Rathbone tambien paso una velada sumamente incomoda pese a las incondicionales alabanzas de Margaret a proposito de su talento y, sorprendentemente, de su moralidad.
– Es normal que te perturbe -le dijo Margaret con dulzura despues de cenar. Estaban sentados de frente con las cristaleras abiertas al jardin silencioso, donde solo se oia piar a los pajaros y el leve susurro de las hojas de los arboles mecidas por la brisa del ocaso-. A nadie le gusta sacar a relucir los puntos flacos de sus amigos, y menos en publico -prosiguio-. Pero no fue decision tuya que se diera caza a Jericho Phillips.
»Seria un tremendo desacierto que rehusaras defenderlo, a el o a cualquier otro, por tener amigos en la acusacion. Si fuese correcto hacerlo, cualquiera podria negarse a defender una causa que pudiera perder o que pusiera en entredicho sus creencias o incluso su posicion social. Ningun hombre de honor hace solo lo que le resulta comodo.
Le brillaban los ojos y su cutis presentaba un calido rubor.
Rathbone sintio placer ante tan sincera admiracion, pero fue el placer culpable de la fruta robada, o al menos el de la obtenida deshonestamente. Busco la manera de explicarselo a Margaret, pero le resultaba dificil formularlo, y supo por su sonrisa que en realidad no lo escuchaba. Ella no queria evasivas. Rathbone termino por no decir nada y se avergonzo de si mismo.
Rathbone comenzo la vista del dia siguiente con lo que tenia intencion que fuese su
Si los letrados diesen su opinion, traicionarian al jurado de hombres comunes y, al final, este se extinguiria. La propia ley pasaria de las manos del pueblo a las de quienes ostentaban el poder. Ya nada pondria freno a sus prejuicios o, con el tiempo, a su capacidad para permanecer por encima de las mareas de la corrupcion, los sobornos, las amenazas y las esperanzas de ganar.
Era culpa suya si ahora se encontraba en la posicion de tener que llamar a William Monk al estrado para obligarle a testificar contra el hombre a quien debia la mejor oportunidad de su vida.
Se enfrentaron en una sala sumida en el silencio mas absoluto. Aquella bien podria ser la ultima jornada de un juicio que habia comenzado como un puro tramite, pero que ahora era un enfrentamiento muy real en el que era posible que la lucha de Jericho Phillips por su vida terminase en victoria. El publico de la galeria alargaba el cuello para verlo. De pronto habia asumido una talla que al mismo tiempo suscitaba miedo y fascinacion.
Monk ya habia sido identificado. Tanto el jurado como los espectadores habian oido hablar de el a testigos anteriores. No le quitaban el ojo de encima mientras esperaban que empezaran las preguntas.
– No lo he llamado antes, comandante Monk -comenzo Rathbone-, porque usted solo esta familiarizado con una parte de este caso, mientras que el senor Orme trabajo en el desde el principio, cuando el senor Durban recibio aviso de que habia aparecido el cadaver de un nino en el rio. -Paseaba con desenvoltura por el entarimado como si se sintiera a sus anchas. Solo alguien que lo conociera tan bien como Monk se percataria de la rigidez de sus hombros y de que gesticulaba con poca naturalidad-. No obstante -prosiguio, volviendose hacia la tribuna del jurado-, nos han llamado la atencion ciertos hechos que sugieren elementos poco usuales que usted nos podria ayudar a esclarecer.
Hizo una pausa para lograr un efecto dramatico, no porque hubiese formulado una pregunta.
Tremayne cambiaba de postura sin parar como si no consiguiera ponerse comodo en su asiento.
– Este caso se habia dejado correr, senor Monk. -La voz de Rathbone fue subitamente retadora-. ?Por que decidio reabrirlo?
Monk habia contado con que le hiciera esa pregunta.
– Porque encontre documentacion sobre el entre los documentos del senor Durban, y lamente que no se hubiera resuelto -contesto.
Rathbone enarco las cejas.
– ?En serio? En tal caso, ?debo suponer que continuo con el mismo afan todos los demas casos que el senor Durban dejo sin resolver?
– Me gustaria resolverlos todos -contesto Monk-. No habia muchos: unos pocos robos de menor cuantia, uno relacionado con el contrabando de media docena de barriles de conac, otro de trafico de porcelana robada, un par de incidentes de borracheras que terminaron en peleas con unas cuantas ventanas rotas. El asesinato de un nino tiene prioridad sobre todo eso. -El tambien hizo una pausa efectista y esbozo una sonrisa-. Cuando disponga de tiempo, me ocupare del resto.
La expresion de Rathbone cambio ligeramente, reconociendo que tenia un adversario con quien mas valia no jugar.
– Por supuesto que es prioritario -concordo, cambiando su angulo de ataque con apenas un atisbo de torpeza-. Segun hemos oido se desprende que segun su criterio antecede a muchas otras cosas. Al parecer leyo las notas del senor Durban con sumo detenimiento. ?Por que?
Monk no habia previsto que le formulara asi aquella pregunta.
– Ocupo el puesto del senor Durban desde poco despues de que falleciera. Pense que tenia mucho que aprender de su experiencia y de lo que habia dejado escrito.
– Cuanta modestia por su parte -senalo Rathbone-. ?De modo que admiraba mucho al senor Durban?
Solo existia una respuesta posible.
– En efecto.
– ?Por que? -pregunto Rathbone con fingida inocencia.
Monk habia dado pie a que le hiciera aquella pregunta y ahora debia contestarla. No tuvo tiempo de improvisar una respuesta cuidadosa o mesurada para salvaguardar la causa.
– Porque mandaba sin abusar de su autoridad -dijo-. Sus hombres lo apreciaban y respetaban. Durante la breve temporada en que lo trate, antes de que diera su vida en acto de servicio, me parecio un hombre de buen talante, amable e integro.
Poco falto para que dijera algo a proposito de odiar la injusticia pero se contuvo a tiempo.
– Un hermoso panegirico para un hombre que ya no puede hablar por si mismo -dijo Rathbone-. No cabe duda que en usted tiene a un amigo leal, senor Monk.
– Lo dice como si la lealtad a un amigo fuera un delito -respondio Monk una pizca demasiado deprisa, revelando su enojo.
Rathbone se detuvo, se volvio lentamente hacia Monk en lo alto del estrado y sonrio.
– Lo es, senor Monk, cuanto se pone por delante de la lealtad a la verdad y a la ley. Es una cualidad comprensible, tal vez incluso agradable; salvo, por supuesto, para un hombre acusado de un crimen nefando a fin de que un amigo pague la deuda de otro.
Un susurro de aguzado interes recorrio la sala. Un par de los jurados parecian preocupados. Lord Justice Sullivan puso cuidado en mantener el semblante desprovisto de toda expresion.
Tremayne se puso de pie, mas enfadado que confiado.
– Por mas profunda que pueda ser la filosofia de sir Oliver, senoria, no parece contener ninguna pregunta.
– Lleva toda la razon -corroboro Sullivan, aunque con manifiesta renuencia-. Tales observaciones serian mas adecuadas en su club, sir Oliver. Ha llamado al senor Monk al estrado, por consiguiente colijo que tiene algo que preguntarle. Por favor, prosiga.
– Senoria -dijo Rathbone, disimulando solo una levisima irritacion. Volvio a levantar la vista hacia Monk-. ?A que se dedicaba cuando conocio al senor Durban?
– Era detective privado -contesto Monk. Adivinaba hacia donde lo estaba conduciendo Rathbone, pero no podia evitar acompanarle.
– ?Eso le cualificaba para ocupar el puesto del senor Durban como comandante de la Policia Fluvial en