—?Ha descubierto algo?

—Si…, y se trata de algo que he de hacer saber a Vidal-Pellicorne. ?El telefono sigue en casa del guardes?

—Pues si. No hemos cambiado de opinion sobre eso.

En efecto, la senora de Sommieres detestaba la idea de que un vulgar aparato pudiera llamarla como a una simple criada. Para facilitar la vida cotidiana, habia terminado por aceptarlo, pero en la vivienda de los guardeses, y Aldo no pensaba hacer a estos testigos de sus infortunios conyugales.

—Entonces ire a verlo.

—No es prudente. Con la de precauciones que hemos tomado para traerlo aqui… ?Y si lo ven desde la casa de al lado?

—No hay ninguna posibilidad, creame —dijo en tono ironico—. Deme una llave, no tardare mucho.

Unos segundos mas tarde, emprendia su carrera hacia la calle Jouffroy lamentando que el parque estuviera cerrado; cruzarlo habria acortado el trayecto, pero para un hombre tan bien entrenado como el aquello no suponia un problema.

Lo que si lo supuso fue conseguir que le abrieran. Adalbert y su sirviente debian de dormir a pierna suelta en espera de que se hiciese la hora de tomar el tren, y paso un buen rato antes de que la voz sonolienta del arqueologo preguntase quien era.

—?Soy yo, Aldo! Abre, por favor. Tengo que hablar contigo.

La puerta se abrio.

—?Que pasa? ?Has visto que hora es?

—Para las cosas importantes no hay hora. Acabo de ir a ver que hacen en la mansion Ferrais.

—?Y que hacen?

—He visto a mi mujer, con un traje de noche muy escotado, extasiada entre los brazos de su mejor enemigo, John Sutton.

—?Como?… Ven, voy a preparar cafe; esta noche ya no dormire.

Mientras Aldo molia el cafe, Adalbert puso agua a hervir y saco unas tazas y azucar.

—Saca tambien el calvados —pidio Aldo—. Necesito un estimulante.

—Asi que los has visto, ?eh? —dijo Vidal-Pellicorne, mirando a su amigo con expresion de inquietud.

—Como estoy viendote a ti… Bueno, desde un poco mas lejos. Ellos estaban en el saloncito y yo al otro lado de las cristaleras, donde nos encontramos por primera vez. Despues de… los preliminares, se han cogido de la mano como dos ninos buenos para ir a saborear el plato fuerte en el piso de arriba.

—Y… ?que has hecho tu?

Morosini alzo hacia su amigo unos ojos cuyo color estaba pasando curiosamente del azul acero al verde.

—Nada —contesto—. Nada en absoluto… En cuanto a lo que he sentido, ha sido un breve acceso de furia rapidamente sofocado por la repugnancia, pero nada de dolor. Si necesitara una confirmacion acerca de mis sentimientos hacia ella, acabo de recibirla. Esa mujer me asquea. Lo que no significa que un dia u otro no le haga pagar lo que esta haciendo mientras todavia es mi mujer.

El suspiro de alivio que dejo escapar Adalbert habria bastado para hinchar un globo aerostatico.

—?Uf!… Eso me gusta mas. Perdona que insista, pero vuelve a decirme como iba vestida.

—Un sucinto vestido de crespon de China rosa adornado con perlas y nada debajo.

—?Habiendose enterado de la muerte de su padre no hace ni dos dias? ?Muy curioso!… En cualquier caso, has hecho bien en venir. Vere con Warren que puede deducirse del cambio de chaqueta de Sutton.

—Bueno, lo de cambio de chaqueta quiza sea excesivo, porque hasta cuando queria verla caminar hacia la horca admitia haberla deseado. Y Anielka me dijo que, cuando se lo encontro en Nueva York, le habia propuesto que se casara con el, cosa que ella rechazo castamente. Y todo porque me queria a mi. En fin, esa es la version destinada a mi.

—?Vete a saber que hay de verdad en los sentimientos de esa mujer! A lo mejor a ti tambien te quiere.

—No te esfuerces: me tiene absolutamente sin cuidado.

