quedaba una carta por jugar.

—Sea razonable, senora —dijo Morosini con suavidad—. ?Que marido enamorado podria aceptar con agrado ver a la mujer que ama en peligro? Y ese sera su caso si se obstina en conservar esa terrible piedra.

Ella, todavia del brazo de Kledermann y con la mirada perdida en la suya, se encogio de hombros.

—?No importa! Mi esposo es lo bastante fuerte, poderoso y rico para protegerme de cualquier peligro. Esta perdiendo el tiempo, querido Morosini. Jamas, ?lo oye?, jamas le devolvere esa joya. Estoy segura de que para mi sera un verdadero talisman de felicidad.

—De acuerdo. Usted acaba de ganar esta batalla, senora, pero yo no pierdo la esperanza de ganar la guerra. Quedese el rubi, pero, se lo suplico, reflexione. No tengo por costumbre asustar a la gente, pero debe saber que conservandolo lo que va a atraer es la desgracia. Le deseo buenas noches… No, no me acompane — anadio, dirigiendose a Kledermann—. Conozco el camino y voy a volver al hotel a pie.

Kledermann se echo a reir y, soltando a su mujer, se acerco a su invitado rebelde.

—?Sabe que esta a unos cuantos kilometros? Y los zapatos de charol no son precisamente el calzado mas comodo para andar tanto. No sea mal perdedor, querido principe, y permita que mi chofer lo acompane. O, si no, dejeme prestarle unos botines.

—?Esta decidido a no dejarme tomar la iniciativa en nada esta noche? —dijo Aldo con una sonrisa que no hizo extensiva a Dianora—. Acepto el coche. Escogeria los botines, pero temo la mirada reprobadora del recepcionista del Baur.

Habia parado de llover cuando el largo coche se deslizo sobre el jardin mojado. El cielo se aclaraba, pero una humedad fria subia de las aguas negras del lago y toda la carretera que llevaba hacia el centro de la ciudad estaba llena de grandes charcos en los que temblaba la luz invertida de las farolas. Ya era tarde y, con el mal tiempo que hacia, las calles estaban desiertas. Pese a su brillante iluminacion, Zurich estaba triste esa noche y Aldo dedico un pensamiento de agradecimiento a Kledermann: un largo paseo por ese desierto chorreante no habria resultado nada agradable. En el fondo, estaria igual de bien en la cama para pensar en el problema tal como lo planteaba ahora el matrimonio Kledermann. No tenia ni idea de como iba a poder solucionarlo. Ni siquiera con la ayuda de Adalbert. Como no cometieran un robo en toda regla en el palacio Kledermann…

Seguia dandole vueltas al asunto cuando se adentro en el ancho pasillo cubierto de gruesa moqueta que conducia a su habitacion. Al llegar ante la puerta, metio la llave en la cerradura… y olvido sus preocupaciones: un golpe en la nuca, y se desplomo como una prenda tirada sobre la mullida alfombra, que amortiguo el ruido de su caida.

Cuando se desperto, estaba acostado en una estrecha cama metalica, en un cuarto tan tristemente amueblado que un trapense no lo habria querido. Una lampara de petroleo sobre una mesa iluminaba unas paredes agrietadas y mugrientas. Al principio creyo que estaba sufriendo una pesadilla, pero su boca pastosa y su craneo dolorido abogaban por una desagradable realidad, sin que lograra comprender que era lo que le pasaba. Sus pensamientos, al ir ordenandose, fueron devolviendole poco a poco sus ultimos gestos conscientes: se veia ante la puerta de su habitacion, metiendo la llave en la cerradura. Despues, un agujero negro. La pregunta, entonces, era la siguiente: ?como habia podido pasar de los pasillos de un hotel internacional a esa cueva de mala muerte? ?Era siquiera concebible que sus agresores hubieran conseguido, incluso en plena noche, sacarlo de alli y llevarlo a otra parte?

Y otra cosa mas curiosa aun: podia moverse libremente, no lo habian atado. Asi que se levanto y se acerco a la unica ventana, estrecha y protegida por postigos firmemente atrancados. En cuanto a la puerta, aunque vetusta, estaba provista de una cerradura nueva contra la que Aldo se declaro impotente. El no poseia las habilidades de su amigo Adalbert y lo lamento.

—Si algun dia volvemos a vernos, le pedire que me de unas clases —mascullo, tendiendose de nuevo sobre el colchon desnudo, que parecia relleno de piedras—. Antes o despues vendra alguien, y mientras tanto vale mas que me tome las cosas con calma.

