de Sommieres— que estaban preparando la casa con vistas a la visita de un posible comprador, pero Plan-Crepin se entero de una cosa en su centro de informacion preferido.
El centro en cuestion no era otro que la misa de las seis de la manana en la iglesia de Saint-Augustin, donde se encontraban las almas mas piadosas de la parroquia, entre las que habia numerosas senoritas de compania, ayas, cocineras y doncellas de un barrio rico y burgues. A fuerza de asiduidad, Marie-Angeline habia acabado por hacer amistades de las que obtenia informacion, la cual habia resultado utilisima varias veces en el pasado. En esta ocasion, el chismorreo procedia de una prima de la guardesa de la mansion Ferrais que servia en la avenida Van-Dyck, en casa de una vieja baronesa que la empleaba unicamente para que alimentara a sus numerosos gatos y jugara con ella al tric-trac.
Esta piadosa persona habia vertido en el corazon compasivo de Marie-Angeline las quejas de su pariente, quien, con la reapertura de una mansion cerrada desde hacia casi dos anos, veia acabarse un agradable periodo de
—Esto es demencial —dijo Morosini, suspirando—. ?Que viene a hacer aqui con su antigua identidad esta mujer que ahora lleva mi apellido? Me he enterado de que se marcho de Venecia al recibir una carta procedente de Londres.
—Sin duda le anunciaron que iba a empezar el juicio y quiso estar mas cerca de su padre —dijo Adalbert tratando de encontrar una explicacion—. Es un poco delicado para ella volver alli.
—?Porque el superintendente Warren y, naturalmente, John Sutton estan convencidos de que mato a Ferrais, y por las amenazas que presuntamente ha sufrido por parte de los circulos polacos? En mi opinion, eso no se sostiene: uno puede esconderse en Londres si dispone de medios para hacerlo, y su hermano, que al parecer ha venido de America, es perfectamente capaz de recibirla discretamente. Ademas, tiene un pasaporte italiano y no se por que los polacos o incluso Scotland Yard van a ocuparse de una insignificante princesa Morosini.
—Scotland Yard tal vez no, pero Warren si. Ese apellido le resulta familiar: aparte de la amistad que te profesa, fue a tu casa a detener a tu suegro despues de haber recorrido media Europa. [6]—Me entran ganas de ir a dar una vuelta por Londres —mascullo Aldo—, aunque solo sea para charlar un rato con el superintendente. ?Que te parece?
—No es mala idea. Hace buen tiempo, el mar debe de estar esplendido y como minimo seria un agradable paseo.
—Si quieren saber mi opinion —intervino la marquesa—, valdria mas que uno de los dos averiguara lo que pasa en casa de mis vecinos. Todo esto me parece muy raro.
—De lo primero que habria que enterarse es de cual ha sido la reaccion de «lady Ferrais» ante el suicidio de su padre. Supongo que Sigismond, su hermano, debio de informarla antes de que la prensa se encargara de hacerlo. ?Su confidente sabe por casualidad algo al respecto? —anadio el principe volviendose hacia la senorita Plan-Crepin.
Esta puso la misma cara que una gata que acabara de encontrar un plato lleno de leche.
—Por supuesto. Puedo decirle que ayer, como todas las mananas, esa dama envio a su polaca a buscarle los periodicos ingleses y que los leyo con la mayor tranquilidad del mundo, sin manifestar absolutamente nada. Muy raro, ?no?
—Rarisimo. Pero digame, Marie-Angeline, ?la guardesa se pasa la vida con el ojo pegado a las cerraduras para ver todo eso?
—No cabe duda de que pasa algun tiempo dedicada a esa actividad, pero sobre todo esta mucho tiempo fuera de la garita y dentro de la casa con el pretexto de vigilar a la senora de la limpieza para asegurarse de que hace bien su trabajo. Como la escogio ella misma, no pueden reprocharle su presencia.
—?Y vio a lady Ferrais leer este periodico?
—Leer es mucho decir: le echo un vistazo y despues lo dejo despreocupadamente sobre una mesa. Y como la noticia esta en la primera pagina, no podia dejar de verla.
Se produjo un silencio. Los dos hombres reflexionaban, la senora de Sommieres bebia placidamente su segunda copa de champan y Marie-Angeline resoplaba.
—Bueno, ?que hacemos? —pregunto con impaciencia.
—Por el momento, vamos a cenar —respondio Adalbert.
Theobald habia ido a anunciar, con la gravedad de un arzobispo, que «el senor» estaba servido. Pasaron a la mesa.
Sin embargo, no estaban tan hambrientos como para abandonar un tema tan apasionante en beneficio de la comida. Mientras procedia con diligencia a pelar unos cangrejos de rio, la anciana dama sugirio de pronto:
—Si yo estuviera en su lugar, caballeros, me repartiria el trabajo. Seria conveniente que uno fuese a Londres a cambiar impresiones con el superintendente Warren. Mientras tanto, el otro podria, desde mi casa, observar la de al lado y lo que pasa en ella. Si la memoria no me falla, querido Aldo, ya tuviste que llevar a cabo,