en el bolsillo y volvio a prestar atencion a su visitante.

—Es de Sigismond. Me anima a quedarme aqui algun tiempo mas —dijo, riendo con desenfado.

—Es una buena noticia. Eso nos permitira volver a vernos. A no ser que le desagrade —anadio con una sonrisa irresistible que causo el efecto deseado.

Ethel parecio encantada ante semejante perspectiva, pero aclaro, con una curiosa franqueza, que le gustaria que su cunada no fuera informada de esos posibles encuentros. Lo que, como es natural, llevo a Aldo a pensar que no le tenia mucho carino a Anielka… y que quizas el le inspiraba cierta simpatia. Un detalle que podia resultar de gran utilidad, pero del que, no obstante, se prometio no abusar. Lo que el queria era encontrar a Sigismond y nada mas.

Al llegar a casa, encontro a Anielka en la biblioteca en compania de Adalbert. Como todavia no habia visto a su mujer, que habia vuelto muy tarde la noche anterior, le beso la mano al tiempo que le preguntaba por su salud, sin dar senales de advertir su semblante sombrio.

—Tengo que hablar contigo —dijo ella secamente—. Pero comamos antes. Hemos esperado bastante, asi que podemos esperar un poco mas.

—Por mi no lo haga —dijo sonriendo el arqueologo—. No tengo mucha hambre.

—Yo si —dijo Aldo—. El aire del mar siempre me abre el apetito, y acabo de dar un paseo muy agradable. Hace un dia precioso.

Guy Buteau se habia ido a Padua, de modo que en el salon de los Tapices solo eran tres comensales, pero la conversacion la mantuvieron exclusivamente Aldo y Adalbert. Una conversacion muy impersonal. Hablaron de arte, musica y teatro, sin que Anielka interviniera ni una sola vez. Abstraida, hacia bolitas de miga de pan sin prestar la menor atencion a sus companeros de mesa, lo que permitio a Adalbert decir a su amigo por senas que no sabia nada acerca del mal humor de la joven y que no habia conseguido sonsacarle ninguna informacion.

Despues del cafe, Adalbert se marcho anunciando unos irresistibles deseos de volver a ver a los primitivos de la Accademia mientras que Aldo se traslado con Anielka a la biblioteca, adonde esta entro con paso apabullados En cuanto la puerta estuvo cerrada, la joven ataco:

—Segun me han dicho, te han herido gravemente.

Aldo se encogio de hombros y encendio un cigarrillo:

—Todos los oficios tienen sus riesgos. Adalbert ha estado varias veces a punto de que le pique un escorpion; a mi me alcanzo la bala de un bribon que acababa de agredir a un anciano. Pero, no te preocupes, ya estoy bien.

—Eso es lo que me contraria: tu muerte habria sido la mejor noticia que hubieran podido darme.

—?Vaya, por lo menos eres franca! No hace mucho afirmabas que me querias. Se diria que el paisaje ha cambiado.

—En efecto, ha cambiado.

Anielka se acerco casi hasta tocarlo, alzando hacia el un rostro crispado por la colera, unos ojos llameantes como antorchas.

—?No te aconseje que no presentaras esa ridicula solicitud de anulacion? Hace unos dias recibi la notificacion de que esta en tramite.

—?Y que esperabas? Te lo adverti. Ahora debes presentar tus alegaciones.

—?Te das cuenta de que se ha corrido el rumor y no se habla de otra cosa en toda Venecia? ?Nos has puesto en ridiculo!

—No se por que. Me vi forzado a casarme contigo y trato de liberarme. Es lo mas normal. Pero, si interpreto bien tu enfado, lo que te preocupa es tu posicion mundana. Deberias haber pensado en eso antes de desafiarme.

Aunque deploraba que una indiscrecion hubiera divulgado su proyecto, Aldo imaginaba facilmente como podia considerar la sociedad veneciana —la verdadera, no la cosmopolita y escandalosa que frecuentaba el Lido, el Harry's Bar y otros lugares de diversion— la posicion de una mujer sospechosa de haber envenenado a su primer marido y de la que el segundo intentaba deshacerse.

—Lo que no entiendo es como se ha extendido el rumor, como tu lo llamas. El padre Gherardi, que recibio mi solicitud, y el cardenal La Fontaine, a quien aquel le dio traslado, no se dedican a chismorrear, y yo no he dicho nada.

