viviremos una revolucion social sin precedentes, y muy distinta de la que se esta haciendo en estos momentos.
La senorita Chilperic parecia tan asustada ante la idea de fomentar la revolucion social que solo la oportuna entrada de dos criadas para retirar las tazas y librarla de la necesidad de replicar parecio evitar que se la tragara la tierra.
– Estoy completamente de acuerdo con la senorita Chilperic -dijo Harriet-. Si alguien hiciera algo deshonroso y despues dijera que lo habia hecho por ti, seria el peor de los insultos. ?Como podrias volver a sentir lo mismo por el?
– Desde luego, debe de viciar la relacion -dijo la senorita Pyke.
– ?Que tonteria! -exclamo la decana-. ?A cuantas mujeres les importa la integridad intelectual de nadie? Solo a las mujeres como nosotras, con demasiados estudios. Mientras el hombre no falsifique un cheque, desvalije la caja de un establecimiento o haga algo socialmente degradante, la mayoria de las mujeres pensaran que tiene perfecta justificacion. Preguntele a la senora Huesos, la esposa del carnicero, o a la senorita Cinta, la hija del sastre, lo mucho que les preocuparia suprimir un hecho en una polvorienta tesis historica.
– Todas apoyarian al marido -dijo la senorita Allison-. Bueno o malo, es mi hombre, dirian. Aunque haya robado la caja de un establecimiento.
– Pues claro que si -tercio la senorita Hillyard-. Eso es lo que el hombre quiere. No te daria las gracias por una critica al hogar.
– ?Cree que tiene que tener a la mujer femenina? -pregunto Harriet-. ?Que quiere, Annie? ?Mi taza? Aqui tiene… Alguien que diria: «Cuanto mayor el pecado, mayor el sacrificio, y en consecuencia, mayor el apego». ?Pobre senorita Schuster-Slatt!… Supongo que reconforta que te digan que te quieren hagas lo que hagas.
– Ah, si -dijo Peter, y anadio con su mejor voz de instrumento de viento:
»William Morris tenia momentos en los que era un hombre varonil al ciento por ciento.
– ?Pobre Morris! -exclamo la decana.
– Entonces era joven -anadio Peter con benevolencia-. Si se para uno a pensarlo, es curioso que los terminos «femenino» y «varonil» resulten casi mas insultantes que sus antonimos. Sientes la tentacion de pensar que quiza sea cierto que en el sexo hay algo poco delicado.
– Y todo por tanto estudiar -proclamo la decana mientras la criada cerraba la puerta-. Y aqui estamos nosotras sentadas, desvinculandonos de la bondadosa senora Huesos y de esa encantadora muchacha, la senorita Cinta…
– Por no hablar de esos hombres estupendos, tan varoniles ellos, los Huesos y los Cintas -tercio Harriet.
– Y mientras, yo aqui desolado en el medio, «como cabana en pepinar» -dijo Peter.
– Si que lo parece -replico Harriet, riendo-. El unico vestigio de la humanidad, en un paramo frio, amargo e indigesto.
Hubo risas y despues un repentino silencio. Harriet noto una tension nerviosa en la habitacion, pequenas hebras de ansiedad y expectacion que se tendian, se entrecruzaban, vibraban. Ahora alguien va a mencionarlo, todo el mundo decia para sus adentros. Se ha reconocido el terreno, han retirado el cafe de en medio, los combatientes estan dispuestos al ataque… ahora ese afable caballero de afilada lengua se desenmascarara y aparecera como lo que es, un inquisidor, y todo va a resultar muy desagradable.
Lord Peter saco un panuelo, limpio meticulosamente el monoculo, volvio a colocarselo, miro con severidad a la rectora y elevo una voz dolida y energica para quejarse del vertedero.
La rectora se marcho, tras expresar cortesmente su agradecimiento a la senorita Lydgate por la hospitalidad de la sala del profesorado e invitar gentilmente a su senoria a visitarla en su casa en cualquier momento que le viniera bien durante su estancia en Oxford. Varias profesoras se levantaron y empezaron a salir, murmurando que tenian que revisar trabajos de alumnas antes de acostarse. La conversacion habia girado sobre diversos temas. Peter habia soltado las riendas para dejar que siguiera por donde quisiera, y Harriet, al comprenderlo, apenas se habia molestado en seguirla. Al final solo quedaron Peter y ella, la decana, la senorita Edwards (al parecer encantada con la conversacion de Peter), la senorita Chilperic, silenciosa y casi invisible en un rincon oscuro y, para sorpresa de Harriet, la senorita Hillyard.
Los relojes dieron las once. Wimsey se levanto y dijo que tenia que marcharse. Todo el mundo se puso en pie. El patio viejo estaba a oscuras, salvo el reflejo de las ventanas iluminadas, el cielo se habia encapotado y empezaba a levantarse un viento que agitaba las ramas de las hayas.
– Buenas noches -dijo la senorita Edwards-. Ya me encargare de que le den una copia de ese trabajo sobre los grupos sanguineos. Creo que le parecera interesante.
– Por supuesto que si. Muchas gracias -replico Wimsey.
La senorita Edwards salio con paso energico.
– Buenas noches, lord Peter.
– Buenas noches, senorita Chilperic. Aviseme cuando este a punto de empezar la revolucion social, que ire a morir en las barricadas.
– Estoy segura de que lo haria -repuso la senorita Chilperic, para asombro de todos, y desafiando la tradicion, le estrecho la mano.
– Buenas noches -dijo la senorita Hillyard sin dirigirse a nadie en especial, y salio rapidamente con la cabeza muy alta.
La senorita Chilperic revoloteo hasta la oscuridad como una mariposilla palida, y la decana dijo:
– ?Bueno! -Y anadio con tono interrogativo-: ?Y bien?
– Ya ha pasado, y ha ido bien -dijo Peter tranquilamente.
– Pero ha habido un par de momentos, ?verdad? Aunque en general… lo mejor que se podia esperar.
– Me he divertido muchisimo -dijo Peter, de nuevo con el dejo picaro en la voz.
– Seguro -dijo la decana-. No me fiaria de usted ni un pelo. Ni un pelo.
– Claro que se fiaria. No se preocupe.
La decana tambien se marcho.
– Ayer te dejaste la toga en mi habitacion -dijo Harriet-. Deberias venir a buscarla.
– He traido la tuya y la he dejado en la conserjeria de Jowett Walk. Y tambien el informe. Espero que lo hayan recogido.
– ?No habras dejado el informe en cualquier parte!
– ?Por quien me tomas? Esta envuelto y lacrado.
Atravesaron el patio lentamente.
– Tengo que hacerte muchas preguntas, Peter.
– Ah, si. Y yo a ti una. ?Cual es tu segundo nombre? El que empieza por D.
– Lamento decir que Deborah. ?Por que?
– ?Deborah? ?Caray! Bueno, no te llamare asi. Por lo que veo, la senorita De Vine sigue trabajando.
En esta ocasion las cortinas de la ventana de la investigadora estaban descorridas, y vieron su cabeza oscura y despeinada, inclinada sobre un libro.
– Me parece muy interesante -dijo Peter.
– A mi me cae bien.
– A mi tambien.
– Pero mucho me temo que esas horquillas son suyas.
– Ya lo se -replico Peter. Saco una mano del bolsillo y la abrio. Estaban junto al Tudor, y la luz de una ventana contigua ilumino una horquilla triste y despatarrada-. Se le cayo en la tarima despues de la cena. Me viste cuando