El contenido del bolso y del maletin estaba sobre la mesa, junto al inspector, donde era evidente la presencia del billete de la Pan Am. El lo tomo y asintio:
– Si, eso es lo que parece. -?Puedo marcharme ya? -Si, desde luego. El policia le acompanara a su casa. - Salimos al vestibulo y nos detuvimos ante la puerta. El inspector tosio, al tiempo que encendia otro cigarrillo-. Maldita lluvia. Supongo que el conductor de ese coche patino. Pero, aunque hubiera sido un accidente, no deberia haberse escapado. De todos modos, eso es algo que ya no podemos evitar, ?no le parece?
– Buenas noches, inspector -le dije, bajando los escalones y subiendo al coche de la policia.
Habia dejado la luz encendida en el vestibulo. Al entrar, me dirigi directamente a la cocina, sin quitarme siquiera el impermeable, puse a calentar agua y luego regrese al salon. Me servi una copa de Bushmills y me volvi hacia el fuego de la chimenea. Fue entonces cuando me di cuenta de que la carpeta que habia dejado sobre la mesita de cafe habia desaparecido. Durante un momento de desesperacion, pense que habia cometido un error, que la habria dejado en alguna otra parte, pero aquello no era mas que una tonteria, claro.
Deje la copa de whisky sobre la mesita y encendi un cigarrillo, pensando en lo ocurrido. El misterioso Fox - ahora estaba mas convencido que nunca de que pertenecia a la rama especial-, aquella mujer joven tumbada sobre la mesa, en el deposito de cadaveres. Recorde entonces la inquietud que habia experimentado cuando me conto como habia devuelto la carpeta original a la Oficina de Registros. Me la imagine caminando por la acerca y cruzando luego la calle situada por detras del Museo Britanico, bajo la lluvia, y entonces se produjo la aparicion repentina del coche. Una noche humeda y un coche que patina, tal como habia dicho Fox. Podria haberse tratado de un accidente, pero yo sabia que no era muy probable, y mucho menos despues de haber devuelto aquella carpeta. Lo que planteaba el problema de la continuacion de mi propia existencia.
Habia llegado el momento de trasladarse a algun otro sitio, pero ?a donde? Y entonces recorde lo que ella me habia dicho. Solo quedaba con vida una unica persona que podia confirmar la historia registrada en aquella carpeta. Prepare una bolsa de viaje con lo indispensable y me asome con cuidado para comprobar la calle, por detras de la cortina. Habia coches aparcados por todas partes, de modo que me fue imposible saber si alguien me estaba vigilando.
Sali por la puerta de la cocina, que daba a la parte posterior de la casa. Avance con precaucion por el callejon de atras y luego me aleje con rapidez por entre un dedalo de callejuelas tranquilas, pensando en todo lo ocurrido. Tenia que tratarse de una cuestion de seguridad, eso estaba claro. Algun pequeno departamento anonimo del DI5 que se ocupaba de las personas que se pasaban de la raya, pero ?significaria eso necesariamente que irian a por mi tambien? Despues de todo, aquella joven ya habia muerto, la carpeta volvia a encontrarse en los archivos de la Oficina de Registros y habian recuperado la unica copia que se habia hecho. ?Que podia yo decir que pudiera demostrarse o creerse de alguna forma? Por otro lado, tenia que demostrarlo, aunque solo fuese para mi propia satisfaccion. En cuanto sali de las callejuelas y llegue a la esquina tome el primer taxi que encontre.
«The Green Man», en Kilburn, es una zona de Londres bastante popular entre los irlandeses, y mostraba sobre la puerta una pintura impresionante de un tonelero irlandes, indicando asi la clase de costumbre que se practicaba en el establecimiento. El bar estaba lleno, como pude comprobar a traves de la ventana del salon. Di la vuelta al edificio, acercandome por el patio de atras. Las cortinas estaban corridas y Sean Riley se hallaba sentado ante una mesa abarrotada, narrando sus historias. Era un hombre bajo de estatura, con abundante cabello blanco, activo para su edad, que, por lo que yo sabia, era de setenta y dos anos. Era el propietario de «The Green Man», pero lo mas importante es que era un organizador del Sinn Fein, el ala politica del IRA, en Londres. Llame a la ventana con los nudillos; el se levanto y se acerco para echar un vistazo. Se volvio y se alejo. Un momento mas tarde se abrio la puerta de atras.
– Senor Higgins, ?que le trae por aqui?
– No quiero entrar, Sean. Voy de camino a Heathrow.
– ?De veras? A tomarse unas vacaciones al sol, ?verdad?
