—O sea, que usted recibe las ordenes directamente de el. ?Esta aqui?

—No, en Varsovia. —Llevado por el ritmo de la conversacion, habia hablado demasiado y se arrepintio enseguida—. De todas formas, eso a usted no le importa.

—?Que quiere de mi? Ya le he dicho que Kledermann quiere quedarse el rubi. No se que otra cosa puede pedirme.

Una sonrisa que no tenia nada de amable aparecio a modo de mascara en el rostro tosco del americano.

—Una cosa muy simple; que se las arregle para recuperarlo. Usted tiene la puerta de su casa abierta, asi que debe de ser bastante facil.

—Si fuera tan facil, ya se me habria ocurrido un plan, pero lo que esta pidiendome es robar una camara acorazada digna de tal nombre. ?Es Fort-Knox en pequeno!

—Nunca hay que desesperar. En cualquier caso, compongaselas como quiera, pero consigame el rubi. Si no…

—Si no, ?que?

—Podria quedarse viudo.

Aquello era tan inesperado que Morosini abrio los ojos como platos.

—?Que quiere decir?

—Es bastante facil de entender: tenemos a su mujer. Ya sabe, esa encantadora criatura que vino a arrebatarnos de las manos arriesgando su vida en la villa de Vesinet.

—Si, ya se quien es, pero… tambien es la hermana y la hija de sus jefes. ?Le han ordenado ellos que secuestre a mi mujer?

Ulrich reflexiono unos instantes antes de responder; luego levanto la cabeza a la manera de un hombre que acaba de tomar una decision.

—No. Yo incluso diria que ignoran este detalle. Vera, me ha parecido que no estaria mal contar con un seguro contra ellos al mismo tiempo que me agenciaba un medio para presionarlo a usted.

El cerebro de Aldo trabajaba a toda velocidad. Habia algo raro en aquello. Lo primero que se le ocurrio es que era un farol.

—?Cuando la ha secuestrado? —pregunto sin alterarse.

—Anoche, hacia las once, cuando salio del Harry's Bar con una amiga. ?Le basta eso?

—No. Quiero telefonear a mi casa.

—?Por que? ?No me cree?

—Si y no. Me parece un plazo demasiado corto para haberla traido aqui.

—Yo no he dicho que este aqui, sino que la tengo. Y de eso puede estar seguro.

Aldo se tomo tambien unos instantes de reflexion. Cuando se habia despedido de Anielka, ella acababa de librarse de las nauseas, pero no estaba ni mucho menos en una forma esplendida. Le costaba imaginarsela precipitandose al Harry's Bar para tomar un coctel, ni siquiera con una amiga que bien podria ser Adriana. En cualquier caso, una cosa estaba clara: Ulrich sabia que se habia casado con la viuda de Ferrais, pero ignoraba que tipo de relaciones mantenian. Por un momento, acaricio la idea de decir con una amplia sonrisa: «?Tiene a mi mujer? ?Fantastico! Pues quedesela. No tiene ni idea del favor que me hace.» Imagino la cara de Ulrich al oir semejante declaracion. Sin embargo, sabia por experiencia que ese hombre era peligroso y que no vacilaria ni un instante en hacer sufrir a Anielka para lograr sus fines. Y si bien Aldo queria recuperar su libertad, no deseaba la muerte de la joven y todavia menos que sufriera alguna clase de tortura. Lo unico que podia hacer era jugar al juego que le proponian. Era la unica manera de regresar al aire libre.

—Bueno —dijo Ulrich—, ?no dice nada?

—Una noticia como esta merece pensar un poco en ella, ?no?

—Quiza, pero me parece que ya es suficiente.

Morosini puso una cara que confiaba en que resultara suficientemente angustiada.

—No le habra hecho dano, supongo.

—Todavia no, e incluso diria que esta recibiendo muy buen trato.

—En ese caso, no tengo eleccion. ?Que quiere exactamente?

—Ya se lo he dicho: el rubi.

—No pensara que voy a ir a buscarlo esta noche… Y manana, el rubi sera enviado a algun joyero para que lo monte, con la finalidad de que la senora Kledermann lo reciba como regalo de cumpleanos.

