– Si, padre.

Al punto, fruncio el ceno.

– ?Que emblemas tenian en las testeras?

– Ninguno, padre. O eran muy viejos o se los habian borrado.

– ?Martin! -exclamo, contento-. ?Encontraste un tesoro pirata!

– Eso tengo para mi, padre.

– ?Es que, acaso, no lo viste?

– No, padre, no lo vi. Los calibres estaban tapados por el guano y yo entonces desconocia que se pudiera ocultar algo en su interior, asi que no mire. Estaba muerta de frio y me habia dado un golpe muy fuerte contra los falcones, que me hicieron caer, asi que no me entretuve en aquella cueva, y, por mas, los murcielagos empezaban a regresar. Por eso habia pensado -conclui- que podriamos allegarnos hasta mi isla antes de empezar a cargar tabaco, porque, si realmente hay un tesoro, podemos comprar las armas a Moucheron en el tornaviaje sin pasar por las plantaciones.

Aunque nos hicieramos muy ricos, no podiamos abandonar a Benkos cuando nos solicitaba ayuda porque el no nos habia abandonado a nosotros cuando se la habiamos pedido.

– ?Sea! -consintio mi padre-. Mas debes saber que tengo intencion de retirarme cuando regresemos del viaje. Esta sera la ultima vez que gobierne la Chacona como maestre.

No pude soltar palabra, tan sorprendida me habia quedado.

– Estoy viejo, Martin -me explico, mirando por la ventana de su despacho que era donde nos encontrabamos-. Pronto cumplire sesenta y cinco anos. Nadie de mi edad deberia estar aun gobernando una nao. -Quedo en suspenso unos instantes y, luego, solto una carcajada-. ?De cierto que no queda casi nadie de mi edad! En fin, lo que queria decirte, muchacho, es que voy a dejarte a cargo de la Chacona. Quiero que tu seas su maestre.

– ?Maestre de la Chacona… yo? -balbuci.

– ?Por que no? Eres mi hijo legitimo, buen navegante, buen mercader, listo como bien has demostrado y honrado hasta donde nadie sabra nunca. ?Que mas virtudes necesitas?

Calle, pensativa.

– Toda virtud, padre, en exceso se vuelve vicio. ?Cuando se ha visto a una mujer gobernando una nao?

Mi padre se enfado.

– ?Es que no puedes olvidarte de aquella pobre Catalina Solis? -exclamo, dando un punetazo en la mesa. Resoplo y volvio a mirar por la ventana-. ?No puedes, verdad?

– No, padre, no puedo. Soy Catalina Solis y, aunque el nombre nada me importe, soy una mujer, y eso no lo cambiaran estas ropas ni tampoco los documentos que me convierten en vuestro hijo Martin. Soy mujer, padre, y soy Catalina, aunque vista como un mozo.

Ambos guardamos silencio, entristecidos. El queria un hijo y yo me obstinaba en declararme duena.

– ?Sea! -grito, dando otro punetazo-. ?Quedate con Catalina! Mas debes conocer que si que ha habido otras mujeres gobernando naves y, por mas, mujeres almirantas que gobernaban flotas de Su Majestad.

Yo abri la boca, sorprendida.

– ?No has oido hablar de dona Isabel Barreto, la esposa de don Alvaro de Mendana, el descubridor de las Salomon, que fuera Almiranta y Adelantada de las Islas de la Mar Oceana? Hace diez anos, tras la muerte de don Alvaro en plena travesia, se vistio con las ropas de su senor esposo, tomo sus armas, y dirigio los galeones hasta llegar a las Filipinas, poniendose, incluso, a la cana del timon durante una gran tormenta. ?Que me dices, eh? Y no es la unica, te lo aseguro. Hay mas, aunque menos conocidas y famosas por ser de mas baja condicion.

?Asi pues no era yo la unica en tan insensato estado? ?Almiranta de las naos de Su Majestad! ?Eso queria ser yo! Acababa de escoger mi ejercicio y se lo hice saber a mi padre, que ahora fue quien abrio mucho la boca, admirado.

– ?Y no te conformarias, por el momento, con ser el maestre de la Chacona?

– Por supuesto, padre.

– ?Sea! -exclamo, contento, levantandose para darme un abrazo.

Zarpamos a la semana siguiente y, tras quince dias de navegacion, Guacoa hizo que la Chacona atravesara la cadena de arrecifes que bordeaba las tranquilas aguas color turquesa de mi isla. Anclamos la nao y, con el batel, llegamos a la playa. Ya no guardaba en la memoria casi nada de mi pasado. Mi vida habia comenzado el dia que arribe a esa playa blanca a bordo de mi mesa-bajel, de cuenta que, al regresar ahora a aquel lugar, sentia que estaba volviendo a casa, que aquella isla era mi hogar perdido.

