– No hay lobos… -empezo, y luego cayo en la cuenta de lo que habia dicho Edmundo-. No me escape, Edmundo. Me perdi siguiendo a mi zorro… ?Recuerdas, el que domestique? Mientras esperaba a que Ned regresara. -Se interrumpio y clavo los ojos en Edmundo, mordiendose el labio.

– Debi adivinarlo -murmuro Edmundo-. Ese botarate. El sabe muy bien lo que piensa nuestro padre de refocilarse con las mujeres de la servidumbre. -Miro a Ricardo con una sonrisa fugaz-. Ni siquiera sabes de que hablo, ?verdad? Que mas da.

Sacudio la cabeza, repitiendo «Ese botarate» entre dientes. Al cabo de un rato, lanzo una risotada.

Cabalgaron un rato en silencio. Ricardo habia entendido mas de lo que Edmundo creia. Sabia que Ned habia hecho algo que irritaria a su padre.

– ?Donde esta, Edmundo? -pregunto, con tanto abatimiento que Edmundo le acaricio el pelo para animarlo.

– Buscandote, ?que crees? Cuando anochecio y vio que no te encontraban, envio a Joan al castillo en busca de ayuda. La mitad de la servidumbre te esta buscando desde el ocaso.

De nuevo se hizo silencio. Cuando Ricardo comenzo a reconocer ciertos sitios, supo que pronto el puente de Ludford estaria a la vista.

– Aun nadie sabe que paso esta tarde, Ricardo -dijo Edmundo pensativamente-. Nadie ha hablado con Ned, y la muchacha estaba tan alterada que solo decia incoherencias. Supusimos que te habia dado por marcharte. - Titubeo y luego continuo, siempre en el tono confidencial, inusitado pero enigmatico, de un adulto a otro-: Dickon, si nuestro padre pensara que Ned te dejo a solas en el prado, se enfadaria. Se enfureceria con Ned. Pero me temo que tambien culparia a Joan. Tal vez la despidiera.

– ?No! -Ricardo se giro en la silla para mirar a su hermano-. Ned no me abandono -jadeo-. ?No fue asi, Edmundo! Yo segui al zorro, eso es todo.

– En tal caso, no debes preocuparte por Ned ni por Joan. Si la culpa fue tuya, nadie podria acusar a Ned, ?verdad? Pero si la culpa fue tuya, seras tu quien reciba el castigo, ?entiendes?

Ricardo asintio.

– Lo se -susurro, y se volvio para escrutar el rio arremolinado bajo el puente, donde horas atras habia sacrificado una moneda buscando la buena suerte.

– Una pregunta, Dickon. ?Quieres que te haga una honda como la que tiene Jorge? No se cuando me pondre a hacerla, pero…

– No es necesario, Edmundo. ?No delatare a Ned! -interrumpio Ricardo, ofendido, y encorvo los hombros involuntariamente cuando los muros del castillo se materializaron en la oscuridad.

Edmundo dio un respingo y sofoco una sonrisa.

– ?Perdon, no debi preguntarte! -dijo, con la expresion burlona de un adulto que descubria que los ninos podian ser algo mas que incordios que se debian tolerar hasta que tuvieran edad para portarse como seres racionales, que incluso podian tener su propia personalidad.

Mientras se aproximaban al puente levadizo, que franqueaba un foso erizado de estacas, se encendieron antorchas para anunciar que Ricardo regresaba a salvo, y cuando Edmundo dejo atras la casa de guardia y entro en el patio, su madre los aguardaba en la rampa que subia hasta el salon. Edmundo freno, bajo a Ricardo y se lo dejo en los brazos alzados. Le sonrio a Ricardo, que hallo cierto consuelo al percatarse de que habia obtenido la aprobacion incondicional de Edmundo.

Ricardo estaba sentado a una mesa del gabinete, tan cerca del hogar de la pared este que el calor de las llamas le arrebolaba el rostro. Arqueo los labios cuando su madre le limpio los rasgunos de la cara y la garganta con lino empapado en vino, pero se sometio sin quejas a sus cuidados. Le complacia acaparar su atencion; recordaba pocas ocasiones en que ella hubiera tratado sus magulladuras personalmente. Casi siempre Joan se encargaba de ello. Pero Joan estaba demasiado con-mocionada para ayudar. Con los ojos inflamados e hinchados, aguardaba en las inmediaciones, y en ocasiones extendia la mano para tocar el cabello de Ricardo, timidamente, como si se tomara una libertad que de pronto estaba prohibida.

