—Lo mas sencillo es que me lo ensene. Supongo que confiara suficientemente en mi palabra para no ponerla en duda.
—Desde luego… Se lo ensenare, pero primero vayamos a cenar. Debe de saber por su cocinera que un
El mayordomo acababa de anunciar que el senor estaba servido. Mientras bajaba la escalera con su anfitrion, que hablaba de caza, Aldo iba pensando en como presentaria la historia. Mencionar el pectoral, aunque fuera de pasada, estaba descartado. Y tambien su aventura sevillana, y las extranas horas vividas junto a Jehuda Liwa. En realidad, iba a tener que hacer buenos recortes aqui y alla, pues seguramente el banquero zuriques no creia en nada relacionado, de cerca o de lejos, con lo fantastico, el esoterismo y las apariciones. Como buen coleccionista de joyas, debia de conocer las tradiciones maleficas vinculadas a algunas de ellas, claro esta, pero ?hasta que punto era permeable a lo que el comun de los mortales consideraba leyendas? Eso es lo que habia que descubrir.
El
—Si no he entendido mal, me disputa la propiedad del rubi.
—De hecho, no, puesto que usted lo ha comprado de buena fe, pero moralmente si. Solo se me ocurre una solucion: me dice cuanto ha pagado por el y yo se lo doy.
—A mi se me ocurre otra mas sencilla: le doy yo a usted lo que pago por el en Bohemia, teniendo en cuenta, por descontado, los riesgos que corrio para conseguirlo.
Morosini reprimio un suspiro: tal como habia sospechado, se enfrentaba a un adversario duro de pelar. La belleza de la piedra habia causado su efecto y Kledermann estaba dispuesto a pagar por ella el doble o el triple si era necesario. Cuando se ha despertado la pasion de un coleccionista, es muy dificil convencerlo de que renuncie.
—Comprenda que no es una cuestion de dinero. Si mi cliente esta tan interesado en el rubi es porque quiere poner fin a la maldicion que recae sobre el y que afecta a todos sus propietarios.
Moritz Kledermann se echo a reir.
—?No me diga que un hombre del siglo XX, deportista y culto, cree en esas pamplinas!
—Que yo crea o no carece de importancia —dijo Aldo sin alterarse—. Lo que cuenta es mi cliente, que es tambien un amigo. El esta convencido, y la verdad es que, despues de todo lo que he descubierto de la trayectoria del rubi desde el siglo XV, le doy la razon.
—Cuenteme, entonces, todo eso. Ya sabe lo que me apasiona la historia de las joyas antiguas.
—Esta empieza en Sevilla, poco antes de que fuera instituida la Inquisicion. Reinaban los Reyes Catolicos y el rubi pertenecia a un converso rico, Diego de Susan, pero la comunidad judia lo consideraba sagrado. Desde las primeras frases, Aldo noto que habia despertado la curiosidad apasionada de su anfitrion. Lentamente, cinendose a la Historia y sin mencionar sus propias aventuras, se remonto en el tiempo: la piedra cedida a la reina Isabel por la Susona, la parricida; Juana la Loca y su pasion desmesurada; el robo y la venta de la joya al embajador del emperador Rodolfo II; el regalo de esta por parte de Rodolfo a su bastardo preferido y, finalmente, la recuperacion del rubi por el mismo y Vidal-Pellicorne «en un castillo de Bohemia cuyo propietario estaba sufriendo grandes reveses economicos». Del fantasma de la Susona, del enamorado de Tordesillas, de la evocacion de la sombra imperial en la noche de Hradcany y de la violacion de la tumba abandonada, ni una palabra, por supuesto. En cuanto a sus relaciones con el gran rabino, Morosini revelo simplemente que, siguiendo el consejo de Louis de Rothschild, habia ido a hacerle algunas preguntas igual que se las habia hecho a otras personas. Sin embargo, no dejo de insistir en los desastres que habian jalonado la trayectoria de la gema sangrienta.
—Yo mismo fui victima de la maldicion en la sinagoga, y el que se la vendio acaba de pagarlo con su vida.
—Eso es un hecho, pero… ?no tiene miedo su cliente de esa presunta maldicion?
—Es judio, y solo un judio puede borrar el anatema lanzado por el rabino de Sevilla.
Kledermann guardo silencio unos instantes y luego dejo que una sonrisa maliciosa animara sus facciones un poco severas. Estaban tomando el cafe y ofrecio un suntuoso habano a su invitado, al que dejo tiempo de encenderlo y de apreciar su calidad.
