explorar otras cajas fuertes y otros estuches. Vio la admirable esmeralda que habia pertenecido al ultimo emperador azteca y que Hernan Cortes habia traido de Mexico, dos de los dieciocho Mazarinos, una pulsera hecha con grandes diamantes procedentes del famoso Collar de la Reina, desmontadoy vendido en Inglaterra por la pareja La Motte, unos preciosos zafiros que habian pertenecido a la reina Hortensia, los prendedores de diamantes de Du Barry, unas fantasticas esmeraldas que habian brillado en el pecho de Aurengzeb, uno de los collares de perlas de la Reina Virgen y muchas maravillas mas que Aldo, deslumbrado y sobre todo atonito, contemplaba boquiabierto: no imaginaba que la coleccion Kledermann pudiese ser tan importante. Una de las cajas guardaba todavia sus secretos.
—Aqui estan las joyas de mi mujer —dijo el banquero—. Son mucho mas bonitas cuando ella las lleva. Pero parece sorprendido…
—Si, lo admito. Solo conozco tres colecciones en todo el mundo comparables a la suya.
—Confieso que he puesto mucho empeno en ello, pero el merito no es solo mio. Mi abuelo fue quien empezo la coleccion, y le siguio mi padre. Bien, aqui esta lo que le compre a ese americano.
Acababa de abrir otro estuche de terciopelo negro: cual el ojo de un ciclope puesto al rojo vivo en las forjas infernales, el rubi de Juana la Loca miro a Morosini.
Este lo cogio con dos dedos y no necesito un examen muy profundo para asegurarse de que era la piedra que tanto le habia costado encontrar.
—No cabe ninguna duda —dijo—. Es la joya que me robaron en Praga.
Para mas seguridad —aunque era improbable, no habia que descartar la posibilidad de una falsificacion—, salio al despacho, se saco del bolsillo una lupa de joyero, la alojo en la cuenca de un ojo y se inclino bajo la luz de la lampara moderna que estaba encima de la mesa. Kledermann, inquieto, se apresuro a cerrar la camara de los tesoros y se reunio con el.
—?Fijese! —dijo Aldo senalando con la una un punto minusculo en el reverso de la piedra y ofreciendo la lupa al banquero—. Mire esa estrella de Salomon imperceptible a simple vista. Le confirmara que se trata de una joya de origen judio.
Kledermann hizo lo que se le pedia y no tuvo mas remedio que aceptar una evidencia que le desagradaba. No dijo nada enseguida, dejo el estuche sobre el vade de piel verde oscuro del escritorio, guardo dentro el rubi, despues pulso un timbre y fue a abrir la puerta.
—?Tomara un poco mas de cafe? Yo lo necesito.
—?No teme que le produzca insomnio? —dijo Aldo con una semisonrisa.
—Tengo la capacidad de dormir cuando quiero. Pero ?que hace?
Morosini habia sacado un talonario de cheques y una estilografica, llevados expresamente, y estaba escribiendo en una esquina de la mesa.
—Un cheque de cien mil dolares —respondio con la mayor calma del mundo.
—No creo haber dicho que aceptaba devolverle la piedra —dijo el banquero con una frialdad polar que no impresiono a Morosini.
—?No se que otra cosa puede hacer! —repuso este—. Hace un momento hablabamos de «joyas rojas», y esta lo es mucho mas de lo que puede imaginar.
Kledermann se encogio de hombros.
—Es inevitable en una pieza cargada de historia. ?Me permite que le recuerde la Rosa de York, ese diamante del Temerario que nos permitio conocernos en Londres? Usted la codiciaba tanto como yo y le tenia absolutamente sin cuidado su pasado tragico.
—En efecto, pero no era yo quien la habia descubierto poniendo en peligro mi vida. Este caso es diferente. Vamos, pienselo —anadio Morosini—. ?Realmente desea ver brillar en el cuello de su mujer una piedra que ha pasado decenas de anos sobre un cadaver? ?No le horroriza?
—Tiene usted la virtud de evocar imagenes desagradables —refunfuno el banquero—. En realidad, ahora que conozco las aventuras de este rubi, ya no deseo regalarselo a mi mujer. Ella tendra para su cumpleanos el collar que usted ha traido y yo me quedare esta maravilla.
Aldo no tuvo tiempo de contestar: apartando mas que abriendo la puerta, Dianora hizo una tumultuosa entrada de reina esparciendo a su alrededor el frescor de la noche unido a la suave fragancia de un perfume exquisito.
