suspiro de alivio por que no se me oyera, mas me hubiera gustado.

Se me figura que Melchor de Osuna no podria dar credito a lo que estaba oyendo y que, o bien se volvio loco en aquel instante, o bien juro matar a aquel esclavo en cuanto tuviera ocasion (que no la tuvo porque volvieron a llevarle al presidio aquel mismo dia). Ahi fue cuando empece a disfrutar de la venganza que, sin duda, y se diga lo que se diga, es felicisima y reporta una muy grande satisfaccion. Toda la mezquindad y toda la codicia del de Osuna caian derrumbadas a mis pies. Ya le tenia. Ahora debia regresar a la nao con toda premura para escribir la carta que llevaba componiendo en mi cabeza desde el mismo dia de nuestra llegada a Cartagena.

Con las gentes celebrando la desgracia de Melchor en las calles de la ciudad, los compadres y yo retornamos al barco y, sin cenar, me encerre en la camara de mi padre y, sentandome frente a su mesa, tome la pluma y el papel y empece a redactar la que seria mi primera epistola directa y personal para Arias y Diego Curvo, el primer contacto de los muchos que luego vendrian.

Empece ofreciendo, completos, mi gracia y mi linaje (los de Martin) y, seguidamente, les conte a los dos hermanos todo lo que sabia sobre su primo Melchor, sobre sus negocios y su forma de enriquecerse. Les dije que el mismo contrato de arriendo sobre los bienes que le habia hecho a mi padre mediante engano se lo habia hecho tambien a otros comerciantes de Tierra Firme y mencione los nombres que nos habia dado Hilario Diaz aquella noche en La Borburata a Rodrigo y a mi. Mencione tambien lo de los establecimientos de mercaderias de Melchor en Trinidad, La Borburata y Coro, y afirme que tan extrano conocimiento de las mercaderias de las que iba a carecer Tierra Firme por no traerlas las siguientes flotas solo podia deberse a que obtenia la informacion de ellos mismos, Arias y Diego, pues habian llegado hasta mis oidos los buenos matrimonios de sus dos hermanas con personas principales del gobierno de la Carrera de Indias: Juana Curvo con Lujan de Coa, prior del Consulado de Sevilla, e Isabel Curvo con Jeronimo de Moncada, juez oficial y contador mayor de la Casa de Contratacion de Sevilla, al frente del Tribunal de la Contaduria de la Averia.

Les dije que resultaria incuestionable para cualquier juez y tribunal de la Real Audiencia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada su intervencion, a traves de sus hermanas y cunados, en las decisiones del Consulado de Sevilla y de la Casa de Contratacion respecto al buque de las flotas y a sus mercaderias y que tambien seria innegable que, por obtener ellos buenos beneficios, mantenian al Nuevo Mundo siempre falto y necesitado.

Termine mi carta informandoles de que tenia probanzas ciertas sobre la falsedad de la Ejecutoria de Hidalguia y Limpieza de Sangre de Diego Curvo, encargada por Fernando a un conocido linajudo espanol llamado Pedro de Salazar y Mendoza, apresado en otras ocasiones por falsificar genealogias a trueco de caudales, y que sabia que los cinco hermanos llevaban sangre judia en sus venas, por lo que el matrimonio de Diego con la joven Josefa de Riaza estaba en mis manos, prestas a enviar una nota a la condesa viuda con esta revelacion.

Mi silencio, y el silencio de las gentes que, como yo, estaban en conocimiento de todo cuanto les habia senalado, tenia un precio: queria que, sin dilacion ni tardanza, al dia siguiente mismo por la manana, durante la declaracion de Rodrigo de Soria en el cabildo, me hicieran llegar un nuevo contrato firmado por Melchor en el que se le devolvieran a mi padre la propiedad de la casa de Santa Marta, de la tienda publica y del jabeque llamado Chacona, anclado en ese momento en el puerto de Cartagena, y que, mediante ese nuevo contrato, cualquier deuda u obligacion de mi senor padre con Melchor que pudiera aparecer en el futuro quedara al punto sin efecto. En caso de no recibirlo, Rodrigo de Soria hablaria sobre los negocios de Melchor, sus establecimientos y todo lo demas, salpicandolos a ellos, sin duda, con el barro que se levantaria en el proceso. Queria, asimismo, que nos dejaran marchar de Cartagena en buena hora y seguir con nuestra tranquila vida de mercaderes pues, al menor intento de perjudicarnos o danarnos, todo cuando les habia dicho saldria a la luz, y puesto que nuestra intencion era dejarlos en paz, esperabamos lo mismo de ellos, garantizandoles que, si nos olvidaban, nosotros los olvidariamos tambien.

En cuanto firme la carta, cerca del amanecer, mande que se botara el batel y que los hombres llevaran a Juanillo al puerto para que pudiera allegarse hasta la casa de los Curvos y entregarla en persona.