Tras pronunciar esta frase lapidaria, Aldo se tomo la taza de cafe acompanada de un vivificante calvados, deseo un buen viaje a su amigo y emprendio el camino de vuelta a la calle Alfred-de-Vigny. No tan deprisa como a laida, pero sin entretenerse demasiado, pues acababa de recordar que se le habia olvidado preguntar una cosa a Plan-Crepin.

Sin embargo, no tenia por que preocuparse: Plan-Crepin seguia levantada. Sencillamente, habia cambiado de escalera y en ese momento estaba sentada, con la cabeza sobre las rodillas, en los peldanos que quedaban junto al ascensor.

—?Todo en orden? —pregunto.

—Casi, pero debo pedirle un favor. ?Tiene intencion de ir a misa dentro de un rato?

—Por supuesto. Hoy es Santa Petronila, virgen y martir —contesto aquella curiosa cristiana.

—Intente averiguar si ayer llego alguien a la casa Ferrais. Un hombre… —Para evitar posibles preguntas, anadio—: Despues le contare. Ahora tengo que irme a descansar… y usted tambien.

A la hora del desayuno —que tomaban juntos en el comedor—, Aldo recibio la informacion que deseaba: dos dias antes habia llegado alguien de Londres, en efecto, pero aquello no tenia nada de extraordinario, puesto que se trataba del secretario del difunto sir Eric Ferrais, que habia ido a reunirse con la viuda para tratar asuntos que afectaban a ambos. Esa misma manana se marchaba.

—?Y ella se va tambien?

—No. Es mas, creo que espera otra visita: la polaca encargada del abastecimiento ha comprado provisiones en cantidad.

—Pero ?como puede la… jugadora de tric-trac enterarse con tanta rapidez de lo que pasa aqui al lado? ?Es que la guardesa tambien va a misa?

—A veces. En cualquier caso, lo importante es que la senorita Dufour, que asi es como se llama, va todas las mananas a la mansion Ferrais para tomar un suculento desayuno sin el cual le resultaria dificil realizar su trabajo. Su patrona, con la excusa de que tiene que mantener a treinta gatos, compensa gastando poco en ella misma y en su senorita de compania, a la que alimenta miserablemente. Pero la senorita Dufour tiene buen apetito, y asi es como llegamos a la situacion actual. .

—?A quien creen que espera esa mujer? —pregunto la senora de Sommieres, que habia escuchado atentamente mientras bebia el cafe con leche a sorbitos.

—Quizas a su hermano y su cunada. Si han obtenido la autorizacion para llevarse el cuerpo de Solmanski a Polonia, tienen que pasar por Paris para tomar con el ataud el Nord-Express. Si los horarios no coinciden, eso los obliga a pasar unas horas aqui.

—?Tantas provisiones para solo dos personas mas durante unas horas? —dijo Marie-Angeline con expresion de duda—. Soy del parecer, como decimos en Normandia, que va a haber que vigilar a su mujer mas estrechamente que nunca, querido principe. Durante el dia no hay problema, pero, por la noche, le propongo que nos relevemos.

—?Plan-Crepin! —exclamo la marquesa—. ?Pretende ponerse a corretear otra vez por los tejados?

—Exacto. Pero no tenemos por que preocuparnos: es facil acceder a ellos. Ademas, debo reconocer que me encanta —anadio la solterona con un suspiro de placer.

—Esta bien —dijo la anciana dama alzando los ojos al cielo—, asi se divertira un poco.

Unas horas mas tarde, la benevola ayudante de Aldo encontraria nuevo material para satisfacer su curiosidad. Acababa de salir de la mansion Sommieres para ir a la iglesia de Saint-Augustin cuando un taxi se detuvo delante de la residencia que tanto le interesaba. Tres personas se apearon de el: un joven moreno, delgado y apuesto, de maneras arrogantes, una muchacha rubia, vestida con bastante elegancia pero de forma un poco extravagante, y para acabar un hombre mucho mayor que llevaba lentes, barba y bigote, y que permanecia encorvado apoyandose en un baston.

Para tener oportunidad de pararse, Marie-Angeline se puso de pronto a revolver freneticamente el bolso como quien cree haberse dejado algo en casa, lo que le permitio quedarse plantada a dos o tres metros del grupo, que, dicho sea de paso, no le presto ninguna atencion.

—?Ya hemos llegado? —pregunto la joven con un acento nasal que no podia ser sino de la otra orilla del

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