No espero mucho. Al cabo de diez minutos por su reloj —no le habian quitado nada—, la puerta se abrio para dejar paso a una especie de batracio cuyo parecido con un sapo, salvo por las pustulas, era impresionante. Lo seguia un hombre cuya vision arranco al prisionero una exclamacion de sorpresa. Se trataba de un personaje que jamas hubiera creido que volveria a ver en esta vida, por la sencilla razon de que suponia que estaba en una carcel francesa o en Sing-Sing despues de haber sido debidamente extraditado: Ulrich, el americano con quien se habia enfrentado dos anos antes en una villa de Vesinet, en el transcurso de una agitada noche. Lejos de inquietarlo, esa resurreccion le divirtio: [21] mas valia tratar con alguien a quien ya conocia.

—?Otra vez usted? —dijo en tono jocoso—. ?Acaso le han nombrado embajador de los gansteres americanos en Europa? Creia que estaba en la carcel.

—Estar dentro o fuera de ella muchas veces es una cuestion de dinero —dijo la voz fria y cortante que Aldo recordaba—. Los franceses cometieron el error de querer mandarme a Estados Unidos y aproveche la ocasion para darme el piro. Sal, Archie, pero no te alejes.

Ulrich fue a instalar su largo cuerpo huesudo, vestido de tweed de calidad, en la unica silla del cuarto y dejo a Morosini disponer por entero de la cama. Este bostezo, se estiro y volvio a tumbarse con la misma tranquilidad que si hubiera estado en su casa.

—No tengo nada en contra de mantener una conversacion con usted, amigo, pero habriamos podido charlar en el hotel, donde parece tener entrada libre. Su casa es muy incomoda.

—No es un lugar de veraneo, eso es cierto. En cuanto a lo que tengo que decirle, se resume en dos palabras: quiero el rubi.

—Lo suyo es una obsesion. La ultima vez andaba detras de un zafiro. Ahora es un rubi. ?Tiene intencion de convocarme cada vez que se encapriche de una piedra preciosa?

—?No se haga el tonto! Sabe muy bien lo que quiero decir. El rubi se lo vendio a Kledermann, el mastuerzo de Saroni, que penso que podia hacer rancho aparte y apropiarse del objeto. Y esta noche Kledermann se lo ha vendido a usted. Asi que digame donde esta y lo llevamos a la ciudad.

Morosini se echo a reir.

—?De donde ha sacado su psicologia del coleccionista? ?Cree que el banquero me ha hecho venir aqui para venderme la pieza rara que ha tenido la suerte de conseguir? ?Usted delira, amigo! Me ha hecho venir para valorarla y que le cuente su historia, ni mas ni menos. Yo deseaba comprarsela, eso es verdad, pero Kledermann le tiene mas carino que a las ninas de sus ojos y he fracasado en mi intento.

—Yo no fracasare, y usted va a ayudarme.

—?Desde esta cueva? No se como. Por cierto, ?ha sido usted quien ha dejado en ese estado tan lamentable al pobre Saroni?

—No, ha sido mi… jefe —dijo Ulrich con un deje de desprecio que no paso por alto Morosini—. Fue el quien dirigio el interrogatorio, y su ejecutor quien lo mato. A mi me horroriza mancharme las manos.

—Ya veo. ?Es usted el cerebro de la sociedad?

Un destello de orgullo aparecio en los ojos claros del americano.

—En efecto, podriamos decirlo asi.

—?Que raro! No dejar las cosas importantes en manos del joven Sigismond, que dista mucho de ser una lumbrera, lo entiendo, pero Solmanski padre sigue vivo pese a la comedia del suicidio representada en Londres, y a no ser que se haya vuelto chocho de repente…

—?Vaya, esta enterado de muchas cosas! Pero no, no esta chocho sino enfermo. El producto que tomo para simular la muerte le ha dejado secuelas. Ya no puede dirigir personalmente las operaciones. ?Por que cree que se ha tomado la molestia de organizar mi fuga para ponerme al frente de la banda de facinerosos que Sigismond ha traido de America?

La conversacion estaba tomando un giro inesperado que distaba mucho de desagradar a Morosini. Este aprovecho su ventaja.

—Dadas las circunstancias, la presencia de un hombre con autoridad debia de ser imprescindible. Sigismond es un botarate peligroso y cruel, y creo que su padre es de mi misma opinion.

—?Sin duda alguna! —confirmo Ulrich, que seguia recreandose en las alegrias de la autosatisfaccion.

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