paso; hojas mojadas por la lluvia le rozaban las mejillas. Oyo ruido a sus espaldas y apuro la marcha, hasta que tropezo con las raices expuestas de un enorme roble y cayo de bruces en la oscuridad. Horrores desconocidos se le abalanzaron, sujetandolo al suelo. Algo le quemaba el cuello; tenia el rostro apretado contra la tierra humeda. Se quedo muy quieto, pero solo oyo los ecos tremulos de su propia respiracion. Al abrir los ojos, vio que habia caido en un matorral, y solo era cautivo de zarzas y ramillas que habia roto con el peso del cuerpo.

Ya no se ahogaba de miedo; la ola retrocedia, dejandole un ardor de verguenza en la cara. Agradecio que nadie estuviera alli para presenciar su fuga. Se consideraba demasiado mayor para ser tan facil presa del panico, pues dentro de ocho dias cumpliria siete anos. Se libero de los arbustos y se sento. Tras un instante de reflexion, se guarecio en una encina chamuscada por el rayo. Se acurruco contra el tronco y se dispuso a esperar a que Ned lo encontrara.

Ned vendria, sin duda. Solo esperaba que viniera pronto, y mientras aguardaba trato de evocar la luz del dia, de no pensar en todo lo que podia acechar en las tinieblas que rodeaban la encina.

Le costaba entender que un dia tan perfecto pudiera arruinarse de golpe. La manana habia amanecido con promesas infinitas, y cuando Joan sucumbio a sus ruegos y acepto llevarlo a cabalgar por los senderos del bosque de Whitcliffe, su animo habia mejorado. Su emocion resulto contagiosa y su pony respondio con brio inusitado a sus espoleos, lanzandose al galope antes de trasponer la puerta del patio externo del castillo.

Mientras Joan lo seguia como una sombra indulgente y parsimoniosa, recorrio la aldea como una tromba. Rodeo dos veces la cruz del mercado, brinco sobre el viejo perro que dormitaba en la calle junto a Broad Gate y freno ante la pequena capilla de Santa Catalina, que se erguia sobre el puente de Ludford. Como Joan aun no estaba a la vista, se inclino temerariamente sobre el arco de piedra y arrojo una moneda a la corriente turbulenta. Un muchacho de la aldea le habia asegurado que asi obtendria una gran fortuna, y Ricardo creyo en esa supersticion a pies juntillas mientras la moneda se hundia.

Venian jinetes por la carretera que conducia a Leominster, hacia el sur. Precedia la marcha un caballo blanco con una extrana estrella oscura, la montura favorita del hermano favorito de Ricardo. Ricardo lanzo su pony hacia ellos en una cabalgada frenetica.

Ned no llevaba armadura y el viento le arremolinaba el pelo castano moteado de sol. Como de costumbre, era mas alto que sus acompanantes; Ricardo habia visto pocos hombres de la talla de Ned, que media seis pies mas tres dedos enteros. Era conde de March, senor de Wigmore y Clare, el mayor de los cuatro hijos varones del duque de York. A los diecisiete anos, Ned era, a ojos de Ricardo, un hombre cabal. En esa estival manana de septiembre, nada le complacia mas que encontrarse con el. Si Ned lo hubiera permitido, Ricardo no lo habria dejado ni a sol ni a sombra.

Ricardo penso que Joan tambien estaba complacida de ver a Ned. Su rostro cobro el color de los petalos de rosa. Miraba a Ned de soslayo, riendo con las pestanas, tal como les habia visto hacer a otras muchachas con Ned. Ricardo se alegraba; queria que Joan simpatizara con su hermano. La opinion de Joan era muy importante para el. Esa primavera se habia mudado al castillo de Ludlow, y las nineras que habia tenido antes no eran como Joan; eran agrias, de labios finos, no usaban delantal y no tenian sentido del humor. Joan olia a girasoles y tenia un cabello brillante y brunido, suave y rojo como piel de zorro. Se reia de sus acertijos y le contaba cautivadoras historias sobre unicornios, caballeros y cruzadas en Tierra Santa.

Viendo que le sonreia a Ned, Ricardo sintio satisfaccion y deleite, pues no podia creer que Ned fuera a acompanarlos. Ned despidio a su escolta, indicandole que siguiera adelante. Ante la perspectiva de pasar un dia entero en compania de estas dos personas que amaba, Ricardo se pregunto por que nunca habia pensado en arrojar una moneda desde el puente.

Parecia que ese dia superaria todas sus expectativas. Ned estaba de buen humor; se reia mucho y le contaba a Ricardo anecdotas de su infancia en Ludlow con Edmundo, el hermano de ambos. Se ofrecio a mostrarle como habia pescado anguilas en las torrentosas aguas del Teme y prometio llevarlo a la feria que se celebraria en Ludlow dentro de cuatro dias. Convencio a Joan de quitarse la toca que le cubria el cabello y, con dedos agiles, desanudo diestramente las trenzas que relucian como oro rojo.

