contrato de confidencialidad a cambio del medio millon de dolares que supuestamente salvaria a Margarida. Lo cierto es que no la salvo y nadie le podia quitar ahora de la cabeza la idea de que la muerte de su hija habia sido un castigo por el miserable negocio en que se habia metido. El problema se convirtio, poco a poco, en una obsesion. Se les nego la luz a los descubrimientos, es cierto, pero los sentia vivos, disconformes, sublevados, a punto de estallar en su pecho, a rasgarle los huesos, a despedazar su carne y a irrumpir en el mundo en una erupcion incandescente. Sin embargo, por mas que buscaba formas de lanzar la verdad silenciada, de liberar su grito reprimido, la ultima clausula del contrato paralizaba sus movimientos. La ruptura del sigilo le costaria un millon de dolares, dinero del que no disponia.
Habia dos verdades que se veia obligado a callar. Una era la verdad objetiva, la verdad ontologica, la verdad historica en si, la verdad mas alla de la cual todo era falso. El hecho de que el hombre que descubrio America se llamaba Colonna, de que era un hidalgo portugues con sangre en parte judia y en parte italiana, y de que habia desempenado una mision secreta al servicio de don Juan II. Esa verdad permanecia en la sombra desde hacia cinco siglos y parecia condenada a seguir asi. La segunda era la verdad moral, la verdad subjetiva, la verdad de quien solo se siente bien con la verdad, la verdad mas alla de la cual todo era mentira. Este era el campo de la etica, de los principios que lo guiaban en la vida, de los valores que dan cuerpo a la honestidad, a la integridad, a la idea de que la verdad tiene que triunfar, cueste lo que cueste, que hay una relacion intrinseca entre la verdad, la honestidad y la integridad. Amordazar esta verdad moral era lo que mas le dolia; sentia la mentira como una punalada asestada a todo lo que habia creido; sufria el desmoronarse de la etica en torno a la cual habia estructurado su vida. Lo que mas lo atormentaba era, sin duda, esa traicion a su conciencia, era ella el monstruo que lo martirizaba en las pesadillas mas sombrias, la daga que llevaba clavada en el corazon, el cancer que envenenaba sus entranas, el acido que corroia su alma y quebraba su voluntad de volver a creer en si mismo.
Se sentia un vendido. Miserable, sucio, indigno. Por primera vez tomo conciencia de que la verdad tenia un precio, de que el mismo podia sacrificarla en nombre de otro valor. En cierto modo, se identifico con el dilema vivido quinientos anos antes por don Juan II. Imagino por momentos al Principe Perfecto sentado en las murallas del Castelo de Sao Jorge, junto a los olivos plantados frente al palacio real, con Lisboa a sus pies, y enfrentado con su propio dilema. Habia tierras a occidente y el Asia a oriente. Le gustaria poseer las dos, pero sabia que solo podria quedarse con una. ?Cual elegir? ?Cual sacrificar? Tambien el se enfrento a un dilema y se vio forzado a tomar una decision. Y la tomo. Dio a los castellanos el descubrimiento del Nuevo Mundo para poder quedarse con Asia. Colon fue su contrato de confidencialidad, Asia su Margarida. Don Juan II tuvo que elegir y eligio; bien o mal, eligio. Fue eso, al fin y al cabo, lo que el mismo, Tomas, habia hecho. Habia elegido.
Sin embargo, no se resignaba.
Don Juan II solo comprometio la verdad mientras la mentira le resultaba necesaria para quedarse con Asia. Su hombre de mayor confianza, Ruy de Pina, se encargo despues de reparar los hechos cuando considero que la verdad ya no ponia en peligro la supervivencia de la estrategia portuguesa; y, si no hubiese sido por la intervencion de don Manuel, o de alguien en lugar de el, la
Fue en ese instante, sin saber bien por que, pero fue en ese instante cuando se acordo de la primera concesion que tuvo que hacer, del primer compromiso al que Moliarti lo obligo, de la primera indignidad que habia aceptado. Sentado en una bancada del Claustro Real del Monasterio de los Jeronimos, el estadounidense lo habia forzado, contra su voluntad, a ir a casa de Toscano a mentirle a la viuda para obtener la informacion que precisaban para avanzar en el proyecto. Era una pequena mentira, algo insignificante, minuscula incluso, pero, de todos modos, el primer paso en la direccion que tomo, inexorablemente; la primera inclinacion de un terreno que deprisa se abrio a un precipicio, un abismo oscuro y profundo donde enterro lo que le restaba de conciencia. Comprometio la verdad una vez, diciendose a si mismo que era una excepcion, que no tenia tanta importancia, al fin y al cabo una vez no importa, la vida es realmente asi, ?que es una mentirijilla frente a un magnifico final? Pero la excepcion pronto se convirtio en regla; y alli estaba el, avergonzado, inapelablemente enredado en la marana traicionera de las telas de la impostura.
