productos con orgulloso esplendor. Entre ambos se encontraba la puerta acristalada, con una barra de bronce brunido atravesandola en diagonal. Ignacio la empujo y entramos. El tintineo de una campanilla anuncio nuestra llegada, pero nadie salio a recibirnos de inmediato. Permanecimos cohibidos un par de minutos, observando todo lo expuesto con respeto reverencial, sin atrevernos siquiera a rozar los muebles de madera pulida sobre los que descansaban aquellos portentos de la mecanografia entre los cuales ibamos a elegir el mas conveniente para nuestros planes. Al fondo de la amplia estancia dedicada a la exposicion se percibia una oficina. De ella salian voces de hombre.

No tuvimos que esperar mucho mas, las voces sabian que habia clientes y a nuestro encuentro acudio una de ellas contenida en un cuerpo orondo vestido de oscuro. Nos saludo el dependiente afable, pregunto por nuestros intereses. Ignacio comenzo a hablar, a describir lo que queria, a pedir datos y sugerencias. El empleado desplego con esmero toda su profesionalidad y procedio a desgranarnos las caracteristicas de cada una de las maquinas expuestas. Con detalle, con rigor y tecnicismos; con tal precision y monotonia que al cabo de veinte minutos a punto estuve de caer dormida por el aburrimiento. Ignacio, entretanto, absorbia la informacion con sus cinco sentidos, ajeno a mi y a todo lo que no fuera calibrar lo que le estaba siendo ofrecido. Decidi separarme de ellos, aquello no me interesaba lo mas minimo. Lo que Ignacio eligiera bien elegido estaria. Que mas me daba a mi todo eso de las pulsaciones, la palanca de retorno o el timbre marginal.

Me dedique entonces a recorrer otros tramos de la exposicion en busca de algo con lo que matar el tedio. Me fije en los grandes carteles publicitarios que desde las paredes anunciaban los productos de la casa con dibujos coloreados y palabras en lenguas que yo no entendia, me acerque despues a los escaparates y observe a los viandantes transitar acelerados por la calle. Al cabo de un rato volvi con desgana al fondo del establecimiento.

Un gran armario con puertas de cristal recorria parte de una de las paredes. Contemple en el mi reflejo, observe que un par de mechones se me habian escapado del mono, los coloque en su sitio; aproveche para pellizcarme las mejillas y dar al rostro aburrido un poco de color. Examine despues mi atuendo sin prisa: me habia esforzado en arreglarme con mi mejor traje; al fin y al cabo, aquella compra suponia para nosotros una ocasion especial. Me estire las medias repasandolas desde los tobillos en movimiento ascendente; me ajuste de manera pausada la falda a las caderas, el talle al tronco, la solapa al cuello. Volvi a retocarme el pelo, me mire de frente y de lado, observando con calma la copia de mi misma que la luna de cristal me devolvia. Ensaye posturas, di un par de pasos de baile y me rei. Cuando me canse de mi propia vision, continue deambulando por la sala, matando el tiempo mientras desplazaba la mano lentamente sobre las superficies y serpenteaba entre los muebles con languidez. Apenas preste atencion a lo que en realidad nos habia llevado alli: para mi todas aquellas maquinas tan solo diferian en su tamano. Las habia grandes y robustas, mas pequenas tambien; algunas parecian ligeras, otras pesadas, pero a mis ojos no eran mas que una masa de oscuros armatostes incapaces de generar la menor seduccion. Me coloque sin ganas frente a uno de ellos, acerque el indice al teclado y con el simule pulsar las letras mas cercanas a mi persona. La s, la i, la r, la a. Si-ra repeti en un susurro.

–Precioso nombre.

La voz masculina sono plena a mi espalda, tan cercana que casi pude sentir el aliento de su dueno sobre la piel. Una especie de estremecimiento me recorrio la columna vertebral e hizo que me volviera sobresaltada.

–Ramiro Arribas -dijo tendiendo la mano. Tarde en reaccionar: tal vez porque no estaba acostumbrada a que nadie me saludara de una manera tan formal; tal vez porque aun no habia conseguido asimilar el impacto que aquella presencia inesperada me habia provocado.

Quien era aquel hombre, de donde habia salido. El mismo lo aclaro con sus pupilas aun clavadas en las mias.

–Soy el gerente de la casa. Disculpe que no les haya atendido antes, estaba intentando poner una conferencia.

Y observandola a traves de la persiana que separaba la oficina de la sala de exposicion, le falto decir. No lo hizo, pero lo dejo entrever. Lo intui en la profundidad de su mirada, en su voz rotunda; en el hecho de que se hubiera acercado a mi antes que a Ignacio y en el tiempo prolongado en que mantuvo mi mano retenida en la suya. Supe que habia estado observandome, contemplando mi deambular erratico por su establecimiento. Me habia visto arreglarme frente al armario acristalado: recomponer el peinado, acomodar las costuras del traje a mi perfil y ajustarme las medias deslizando las manos por las piernas. Parapetado desde el refugio de su oficina, habia absorbido el contoneo de mi cuerpo y la cadencia lenta de cada uno de mis movimientos. Me habia tasado, habia calibrado las formas de mi silueta y las lineas de mi rostro. Me habia estudiado con el ojo certero de quien conoce con exactitud lo que le gusta y esta acostumbrado a alcanzar sus objetivos con la inmediatez que dicta su deseo. Y resolvio demostrarmelo. Nunca habia percibido yo algo asi en ningun otro hombre, nunca me crei capaz de despertar en nadie una atraccion tan carnal. Pero de la misma manera que los animales huelen la comida o el peligro, con el mismo instinto primario supieron mis entranas que Ramiro Arribas, como un lobo, habia decidido venir a por mi.

–?Es su esposo? – dijo senalando a Ignacio.

–Mi novio -acerte a decir.

Tal vez no fue mas que mi imaginacion, pero en la comisura de sus labios me parecio intuir el apunte de una sonrisa de complacencia.

–Perfecto. Acompaneme, por favor.

Me cedio el paso y, al hacerlo, el hueco de su mano se acomodo en mi cintura como si la llevara esperando la vida entera. Saludo con simpatia, envio al dependiente a la oficina y tomo las riendas del asunto con la facilidad de quien da una palmada al aire y hace que vuelen las palomas; como un prestidigitador peinado con brillantina, con los rasgos de la cara marcados en lineas angulosas, la sonrisa amplia, el cuello poderoso y un porte tan imponente, tan varonil y resolutivo que a mi pobre Ignacio, a su lado, parecian faltarle cien anos para llegar a la hombria.

Se entero despues de que la maquina que pretendiamos comprar iba a ser para que yo aprendiera mecanografia y alabo la idea como si se tratara de una gran genialidad. Para Ignacio resulto un profesional competente que expuso detalles tecnicos y hablo de ventajosas opciones de pago. Para mi fue algo mas: una sacudida, un iman, una certeza.

Tardamos aun un rato hasta dar por finalizada la gestion. A lo largo del mismo, las senales de Ramiro Arribas no cesaron ni un segundo. Un roce inesperado, una broma, una sonrisa; palabras de doble sentido y miradas que se hundian como lanzas hasta el fondo de mi ser. Ignacio, absorto en lo suyo y desconocedor de lo que ocurria ante sus ojos, se decidio finalmente por la Lettera 35 portatil, una maquina de teclas blancas y

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