redondas en las que se encajaban las letras del alfabeto con tanta elegancia que parecian grabadas con un cincel.

–Magnifica decision -concluyo el gerente alabando la sensatez de Ignacio. Como si este hubiese sido dueno de su voluntad y el no le hubiera manipulado con manas de gran vendedor para que optara por ese modelo-. La mejor eleccion para unos dedos estilizados como los de su prometida. Permitame verlos, senorita, por favor.

Tendi la mano timidamente. Antes busque con rapidez la mirada de Ignacio para pedir su consentimiento, pero no la encontre: habia vuelto a concentrar su atencion en el mecanismo de la maquina. Me acaricio Ramiro Arribas con lentitud y descaro ante la inocente pasividad de mi novio, dedo a dedo, con una sensualidad que me puso la carne de gallina e hizo que las piernas me temblaran como hojas mecidas por el aire del verano. Solo me solto cuando Ignacio desprendio su vista de la Lettera 35 y pidio instrucciones sobre la manera de continuar con la compra. Entre ambos concertaron dejar aquella tarde un deposito del cincuenta por ciento del precio y hacer efectivo el resto del pago al dia siguiente.

–?Cuando nos la podemos llevar? – pregunto entonces Ignacio.

Consulto Ramiro Arribas el reloj.

–El chico del almacen esta haciendo unos recados y ya no regresara esta tarde. Me temo que no va a ser posible traer otra hasta manana.

–?Y esta misma? ?No podemos quedarnos esta misma maquina? – insistio Ignacio dispuesto a cerrar la gestion cuanto antes. Una vez tomada la decision del modelo, todo lo demas le parecian tramites engorrosos que deseaba liquidar con rapidez.

–Ni hablar, por favor. No puedo consentir que la senorita Sira utilice una maquina que ya ha sido trasteada por otros clientes. Manana por la manana, a primera hora, tendre lista una nueva, con su funda y su embalaje. Si me da su direccion -dijo dirigiendose a mi-, me encargare personalmente de que la tengan en casa antes del mediodia.

–Vendremos nosotros a recogerla -ataje. Intuia que aquel hombre era capaz de cualquier cosa y una oleada de terror me sacudio al pensar que pudiera personarse ante mi madre preguntando por mi.

–Yo no puedo acercarme hasta la tarde, tengo que trabajar -senalo Ignacio. A medida que hablaba, una soga invisible parecio anudarse lentamente a su cuello, a punto de ahorcarle. Ramiro apenas tuvo que molestarse en tirar de ella un poquito.

–?Y usted, senorita?

–Yo no trabajo -dije evitando mirarle a los ojos.

–Hagase usted cargo del pago entonces -sugirio en tono casual.

No encontre palabras para negarme e Ignacio ni siquiera intuyo a lo que aquella propuesta de apariencia tan simple nos estaba abocando. Ramiro Arribas nos acompano hasta la puerta y nos despidio con afecto, como si fueramos los mejores clientes que aquel establecimiento habia tenido en su historia. Con la mano izquierda palmeo vigoroso la espalda de mi novio, con la derecha estrecho otra vez la mia. Y tuvo palabras para los dos.

–Ha hecho usted una eleccion magnifica viniendo a la casa Hispano-Olivetti, creame, Ignacio. Le aseguro que no va a olvidar este dia en mucho tiempo.

–Y usted, Sira, venga, por favor, sobre las once. La estare esperando.

Pase la noche dando vueltas en la cama, incapaz de dormir. Aquello era una locura y aun estaba a tiempo de escapar de ella. Solo tenia que decidir no volver a la tienda. Podria quedarme en casa con mi madre, ayudarla a sacudir los colchones y a fregar el suelo con aceite de linaza; charlar con las vecinas en la plaza, acercarme despues al mercado de la Cebada a por un cuarteron de garbanzos o un pedazo de bacalao. Podria esperar a que Ignacio regresara del ministerio y justificar el incumplimiento de mi cometido con cualquier simple mentira: que me dolia la cabeza, que crei que iba a llover. Podria echarme un rato tras la comida, seguir fingiendo a lo largo de las horas un difuso malestar. Ignacio iria entonces solo, cerraria el pago con el gerente, recogeria la maquina y alli acabaria todo. No volveriamos a saber mas de Ramiro Arribas, jamas se cruzaria de nuevo en nuestro camino. Su nombre iria cayendo poco a poco en el olvido y nosotros seguiriamos adelante con nuestra pequena vida de todos los dias. Como si el nunca me hubiese acariciado los dedos con el deseo a flor de piel; como si nunca me hubiese comido con los ojos desde detras de una persiana. Era asi de facil, asi de simple. Y yo lo sabia.

Lo sabia, si, pero fingi no saberlo. Al dia siguiente espere a que mi madre saliera a sus recados, no queria que viera como me arreglaba: habria sospechado que algo raro me traia entre manos al verme compuesta tan de manana. En cuando oi la puerta cerrarse tras ella, comence a prepararme apresurada. Llene una palangana para lavarme, me rocie con agua de lavanda, calente en el fogon las tenacillas, planche mi unica blusa de seda y descolgue las medias del alambre donde habian pasado la noche secandose al relente. Eran las mismas del dia anterior: no tenia otras. Me obligue a sosegarme y me las puse con cuidado, no fuera con las prisas a hacerles una carrera. Y cada uno de aquellos movimientos mecanicos mil veces repetidos en el pasado tuvo aquel dia, por primera vez, un destinatario definido, un objetivo y un fin: Ramiro Arribas. Para el me vesti y me perfume, para que me viera, para que me oliera, para que volviera a rozarme y se volcara en mis ojos otra vez. Para el decidi dejarme el pelo suelto, la melena lustrosa a media espalda. Para el estreche mi cintura apretando con fuerza el cinturon sobre la falda hasta casi no poder respirar. Para el: todo solo para el.

Recorri las calles con determinacion, escabullendo miradas ansiosas y halagos procaces. Me obligue a no pensar: evite calcular la envergadura de mis actos y no quise pararme a adivinar si aquel trayecto me estaba llevando al umbral del paraiso o directamente al matadero. Recorri la Costanilla de San Andres, atravese la plaza de los Carros y, por la Cava Baja, me dirigi a la Plaza Mayor. En veinte minutos estaba en la Puerta del Sol; en menos de media hora alcance mi destino.

Ramiro me esperaba. Tan pronto intuyo mi silueta en la puerta, zanjo la conversacion que mantenia con otro empleado y se dirigio a la salida cogiendo al vuelo el sombrero y una gabardina. Cuando lo tuve a mi lado quise decirle que en el bolso llevaba el dinero, que Ignacio le mandaba sus saludos, que tal vez aquella misma tarde empezaria a aprender a teclear. No me dejo. No me saludo siquiera. Solo sonrio mientras mantenia un cigarrillo en la boca, rozo el final de mi espalda y dijo vamos. Y con el fui.

El lugar elegido no pudo ser mas inocente: me llevo al cafe Suizo. Al comprobar aliviada que el entorno era seguro, crei que quiza aun estaba a tiempo de lograr la salvacion. Pense incluso, mientras el buscaba una mesa y me invitaba a sentarme, que tal vez ese encuentro no tenia mas doblez que la simple muestra de atencion hacia una clienta. Hasta comence a sospechar que todo aquel descarado galanteo podria no haber sido

Вы читаете El tiempo entre costuras
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату