incluso horror, como si estuviera envenenando a su senora. Para acabar, Simon Aronov ha desaparecido y el rubi, tres cuartos de lo mismo. ?Un triste balance!
—Sobre este ultimo punto, permitame que le de un consejo: tenga paciencia. Hasta ahora ha tenido mucha suerte en este asunto, y la suerte no hay que forzarla. Espere simplemente que suceda algo, y si por desgracia no tuviera que ver nunca mas al Cojo de Varsovia, seria mejor abandonar el proyecto y dejar que la Historia prosiguiera su camino.
—Eso lo veo muy dificil, Guy. Si de verdad la suerte del pueblo judio depende de ese pectoral, no tengo derecho a abandonar, y si me enterase de que Simon ha muerto, intentaria continuar. Se donde esta el pectoral, ya que lo tuve en mis manos. Lo malo es que soy incapaz de encontrar en las bodegas y los sotanos del gueto de Varsovia el camino que conduce a su escondrijo secreto. Y debo anadir que Vidal-Pellicorne comparte mi determinacion. Ninguno de los dos esta dispuesto a darse por vencido. Por el momento, lo importante es recuperar ese maldito rubi, que debe de estar en manos de los Solmanski. Y eso es posible conseguirlo.
—En tal caso, no tengo nada mas que decir. Me contentare con rezar por usted, querido muchacho.
Ese apelativo carinoso que no habia empleado desde que Aldo era un adolescente, indico a este ultimo cuanta inquietud y ternura inspiraba a su antiguo preceptor. Por lo demas, este no se equivocaba al pensar secretamente que la suerte aun podia sonreirle.
Esa noche, bastante tarde, sono el telefono. Aldo y Guy estaban en la biblioteca fumando un cigarro ante el primer fuego del otono, cuando Zaccaria fue a decir que el senor Kledermann llamaba desde el hotel Danieli preguntando por su excelencia. Era el ultimo nombre que Morosini esperaba oir y no se movio.
—?Kledermann? ?Que querra? —dijo, nervioso—. ?Anunciarme la boda de Lisa?
Su voz subitamente tensa pero vacilante hizo que el senor Buteau levantara las cejas, sorprendido y divertido a la vez.
—No tendria ningun motivo para hacer tal cosa —repuso con una gran suavidad—. ?Acaso no recuerda que es un gran coleccionista y usted uno de los anticuarios mas famosos de Europa?
—Exacto —mascullo Aldo, un poco incomodo por haber exteriorizado el temor secreto que lo habitaba desde las pasadas Navidades: enterarse de que Lisa ya no se llamaba Kledermann—. Voy a atender la llamada.
Al cabo de un momento, la voz precisa del banquero zuriques decia:
—Le ruego que me disculpe por molestarlo a una hora un poco tardia, pero acabo de llegar a Venecia y no tengo planeado quedarme mucho tiempo. ?Puede recibirme manana por la manana? Me gustaria marcharme por la tarde.
—Un momento.
Aldo bajo al despacho para consultar su agenda. Esa era al menos la excusa que se dio a si mismo para que los latidos desacompasados de su corazon tuvieran tiempo de apaciguarse. Ademas, desde alli podia seguir hablando.
—?Le va bien a las once?.
—Perfecto. A las once, entonces. Le deseo que pase una buena noche.
Fue una noche agitada. A la vez excitado y ligeramente inquieto, Aldo tuvo algunas dificultades para conciliar el sueno, pero acabo por descubrir que, en el fondo, se alegraba de recibir una visita que quizas aportara un poco de vida a una casa que se habia vuelto singularmente sombria. La propia Celina ya no cantaba nunca, y eso hacia que las doncellas, impresionadas, parecieran desplazarse sobre suelas acolchadas. Asi pues, a la hora convenida estaba de punta en blanco: con un traje principe de gales gris oscuro, iluminado por una corbata en tonos oro viejo, fingia estar absorto en el examen de un precioso collar antiguo de coral y perlas finas cuando Angelo Pisani abrio ante Moritz Kledermann la puerta de su gabinete. Aldo se levanto inmediatamente para recibirlo.
—Encantado de volver a verlo, querido principe —dijo el banquero estrechando cordialmente la mano que este le tendia—. Usted es sin duda alguna el unico hombre capaz de aclararme un pequeno misterio y de ayudarme al mismo tiempo a satisfacer mis deseos.
