regalo que le reservo a mi mujer y, como es natural, estaria encantado si pudiera decirme algo mas sobre la historia de esa joya.
—No estoy seguro. Para eso tendria que verla.
—La vera, amigo mio, la vera. Su visita me causaria un inmenso placer, sobre todo si pudiera encontrarme la segunda parte de lo que he venido a buscar. Antes le he hablado de un collar, y he pensado que quizas usted tuviera algunos rubies, mas pequenos pero tambien antiguos, que se pudieran combinar con diamantes para hacer una pieza unica y digna de la belleza de mi esposa. Creo que usted la conoce, ?no?
—Asi es. Nos vimos varias veces cuando ella era condesa Vendramin. Pero ?esta seguro de que su esposa quiere rubies? Cuando vivia aqui, le encantaban las perlas, los diamantes y las esmeraldas, que favorecian su belleza nordica.
—Y siguen gustandole, pero usted sabe tan bien como yo lo volubles que son las mujeres. La mia solo suena con rubies desde que vio los de la begum Aga Khan. Afirma que sobre su piel parecerian sangre sobre nieve —anadio Kledermann riendo, divertido.
?Sangre sobre nieve! Esa loca de Dianora y su fastuoso marido no imaginaban hasta que punto esa imagen de un romanticismo un poco manido podia hacerse realidad, si la bella Dianora colgaba un dia de su cuello de cisne el rubi de Juana la Loca y del sadico Julio.
—?Cuando se va? —pregunto de pronto.
—Esta tarde, ya se lo dije. Tomo a las cinco el tren para Innsbruck, donde enlazare con el
—Voy con usted.
El tono era de los que no admiten discusion. Ante la expresion un tanto desconcertada de su visitante, Aldo anadio con mas suavidad:
—Si su aniversario es dentro de quince dias, debo ver ya el rubi que ha adquirido. En cuanto a los que yo puedo ofrecerle, recientemente compre en Roma un collar que creo que le gustara.
Armado con varias llaves, se dirigio a su antigua caja forrada de hierro, cuyas cerraduras abrio antes de accionar discretamente el dispositivo de acero moderno que reforzaba interiormente las protecciones originales. Saco de alli un estuche ancho en el que, sobre un lecho de terciopelo amarillento, descansaba un conjunto de perlas, diamantes y, sobre todo, bellisimos balajes —rubies de color morado— montados sobre entrelazos de oro tipicamente renacentistas. Kledermann profirio una exclamacion admirativa que Morosini se apresuro a explotar:
—Es bonito, ?verdad? Esta joya pertenecio a Julia Farnesio, la joven amante del papa Alejandro VI Borgia. Fue encargado para ella. ?No cree que bastaria para contentar a la senora Kledermann?
El banquero saco del estuche el collar, que cubrio sus manos de esplendor. Acaricio una a una las piedras con esos gestos amorosos, singularmente delicados, que solo puede dispensar la verdadera pasion por las joyas.
—?Es una maravilla! —murmuro—. Seria una lastima desmontarlo. ?Cuanto pide por el?
—Nada. Le propongo cambiarselo por el cabujon.
—Todavia no lo ha visto. ?Como va a calcular su valor?
—Es cierto, pero tengo la impresion de conocerlo desde siempre. En cualquier caso, me llevo el collar. Nos veremos en el tren.
—La verdad es que estoy encantado de que venga. Voy a telefonear para que le preparen una habitacion…
—?No, por favor! —protesto Aldo, a quien se le ponian los pelos de punta solo de pensar en vivir bajo el mismo techo que la deslumbrante Dianora—. Voy a reservar una habitacion en el hotel Baurau-Lac; alli estare estupendamente. Perdone —prosiguio en un tono mas cordial—, pero soy una especie de lobo solitario y cuando viajo valoro mucho mi independencia.
—Lo comprendo. Hasta la tarde.
