– Probablemente estoy reaccionando de un modo hipersensible, pero seguro. Pasare a recoger la carpeta manana por la tarde. Digamos que a las tres, de camino hacia el aeropuerto de Heathrow, ?le parece bien?
– Estupendo -asenti dejando la carpeta sobre la mesa de cafe.
El reloj de la repisa de la chimenea hizo sonar las campanadas de la media, despues de las siete, mientras yo la acompanaba hasta la puerta. La abri y permanecimos alli un momento, con la lluvia cayendo con fuerza.
– Desde luego, hay alguien que confirmaria la veracidad del contenido de esa carpeta -dijo ella-. Liam Devlin. En su libro dijo usted que seguia deambulando por ahi, operando con el IRA provisional en Irlanda.
– Eso fue lo ultimo que oi decir de el -dije-. Ahora tendria sesenta y siete anos, pero seguiria con vida.
– Muy bien -dijo ella sonriendo-. Le vere entonces manana por la tarde.
Bajo los escalones y se alejo, caminando bajo la lluvia, desapareciendo entre la neblina de primeras horas de la noche, al final de la calle.
Me sente junto al fuego y lei el contenido de la carpeta por segunda vez. Luego, fui a la cocina y me prepare mas te y un bocadillo de pollo. Me sente ante la mesa y me dedique a reflexionar en todo aquello mientras comia.
Resulta extraordinario observar como los acontecimientos surgidos de la nada son capaces de cambiar las cosas. Eso ya me habia sucedido en otra ocasion, con el descubrimiento de aquel monumento oculto a Steiner y a sus hombres, en el cementerio de Studley Constable. En aquel entonces, yo andaba investigando para redactar un articulo para una revista de historia. En lugar de eso, me encontre con algo tan inesperado que termino por cambiar toda mi vida. Escribi sobre ello un libro que dio la vuelta al mundo, desde Nueva York a Moscu, y me hizo rico. Ahora, de repente, sucedia esto, k› de Ruth Cohen y su carpeta robada, y yo me sentia lleno de la misma extrana y hormigueante excitacion.
Tenia que bajar a la tierra. Ver las cosas con perspectiva. Asi que me fui a darme una ducha, me tome mi tiempo, me afeite y me vesti de nuevo. Solo eran las ocho y media y no daba la impresion de que fuera a acostarme temprano, si es que me acostaba.
No me quedaba mas whisky, y necesitaba pensar, asi que me prepare mas te y volvi a instalarme en el sillon junto al fuego. Encendi un cigarrillo y empece a repasar de nuevo el contenido de la carpeta.
Sono el timbre de la puerta, despertandome de mi ensonacion. Mire el reloj. Era poco antes de las nueve. El timbre volvio a sonar, con insistencia, y volvi a dejar las paginas en la carpeta, la deje sobre la mesita y me dirigi hacia la puerta. Se me ocurrio pensar que podria tratarse nuevamente de Ruth Cohen, pero no podria haber estado mas equivocado porque, al abrirla, me encontre alli a un joven policia con su impermeable azul marino humedo a causa de la lluvia.
– ?Senor Higgins? -pregunto, mirando un trozo de papel que sostenia en la mano izquierda-. ?El senor Jack Higgins?
A veces resulta tan extrana la certidumbre que sentimos de estar a punto de recibir malas noticias, que ni siquiera necesitamos que nos las comuniquen.
– Si -asenti.
– Siento mucho molestarle, senor -dijo el policia entrando en el vestibulo-, pero estoy haciendo una investigacion relativa a la senorita Ruth Cohen. ?Es usted amigo de ella, senor?
– No exactamente -conteste-. ?Hay algun problema?
– Me temo que esa joven ha muerto, senor. Fue un accidente de circulacion en la parte de atras del Museo Britanico, hace una hora. El conductor se dio a la fuga.
– ?Dios santo! -susurre.
– Lo cierto, senor, es que encontramos su nombre y direccion en una tarjeta que llevaba en el bolso.
Fue muy dificil asumirlo. Hacia muy poco tiempo ella habia estado ante aquella misma puerta. El policia apenas si tendria veintiuno o veintidos anos de edad. Era lo bastante joven como para sentir preocupacion por los demas, y me puso una mano en el brazo.