Ricardo quedo maravillado, cautivado por esa subita cascada de color radiante; se consideraba que el pelo rojo traia mala suerte, pero el no entendia por que. Joan sonrio y pidio la daga de Ned para cortar un bucle, lo envolvio en su panuelo y lo metio en el jubon de Ricardo. Ned tambien reclamo un bucle, pero Joan parecia reacia a darselo. Ricardo hurgo en el cesto de Joan mientras Ned y Joan intercambiaban murmullos, y luego susurros y carcajadas. Cuando volvio a mirarlos, Ricardo vio que Ned tenia un bucle del cabello de Joan, que volvio a ponerse del color de los petalos de rosa.

Cuando el sol estuvo alto, desempacaron la comida que Joan llevaba en el cesto y usaron la daga de Ned para rebanar el pan blanco y cortar gruesas rodajas de queso. Ned devoro casi toda la comida, y luego compartio una manzana con Joan, y se pasaron la fruta una y otra vez, dando mordiscos, hasta que solo quedo el cabo.

Despues se tendieron en la manta de Joan y buscaron treboles de la buena suerte en la hierba. Ricardo gano y fue premiado con el ultimo de los confites azucarados. El sol estaba caliente, el aire fragante con las ultimas flores de septiembre. Ricardo rodo sobre el vientre para escapar de Ned, que estaba empecinado en hacerle cosquillas en la nariz con un mechon del cabello de Joan. Al rato se durmio. Cuando desperto, estaba solo, envuelto con la manta. Al incorporarse, vio a su pony y la yegua de Joan aun amarrados en el claro. Pero el caballo blanco de Ned no estaba.

Ricardo se sintio mas ofendido que alarmado. No le parecia justo que lo abandonaran mientras dormia, pero los adultos a menudo eran injustos con los ninos y nada se podia hacer para remediarlo. Se acosto en la manta para esperar; ni por asomo se le ocurrio que no vendrian. Hurgo en el cesto, termino los restos del pan blanco y, echandose de espaldas, contemplo las nubes que se formaban en el cielo.

Pronto se aburrio y decidio que tenia derecho a explorar el claro mientras aguardaba. Para su deleite, descubrio un arroyo poco profundo, una cintilla de agua que serpenteaba por la hierba y se internaba en la arboleda. Tendido de bruces en la orilla, vislumbro sombras plateadas que nadaban velozmente en las ondas heladas, pero no logro capturar ninguno de esos pececillos fantasmales.

Entonces vio al zorro; lo observaba desde la otra margen con ojos negros y fijos, y parecia una estatua en vez de un animal de carne y hueso. Ricardo se quedo tieso. Dias atras habia encontrado un cachorro de zorro abandonado en los prados que rodeaban la aldea. Durante una semana habia tratado de domesticar esa criatura salvaje con exito limitado, pero cometio el descuido de permitir que su madre viera las dentelladas que tenia en la palma, y ella le dio a elegir entre liberarlo o ahogarlo. Ahora sentia una emocion palpitante, la certeza absoluta de que ese animal era su antigua mascota. Se levanto con cuidado, busco guijarros que le permitieran cruzar el arroyo. El zorro volvio a internarse en el bosque, sin aparentar alarma. Ricardo decidio seguirlo.

Una hora despues, tuvo que aceptar que habia perdido al zorro y la orientacion. Se habia alejado del claro donde estaban atados los caballos. Llamo a Ned a gritos, pero solo oyo el susurro sobresaltado de criaturas del bosque que se asustaban de la voz humana. Al atardecer empezaron a acumularse nubes; al fin el cielo azul se agriso, y empezo a lloviznar. Ricardo habia tratado de orientarse por el sol, sabiendo que Ludlow se encontraba al este. Ahora estaba totalmente extraviado y sintio las primeras punzadas de miedo, y al llegar la oscuridad sucumbio al panico.

No supo cuanto tiempo estuvo acurrucado bajo la encina. El tiempo parecia haber perdido sus propiedades habituales, y los minutos se alargaban en proporciones irreconocibles. Trato de contar hacia atras a partir de cien, pero habia lagunas en su memoria, y le costaba recordar numeros que tendria que haber sabido sin titubeos.

– ?Dickon! ?Grita si puedes oirme!

Ricardo sintio un alivio que le hizo doler la garganta.

– ?Aqui, Edmundo, estoy aqui! -grito, y poco despues su hermano lo subio al caballo.

Aferrando a Ricardo sobre la silla, Edmundo volvio grupas y permitio que el animal encontrara su rumbo en la tupida marana de arbustos. Una vez que salieron al claro de luna, sometio a Ricardo a una evaluacion critica.

– ?Que desalinado estas! ?Te has lastimado, Dickon?

– No, solo tengo hambre. -Ricardo sonrio con timidez. Edmundo, que tenia dieciseis anos, era menos accesible que Ned y solia reaccionar con impaciencia o, cuando lo provocaban, con un rapido punetazo.

– Estas en deuda conmigo, hermanito. Te aseguro que hay actividades nocturnas mas gratas que explorar el bosque para buscarte. La proxima vez que se te ocurra escaparte, esperare a que los lobos te encuentren primero.

Ricardo no siempre distinguia si Edmundo hablaba en serio. Esta vez, sin embargo, reparo en una sonrisa delatora, supo que Edmundo bromeaba, y se rio.

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