—Si esta en mi poder, lo hare con mucho gusto. Sientese, por favor… ?Le apetece un cafe?
El banquero suizo, cuyo aspecto era el de un
—Me tienta. Se que en su casa lo hacen especialmente bueno. Su ex secretaria me ha hablado mucho de el.
Por toda respuesta, Morosini llamo a Angelo para que se ocupase de que se lo sirvieran. Luego se sento y, afectando indiferencia, pregunto:
—?Como esta?
—Bien, supongo. Ya sabe que Lisa es un ave migratoria que no da senales de vida con frecuencia, excepto a su abuela, con la que seguramente esta ahora. Por cierto, ?estaba satisfecho de sus servicios?
—Mas que satisfecho. Fue una colaboradora insustituible.
Bajo las gafas con montura de carey, los ojos oscuros de Kledermann, parecidisimos a los de su hija, lanzaron un destello que ilumino su cara afeitada de rasgos finos y desaparecio enseguida.
—Creo que aqui se encontraba muy a gusto —dijo— y lamento que las circunstancias me llevaran a dejar al descubierto su inocente estratagema… Pero no he venido a Venecia para hablarle de Lisa. La razon es la siguiente: dentro de quince dias mi mujer celebrara su… cumpleanos coincidiendo con el aniversario de nuestra boda. Con ese motivo…
La llegada de Zaccaria con el cafe ayudo a Morosini a superar un ligero mareo: despues de Lisa, oir hablar de Dianora, su antigua amante, era lo ultimo que deseaba. Debidamente servido por Zaccaria, cuyos gestos solemnes ocultaban una viva curiosidad —el tambien le tenia mucho carino a «Mina» y la llegada subita de su padre constituia un acontecimiento—, Moritz Kledermann reanudo su discurso interrumpido.
—Con ese motivo, deseo regalarle un collar de rubies y diamantes. Se que quiere tener unos bonitos rubies desde hace tiempo, y el azar, por decirlo de algun modo, ha traido hasta mis manos una piedra excepcional, seguramente procedente de las Indias, a juzgar por el color, pero sin duda muy antigua. Sin embargo, pese a mis conocimientos en historia de las joyas, y reconocera que son amplios, no consigo averiguar de donde ha salido. El hecho de que se trate de un cabujon me hizo suponer por un momento que podia ser otro resto del tesoro de los duques de Borgona, pero…
—?Lo ha traido? —pregunto con voz ronca Aldo, a quien acababa de secarsele la garganta.
El banquero observo a su interlocutor con una mezcla de sorpresa y de conmiseracion.
—Querido principe, deberia saber que uno no anda por ahi con una pieza de esa importancia en el bolsillo, y menos, permitame que se lo diga, en su pais, donde los extranjeros son sometidos a severisimos controles.
—?Puede describirme esa piedra?
—Naturalmente. Alrededor de treinta quilates…, ah, y si he mencionado antes al Temerario es porque ese rubi tiene aproximadamente la misma forma y el mismo tamano que la Rosa de York, ese condenado diamante que nos causo tantos quebraderos de cabeza a los dos.
Esta vez, a Aldo le dio un vuelco el corazon: no podia creer que fuera… Seria demasiado bonito, ademas de que, a primera vista, era absolutamente imposible.
—?Como la ha conseguido?
—De la manera mas sencilla. Un hombre, un americano de origen italiano, vino a ofrecermela. Es ese tipo de cosas que suceden cuando eres conocido como un apasionado coleccionista. El la habia adquirido en una subasta en Austria.
—?Un hombrecillo moreno con gafas de montura negra? —lo interrumpio Morosini.
Kledermann no intento disimular su sorpresa:
—?Es usted brujo o conoce a ese hombre?
—Creo que lo he visto en alguna parte —dijo Aldo, que no tenia ningun interes en contar sus ultimas aventuras—. ?Su rubi esta montado en un colgante?
—No. Ha debido de estar montado en algo, pero lo han desengastado. Con gran esmero, por cierto. ?En que esta pensando?
—En una piedra que formaba parte del tesoro del emperador Rodolfo II y cuyo rastro he buscado durante mucho tiempo, aunque ignoro su nombre. Y… ?la compro?
—Por supuesto, pero me permitira que no le diga el precio. Pienso convertirla en la pieza principal del