Se agradecio al doctor tal consideracion con las finanzas de los Hankshaw. («Pero un judio es un judio», explico el papa de Sissy a los companeros de trabajo la primera vez que estuvo lo bastante sobrio para ir a trabajar. «Si hubiese creido que teniamos el dinero, habria intentado exprimirnos».) Padres e hija se levantaron para irse. El doctor Dreyfus siguio sentado. Su gruesa estilografica negra permanecia sobre la mesa. Su diploma de la Sorbona seguia en la pared, y asi sucesivamente. -Cuando el gobierno frances le pregunto en 1939 como habia que proyectar uniformes de paracaidistas para invisibilidad maxima, el pintor Pablo Picasso contesto: «Vistanlos de arlequines».

El medico hizo una pausa.

– No creo que esto signifique mucho para ustedes.

El senor Hankshaw miro al especialista y luego a su mujer, luego miro sus zapatones (en los que habian sido repuestos recientemente los cordones robados) y de nuevo al especialista. Rio, medio incomodo, medio irritado,

– Si, claro que no, doctor.

– Da igual -dijo el doctor Dreyfus; y se levanto entonces-. La chica tiene, por supuesto, una anormalidad congenita. Lo siento pero no conozco la causa. El gigantismo en una extremidad suele deberse por lo general a un nemangioma cavernoso; es decir, un tumor venoso que arrastra cuantias excesivas de sangre hacia la extremidad afectada. Cuantos mas nutrientes recibe una extremidad, mayor se hace, naturalmente, lo mismo que si pone usted gallinaza alrededor de un rosal, crecera mas que sin estiercol. ?Comprende? Pero la chica no tiene ningun tumor. Ademas, la posibilidad de nemangioma en ambos pulgares es como de uno en billones. La chica, si he de serles franco, es una especie de rareza medica. Como el tamano de los pulgares disminuye su capacidad y su destreza manual, sus actividades vitales y sus posibilidades profesionales se veran reducidas. Podria ser peor. Traiganmela si alguna vez tiene dolores. Entretanto, habra de aprender a vivir con ellos.

– Eso hara -acepto el senor Hankshaw, que, desde que habia sido «salvado» en el Field Billy Graham Rally de Moore, habia empezado a mirar con amarga resignacion los gnomescos dirigibles anclados en las manos de su hija-. Eso mismo. El Senor los hizo grandes por algun motivo. Dios jamas se cansa de probar a nuestra familia. Es una especie de castigo. No se exactamente por que, pero es un castigo, y la chica y nosotros tenemos que soportar ese castigo.

Y entonces, la senora Hankshaw empezo a gimotear.

– Oh doctor, si viniese aqui a verle algun muchacho, si apareciesen un joven por aqui alguna vez con, un joven con dedos feos, ya sabe, algo parecido, un caso similar, doctor, podria, por favor…

A lo que respondio el cirujano plastico:

– Recuerde, mi querida senora, las palabras del pintor Paul Gauguin: «Lo feo puede ser hermoso, lo bonito nunca». Aunque no creo que esto signifique mucho para ustedes.

Ante lo que proclamo el senor Hankshaw:

– Es una prueba. Ella tiene que soportar el castigo.

Y Sissy, como el Cristo del horroroso cuadro que colgaba sobre el televisor de su casa, resplandecio serenamente, como diciendo: «El castigo es su propia recompensa».

10

OH SI. La llevaron tambien a un especialista de una disciplina diferente.

La practica comercial del credo quiromantico estaba prohibida por la ley en la ciudad de Richmond, pero en los condados colindantes de Chesterfield y Henrico era totalmente legal. Rodeando los arrabales de la ciudad habia pinares y huertas que chocaban con tabernuchas de carretera y urbanizaciones de baja estofa, y habia tambien seis o siete remolques-vivienda y tres o cuatro casas normales dentro de cuyos confines se daba diariamente el testimonio de las manos.

Era facil reconocer la guarida de un quiromantico. Fuera de su casa o remolque, habia un cartel y sobre el, pintada en rojo, la silueta de la mano humana, de la muneca a las yemas de los dedos, por la palma. Siempre en rojo. Por alguna razon, y el autor piensa que quiza haya aqui una tradicion cuyos origenes se remonten a los gitanos de Caldea, podria haber sido menos sorprendente encontrar medias de malla color carne en el saco de la colada del general Patton que encontrar una mano color carne sobre un cartel quiromantico en los alrededores de Richmond. Todas las manos eran rojas y, directamente debajo de la roja articulacion de la muneca, donde en una mano de verdad habria un reloj de pulsera, el autor del cartel habia escrito el titulo «Madame» seguido de un nombre: Madame Yvonne, Madarne Christina, Madame Divina, y otras.

