– ?Conoce usted Londres? -pregunto.

– Servi alli, en la embajada -«asintio Rivera-, Estuve un ano, en el treinta y nueve, junto con Jose. Deje a mi esposa en Madrid.

– Yo tambien conozco Londres -dijo Schellenberg-, Hableme del estilo de vida de su primo. ?Vive en la embajada?

– Oficialmente, si, general, pero dispone de un pequeno apartamento, para sus asuntos privados. Un pisito, como lo. llaman los ingleses. Acepto un contrato de arrendamiento por siete anos cuando yo estaba alli, de modo que aun debe seguir ocupandolo.

– ?Y donde esta situado?

– En Stanley Mews, muy cerca de la abadia de Westminster.

– Y muy conveniente para las camaras del Parlamento. Una buena direccion. Estoy impresionado.

– A Jose siempre le gusto lo mejor.

– Eso es algo que hay que pagar. -Schellenberg se levanto y se acerco a la ventana. Estaba nevando ligeramente-. ?Es de confianza ese primo suyo? ?Ha tenido tratos alguna vez con nuestros amigos britanicos?

Rivera parecio estar asombrado.

– General Schellenberg, le aseguro que Jose, como yo, es un buen fascista. Combatimos juntos con el general Franco en la guerra civil y…

– Esta bien. Solo queria dejar clara esa cuestion. Y ahora escucheme con mucha atencion. Es posible que decidamos intentar un rescate del coronel Steiner. ||| -?De la Torre de Londres, senor? -pregunto Rivera con los ojos muy abiertos.

– En mi opinion, lo trasladaran pronto a algun otro lugar seguro. Hasta es posible que ya lo hayan hecho asi. Le enviara hoy mismo un mensaje a su primo pidiendole toda la informacion posible.

– Desde luego, general.

– Muy bien, pongase a trabajar entonces. -Cuando Rivera llego ante la puerta, Schellenberg anadio-: Como comprendera, no necesito decirle que, si se filtrara una sola palabra de lo que se ha dicho aqui, usted, amigo mio, terminaria en el fondo del rio Spree, y su primo en el Tamesis. Le puedo asegurar que poseo un brazo extraordinariamente largo.

– Por favor, general -empezo a protestar Rivera de nuevo.

– Ahorreme toda esa chachara sobre lo buen fascista que es usted. Limitese a pensar en lo generoso que yo puedo llegar a ser. Esa sera una base mucho mas saludable sobre la que cimentar nuestras relaciones.

Rivera se marcho y Schellenberg telefoneo pidiendo su coche. Poco despues, se puso el abrigo y abandono el despacho.

El almirante Wilhelm Canaris tenia cincuenta y seis anos. Habia sido un destacado capitan de submarino durante la Primera Guerra Mundial, dirigia el Abwehr desde 1935 y, a pesar de ser un aleman leal, siempre se habia sentido incomodo con el nacionalsocialismo. Aunque se oponia a cualquier plan para asesinar a Hitler, estaba implicado desde hacia varios anos en el movimiento aleman de resistencia, recorriendo un camino peligroso que finalmente le condujo a su caida y muerte.

Aquella manana, mientras cabalgaba a lo largo de la orilla, entre los arboles del Tiergarten, los cascos de su caballo levantaban la nieve en polvo, y ese sonido le llenaba de una feroz alegria. Los dos dachshunds que le acompanaban a todas partes le seguian con una velocidad sorprendente. Vio a Schellenberg de pie junto a su Mercedes, lo saludo con un gesto de la mano y se volvio hacia el.

– Buenos dias, Walter. Deberia estar conmigo.

– No esta manana -le dijo Schellenberg-. Estoy a punto de emprender uno de mis viajes.

Canaris desmonto y el conductor de Schellenberg le sostuvo las riendas del caballo. Canaris le ofrecio un cigarrillo a Schellenberg y ambos se dirigieron hacia un parapeto desde el que se dominaba el lago.

– ?Algo interesante? -pregunto Canaris.

– No, solo cuestion de rutina -contesto Schellenberg.

– Vamos, Walter, sueltelo. Guarda usted algo en su mente.

– Esta bien. Es el asunto de la operacion Aguila.

– Eso no tiene nada que ver conmigo -le dijo Canaris-. La idea se le ocurrio al Fuhrer. ?Que tonteria! ?Matar a Churchill cuando ya tenemos perdida la guerra!