Ascendimos la colina y llegamos hasta la laguna mas cercana al lugar donde habia estado mi bajareque. Jayuheibo, el antiguo pescador de ostras perliferas de Cubagua, se ofrecio a acompanarme. Tengo para mi que dudaba de mi capacidad para retener el aire en los pulmones mucho tiempo, mas le demostre de largo que se equivocaba. Ambos llegamos a la cueva de los murcielagos al mismo tiempo y el, con toda su maestria, resoplaba mas que yo.

Alli estaban los falcones pedreros. Jayuheibo, con una vara, espanto a los repugnantes animalejos que colgaban del techo entretanto yo sacaba el guano que taponaba el calibre de los falcones. No podia creer lo que veia cuando vacie el primero de ellos. Y menos cuando vacie el segundo. Y que decir cuando el tercero y el cuarto quedaron limpios: zarcillos de oro con perlas, collares de granates, relicarios, cuentas de oro, brazaletes de corales, soguillas, alfileres y sortijas de oro y esmeraldas, una hermosa cuberteria de oro con incrustaciones de gemas, cincuenta o sesenta barras de oro y unos diez o quince lingotes de plata, mas doblones y ducados de curso legal rellenando los huecos. Una verdadera fortuna. Maestre o almiranta, iba a ser muy rica durante el resto de mi vida pues mi senor padre ya me habia advertido, y habia advertido a los compadres, que todo lo que se encontrara en los falcones, si algo habia, era solo mio.

Jayuheibo y yo recorrimos el tunel inundado entre la cueva y la laguna en repetidas ocasiones hasta que sacamos todo el tesoro. Los demas, aunque lo intentaron, no aguantaron sin respirar el tiempo necesario para completar un viaje.

Todo se dejo en mi camara de la Chacona por expreso deseo de mi padre, que queria demostrar con ello que nada se quedaban ni el ni los hombres, mas yo reparti los doblones entre todos dando a cada uno segun su oficio, para que no hubiera disputas.

Llore al partir de mi isla como llore el dia que abandone Sevilla y Espana, cierta de no regresar jamas. Mucho me habia dado aquel pedazo de tierra perdido en el oceano pues, no solo me habia hecho fuerte e independiente sino que me habia convertido en una de las personas mas ricas de Tierra Firme y de todo el Nuevo Mundo. Con los brazos apoyados en la borda, vi menguarse mi isla en la distancia hasta que desaparecio. La alegria en la Chacona era evidente y los compadres estaban deseando llegar al primer puerto importante para gastarse sus doblones como se les antojase. Se sentian tan ricos como yo, mas, a lo que parecia, estaban deseando dejar de serlo disfrutando de jaranas y distracciones.

Sin embargo, otra sorpresa nos aguardaba a mi padre y a mi en Margarita. Como siempre que atracabamos alli, yo permanecia en el barco para evitar el peligro de topar con mi senor tio, de modo que me quede sola al cuidado de la nao mientras los demas bajaban a divertirse. Cerca de la medianoche, el batel con los hombres regreso. Casi todos venian borrachos y con los bolsillos vacios, aunque felices y satisfechos. Mi senor padre, nada mas subir a bordo, me cogio por un brazo y me arrastro hasta su camara.

– ?Domingo Rodriguez ha muerto! -exclamo nada mas cerrar la puerta.

Yo, medio dormida, no conseguia entenderle.

– ?Eres viuda, mujer! ?No me oyes? Tu desgraciado marido ha muerto.

Resulto que durante la epidemia de viruelas que asolo la isla el ano anterior, cuando nosotros mareabamos buscando inutilmente tabaco por todo el Caribe, mi senor esposo, Domingo Rodriguez, habia muerto de esta pestilencia. Y no fue el unico de mi familia que murio, pues mi senor tio Hernando habia tambien fallecido asi como su socio y suegro mio, Pedro Rodriguez.

– ?Eres la heredera de tu tio y de tu esposo! -me explico mi padre-. Desde el pasado mes de septiembre, la propiedad de la latoneria es tuya. Me han contado que no hay ningun familiar vivo y que van a proceder a rematarla este ano. ?Que quieres hacer?

Aturdida aun por el sueno y la nueva, intentaba despertar mi entendimiento para responder a mi padre. Si volvia a ser Catalina podria quedarme con el negocio de la latoneria de Margarita y llevar una vida pacifica y

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