Jack Higgins
El Aguila Emprende El Vuelo
Prefacio
A la una de la madrugada del sabado 6 de noviembre de 1943, Heinrich Himmler,
Londres-Belfast 1975
1
Habia un Angel de la Muerte situado en un rincon, con los brazos extendidos sobre un ornamentado mausoleo. Recuerdo eso muy bien porque alguien estaba practicando al organo y la luz penetraba en el camposanto en franjas coloreadas a traves de las vidrieras de colores. La iglesia no era especialmente antigua; habia sido construida durante un periodo algido de prosperidad victoriana, al igual que las casas altas que la rodeaban. Era la plaza de St. Martin. Una buena direccion, en otros tiempos. Ahora no era mas que una zona destartalada y atrasada en Belsize Park, aunque eso si, tranquila; un lugar por donde una mujer sola podia atreverse a caminar hasta la tienda de la esquina a medianoche con plena seguridad, y donde la gente solo se metia en sus propios asuntos.
El piso situado en el numero trece se hallaba al nivel de la calle. Mi agente me lo habia prestado, tras obtenerlo de un primo que se habia marchado seis meses a Nueva York. Era un tanto anticuado, pero comodo, y a mi me venia muy bien. Yo estaba terminando una nueva novela y la mayoria de los dias necesitaba acudir a la sala de lectura del Museo Britanico.
Aquella tarde de noviembre, la tarde en que todo empezo, estaba lloviendo mucho. Poco despues de las seis cruce las puertas de hierro y segui el camino a traves del bosque de monumentos goticos y lapidas. Tenia empapadas las hombreras de la gabardina, a pesar del paraguas, aunque eso no me importaba demasiado. A mi siempre me ha gustado la lluvia, la ciudad al anochecer, las calles humedas perdiendose en la oscuridad invernal, con la peculiar sensacion de libertad que parecen contener. Y ese dia las cosas habian salido bien en cuanto al trabajo, cuyo final estaba definitivamente proximo.
Ahora, el Angel de la Muerte estaba mas cercano, medio envuelto en sombras, a la media luz procedente de la iglesia, con los dos ayudantes de marmol montando guardia ante las puertas de bronce del mausoleo. Todo estaba como siempre, solo que esta noche podria haber jurado que habia una tercera figura que surgia de entre la oscuridad y avanzaba hacia mi.
Por un momento, senti un escalofrio de verdadero miedo y luego, cuando la figura surgio a la luz, vi a una mujer joven, bastante pequena, que llevaba una boina negra y una gabardina empapada. Sostenia un maletin en una mano. Su rostro era palido, los ojos, oscuros, y la mirada era, de algun modo, ansiosa.
– ?El senor Higgins? Es usted Jack Higgins, ?verdad?
Era estadounidense, eso me parecio evidente. Respire profundamente para tranquilizar mis nervios.
– En efecto. ?Que puedo hacer por usted?
– Tengo que hablar con usted, senor Higgins. ?Podemos ir a alguna parte?
Vacile, receloso, por toda clase de razones evidentes, de permitir que aquella situacion llegara mas lejos; y, sin embargo, me parecio que en aquella mujer habia algo fuera de lo comun. Algo a lo que uno no podia resistirse.
– Mi piso esta situado al otro lado de la plaza -dije.
– Lo se -asintio ella. Al ver que yo seguia vacilando, anadio-: No lo lamentara, creame. Tengo para usted una informacion de vital importancia.
– ?Acerca de que? -pregunte.
– De lo que ocurrio en realidad despues de lo de Studley Constable. Oh, hay muchas cosas que usted no sabe.
Y eso fue mas que suficiente. La tome por el brazo y dije:
– Muy bien, protejamonos de esta condenada lluvia antes de que nos ahogue, y asi podra decirme a que demonios viene todo esto.
El interior de la casa habia cambiado muy poco y, desde luego, no habia hecho nada en mi piso, donde el inquilino habia vivido rodeado por una decoracion victoriana, con muchos muebles de caoba, cortinas de terciopelo rojo en la ventana salediza y una especie de papel pintado chino, de colores dorado y verde, con profusion de pajaros. A excepcion de los radiadores de la calefaccion central, la unica concesion a la vida moderna era una especie de fuego de gas en la chimenea que la hacia aparecer como si unos lenos ardieran en una cesta de acero inoxidable.
– Es agradable -dijo la mujer volviendose a mirarme. Parecio mas pequena de lo que habia imaginado. Extendio la mano derecha de forma extrana, sosteniendo con firmeza el maletin con la otra mano-. Cohen -se presento-. Ruth Cohen.
– Permitame esa gabardina -le dije-. La colocare delante de uno de los radiadores.
– Gracias.
Trato de desatarse el cinturon con una sola mano y yo me eche a reir y le tome el maletin.
– Permitame -dije, dejandolo sobre la mesa. Al hacerlo, vi sus iniciales grabadas en negro. La unica diferencia era que, al final, decia: «Dra. en Fil.»-. ?Doctora en filosofia? -pregunte.
Ella me sonrio ligeramente, al tiempo que se quitaba la gabardina.
«-Harvard, historia moderna.
– Eso es interesante -dije-. Preparare algo de te, ?o prefiere tomar cafe?
– Diez meses de curso para posgraduados en la universidad de Londres, senor Higgins. Definitivamente, prefiero el te.
Me dirigi a la cocina, donde puse a hervir el agua y prepare una bandeja. Encendi un cigarrillo mientras esperaba y, al volverme, la vi apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.
– ?Cual fue el tema de su testo de doctorado? -le pregunte.
– Ciertos aspectos del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial.
– Interesante, Cohen…, ?es usted judia? -pregunte, volviendome para preparar el te.
– Mi padre fue un judio aleman. Sobrevivio a Auschwitz y consiguio llegar a Estados Unidos, pero murio un