Ricardo le sonrio con los ojos. Le halagaba que ella hubiera llorado por el, pero ella no parecia hallar mucho consuelo en esa complicidad. Cuando el le explico a su madre, entre tartamudeos, que se habia separado de Ned y Joan para perseguir al zorro, Joan rompio a llorar de nuevo, inexplicablemente.

– Oi decir que te castigaran encerrandote en el sotano del salon… -dijo su hermano Jorge, que se habia acercado y aprovecho la oportunidad para hablar en cuanto su madre se alejo de la mesa-. ?En la oscuridad, con las ratas!

Observaba a Ricardo con intensos ojos verdes y azulados, y Ricardo trato de ocultar su involuntario espasmo. No queria que Jorge supiera que el sentia un horror morbido por las ratas, pues en tal caso era muy probable que encontrara una en la cama.

Edmundo acudio al rescate, inclinandose sobre Jorge para ofrecer a Ricardo un sorbo de vino con especias.

– Ojo con lo que dices, Jorge -murmuro-, o quiza una noche te encuentres de visita en el sotano.

Jorge fulmino a Edmundo con la mirada pero no oso responder, pues temia que Edmundo cumpliera su amenaza si lo provocaba. Por si las dudas, contuvo la lengua; aunque le faltaba un mes para cumplir diez anos, Jorge ya habia desarrollado un refinado sentido de la supervivencia.

Ricardo dejo abruptamente la copa de Edmundo, salpicando la mesa con vino, y se levanto. Al fin habia oido la voz que esperaba.

Eduardo estaba desmontando ante la redonda capilla normanda dedicada a Santa Maria Magdalena. Ricardo atraveso la entrada del gabinete y en tres zancadas cubrio la distancia que los separaba, y Eduardo lo estrecho con fuerza, riendo, y lo lanzo al aire.

– ?Jesus, me has hecho pasar un mal rato, jovencito! ?Como estas?

– Se encuentra bien. -Edmundo habia traspuesto la puerta detras de Ricardo, y los miro mientras Eduardo se arrodillaba junto a Ricardo en la tierra. Escruto a Eduardo con ojos ironicos y ambos intercambiaron un mensaje que paso, figurada y literalmente, sobre la cabeza de Ricardo-. Se encuentra bien, pero me temo que sufrira un severo castigo por fugarse. Parece que se extravio persiguiendo a ese maldito zorro. Pero no hace falta que te lo aclare, ?verdad, Ned? Tu estabas ahi.

– Asi es -replico Eduardo-. Ahi estaba. -Torcio la boca y ambos se echaron a reir. Poniendose de pie, Eduardo apoyo el brazo en los hombros de Ricardo mientras atravesaban el patio. Murmuro con voz neutra-: Asi que andabas de caceria.

Ricardo asintio timidamente, mirando el rostro de Eduardo.

– Bien, Dickon, seras un poco inquieto, pero sin duda sabes ser leal -murmuro Eduardo, guinandole el ojo con una sonrisa, y Ricardo descubrio la dichosa diferencia entre ser un cordero sacrificial y ser un complice de confianza.

Para sorpresa de Ricardo, Joan huyo del gabinete en cuanto Eduardo traspuso la puerta. Pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre esa conducta llamativa, pues Eduardo lo alzo y volvio a depositarlo sobre la mesa.

– Dejame mirarte -dijo, sacudiendo la cabeza con burlona incredulidad-. Parece que te hubieras batido en duelo con un zarzal.

Ricardo se echo a reir.

– Pues asi fue -le confio, e irguio la cabeza cuando su madre le apoyo una mano en el hombro, estudiando al hijo mayor con los ojos.

El no desvio la vista, y sonrio inquisitivamente.

– Tuviste suerte, Eduardo -dijo ella al fin-. Mucha suerte.

– El siempre tiene suerte, ma mere -observo Edmundo.

– Asi es, ?verdad? -convino Eduardo con complacencia, y retrocedio, alzando el codo como para mover el brazo de Edmundo y derramar su bebida. Edmundo, con igual rapidez, inclino la copa de tal modo que se volco en la manga del jubon de Eduardo.

– ?Eduardo! ?Edmundo! ?No es el momento mas oportuno para hacer tonterias, sobre todo es tu noche!

La brusca reganina los dejo asombrados.

– Pero es lo que mejor hacemos, ma mere -musito Edmundo, tratando de aplacar a su airada madre con sus encantos.

Eduardo, un poco mas perceptivo, fruncio el ceno.

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