—?Cuando es el cumpleanos?

—Dentro de trece dias.

—?Usted estara alli?

—Claro —dijo Aldo, encogiendose de hombros con una lasitud bien simulada—. A no ser que me retenga aqui.

—No se de que podria servirme metido en este agujero. Ahora escucheme bien. Vamos a llevarlo a la ciudad, donde estara a mi disposicion. Y, por supuesto, ni se le ocurra acercarse a la policia; me enteraria y su mujer sufriria las consecuencias. No se le ocurra tampoco marcharse del hotel. Me pondre en contacto con usted. Mientras tanto, puede tratar de enterarse de que joyero se encarga de montar la piedra.

Ulrich se levanto y se dirigio hacia la puerta, pero se volvio antes de abrirla.

—No ponga esa cara. Si las cosas van como yo quiero, es posible que usted salga beneficiado.

—No se en que.

—?Vamos, piense un poco! En el caso de que, gracias a usted, yo pudiera visitar la camara acorazada de Kledermann, quiza le daria el rubi.

—?Como? —dijo Aldo, estupefacto—. Yo creia…

—Los Solmanski lo quieren a toda costa, pero que lleguen a tenerlo o no a mi me tiene sin cuidado. Habia que ser tan corto como Saroni para creer que un objeto como ese se podia vender discretamente. En la caja fuerte de un banquero debe de haber cosas para llenarse los bolsillos mas facilmente.

—Hay muchas joyas historicas, nada faciles de vender tampoco.

—No se preocupe por eso. En America se vende todo, y a precios mas interesantes que aqui. ?Hasta pronto!

Sentado en la cama, Aldo le dirigio un vago saludo levantando la mano con gesto negligente. Al cabo de un momento, el batracio llamado Archie entraba de nuevo, exhibiendo lo que el creia que era una sonrisa.

—Vamos a llevarte a la ciudad, amigo —dijo.

Morosini no tuvo tiempo de pronunciar una sola palabra: un golpe propinado con una cachiporra a una velocidad increible lo envio de nuevo al pais de los suenos.

El segundo despertar se produjo en unas circunstancias todavia menos confortables que el primero; en la casa desconocida, al menos habia una cama. Esta vez, Morosini abrio los ojos en un universo oscuro, frio y humedo. Enseguida se dio cuenta de que lo habian dejado sobre una extension de cesped rodeada de arboles. Mas alla se veia el lago, unos embarcaderos, unos restaurantes. Seguia siendo de noche y las farolas seguian encendidas. Tiritando pese al abrigo de vicuna, que habian tenido el detalle de ponerle, Aldo localizo rapidamente las luces del Baurau-Lac a una distancia que no le parecio excesiva. Aunque le dolia la cabeza, se puso a correr con la triple finalidad de salir cuanto antes del jardin, volver a su habitacion y entrar en calor.

Cuando entro en el vestibulo del hotel, el recepcionista se permitio arquear una ceja al ver regresar en tan deplorable estado a un cliente aparentemente sobrio y que creia que llevaba horas acostado, pero se hubiera dejado cortar la lengua antes que atreverse a hacer una sola pregunta. Aldo lo saludo haciendo un vago ademan con la mano y se dirigio tranquilamente hacia el ascensor, ya que habia encontrado la llave de su habitacion en un bolsillo.

Una ducha caliente, dos aspirinas, y se metio en la cama rechazando firmemente todo pensamiento desfavorable al sueno. Primero, dormir; despues, ya veria.

No eran mucho mas de las diez cuando se desperto, mas repuesto de lo que habia temido. Empezo por encargar un copioso desayuno; luego pidio una comunicacion telefonica con Venecia. Aunque no acababa de creersela, esa historia del secuestro de Anielka le inquietaba. Si era verdad, ?encontraria su casa patas arriba y quizas incluso invadida por la policia? No habia sucedido nada de eso: la voz que le respondio —la de Zaccaria— era tranquila y apacible, incluso cuando Aldo dijo que queria hablar con su mujer.

—No esta —contesto el fiel sirviente—. Su viaje ha hecho que le entren ganas de moverse: se ha ido a

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