—?Buenas noches, querido! —dijo con su hermosa voz de contralto—. Albrecht me ha dicho que esta aqui el principe Morosini… ?y es cierto! Es un placer volver a verlo, querido amigo.
Tendiendo las dos manos desenguantadas, se dirigia hacia Aldo cuando, de pronto, se detuvo y giro resueltamente hacia la derecha.
—?Que es eso?… ?Dios mio!… ?Es esplendido!
Tras quitarse el amplio abrigo ribeteado de zorro azul, a juego con el sombrero, lo dejo caer sobre la alfombra como si fuera un simple papel arrugado, se precipito sobre el rubi y lo cogio antes de que su esposo pudiera impedirlo. Estaba radiante de contento. Con la piedra entre las manos, se acerco a Kledermann.
—?Queridisimo Moritz! Nunca has vacilado en remover cielo y tierra para complacerme, pero esta vez me colmas de alegria. ?Donde has encontrado este maravilloso rubi?
Se habia olvidado de Aldo, pero este no estaba dispuesto a dejarse excluir: lo que estaba en juego era demasiado importante.
—Fui yo el primero en encontrarlo, senora. Su esposo se lo ha comprado, sin saber nada, por supuesto, al hombre que me lo robo. En este momento me disponia a darle lo que ha pagado por el —anadio, arrancando el cheque.
Dianora volvio hacia el sus ojos transparentes, que lanzaban destellos de colera.
—?Esta diciendome que pretende llevarse «mi» rubi?
—Yo solo pretendo que se haga justicia. La piedra ni siquiera es mia. La habia comprado para un cliente.
—Cuando se trata de mi, no hay clientes que valgan —dijo la joven con arrogancia—. Aparte de que nada garantiza que este diciendo la verdad. Los coleccionistas como usted no vacilan en mentir.
—Calmate, Dianora —intervino Kledermann—. Precisamente estabamos discutiendo el asunto cuando has llegado. No solo no habia aceptado el cheque del principe, sino que pensaba ofrecerle yo uno para compensarlo por los perjuicios sufridos a causa de un ladron…
—Todo eso me parece muy complicado. Respondeme con franqueza, Moritz, ?has comprado esa joya para mi cumpleanos, si o no?
—Si, pero…
—?Nada de peros! ?Entonces es mia y me la quedo! La hare montar como a mi me…
—Deberia dejar que su marido desarrolle ese «pero» —intervino Aldo—. Merece la pena. El hombre que le vendio la piedra acaba de ser encontrado en el lago… estrangulado. Y hace tres meses disparo contra mi y estuvo a punto de matarme.
—Dios mio…, ?que excitante! Razon de mas para quedarselo.
Y Dianora se echo a reir en la cara de Morosini, que se pregunto como habia podido estar a punto de morir de amor por esa loca. ?Tanta belleza, y menos cerebro que un guisante!, penso mientras miraba a la joven evolucionar por el gabinete de su esposo. Los anos se deslizaban sobre ella como un agua vivificadora. Sobre su imagen actual, veia la de la Dianora que habia conocido una Nochebuena en casa de lady de Grey. ?Un hada nordica! ?Una silfide de las nieves en la envoltura escarchada de su vestido del color de los glaciares, que tan tiernamente cenia las curvas de un cuerpo juvenil tan arrebatador como el rostro! Habia vuelto a verla dos veces: en Varsovia, donde habian recuperado por una noche las locas delicias de otros tiempos, y en la boda de Eric Ferrais con Anielka Solmanska. En aquella ocasion, Aldo no habia sucumbido al poder de su encanto. Aunque unicamente porque era prisionero del de la bonita polaca. Esa noche no podia evitar pensar que se parecian de un modo peculiar.
Al igual que Anielka, Dianora seguia la nueva moda, al menos en su forma de vestir, pues habia conservado intacta su magnifica cabellera de seda clara (?quiza para no disgustar a un marido tan fastuoso?). El fino vestido de punto, de un gris azulado, mostraba hasta por encima de las rodillas unas piernas perfectas y permitia adivinar la gracia del cuerpo, todavia delgado y libre de trabas, que cubria. En ese momento, la joven pasaba un brazo por debajo del de su esposo dirigiendole una mirada de tierna suplica. En cuanto a el, si un rostro habia expresado alguna vez la pasion, era el de ese hombre de aspecto tan severo y frio. Quiza todavia