mas que un exceso de fantasia por mi parte. Pero no fue asi. A pesar de la inofensividad del ambiente, nuestro segundo encuentro volvio a colocarme en el borde del abismo.
–No he podido dejar de pensar en ti ni un solo minuto desde que te fuiste ayer -me susurro al oido apenas nos acomodamos.
Me senti incapaz de replicar, las palabras no llegaron a mi boca: como azucar en el agua, se diluyeron en algun lugar incierto del cerebro. Volvio a tomarme una mano y la acaricio al igual que la tarde anterior, sin dejar de observarla.
–Tienes asperezas, dime, ?que han estado haciendo estos dedos antes de llegar a mi?
Su voz seguia sonando proxima y sensual, ajena a los ruidos de nuestro alrededor: al entrechocar del cristal y la loza contra el marmol de las mesas, al runrun de las conversaciones mananeras y a las voces de los camareros pidiendo en la barra las comandas.
–Coser -susurre sin levantar los ojos del regazo.
–Asi que eres modista.
–Lo era. Ya no. – Alce por fin la mirada-. No hay mucho trabajo ultimamente -anadi.
–Por eso ahora quieres aprender a usar una maquina de escribir.
Hablaba con complicidad, con cercania, como si me conociera: como si su alma y la mia llevaran esperandose desde el principio de los tiempos.
–Mi novio ha pensado que prepare unas oposiciones para hacerme funcionaria como el -dije con un punto de verguenza.
La llegada de las consumiciones freno la conversacion. Para mi, una taza de chocolate. Para Ramiro, cafe negro como la noche. Aproveche la pausa para contemplarle mientras el intercambiaba unas frases con el camarero. Llevaba un traje distinto al del dia anterior, otra camisa impecable. Sus maneras eran elegantes y, a la vez, dentro de aquel refinamiento tan ajeno a los hombres de mi entorno, su persona rezumaba masculinidad por todos los poros del cuerpo: al fumar, al ajustarse el nudo de la corbata, al sacar la cartera del bolsillo o llevarse la taza a la boca.
–Y ?para que quiere una mujer como tu pasarse la vida en un ministerio, si no es indiscrecion? – pregunto tras el primer trago de cafe.
Me encogi de hombros.
–Para que podamos vivir mejor, imagino.
Volvio a acercarse lentamente a mi, volvio a volcar su voz caliente en mi oido.
–?De verdad quieres empezar a vivir mejor, Sira?
Me refugie en un sorbo de chocolate para no contestar.
–Te has manchado, deja que te limpie -dijo.
Acerco entonces su mano a mi rostro y la expandio abierta sobre el contorno de la mandibula, ajustandola a mis huesos como si fuera ese y no otro el molde que un dia me configuro. Puso despues el dedo pulgar en el sitio donde supuestamente estaba la mancha, cercano a la comisura de la boca. Me acaricio con suavidad, sin prisa. Le deje hacer: una mezcla de pavor y placer me impidio realizar cualquier movimiento.
–Tambien te has manchado aqui -murmuro con voz ronca cambiando el dedo de posicion.
El destino fue un extremo de mi labio inferior. Repitio la caricia. Mas lenta, mas tierna. Un estremecimiento me recorrio la espalda, clave los dedos en el terciopelo del asiento.
–Y aqui tambien -volvio a decir. Me acaricio entonces la boca entera, milimetro a milimetro, de una esquina a otra, cadencioso, despacio, mas despacio. A punto estuve de hundirme en un pozo de algo blando que no supe definir. Igual me daba que todo fuera una mentira y en mis labios no hubiera rastro alguno de chocolate. Igual me daba que en la mesa vecina tres venerables ancianos dejaran suspendida la tertulia para contemplar la escena, enardecidos, deseando con furia tener treinta anos menos en su haber.
Un grupo ruidoso de estudiantes entro entonces en tropel en el cafe y, con su bullanga y sus carcajadas, destrozo la magia del momento como quien revienta una pompa de jabon. Y de pronto, como si hubiera despertado de un sueno, me percate atropelladamente de varias cosas a la vez: de que el suelo no se habia derretido y se mantenia solido bajo mis pies, de que en mi boca estaba a punto de entrar el dedo de un desconocido, de que por el muslo izquierdo me reptaba una mano ansiosa y de que yo estaba a un palmo de lanzarme de cabeza por un despenadero. La lucidez recobrada me impulso a levantarme de un salto y, al coger el bolso de forma precipitada, tumbe el vaso de agua que el camarero habia traido junto con mi chocolate.
–Aqui tiene el dinero de la maquina. Esta tarde a ultima hora ira mi novio a recogerla -dije dejando el fajo de billetes sobre el marmol.
Me agarro por la muneca.
–No te vayas, Sira; no te enfades conmigo.
Me solte de un tiron. Ni le mire ni me despedi; tan solo me gire y emprendi con forzada dignidad el camino hacia la puerta. Unicamente entonces me di cuenta de que me habia derramado el agua encima y llevaba el pie izquierdo chorreando.
El no me siguio: probablemente intuyo que de nada serviria. Tan solo permanecio sentado y, cuando me empece a alejar, lanzo a mi espalda su ultima saeta.
–Vuelve otro dia. Ya sabes donde estoy.
Fingi no oirle, aprete el paso entre la marabunta de estudiantes y me dilui en el tumulto de la calle.