– De modo que ha desobedecido mis ordenes.
– Actue lo mejor que supe -dijo Berger-. No queria perderlo.
– Y el fue mejor que usted. Ya se lo adverti.
Habia una expresion de colera en el rostro de Berger, reflejado en el espejo, tocandose la mejilla.
– Ese pequeno cerdo irlandes. La proxima vez ya me encargare de el.
– No hara nada de eso porque, a partir de ahora, yo mismo me ocupare de este asunto -dijo Schellenberg-. A menos, desde luego, que prefiera usted que informe al
– General Schellenberg -dijo Berger volviendose hacia el-. Debo protestar.
– Pongase firme cuando hable conmigo,
– Excelente -asintio Schellenberg-. Empieza usted a recordar. No lo vuelva a olvidar, porque las consecuencias podrian ser desastrosas. -Se volvio hacia la puerta, la abrio y sacudio la cabeza-. Tiene un aspecto horrible, mayor. Trate de hacer algo con esa cara suya antes de bajar a cenar.
Salio y cerro la puerta. Berger se volvio a mirarse en el espejo.
– ?Bastardo! -exclamo con suavidad.
Liam Devlin estaba sentado ante el piano del Luces de Lisboa, con un cigarrillo colgandole de la comisura de la boca y una jarra de cerveza sobre la tapa del piano. Eran las diez de la noche; solo faltaban dos horas para Navidad y el cafe estaba abarrotado de gente alegre. Estaba tocando una melodia titulada
– Resulto muerto durante el
– Un hecho desgraciado -dijo Schellenberg.
– Supongo que eso depende del lado en que uno se encuentre.
Devlin empezo a tocar
– Es usted un hombre de muchos talentos, senor Devlin -dijo Schellenberg.
– Pasable para tocar el piano en un bar, eso es todo -dijo Devlin-. Son los frutos de una juventud malgastada. -Extendio la mano hacia su jarra de cerveza, sin dejar de tocar con la otra-. ?Y quien es usted, hijo?
– Me llamo Schellenberg, Walter Schellenberg. ?Es posible que haya oido hablar de mi?
– Desde luego que si -asintio Devlin con una mueca-. He vivido lo bastante en Berlin como para haber escuchado su nombre. Ahora es general, ?verdad? ?Y nada menos que del SD? ?Tiene usted algo que ver con los dos idiotas que me buscaron las cosquillas esta tarde?
– Eso es algo que lamento mucho, senor Devlin. El hombre contra el que disparo es el agregado de policia de la embajada. El otro, el mayor Berger, es de la Gestapo. Solo esta conmigo siguiendo ordenes expresas del
– i Santo Dios ?Ya volvemos otra vez con el viejo Himmler? La ultima vez que le vi no me dio exactamente su aprobacion.
– Pues el caso es que ahora le necesita.
– ?Para que?
– Para que vaya usted a Inglaterra en nuestro nombre, senor Devlin. A Londres, para ser mas exactos.
– No, gracias. Ya he trabajado para la inteligencia alemana dos veces en esta guerra. La primera vez en Irlanda, donde casi me vuelan la cabeza.
Y se dio un golpecito con el dedo en la cicatriz de bala que tenia en un lado de la frente.
– Y la segunda vez en Norfolk, donde recibio una bala en el hombro derecho y solo pudo escapar por un pelo, dejando a Kurt Steiner atras.
– Ah, ?de modo que tambien sabe eso?
– ?Lo de la operacion Aguila? Oh, si.
– Ese coronel era un buen hombre. No es que fuese muy nazi…
– ?Ha sabido lo que fue de el?
– Desde luego… Trajeron a Max Radl al hospital donde yo estaba en Holanda, despues de que sufriera su ataque al corazon. Recibio un informe de fuentes de inteligencia en Inglaterra, comunicando que Steiner habia resultado muerto en un lugar llamado Meltham House, cuando trataba de apoderarse de Churchill.
– En esa informacion hay dos datos erroneos -le dijo Schellenberg-. Dos cosas que Radl no sabia. La persona que estaba alli aquel fin de semana no era Churchill, que en esos momentos se dirigia a participar en la conferencia de Teheran. Era su doble. Un actor de music hall.
– ?Jesus, Maria y Jose! -exclamo Devlin dejando de tocar el piano.
– Y, lo que es mas importante, Kurt Steiner no murio. Esta con vida, se encuentra bien y ahora lo tienen en la Torre de Londres, y esa es la razon por la que quiero que regrese usted a Inglaterra y haga ese trabajo para mi. Porque se me ha confiado la tarea de conseguir que regrese sano y salvo al Reich, y solo dispongo para ello de poco mas de tres semanas.
Frear habia entrado en el cafe un par de minutos antes y reconocido a Schellenberg al instante. Se retiro hacia una mesa apartada, desde donde llamo al camarero, pidio una cerveza y observo a los dos hombres, que salieron al jardin de la parte trasera. Se sentaron ante una mesa y contemplaron las luces de los barcos en el Tajo.
– General, han perdido ustedes la guerra -dijo Devlin-. ?Por que siguen intentandolo?
– Oh, todos tenemos que hacer lo mejor que podamos hasta que esta maldita guerra haya terminado. Como no dejo de decir, resulta dificil saltar del tiovivo una vez que este se ha puesto en marcha. Esto no es mas que un juego en el que participamos.
– Como el viejo cabron de pelo blanco sentado en la mesa del fondo que nos esta vigilando ahora -comento Devlin.
Schellenberg se volvio a mirar con naturalidad.
– ?Y quien puede ser?
– Pretende estar metido en el negocio del oporto. Se llama Frear. Mis amigos me han dicho que es el agregado militar de la embajada britanica.
– Da lo mismo -siguio diciendo Schellenberg con calma-. ?Esta usted interesado?
– ?Y por que iba a estarlo?
– Por dinero. Recibio veinte mil libras por su trabajo en la operacion Aguila, pagadas en una cuenta en Ginebra.
– Y yo me encuentro empantanado aqui, sin dos peniques en el bolsillo.
– Veinticinco mil libras, senor Devlin. Pagadas en cualquier forma que usted desee.
Devlin encendio otro cigarrillo y se reclino en la silla.
– ?Para que lo quieren? ?Por que tomarse todas estas molestias?
– Hay por medio una cuestion de seguridad.
– Vamos, general -exclamo Devlin echandose a
– Esta bien -admitio Schellenberg levantando una mano, en un gesto defensivo-. El veintiuno de enero se celebrara una reunion en Francia. Participaran el Fuhrer, Rommel, Canaris y Himmler. El Fuhrer no conoce la operacion Aguila. El