– No exactamente. Voy camino de Belfast. Probablemente perdere el ultimo vuelo, pero tomare el primero de manana. Hagaselo saber a Liam Devlin. Digale que me alojare en el hotel Europa y que tengo que verle.
– Dios santo, senor Higgins, ?y como quiere usted que yo conozca a un tipo tan desesperado como ese?
A traves de la puerta, escuche la musica procedente del bar. Unos hombres cantaban: «Armas para el IRA».
– No discuta, Sean. Limitese a hacer lo que le digo. Es importante.
Naturalmente, yo sabia que el lo haria asi, de modo que me di media vuelta, sin anadir una sola palabra mas. Un par de minutos mas tarde tome otro taxi y me dirigi al aeropuerto de Heathrow.
El hotel Europa, en Belfast, era legendario entre los periodistas procedentes de todo el mundo. Habia sobrevivido a numerosos atentados terroristas con bombas efectuados por el IRA, y se alzaba en la Great Victoria Street, cerca de la estacion de ferrocarril. Permaneci en mi habitacion del octavo piso durante la mayor parte del dia, esperando. Las cosas parecian estar muy tranquilas, pero era una calma tensa y a ultimas horas de la tarde se escucho el lejano retumbar del estallido de una bomba. Me asome a la ventana y vi una nube de humo negro en la distancia.
Poco despues de las seis, cuando ya se hacia de noche, decidi bajar al bar a tomar una copa, y me estaba poniendo ya la chaqueta cuando sono el telefono.
– ?Senor Higgins? -pregunto una voz-. Aqui la recepcion, senor. Su taxi le esta esperando.
Era un taxi negro, del modelo londinense, y la conductora era una mujer de mediana edad, de rostro agradable, que tenia el aspecto de ser la tia favorita de cualquiera. Baje el panel de cristal que nos separaba y le ofreci el saludo habitual en Belfast.
– Le deseo buenas noches.
– Y yo a usted.
– No es habitual ver a una taxista, al menos en Londres.
– Un lugar terrible. ?Que se puede esperar? Y ahora quedese sentado tranquilamente, como un caballero, y disfrute del trayecto.
Ella cerro el panel con una sola mano. El viaje no duro mas de diez minutos. Pasamos por Falls Road, una zona catolica que recordaba bien de mi juventud, y nos metimos por una red de callejuelas laterales, deteniendonos finalmente delante de una iglesia. La conductora abrio el panel de cristal.
– El primer confesionario a la derecha, entrando.
– Si usted lo dice…
Baje del taxi y el vehiculo se alejo al instante. El tablon de anuncios decia: «Iglesia del Santo Nombre», y estaba en condiciones sorprendentemente buenas, con los horarios de las misas y las confesiones indicados en pintura dorada. Abri la puerta que encontre en lo alto de los escalones y entre. No era una iglesia grande, y estaba debilmente iluminada, con velas encendidas parpadeando en el altar, y la Virgen en una capilla lateral. Instintivamente, introduje las puntas de los dedos en el agua bendita y trace la senal de la cruz, recordando a la tia catolica de South Armagh, quien me crio durante una temporada cuando no era mas que un nino, y la pobre se sentia angustiada por mi desvalida, negra y pequena alma de protestante.
Los confesionarios se hallaban alineados a un lado. Nadie esperaba, lo que no era sorprendente, ya que, segun el tablon de anuncios del exterior aun faltaba una hora para que empezaran las confesiones. Entre en el primero de la derecha y cerre la puerta. Permaneci alli sentado durante un momento, en la oscuridad; luego, se abrio la rejilla.
– ?Si? -pregunto una voz con suavidad.
– Bendigame, padre, porque he pecado -dije automaticamente.
– Desde luego que ha pecado, hijo mio -dijo la voz.
En el otro habitaculo se encendio la luz y Liam Devlin me sonrio a traves de la rejilla.
Tenia un aspecto notablemente bueno. De hecho, bastante mejor de lo que me habia parecido la ultima vez que lo habia visto. Tenia sesenta y siete, pero, como le habia dicho a Ruth Cohen, bien llevados. Era un hombre bajo de estatura, con una vitalidad enorme, el cabello tan negro como siempre y unos vivaces ojos azules. En el lado izquierdo de la frente mostraba la cicatriz dejada por una vieja bala, y siempre aparecia en su lugar una ligera sonrisa ironica. Llevaba una sotana y alzacuello, y parecia sentirse perfectamente a gusto en la sacristia, al fondo de la iglesia, hacia donde me condujo.
– Tiene usted muy buen aspecto, hijo mio, con todo ese exito y ese dinero -me dijo con una mueca burlona-. Beberemos a la salud de eso. Tiene que haber una botella por aqui.
Abrio un armario y encontro una botella de Bushmills y dos copas.