– Desearia que no dijera usted esa clase de cosas en voz alta -dijo Schellenberg con suavidad.

– Se me ordeno que preparara un estudio de viabilidad al respecto -dijo Canaris, ignorando la observacion-. Sabia que el Fuhrer se olvidaria del tema en cuestion de dias, como asi fue. Pero Himmler no lo olvido. Deseaba hacerme la vida lo mas incomoda posible, como siempre. Actuo a mis espaldas, soborno a Max Radl, uno de mis ayudantes de mayor confianza. Y todo el asunto termino en una verdadera catastrofe, como ya sabia que sucederia.

– Claro que Steiner estuvo a punto de conseguirlo -dijo Schellenberg.

– ?Conseguir, que? Vamos, Walter. No niego la audacia y valentia de Steiner, pero el hombre contra el que se disponian a actuar no era Churchill. Habria sido algo impresionante si hubiesen conseguido traerlo. Habria sido una verdadera gozada ver la expresion en el rostro de Himmler.

– Y ahora nos hemos enterado de que Steiner no murio -dijo Schellenberg-. Sabemos que lo tienen en la Torre de Londres.

– Ah, ?de modo que Rivera tambien le ha pasado alReichsfuhrer el mensaje de su primo? -Canaris sonrio cinicamente-. Con la intencion de doblar la recompensa, como siempre.

– ?Que cree usted que haran los britanicos?

– ?Con Steiner? Lo encerraran bajo siete llaves hasta el final de la guerra, como han hecho con Hess, solo que, en su caso, tendran la boca cerrada. No sentaria bien que se supiera, del mismo modo que al Fuhrer no le sentaria bien enterarse de los hechos.

– ?Lo cree usted posible?

– ?Quiere decir por mi boca? -replico Canaris echandose a reir-. ?De modo que se trata de eso? No, Walter. Yo ya tengo suficientes problemas en estos ultimos tiempos como para buscarme mas. Puede asegurarle alReichsfuhrer que permanecere tranquilo, si el hace lo mismo.

Empezaron a caminar de regreso hacia el Mercedes.

– Supongo que podra confiarse en el -dijo Schellenberg-. Me refiero a ese Vargas. ?Podemos creerle?

«-Soy el primero en admitir que nuestras operaciones en Inglaterra han ido de mal en peor -dijo Canaris, tomandose muy en serio el tema-. Al servicio secreto britanico se le ocurrio una idea genial cuando dejaron de matar a nuestros operativos y se limitaron a atraparlos y convertirlos en agentes dobles.

– ?Y Vargas?

– Nunca se puede estar seguro, pero no lo creo. Su posicion en la embajada espanola, el hecho de que solo haya trabajado ocasionalmente, sin estar integrado en ninguna red, sin contactos con ningun otro agente en Inglaterra…, ?comprende? -Habian llegado junto al coche. Canaris sonrio-. ?Alguna otra cosa?

Schellenberg no pudo evitar el decirlo. Aquel hombre le gustaba.

– Como sabra muy bien, se ha producido otro atentado contra la vida del Fuhrer en Rastenburg. Por lo visto, las bombas que transportaba el joven oficial implicado explotaron prematuramente.

– Muy descuidado por su parte. ?A donde quiere ir a parar, Walter?

– Lleve cuidado, por el amor de Dios. Corren unos tiempos peligrosos.

– Walter, yo nunca he estado de acuerdo con la idea de asesinar al Fuhrer. -El almirante volvio a montar sobre la silla y tomo las riendas-. Por muy deseable que esa posibilidad pueda parecer a algunas personas, ?y quiere que le diga por que, Walter?

– Estoy seguro de que me lo va a decir. W-Gracias a la estupidez del Fuhrer, Stalingrado nos costo mas de trescientos mil muertos y noventa y un mil prisioneros, incluyendo a veinticuatro generales. La mayor derrota que hemos sufrido jamas. Una metedura de pata tras otra, gracias al Fuhrer. -Se echo a reir con dureza-. ?No se da cuenta de la verdad, amigo mio? En realidad, que el siga vivo no hace sino acortar la guerra para nosotros,

Y tras decir esto lanzo el caballo al galope, seguido por losdachshunds, que ladraban a su espalda, y se perdio entre los arboles.

De regreso en su despacho, Schellenberg se cambio en el cuarto de bano, poniendose un ligero traje de franela gris, mientras hablaba con Ilse Huber a traves de la puerta abierta, informandola de todo el asunto.

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