—Esas cosas se saben. Afortunadamente, tengo excelentes amigos que estan dispuestos a apoyarme, a ayudarme…, incluso dentro de tu familia. No ganaras, Aldo, enterate. Seguire siendo la princesa Morosini y seras tu quien quede en ridiculo. ?Ya no te acuerdas de que estoy embarazada?

—?Asi que es verdad? Pensaba que solo querias excitar mis celos, ver que cara ponia…

Ella solto una carcajada tan agria que a Aldo le parecio penosa. Esa joven tan encantadora, ante la cual la primera reaccion de un hombre normal debia ser arrojarse a sus pies, se volvia casi fea cuando se revelaba su verdadera naturaleza. Su rostro era el de un angel, pero su alma no.

—Tengo un certificado medico a tu disposicion —le espeto, furiosa—. Estoy embarazada de mas de dos meses. Asi que, querido mio, tus problemas no han acabado. Va a resultarte muy dificil conseguir la anulacion.

Aldo se encogio de hombros con desden y le volvio deliberadamente la espalda.

—No estes tan segura: se puede estar embarazada un dia y dejar de estarlo el siguiente. En cualquier caso, ten esto bien presente: no estas destinada a vivir aqui toda tu existencia, y no lo estas por la sencilla razon de que la casa acabara por echarte. ?No seras jamas una Morosini!

Aldo salio y se dio de bruces con Celina, que debia de estar escuchando detras de la puerta. Una Celina mas blanca que un muerto pero cuyos ojos negros llameaban.

—No sera verdad lo que acaba de decir —murmuro—. ?Esa zorra esta embarazada?

—Eso parece. Ya lo has oido: la ha visto un medico.

—Pero… no habras sido tu…

—Ni yo ni el Espiritu Santo. Sospecho de un ingles que antes se declaraba enemigo suyo. ?Has visto alguna vez por aqui a un tal Sutton? —anadio, conduciendo a la voluminosa mujer lejos de aquella puerta que podia abrirse en cualquier momento.

—No, no lo creo. Aunque hombres vienen muchos, y todos extranjeros. Por mas que lleve un luto tan ostentoso, eso no le impide divertirse.

—Sea como sea, Celina, te ruego que no le digas a nadie lo que acabas de oir y hagas como si no lo supieras. ?Me lo prometes?

—Te lo prometo…, pero si intenta hacer aqui lo que hizo en Inglaterra, tendra que enfrentarse conmigo. ?Y eso lo juro ante la Virgen! —concluyo Celina, alzando con decision un brazo hacia el hueco de la gran escalera.

—No te preocupes. Llevare cuidado.

A partir de ese dia, una vez que Adalbert se hubo marchado a Paris, una curiosa atmosfera se instalo en el palacio Morosini, convertido en una especie de templo del silencio. Anielka salia mucho con la camarilla americana, aunque ya no se atrevia a llevarla a casa. Aldo se concentraba en sus negocios y de vez en cuando hacia un corto viaje. Curiosamente, no volvio a ver a Ethel Solmanska: cuando, dos dias despues de su conversacion, pregunto por ella en el hotel del balneario, le dijeron que la joven se habia marchado repentinamente tras haber recibido un telegrama. No habia dejado ninguna direccion a la que enviar el correo, que era practicamente inexistente. Despues de eso, Aldo fue a Roma para asistir a una subasta y tambien para tratar de encontrar el rastro de Sigismond. Una perdida de tiempo. Pese a los numerosos conocidos que tenia en la Ciudad Eterna y a unas discretas indagaciones en los grandes hoteles, fue imposible enterarse de nada. Nadie habia visto ni oido hablar del conde Solmanski. Habia que resignarse.

—Deberia guardar eso —dijo Guy Buteau—. Y sobre todo no perder las esperanzas respecto al futuro.

Morosini cerro el estuche de piel blanca, lo guardo en la caja fuerte y sonrio a su viejo amigo.

—Si usted lo dice, Guy… Pero reconozca que las cosas van mal. El procedimiento de anulacion no ha avanzado ni un milimetro. Anielka, que padece nauseas de lo mas evidentes, solo se levanta de la cama para ir al sofa y viceversa; y cuando por casualidad me encuentro a Wanda, me mira con una mezcla de reproche, temor e

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