Madame Zoe, por ejemplo. «Madame Zoe» era el nombre escrito bajo la palma roja ante la que pasaba casi semanalmente la mama de Sissy cuando iba en autobus hasta el final de Hull Street Road a visitar a su amiga Mabel Coffee, mujer de un fontanero. La senora Hankshaw debia haber pasado ante aquel cartel unas doscientas veces. Lo miraba siempre como si fuese un ciervo en un prado, tan real resultaba para ella, y tan esquivo. Pero hasta que a Mabel Coffee le extirparon un quiste de ovario y casi la dina (la misma semana del mismo otono en que el corazon del presidente Eisenhower se fue al carajo), la senora Hankshaw (impulsada, quiza, por tan dramaticos acontecimientos) no pulso impulsivamente el boton ni bajo del autobus frente a la casa de Madame Zoe. Quedo concertada una cita para el siguiente sabado.

Cuando se informo al senor Hankshaw de la cita con la quiromantica, este resoplo, solto un taco y advirtio a su mujer que si tiraba cinco dolares que tanto le habia costado a el ganar, dandoselos a una sucia embaucadora, ya podia ir pensando en mudarse con Mabel, su fontanero y su ovario sano. Durante la semana, sin embargo, la mama de Sissy utilizo la llave de tuercas vaginal para ajustar lenta y suavemente las objecciones de su marido a un mero refunfuno. No lo hubiese hecho mejor el fontanero de Mabel, con su equipo completo de herramientas.

El sabado de Pascua, Sissy fue obligada a vestirse como para ir a la iglesia. La engalanaron con una falda de lana a cuadros, de pliegues tan gastados como los suenos romanticos de sus anteriores propietarias; la embutieron luego en un jersey barato de manga larga de una prima (en tiempos blanco como dentadura postiza pero fumando por entonces tres paquetes al dia); peinaron su lindo pelo de ondulado natural con agua del grifo y una chispa de colonia de saldo; la boca (tan plena y redonda en comparacion con el resto de sus angulosos rasgos faciales que parecia una ciruela en una planta de judias) recibio el leve toque de un lapiz de labios de color rubi. Luego, madre e hija cogieron el autobus camino de la casa de Madame Zoe; Sissy fue todo el trayecto haciendo pucheros porque no se le permitia ir en autoestop.

Cuando posaron sus gastados tacones en la entrada de la casa de la quiromantica, sin embargo, la irritacion habia dejado paso en la chica a la curiosidad, iQue sargento instructor tan inspirador puede ser la curiosidad! Avanzaron en linea recta hacia la puerta del remolque-vivienda y llamaron con un golpe firme. Momentos despues se abrio a ellos, liberando su aroma de incienso y coliflor hervida.

Desde el remolino de enfrentados olores (esto caia ya fuera del area del tabaco), Madame Zoe, quimono y peluca, las mando pasar. «Soy la iluminada Madame Zoe», comenzo, aplastando un cigarrillo en uno de esos pequenos ceniceros de ceramica iluminados que tienen forma de orinal y llevan un letrero que dice: COLILLAS. El remolque estaba abarrotado de cosas, pero ni habia mirinaques ni artilugios, ni la cortina de cretona y el sillon de felpilla parecian proceder del Mas Alla. La lampara de pie estaba alimentada por electricidad, no por prana; la guia de telefonos era de Richmond, no de la Atlantida. Aun mas descorazonador fue para la chica la ausencia de cualquier referencia material a Persia, el Tibet o Egipto, esos centros de arcana sabiduria a los que Sissy estaba segura de que llegaria alguna vez en autoestop, aunque es necesario aclarar de inmediato que Sissy jamas sonaba realmente con ir en autostop a algun sitio: era el acto de hacer autoestop lo que constituia la esencia de su vida. Asi pues, nada habia que tuviese el menor exotismo en aquel remolque -vivienda, salvo el humeante incienso y, aunque en la mortecina atmosfera de los anos Eisenhower, en Richmond, Virginia, resultaba el incienso bastante exotico, aquella barrita concreta de jazmin estaba a punto de quedar eclipsada inevitablemente por una olla de coliflor.

– Soy la iluminada Madame Zoe -comenzo, en fin, con una voz monotona e indiferente-. Nada hay en vuestro pasado, presente o futuro que vuestras manos no sepan, y nada hay en vuestras manos que no sepa Madame

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