—?Y usted le cree? —pregunto por fin.
—?A quien, a mi amigo? Por supuesto que le creo.
—Sin embargo, deberia saber de que son capaces los coleccionistas cuando esta en juego una pieza tan rara y tan preciosa. ?Una piedra sagrada!… ?Un simbolo de la patria perdida que encierra todas las miserias y todos los sufrimientos de un pueblo oprimido!… Yo quisiera creerle, pero de lo que usted acaba de referirme lo que se deduce es que se trata ante todo de una joya cargada de historia. ?Se da cuenta? Isabel la Catolica, Juana la Loca, Rodolfo II y su terrible hijo bastardo. Tengo piedras que no son ni la mitad de apasionantes.
—El hombre que me ha pedido esta joya no utilizaba ninguna estratagema. Lo conozco demasiado bien para sospechar una cosa asi; para el es una cuestion de vida o muerte.
—Hummm… Hay que pensar muy bien en todo esto. Mientras tanto, voy a ensenarle la piedra en cuestion y tambien mi coleccion. Venga.
Los dos hombres volvieron al gran gabinete-biblioteca del primer piso, cuya puerta Kledermann cerro con llave.
—?Teme que uno de los miembros de su personal entre sin llamar? —dijo Morosini, divertido por esa precaucion que le parecia pueril.
—No, en absoluto. Esta habitacion solo se cierra con llave cuando deseo entrar en la camara acorazada; en realidad, hacer girar esta llave es lo que permite abrir la puerta blindada. Ahora lo vera.
El banquero cruzo el despacho y, cogiendo una pequena llave que llevaba colgada del cuello, bajo la pechera de la camisa, la introdujo en una moldura de la biblioteca que ocupaba el fondo de la estancia: una gruesa puerta forrada de acero giro lentamente sobre unos goznes invisibles, arrastrando consigo la lograda decoracion de falsos libros.
—Espero que sepa apreciar su suerte —dijo Kledermann sonriendo—. No habra mas de media docena de personas que hayan entrado aqui. Acompaneme.
La camara acorazada debia de haber sido de considerables dimensiones, pero el espacio quedaba reducido por las cajas fuertes que revestian las paredes.
—Cada una tiene una combinacion diferente —prosiguio el banquero—. Y solo yo las conozco. Las transmitire a mi hija cuando llegue el momento.
Sus largos dedos manipulaban con rapidez dos grandes discos colocados en la primera caja, de acuerdo con el codigo establecido: a la derecha, a la izquierda, otra vez y otra mas. Se oia un tableteo, hasta que al cabo de un momento la gruesa hoja se abrio, dejando a la vista un monton de estuches.
—Aqui hay una parte de las joyas de Catalina la Grande y algunas alhajas rusas mas.
Entre sus manos, un estuche forrado de terciopelo violeta mostro un extraordinario collar de diamantes, un par de pendientes y dos pulseras. Morosini abrio los ojos con asombro: el conocia ese aderezo porque lo habia admirado antes de la guerra en el cuello de una gran duquesa emparentada con la familia imperial y cuya subita desaparicion permitia suponer que habia podido ser asesinada. Habia pertenecido a la Semiramis del norte, pero Aldo le nego su admiracion: le horrorizaban lo que en la profesion se conocia como «joyas rojas», las que se habian obtenido derramando sangre. No pudo evitar decir con severidad:
—?Como ha conseguido este aderezo? Se a quien pertenecia antes de la guerra y…
—?Y se pregunta si se lo compre al asesino de la gran duquesa Natacha? Tranquilicese, fue ella misma quien me lo vendio… antes de desaparecer en Sudamerica con su mayordomo, del que se habia enamorado perdidamente. Lo que acabo de revelarle es un secreto, pero creo que no me hara lamentar haberle ensenado estas joyas.
—Puede estar seguro. Nuestro secreto profesional es tan exigente como el de los medicos.
—Confieso que, pese a su reputacion, no crei ni por un instante que las reconoceria —dijo Kledermann, riendo—. Dicho esto, la gran duquesa hizo muy bien en irse a America antes de la revolucion bolchevique. Por lo menos salvo su vida y parte de su fortuna.
Despues de los diamantes, Morosini pudo admirar el famoso aderezo de amatistas, celebre en la reducida hermandad de los grandes coleccionistas, y algunas fruslerias mas de menor importancia antes de pasar a