Cuando Kledermann se hubo ido, Morosini llamo a Angelo Pisani para enviarlo a Cook a reservarle plaza en los trenes y habitacion en el hotel, tras lo cual el joven debia pasar por la oficina de correos para mandar a Vidal-Pellicorne un telegrama que Aldo redacto rapidamente:
Al quedarse solo, Aldo permanecio un buen rato sentado en su sillon jugueteando con el hermoso collar de Julia Farnesio. Una extraordinaria excitacion lo invadia y le impedia pensar con claridad. Una voz, en el fondo de si mismo, le decia que el cabujon de Kledermann no podia ser sino el rubi de Juana la Loca; pero, por otro lado, no entendia por que el hombre de las gafas negras se lo habia vendido al banquero suizo en lugar de entregarselo a sus jefes, que debian de esperarlo con cierta impaciencia. ?Habia pensado acaso que, muerto su complice, podia volar con sus propias alas y tratar de labrarse una fortuna personal? Era la unica explicacion convincente, aunque, tal como el lo veia, el bribon habia hecho gala de una despreocupacion excesiva. Claro que, a fin de cuentas, eso era asunto suyo, mientras que el de Aldo era convencer a Kledermann de que le cediera la joya, si se confirmaba que era la que el creia.
Perdido en sus pensamientos, no oyo abrir la puerta, y hasta que Anielka no estuvo delante de el no se percato de su presencia. Inmediatamente se levanto para saludarla.
—?Te encuentras mejor esta manana?
Por primera vez desde hacia tres semanas, iba vestida y peinada y estaba mucho menos palida.
—Parece que ya no tengo nauseas —dijo ella distraidamente.
Toda su atencion la acaparaba el collar que Aldo acababa de soltar y del que ella se apodero con una expresion de codicia que su marido no le habia visto nunca. Hasta sus mejillas se tineron ligeramente de rojo.
—?Que maravilla!… No hace falta que pregunte si piensas regalarmelo. Jamas habria imaginado que pudieras ser un esposo tan avaro.
Suave pero firmemente, Aldo recupero la alhaja y la guardo en su estuche.
—Uno: no soy tu esposo, y dos: este collar esta vendido.
—A Moritz Kledermann, supongo. Acabo de verlo salir.
—Sabes perfectamente que me niego a hablar de mis negocios contigo. ?Quieres decirme algo?
—Si y no. Queria saber por que ha venido Kledermann. Era amigo mio, ?sabes?
—Era, sobre todo, amigo del pobre Eric Ferrais.
Ella hizo un gesto que significaba que no veia cual era la diferencia.
—Asi que sera la bella Dianora la que lleve estas magnificas piedras… La vida es realmente injusta.
—En lo que a ti se refiere, no se que tiene de injusta. No te faltan joyas, me parece a mi. Ferrais te cubrio de ellas. Ahora, si no te importa, pongamos fin a esta conversacion… ociosa. Tengo cosas que hacer, pero ya que estas aqui aprovecho para despedirme: no comere en casa a mediodia y esta tarde salgo de viaje.
De repente, el encantador rostro, bastante sereno, se inflamo a causa de un acceso de colera y la joven asio la muneca de Aldo entre sus dedos, increiblemente rigidos.
—Vas a Zurich, ?verdad?
—No tengo ninguna razon para ocultarlo. Ya te lo he dicho: tengo un negocio entre manos con Kledermann.
—?Llevame! Despues de todo, seria lo justo, y tengo muchas ganas de ir a Suiza.
El se desasio sin muchos miramientos.
—Puedes ir cuando quieras. Pero no conmigo.
—?Por que?
Morosini exhalo un suspiro de impaciencia.
—No empieces otra vez con lo mismo. La situacion en la que nos encontramos, muy desagradable, lo reconozco, la has provocado tu. Asi que vive tu vida y dejame vivir a mi la mia. Ah, Guy, llega en el momento oportuno —anadio dirigiendose a su apoderado, que estaba entrando con su habitual discrecion.
Anielka giro sobre sus talones y salio de la gran estancia sin anadir una sola palabra. Acarreaba tal peso de rencor que Aldo tuvo de pronto la sensacion de que el aire se aligeraba. Morosini paso el resto del dia resolviendo