Se acordo tambien de una llama que en el Claustro Real lo ilumino fugazmente, un grito que retumbo por momentos en su conciencia, violento, audaz, tempestuoso; pero, al mismo tiempo, huidizo, efimero. Fue un instante de lucidez pronto silenciado por la voz de la ganancia, un resplandor de luz que deprisa habian apagado las siniestras tinieblas.
Era un poema.
Un poema de Fernando Pessoa. Estaba inscrito en la tumba del gran poeta, en los Jeronimos, grabado en la piedra para durar hasta la eternidad. Hizo un esfuerzo de memoria y las letras se convirtieron en palabras y las palabras se hicieron ideas y cobraron sentido y ganaron esplendor:
Para ser grande, se integro: nada
tuyo exageres ni excluyas.
Se todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo minimo que hagas.
Asi en cada lago la luna toda
brilla, porque alta vive.
Repitio el poema innumeras veces, en voz muy baja; sintio que volvia a encenderse aquella llama perdida, primero tenue, fragil, vacilante, muy distante; pero pronto se dilato, ilumino su corazon, se avivo a medida que la voz crecia, se difundio, le encendio el alma, era ya fuego que ardia en el tumulto de su conciencia, un incendio infernal que forjaba el hierro de su determinacion.
Grito.
«Se integro.» Lo sere.
«Se todo en cada cosa.»Lo sere.
«Pon cuanto eres en lo minimo que hagas.» Lo pondre.
«Nada tuyo exageres ni excluyas.» Nada excluire.
«La luna toda brilla, porque alta vive.» Brillara.
La decision estaba tomada.
Tomas se sento frente al ordenador y miro la pantalla vacia. «Necesito otro nombre», fue lo primero que se le ocurrio. Tal vez un seudonimo. «No, un seudonimo no es buena idea. Necesito mas bien a alguien que este por encima de todo, alguien a quien los demas escuchen. Alguien que acepte ser mi Ruy de Pina. Hmm…, pero ?quien? Un historiador famoso, inevitablemente. No, mirandolo bien, no; un historiador seria demasiado arriesgado; seria muy facil establecer la relacion con el. Mejor alguien diferente, fuera del sistema, alguien que acepte dar el nombre por la verdad que debo revelar. Si, eso es. Pero ?quien? Hmm… Vale, despues veo quien. Mi prioridad ahora es establecer el modo enunciativo que adoptare. El contrato me prohibe escribir ensayos, hacer articulos, conceder entrevistas, dar ruedas de prensa. ?Y si contase todo esto como una novela? No seria mala idea, ?no? En rigor, el contrato no lo prohibe. Es ficcion, siempre tengo esa coartada.»«Es ficcion. Ademas, no sere yo quien de la cara, ?no? Sera otro. Mi Ruy de Pina. Un novelista, alguien asi. Buena idea, un novelista. O tambien, otra idea, ?por que no un periodista? No esta mal un periodista, esos tipos se enfrentan diariamente con la fabrica de lo real. Hmm… Lo ideal seria un periodista y novelista, hay por ahi unos cuantos, puede ser que convenza a alguno. Bien, despues pensare en eso, hay tiempo. Por ahora voy a concentrarme en lo que tengo que contar, en la realidad que transformare en novela, en la ficcion que usare para reparar la verdad. A traves de la historia escribire la Historia. Cambiare los nombres de los participantes, es evidente, y solo narrare aquello que vi, vivi y descubri. Solo eso. Bien…, tal vez con excepcion de un capitulo introductorio: a fin de cuentas, todo esto comenzo con la muerte del profesor Toscano y yo no estuve presente, ?no? Entonces, en ese caso, me servire de la imaginacion, ?que remedio! Tendre que imaginar como murio. Pero yo se que el profesor fallecio bebiendo un zumo de mango y que estaba en la habitacion de su hotel en Rio de Janeiro. Esos son los hechos. El resto, como