– ?Se encuentra bien, senor?
– Un poco conmocionado, eso es todo -conteste. Respire profundamente-. ?Que es lo que desea usted de mi?
– Parece ser que la joven dama trabajaba en la universidad de Londres. Hemos investigado en el alojamiento de estudiantes que utilizaba, pero, como es fin de semana, no habia nadie por alli. Se trata de una cuestion de identificacion oficial, para el juez de instruccion.
– ?Y quisiera usted que yo la identificara?
– Si no le importa, senor. No esta lejos, en el deposito de Kensington.
Respire profundamente una vez mas y me prepare para lo que me esperaba.
– Esta bien. Permitame un momento para recoger la gabardina.
El deposito estaba en un edificio de aspecto deprimente, en una calle lateral, y parecia mas un almacen que cualquier otra cosa. Al entrar en el vestibulo encontramos a un portero de servicio uniformado, sentado ante una mesa. Habia un hombre pequeno y moreno, que debia de tener unos cincuenta anos, y que estaba de pie junto a la ventana, contemplando como llovia, con un cigarrillo encendido colgando de la comisura de los labios. Llevaba un sombrero de tejido flexible y una trinchera.
Se volvio a mirarme, con las manos en los bolsillos.
– El senor Higgins, ?verdad?
– Si -conteste.
No se digno sacar las manos de los bolsillos. Tosio y la ceniza del cigarrillo le cayo sobre la trinchera.
– Soy el inspector jefe Fox. Un asunto de lo mas infortunado, senor.
– Si,
– Esta joven, Ruth Cohen, ?era amiga suya?
– No -conteste-. La conoci esta misma tarde.
– Llevaba su nombre y direccion anotados en su bolso. -Y antes de que yo pudiera explicar nada, siguio diciendo-: En cualquier caso, sera mejor terminar con esto de una vez. Si quiere venir por aqui…
La sala en la que me hicieron entrar estaba cubierta de azulejos blancos y tenia una brillante iluminacion fluorescente. Habia una hilera de mesas de operacion. El cuerpo estaba en la del extremo, cubierto con una sabana blanca, de goma. Ruth Cohen tenia un aspecto muy tranquilo, con los ojos cerrados, pero la cabeza aparecia envuelta en una capucha de goma empapada de sangre.
– ?Identifica usted formalmente a la fallecida como Ruth Cohen, senor? -pregunto el policia.
– Si, es ella -asenti y el policia volvio a cubrirla con la sabana.
Al volverme, vi a Fox sentado en el extremo de una mesa situada en un rincon, encendiendo otro cigarrillo.
– Como ya le dije, encontramos su nombre en el bobo de esa mujer.
Y fue entonces, como si alguien hubiera apretado un conmutador en mi cabeza, cuando volvi de pronto a la realidad. Alcanzada por un vehiculo cuyo conductor se habia dado a la fuga; un delito muy grave, pero ?por que habia merecido la atencion de todo un inspector jefe? ?Y no habia algo extrano en aquel Fox, con su rostro saturnino, y sus ojos oscuros y vigilantes? Este no era un policia ordinario. Me olia a miembro de la rama especial.
Hace ya mucho tiempo descubri que siempre es conveniente mantenerse fiel a la verdad, en la medida de lo posible.
– Me dijo que habia llegado de Boston y que trabajaba en la universidad de Londres, dedicada a hacer investigaciones para escribir un libro -dije.
– ?Sobre que tema, senor?
Una pregunta que confirmo instantaneamente mis sospechas.
– Algo relacionado con la Segunda Guerra Mundial, inspector. Resulta que yo tambien habia escrito algo sobre el tema.
– Comprendo. ?Iba ella buscando ayuda, consejo, alguna cosa asi?
Y fue entonces cuando menti por completo.
– En modo alguno. No era de las personas que
pudieran necesitarla, puesto que, por lo que tengo entendido, estaba doctorada. Lo cierto, inspector, es que yo escribi un libro que tuvo bastante exito, y cuya trama se desarrollaba durante la Segunda Guerra Mundial. Ella solo queria conocerme. Me dijo que volaba manana mismo de regreso a Estados Unidos.