Cuando regresaron, Juanillo me relato lo mucho que le habia costado que le llevaran ante Arias Curvo pues, a esas tempranas horas del dia y en una casa tan lujosa y elegante, los sirvientes no estaban dispuestos a despertar al amo para ponerle delante a un sucio grumetillo negro. Tras una batalla sin cuartel, Juanillo logro su proposito y me dijo que habia sido digna de ver la cara palida y desencajada de Arias cuando leyo mi misiva. Al poco se vio tirado en la calle sin ningun miramiento y regresaron todos a la nao.

El resto ya es conocido. Entretanto Rodrigo declaraba, esperando mi senal para sacar a la luz los trapos sucios de Melchor y los Curvos, yo recibi el contrato solicitado y, con el en las manos, di por zanjado el asunto, permitiendo que terminaran con bien las declaraciones. Al salir del palacio, mande recado al emisario de Benkos para que le dijera a mi senor padre que ya podia regresar, que todo se habia conseguido. Y, asi, tres dias despues, el imaginariamente fallecido Esteban Nevares se presento en Cartagena a lomos de una mula y cubierto de sangre, sangre que, por otra parte, era verdaderamente suya, pues Benkos y sus hombres, por no descubrir el engano, le dieron una pequena y caritativa vuelta de ultima hora en la que incluyeron algunos mojicones, un par de latigazos suaves y dos o tres navajazos en partes poco importantes, como las islillas y las posaderas.

Pasamos la Natividad con grande trabajo para las mozas de la mancebia y, antes de que diera fin la estacion seca en aquel nuevo ano de mil y seiscientos y cinco, tras habernos repuesto de tantos sucesos, primero adversos y, luego, prosperos, empezo un discurso de tiempo que trajo muchas e importantes nuevas y otras cosas de igual jaez. Empezare contando que los ataques a los palenques cesaron despues de la Natividad. Don Jeronimo debio admitir, a costa de grande humillacion, que sus constantes derrotas militares frente a Benkos no eran argumentos suficientes para convencer a las personas principales de Cartagena de que el podia impedir que fueran robadas y maltratadas como mi senor padre, o muertas, como amenazaba el rey de los cimarrones.

En el caluroso mes de febrero, durante una visita al palenque de Sando, Benkos, que pasaba alli unos dias, nos conto que despues de acabadas las fiestas, y en una zabra que habia llegado a Cartagena como aviso de la Casa de Contratacion de Sevilla, Melchor de Osuna habia zarpado de regreso a Espana por mandato de sus primos. Al parecer, por lo que referian los confidentes de la casa, los Curvos no habian tenido conocimiento de los pequenos y sordidos negocios de Melchor hasta que recibieron mi carta, enterandose entonces de que su apadrinado hacia uso a sus espaldas de la informacion que ellos tan secretamente obtenian y con tanto cuidado y precaucion manejaban. Al saber que su pariente les habia estado enganando y abusando de su confianza, le arrebataron todo menos la vida y le embarcaron a la fuerza en el aviso de la Casa de Contratacion para que regresara a Sevilla con una mano delante y otra detras. En el mismo aviso salia despachada tambien una carta para Fernando en la que le contaban los hechos acaecidos y le daban instrucciones para que actuara con Melchor de suerte que no pudiera volver jamas al Nuevo Mundo.

Grande fue nuestra alegria al conocer estos hechos, pero el ano aun nos deparaba mayores sorpresas. Benkos nos pidio un cargamento de armas y polvora en el mes de abril, pues desconfiaba del silencio y calma del gobernador, sospechando que se estaba preparando para un gran ataque a los palenques. Como la cosecha de tabaco no empezaba hasta mayo, suplique a mi padre que adelantaramos la salida para regresar a mi isla.

– ?Se puede saber que demonios se te ha perdido alli? -me pregunto con gravedad.

Yo no habia dicho nada de lo que habia descubierto la noche que hable con Sando y con Francisco en las cercanias del rio Manzanares, aquello de «Todo lo que tengo lo doy por un canon pirata», asi que me dispuse a contarselo a mi padre.

– ?Conserva en su memoria vuestra merced -empece a decir- aquella vieja historia de un mercader de trato de Maracaibo que, anos ha, hallo unas viejas lombardas enterradas en una isla desierta dentro de las cuales descubrio un inmenso tesoro que le hizo un hombre muy rico?

Me miro desconcertado y arqueo las cejas como sena de incomprension.

– Si, desde luego. Eso le ocurrio a Luis Tellez, vecino de Maracaibo -repuso-. Mas no comprendo…

– ?Y sabe vuestra merced que los piratas guardan sus tesoros en viejos canones inservibles que ocultan en las muchas islas e islotes desiertos que tenemos en estas aguas caribenas?

– Si, naturalmente que lo se.

– ?Y conoce tambien que…?

– ?Basta! -gruno, enfadado-. ?Se puede saber que intentas decirme?

– Lo lamento, padre. Solo queria contarle que, en mi isla, en una cueva llena de murcielagos que habia en la parte alta de unos acantilados, encontre, meses antes de que vuestra merced me rescatara, cuatro viejos falcones de bronce escondidos en el guano que cubria el suelo.

Los ojos de mi padre brillaron.

– ?Cuatro falcones, eh? -pregunto, interesado.

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